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Seminario Reina Valera
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30. Evangelización 2 Homilética es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la Palabra de Dios. Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar efectivamente. Presenta a través del estudio de sermones ejemplares un modelo útil para los que empiezan a lanzarse al dificil arte de la predicación, mostrándo cómo decir las cosas de un modo claro y concreto. LA INVITACIÓN SIN IGUAL (Mateo 11:28-30)
Cierto día que Jesús se hallaba enseñando al pueblo, vinieron unos alguaciles de parte de los sacerdotes para préndelo. Deseando justificar su acción, estuvieron esperando oírle pronunciar alguna palabra comprometedora; mas en lugar de echarle mano, volvieron a sus jefes con la respuesta: "Nunca habló hombre así como este hombre." (Juan 7:46.) Ciertamente tenían razón aquellos ministriles. ¿Qué hombre se ha atrevido jamás a pronunciar palabras como las de nuestro texto? (Vers. 28). Sin embargo, ¿era necesario que fueran pronunciadas? ¿Responden a una necesidad del género humano? Se ha dicho que el hombre es un eterno buscador de felicidad, la cual se va alejando de él a medida que crece su capacidad para gozar. El niño de pocas semanas se siente feliz con muy poca cosa; mas sus dificultades crecen en la misma medida que sus facultades se desarrollan. Al entrar en la pubertad, se amplía su capacidad de gozar; una sonrisa del ser amado le hace feliz; pero, ¡cuántos desengaños también! Llega al matrimonio con la esperanza de que la posesión absoluta de lo que ama le hará feliz, y ni en los mejores casos es así. Y muere el hombre con la esperanza de ser más feliz un poco más adelante, pues cuando parece haber casi alcanzado su ideal, un quebranto de salud o fortuna o la pérdida de un ser amado derrumba su castillo de felicidad. De ahí la necesidad que la Humanidad ha tenido y tendrá siempre de consuelo. Tanto es así que en Grecia y toma existían consoladores de oficio, los cuales acudían a) restar sus servicios a los hogares afligidos, leyendo pasajes le los clásicos, mas presentando luego su factura, como nuestros médicos o abogados. Pero el gran Consolador se ofrece en este texto a realizar gratuitamente lo que nadie ha podido llevar a cabo de un nodo eficaz. Se ha dicho que hay tres grandes motivos de infelicidad jara los hombres: a) Los dolores físicos. b) Las penas morales. c) El temor de la muerte. Que el dolor físico turba la felicidad no es difícil probarlo. Que hay dolores iguales o peores que los físicos en los dominios del alma, es cosa bien evidente: el remordimiento, la ansiedad, la vergüenza, el temor, nos hieren más profundamente que los dolores del cuerpo. Tanto es así que el alma puede sobreponerse a los dolores físicos, como ha ocurrido en los grandes santos y mártires, pero no hay remedio para os dolores del alma. Hoy podemos más fácilmente que nunca librarnos del dolor físico; pero no hay narcótico para el remordimiento, para el pesar; no hay remedio para la muerte, sin embargo, aparece el humilde carpintero de Nazareth y exclama: El remedio del mal, del dolor, del quebranto de corazón, del temor y de la incertidumbre del más allá, soy yo. "Venid a Mí los trabajados y cargados, y os haré descansar." Notad que no ofrece un consejo, sino su persona. Esto no puede decirlo un simple mortal. En primer lugar, porque nadie puede atender a todos sus semejantes, ni siquiera en el alivio de dolores físicos, y mayormente porque nadie es capaz de quitar ciertos dolores del alma. Nunca la Humanidad había oído pretensión semejante. Estas palabras serían la más insigne locura si no fueran pronunciadas por quien las dijo. Pero ¿no es Cristo el más sabio, el más prudente, el más perfecto de los hombres? 1. Cristo, el Consolador de los dolores físicos Este hombre singular empezó por aliviar los dolores corporales. No hubo enfermo o dolorido que no hallara en El consuelo. Sus milagros son públicos e innegables. Sus propios enemigos los atribuyen a cualquier cosa: magia, pacto con el demonio, etc., pero no los niegan. (Véase anécdota La afirmación del Talmud.) Con ello demostró su poder para aliviar los males espirituales (Lucas 5:24). Aun fuera de los Evangelios existen indicios históricos de la realidad de su poder sobrenatural. (Véase anécdota La declaración de Cuadrato.) Aun sin ir a los días de su ministerio, la oración de fe en su nombre ha obrado muchas veces milagros de sanidad, aunque éstos no puedan ser regla absoluta porque tal clase de intervención divina, llevada a cabo de un modo constante, si bien aumentaría grandemente el volumen de la fe, no la haría de la calidad que Dios desea (Juan 20:29) y quitaría la ocasión de manifestarse las virtudes heroicas: la paciencia, la confianza y el amor a toda prueba. Mas si no quita el dolor en todos los casos, quita el aguijón del dolor al descubrirnos el gran secreto que presiente nuestra conciencia, que Dios es amor y no consiente el mal de su grado, sino para que de ello resulte algún bien en favor nuestro para la eternidad. Esto quita la parte moral del dolor, lo dulcifica, lo hace amable. 2. Cristo, Consolador de los males morales De ellos es Cristo el Médico por excelencia, ya que casi todos tienen su origen y causa en el pecado. Temor, remordimiento, ansiedad y los males originados por el odio y la envidia, todos tienen su causa en la trasgresión de la voluntad divina. Quien vino a quitar el pecado vino a destruir todas sus consecuencias. La doctrina de la Redención es el remedio supremo para la conciencia. No hay motivos para afligirse por el pecado; no porque sea cosa ligera, sino porque aunque es horrible ante Dios, ha sido expiado en la cruz del Calvario, donde el Consolador de los hombres sufrió el castigo para que nosotros pudiéramos tener el perdón y la paz. Esta doctrina da descanso aun al alma más sumergida en el pecado, dejándola ligera y apta para toda buena obra. (Véase anécdota La conversión del bandido TUSO.) 3. Cristo, el Consolador de la muerte En este aspecto sí que es único Jesucristo. Nadie ha hablado de la muerte y del más allá en la forma que El habló. Los diálogos de Platón sobre la inmortalidad del alma son un modelo de lógica y buen sentido, pero no hay en ellos el lenguaje firme y autoritario que sólo pudo usar el que vino del mundo de la inmortalidad. Ningún profeta, sabio ni filósofo se ha atrevido jamás a decir: "Yo soy la resurrección y la vida", "¿No queréis venir a Mí para que tengáis vida?", "En la casa de mi Padre muchas moradas hay". La esperanza de ultratumba que Cristo ofrece no es una penosa ascensión a través de innumerables reencarnaciones; una visión de avances y retrocesos casi sin fin, sino una mano poderosa que se extiende para librarnos de nuestra miseria moral y elevarnos a las más altas dignidades en los cielos. Esta esperanza hacía exclamar a San Pablo: "Quisiera ser desatado y estar con Cristo" y era también la que ponía flores y mirto sobre las frentes de las doncellas cristianas que iban a ser devoradas en los circos de Roma, cual si se tratara del día ie su boda. Ella ha quitado el temor de la muerte a todo aquel que la posee. (Véase anécdota Poesía conmovedora.) 4. Las condiciones para el consuelo divino Notemos que para obtener tal descanso y privilegio es ndispensable cumplir dos condiciones: 1ª Sentirse cargado y fatigado. 2ª Acudir directamente al Dador de descanso. Quizás objetes no sentirte en las condiciones que reclama el Salvador; pero aunque no estés desesperado, mira, lector, al fondo de tu conciencia. ¿Eres feliz? ¿Tienes cumplidos todos tus deseos? ¿No sientes el más leve remordimiento ni temor? ¿Será eterno el bien que hoy disfrutas? Si no puedes responder de un modo afirmativo a todas estas preguntas, necesitas a Cristo. Realmente no hay hombre o mujer del todo feliz sin El. Muchos que parecen felices no hacen sino tratar de olvidar que son desdichados. (Véase anécdota El preso y la concertina.) 5. Las condiciones para la felicidad completa Hay una reiteración extraña entre los versículos 28 y 29, pero ello es quizá la mejor prueba de la sabiduría divina de quien pronunció tan extraordinarias palabras. El vers. 28 nos muestra el factor divino de nuestra felicidad, lo que Cristo hace por nosotros cuando acudimos a El, y el 29 la parte nuestra. Nos dice que podemos ser más o menos felices, hallar más o menos descanso moral según cumplamos las enseñanzas del Salvador. Para ser enteramente felices cabe llenar dos condiciones: 1ª Llevad mi yugo sobre vosotros Hay quienes creen ser más felices aceptando la salvación sin el yugo; creer sin unirse visiblemente a Cristo y a su Iglesia. Mas es un gran error. Confesar a Cristo aumenta el gozo espiritual. Es un pobre y triste cristianismo el de aquellos que tratan de llevar escondida su fe. Es casi una vergüenza que Cristo mismo tenga que defender su causa afirmando que su yugo es fácil. ¡Bien lo sabemos, querido Salvador! ¡Cuan poco exiges de los tuyos en esta época de gracia! Mas ¡cuánto te mereces! Bien debiéramos decirle: Aunque fuera mil veces más pesado tu yugo, lo llevaríamos gustosos, Señor, por amor de ti. 2ª Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón. Otros hay que aceptan fácilmente el yugo; algunos quizás irreflexivamente; pero se hallan poco dispuestos a aprender e imitar las virtudes del Salvador. Pero la felicidad absoluta no es posible sin asemejar del todo nuestra vida a la de nuestro Maestro y Ejemplo. Podríamos ser muy felices en esperanza y muy poco en la realidad presente si vivimos alejados de las virtudes cristianas. Cristo quiere hacernos dichosos aquí y allá. ¡Cuánto más lo seríamos si supiéramos recibir as contrariedades y las ofensas con la mansedumbre y humildad del Salvador! Así debe ser, de un modo real, no aparente; por esto añade "humildes de corazón". Bien sabía el Señor que mucha de la humildad de los que profesarían ser sus discípulos sería hipocresía. Tan sólo la humildad de corazón hace enteramente feliz al que la posee. ¿Quién no quiere ser feliz en la vida? No busquéis la dicha donde no está. Id a Cristo; recibidle por Salvador; confesad su Nombre aunque sea afrontando el oprobio; imitadle en sus actitudes morales, y vuestra dicha comenzará ahora para no terminar jamás. ANÉCDOTAS LA AFIRMACIÓN DEL TALMUD El Talmud, escrito por los judíos enemigos de Cristo en los primeros siglos de nuestra Era, declara que Jesús de Nazaret obró milagros, curó cojos y mancos, dio vista a ciegos y aun resucitó muertos, pero que fue por artes mágicas que había aprendido en Egipto. Para nosotros, hombres del siglo XX, que sabemos no existen artes mágicas capaces de efectuar tales maravillas, la confesión de sus enemigos es una de las pruebas que tenemos de que Jesucristo era realmente el Hijo de Dios. A DECLARACIÓN DE CUADRATO Cuadrato, que escribió en la primera mitad del siglo II, nos ha dejado este testimonio: "Las obras de nuestro Salvador fueron siempre visibles, porque fueron reales; de esta clase son tanto los que sanó como los que resucitó, los cuales fueron vistos no sólo cuando fueron sanados y resucitados, sino después de su partida y por bastante tiempo después de ella, tanto que algunos de los que los conocieron han llegado hasta nuestro tiempo.(Eusebio H. E., Libro 4, Cap. III.) LA CONVERSIÓN DEL BANDIDO RUSO Pablo Tichomiroff emigró con su familia a Siberia, donde sus padres murieron del cólera. Después de algunas experiencias penosas, juntóse a una cuadrilla de ladrones que le enseñaron a robar y matar. Un día asesinaron a dos hombres, robándoles entre otras cosas un Nuevo Testamento y un libro titulado "La voz de la fe". Tichomiroff leyó aquella misma noche Romanos 3, y fue profundamente conmovido, viendo su retrato en aquellas palabras. En la primera página del Nuevo Testamento halló este escrito: "15 de mayo de 1898, día de mi conversión al Señor, de mi arrepentimiento y nuevo nacimiento. En este día El perdonó mis pecados y lavóme con su sangre." Casi no durmió en toda la noche. Al día siguiente, los bandidos discutieron sobre los libros, resolviendo por fin que fueran leídos en voz alta. Uno de los bandidos, llamado Solowjew, recordó palabras que había oído leer a su madre. Después de un mes de lectura, este compañero y Pablo resolvieron cesar en sus prácticas criminales, y cuando hablaron a sus compañeros de su propósito, otros cinco acordaron dejar su vida de pecado y entregarse a las autoridades. El gobernador quedó atónito y empezó a leer con su esposa el libro que obró tan maravillosa transformación, resultando la conversión del gobernador. Tichomiroff predicaba a los presos y el capellán de la Iglesia Griega pidió que fuese apartado de éstos. Entonces se dedicó a anunciar el Evangelio a sus guardianes. Un año después, los siete ladrones fueron condenados a diez años de trabajos forzados. El juicio fue una magnífica exposición del Evangelio, pues en sus declaraciones no cesaban de glorificar a Jesucristo. Fueron enviados a cárceles diversas y antes de separarse se comprometieron solemnemente a ser honestos delante de Dios y testigos de Cristo dondequiera que fuesen enviados. Tichomiroff y Solowjew fueron enviados más allá del lago Baikal. Después de dos años de estar allí fue observado que muchos presos turbulentos habían cambiado de conducta. Algunos años después fueron indultados con motivo de una fiesta nacional. Cuando se despidieron de ellos en el campo de concentración, todos lloraban. Volvieron a Rusia a pie, visitando muchos grupos de creyentes por los pueblos donde pasaban. En una población donde predicaron, hubo un despertamiento espiritual y muchos se convirtieron. De vuelta a Sosnowka, su pueblo natal, el trabajo evangelístico de Pablo despertó la oposición de los sacerdotes rusos, por lo que fue apresado nuevamente, pero esta vez por causa de Cristo. Finalmente fue desterrado a Siberia, donde continuó su obra evangélica. En la primera página del Nuevo Testamento robado, que fue la causa de su conversión, Pablo escribió: "Perdóname por amor de Cristo, amado hermano. Yo te maté cuando yo mismo estaba muerto en mis pecados. El Señor me ha perdonado y me ha levantado a novedad de vida. Tu muerte prematura me llevó, no solamente a mí, sino a otros muchos pecadores y asesinos, a la vida eterna. Por esto doy gracias a Dios, Señor mío y tuyo. Amén." Eran las palabras de arrepentimiento de un Pablo ruso a un descocido Esteban ruso. (POESIA CONMOVEDORA) La siguiente poesía fue hallada en el chaleco de un soldado norteamericano muerto en una de las batallas de la invasión de Francia: Escucha, oh Dios, jamás yo pensé en Ti, mas quiero saludarte, mi Señor. Decíanme que Tú no existías; necio de mí, así lo creí yo.
Jamás me fijé en tus grandes obras y anoche, desde el cráter de un obús, vi tu universo, hermoso, estrellado, y comprendí haber sido engañado
No sé, mi Dios, si me recibirás si vengo a Ti, mas bien comprenderás, Señor, qué extraño encuentro haber hallado en este infierno tu luz tan admirable.
No he de decirte mucho, Padre mío; sólo que me da gozo haberte conocido. Al toque de alba, ¡Señor! habrá ofensiva, mas ya no temo porque estás conmigo.
La señal, Dios mío, he de partir. ¡Cuánto lo siento, oh Dios! Y es la razón: ¡Era tan dulce hablar aquí contigo! Mas me detengo, y quedo así te digo:
La lucha será hoy cruel, sangrienta; quizás hoy mismo llamaré a tu puerta. Aunque nunca fui, Señor, tu amigo, ¿no me permitirás venir conmigo? Si he de acudir hoy mismo a tu puerta, ¿no la tendrás, Señor, para mí abierta?
Estoy aquí llorando. ¿No lo ves? Llorando estoy, Dios mío, arrepentido. Lloro de gozo al hablar contigo; del gozo de sentirme ya tu amigo.
He de partir, ¡mi Dios! He de partir, ni un solo instante me concede el deber. Adiós, Señor, adiós o hasta bien presto. ¡Qué extraño que no temo ya la muerte! ¡TRAEDME UNA CONCERTINA! Un joven condenado a muerte, al serle ofrecido pedir lo que quisiera en la última noche, como es costumbre, dijo: "Traedme una concertina." Y con ella estuvo tratando de distraer su pena hasta el mismo momento de llevarle al cadalso. ¿Le hacía más feliz la concertina al desventurado? Verdadera felicidad la habría obtenido con el indulto. Cristo quiere hacerte realmente feliz dándote el indulto de Dios. ¿No quieres recibirlo? Púlpito Cristiano por Samuel Vila |
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