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Seminario Reina Valera
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19. Pascua 1 Homilética es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la Palabra de Dios. Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar efectivamente. Presenta a través del estudio de sermones ejemplares un modelo útil para los que empiezan a lanzarse al dificil arte de la predicación, mostrándo cómo decir las cosas de un modo claro y concreto. LAS SIETE PALABRAS
En casi todas las iglesias católicas, y en muchas iglesias evangélicas, suele predicarse, en la semana del año en que se conmemora la muerte de Cristo —comúnmente llamada Semana Santa—, un comentario sobre las siete palabras o frases pronunciadas por Cristo en la cruz. Parece imposible que esto pueda hacerse sin caer en continuas repeticiones, pero la experiencia ha demostrado que son tan ricas en significado las expresiones que salieron de labios del Salvador en aquellos momentos supremos, que puede predicarse muchas veces sobre ellas, expresando cada vez nuevos pensamientos de profunda enseñanza y edificación espiritual. En el presente comentario nos proponemos considerar las "siete palabras" como una expresión sintética del plan de la salvación. Tratando de caracterizar tales frases en una sola palabra, llamaremos a la 1ª. La palabra misericordiosa. 2ª. La palabra alentadora. 3ª. La palabra cuidadosa. 4ª. La palabra patética. 5ª. La palabra expresiva. 6ª. La palabra garantizadora. 7ª. La palabra reveladora. 1. La palabra misericordiosa Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34.) — Podemos decir que todo el plan de nuestra salvación radica en la misericordia de Dios. El secreto de tal maravilla, en la cual desean mirar los ángeles, se basa en la soberana misericordia de Dios. "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito...." (Juan 3:16). "La gracia de Dios que trae salvación.... se manifestó" (Tito 2:11). El corazón de Cristo estuvo lleno de misericordia, de compasión, a través de todo su ministerio público. Se compadecía de los enfermos y los sanaba, de las gentes hambrientas y les daba de comer, de los inocentes niños que estaban por entrar en los azares y vicisitudes de la vida, y los bendecía. Estos rasgos de compasión son comprensibles hacia tales personas, pero lo extraordinario, lo inverosímil, desde el punto de vista humano es compadecerse de los enemigos, de los que nos hieren, de los que nos afrentan; sin embargo, hasta este punto llega el amor de Jesucristo, hasta amar y bendecir a los que eran material y moralmente culpables de los terribles dolores que en aquellos momentos le afligían. Séneca nos dice que los crucificados maldecían el día en que nacieron, a los verdugos, a sus madres, a todo y a todos, incluso terminaban escupiendo a los que les miraban. Cicerón nos cuenta que a veces era necesario cortar las lenguas a los que iban a ser crucificados para impedir que blasfemaran de una manera terrible en contra de los dioses. Es seguro que los verdugos de Cristo esperaban oír voces y maldiciones de aquel que por las órdenes recibidas de poner su cruz en medio, consideraban, sin duda, como un jefe de malhechores; los fariseos y escribas, que conocían mejor al Maestro de Galilea, esperaban oír por lo menos quejidos de dolor, pero ¡cuan sorprendente fue lo que oyeron! De los labios de Cristo salió no un grito, sino una plegaria, una dulce y suave oración de perdón. El verbo griego no está en pasado, sino en gerundio; legein no es "dijo", sino "iba diciendo". Lo que nos hace suponer que esta admirable frase fue repetida varias veces, durante el cruel proceso, cuando los clavos entraban en la carne, cuando la cruz fue levantada y el dolor se hacía más agudo. Jesús iba repitiendo la plegaria de perdón. ¿Por qué tal maravilla? ¿Por qué Jesús es todo amor? Sí, lo hemos dicho al principio: "Dios es amor"; y esta es la base de la Redención. Pero también porque es sabiduría infinita. Se ha dicho con razón que comprender es perdonar, y comprendía, conocía la ignorancia de todos los culpables del horrendo crimen. "No saben lo que hacen." ¿Quiénes? ¿Los soldados? Nosotros, a lo sumo, tratando de ser imitadores de nuestro sublime Maestro, habríamos dicho: "Perdona a los soldados", a los ejecutores materiales de esta atrocidad, porque son irresponsables, obedecen órdenes; pero castiga a Pilatos, a Caifas, a los sacerdotes, a todos los miembros del Sanedrín. Pero la súplica de Jesús incluía a unos y a otros; pues sabía que también éstos eran ignorantes del gran misterio de su persona. Y que su súplica obtuvo respuesta, lo vemos en Hechos 6:7, donde leemos que un gran número de sacerdotes obedecían a la fe. Pero la misma súplica misericordiosa es una advertencia, pues nos muestra una razón para la misericordia que tiene sus límites; límites que dejan al que los traspasa fuera del alcance del perdón. Hasta aquel momento, todos los más directamente culpables de la muerte de Cristo, se hallaban incluidos en la misericordiosa súplica, pues no habían sabido comprender el significado de la persona de Cristo. Lo tomaron por uno de tantos falsos Mesías, pero después que el Evangelio fue predicado con tanta claridad y fue del dominio público en la ciudad de Jerusalén. Después que Pedro aplicó tan claramente las profecías del Mesías Redentor a la persona de Cristo, y demostró por qué era necesario que el Cristo padeciese; después que puso en evidencia la prueba irrefutable de su resurrección (que los príncipes de los sacerdotes sabían mejor que nadie que era un hecho real, porque se lo dijeron los saldados que guardaban el sepulcro), los que se empeñaron en ver en El, no el anunciado descendiente de David, el Mesías de Dios, sino un mago resucitado por el poder de Belcebú, porque así convenía a su orgullo y a sus intereses; los que tal hicieron, quedaron fuera del perdón, como antes lo había quedado Judas. Tuvieron bastante evidencia y la rechazaron. No tendrían ya excusa delante del tribunal de Dios. ¿La tendrás tú, que has oído una y otra vez el Evangelio? ¿Puede decirse que no sabes lo que haces cuando endureces tu corazón a los llamamientos de la gracia de Dios? ¡Oh, que ninguno de los presentes quede en la terrible situación de Faraón, de Judas, de Caifas, de Pilato o de Heredes; sino en la de los ciudadanos y sacerdotes judíos que obedecieron a la fe. 2. La palabra alentadora De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lucas 23:43). — La segunda palabra es fruto de la primera. El compañero de martirio, un ladrón a quien la tradición da el nombre de Dimas, pero que en los evangelios es anónimo, ha oído algo tan sorprendente que, de repente, su corazón da un vuelco y se le abren los ojos de la fe. Ha oído de labios de Jesús la palabra Padre. ¿Quién es este ajusticiado que puede llamar a Dios Padre, y al mismo tiempo interceder por sus verdugos? ¡Oh, si él pudiera dirigirse a Dios con esa paz y tranquilidad de espíritu! Pero no, no puede. El ladrón cree en Dios, pero, como tanta gente en el mundo, conoce al Creador muy superficialmente; se lo imagina como un juez terrible, pues dice a su compañero: "¿Ni tú temes a Dios....?" "Nosotros justamente padecemos...." Recuerda sus maldades con pena y se da la culpa de ellas; no trata de excusarse pensando o diciendo: Nuestra pobreza nos obligó a robar....; los malditos invasores de nuestro país que nos han empobrecido con impuestos tienen la culpa; nuestras circunstancias nos llevaron a ser lo que somos.... No, no; se siente culpable, está de acuerdo con la justicia de los hombres, y aunque la teme, no se queja de la justicia de Dios. ¡Qué buena disposición para dirigirse al Salvador de los pecadores! Siente dolor por sus pecados.... "y el dolor que es según Dios obra arrepentimiento". Este es ha sido y será siempre el primer Paso de la genuina conversión. El segundo paso es la fe, y el ladrón crucificado la tuvo también. Es una profunda fe judía, pues no podía tener ninguna otra.... Ata cabos sueltos y se dice: "Este ajusticiado a mi lado ha sido sentenciado por Pilato como rey de los judíos por llamarse Mesías, y su actitud ante sus enemigos y ante Dios demuestra que lo es; ningún otro hombre sería capaz de hablar como éste ha hablado: Si lo es, hay esperanza para mí el día de la resurrección...." Las gentes religiosas de Judea, enseñados por los rabinos, no creían en la supervivencia del alma (a pesar de que hay claros vislumbres de ello en ciertos pasajes del Antiguo Testamento) (Salmo 17:15, Eclesiastés 11:9 y 12:7, Salmo 23:8, Job 19:25). Su única esperanza era la resurrección, el día final, como dijo Marta, un día probablemente muy lejano; pero Jesús le responde con un "hoy" muy significativo. No será en aquel día lejano del establecimiento de mi reinado sobre la tierra, sino hoy mismo. Mi reinado no es una esperanza futura, sino presente, porque abarca mucho más que este mundo. Tus sufrimientos cesarán hoy; no dentro de tres o cuatro días; tu gozo empezará hoy mismo, en el Paraíso de Dios, no dentro de centenares de años. ¡Qué preciosa seguridad! ¿La tienes tú, lector u oyente? Haz lo que hizo el ladrón: acudir a Cristo que ha dicho: "Al que a Mí viene no le echo fuera." Acude a El con arrepentimiento y con fe, ya que tú tienes suficientes evidencias para creer en El y puedes creer en El no sólo como Mesías, sino como Salvador. 3. La palabra cuidadosa Mujer, he aquí tu hijo; Juan he ahí tu madre (Juan 19:26-27). — La vida cristiana no es sólo un continuo pensar y hablar del cielo. Allá están, sí, nuestros principales intereses; pero precisamente porque es así y allá nos dirigimos, debemos, en tanto, atender bien nuestros deberes de la tierra. Jesús, como hijo humano de una dolorida mujer que se hallaba al pie de la cruz, tenía deberes humanos y los atendió cuidadosamente encomendando a aquella buena y amante madre al discípulo amado. Su resignada pero dolorida madre lo necesitaba. La más favorecida de todas las mujeres fue también la más afligida. "Una espada traspasará tu alma", le dijo Simeón, y en estos momentos, la espada estaba clavada en su alma. Hasta qué punto era atenuado su dolor por la esperanza, no lo sabemos. El, que procuró poner la esperanza de la resurrección en los corazones de sus discípulos siempre que hablaba de su muerte, ¿no lo habría hecho también con su amante madre? Es muy probable. Y la bendita virgen creía. Una manifestación de esta fe era hallarse casi sola junto a la cruz, mirando con ojos compungidos y agradecidos los sufrimientos de su amado Hijo. ¡Habría tantas miradas de odio, de incomprensión, de venganza, que bien oportunas y consoladoras eran aquellas miradas de simpatía y de amor de algunas fieles mujeres y del apóstol Juan! Sin embargo, su fe estaba pasando una severa prueba. La cruz, que es para nosotros un hecho tan claro después de las explicaciones de San Pablo, era un misterio para los primeros discípulos. Recordemos que el más creyente de todos, el apóstol Pedro dijo: "Señor, ten compasión de Ti." ¿Era muy difícil explicarse por qué el que había venido para reinar sobre el trono de David, como le dijo el ángel, tenía que sufrir de aquella manera? Recordemos que algún tiempo antes, la misma virgen había estado buscando a Jesucristo porque decían sus parientes: "está fuera de sí." No, la bendita virgen no creía que estuviera fuera de sí en el sentido literal, como quizá creían los otros, sino fuera de sí de generosidad, de amor, de celo; como la madre de un misionero que ve su hijo partir al Congo y se pregunta si no se excede en su celo y amor al prójimo. Y ahora, el exceso ha llegado a la cumbre, dejarse crucificar.... Aquel que tenía tanto poder, ¿no sería un exceso de bondad? ¿Quién podría consolar a la bendita virgen en aquellas circunstancias? ¿Quién podría mostrarle y recordarle el admirable plan de salvación de Dios? ¿Quién podría gozarse con ella cuando la mañana de la resurrección viniera a iluminar sus vidas? ¿Quién podría consolarla otra vez cuando el misterio de la ascensión lo arrebatara de nuevo de sus manos? Había un discípulo que había calado más hondo que ninguno en la doctrina del Evangelio. Lo prueba el Evangelio que escribió muchos años más tarde. Ningún otro refiere la conversación con Nicodemo. A este discípulo confía Jesús su madre. Había parientes más cercanos.... Jacobo, por ejemplo (autor de la epístola que lleva su nombre), pero parece que todavía no creía (Juan 7:5) y aun después de la aparición del Señor, que sin duda le convenció (1.a Corintios 15:7), no tendría la experiencia espiritual de Juan. Por esto Jesús une a aquellas dos almas piadosas en un lazo de obligación filial. Con ello Jesús nos enseña a pensar en la tierra a la vez que en el cielo, en los deberes para con nuestros prójimos, empezando con nuestros familiares con quienes la Providencia nos ha unido de un modo más íntimo, y en nuestros deberes para con todos los seres humanos, pues a todos ellos nos debemos. Las necesidades de los demás deben preocuparnos en todos los momentos de nuestra vida, mientras Dios nos tiene sobre la tierra, ya que nuestra vida como redimidos es un tiempo de prueba y como dice el mismo Señor: "El que en lo poco es fiel, también en lo demás es fiel" (Lucas 16:11-12). No debemos, pues, desentendernos de este mundo, sino ser fieles en las cosas de este siglo, en los deberes y oportunidades que El nos da acá abajo para hacer el bien, a fin de que podamos ser hallados dignos de cumplir mayores responsabilidades allá arriba. 4. La palabra patética ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? (Mateo 27:47). — Esta es la más misteriosa de las siete palabras, y podríamos decir, de todas las que Cristo pronunció en el curso de su ministerio. ¿No es Jesús mismo Dios? ¿No dijo El mi Padre y yo una cosa somos; y a Felipe: El que me ha visto ha visto al Padre? ¿Cómo puede expresarse en tales términos el que, como dice Pablo, es Dios bendito por todos los siglos? El mismo apóstol Pablo nos aclara el misterio en Filipenses 2: "Aquel que no tuvo por usurpación ser igual a Dios se anonadó a sí mismo." La palabra griega kenoseiv significa "se vació"; vino a ser temporalmente siervo el que era Señor de todo. Sus milagros los realizaba orando a Dios como nosotros.... Obró como Dios, el Cristo-hombre, por la íntima comunión en que vivió siempre con el Padre celestial. "La voluntad de mi Padre hago siempre", dijo. Ello llenó, por su suprema consagración y obediencia, el misterio de su «kenosis» por amor de nosotros. Podríamos decir que no sintió tanto su anonadamiento por la íntima relación que vivió con Dios; por esto, cuando sus discípulos dormían, El oraba, consultaba con el Padre celestial y se henchía de poder. Pero este privilegio no era posible cuando se hallaba en la cruz, cargado con nuestro pecado como sustituto nuestro.... Dios no puede consentir con el pecado. La presencia divina le abandonó. Y para que nosotros pudiésemos enterarnos de esta tragedia espiritual (como nos hacemos cargo de su dolor físico) es que abrió su boca exclamando: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?" Los mártires que han sufrido por su Señor tormentos y muertes horribles, no han experimentado semejante dolor moral; al contrario, han estado en mayor comunión y felicidad. Podríamos citar centenares de ejemplos (Véanse en el libro: "El Cristianismo Evangélico a través de los Siglos", del propio autor, y en otras obras históricas). pero Cristo no era un mártir, sino nuestro Redentor; llevaba todo el peso de nuestro pecado, y el Padre celestial no podía tratarle sino como pecador. La exclamación no era una queja, ni una duda, pero era una situación interna que no la conoceríamos si no la hubiese expresado. Es una pregunta al Padre, de la cual no espera contestación del mismo Padre. ¿De quién la espera, pues? De mí y de ti. El quiere que nosotros reconozcamos lo inmenso de su sacrificio y le digamos: ¿Por qué te ha abandonado el Padre? Por mí, Señor; Tú lo sabes, pues Tú sabes todas las cosas, pero quieres que yo lo reconozca, que yo lo sienta, que lo agradezca.... Pues, sí, Señor, lo reconozco: fue por mí. Tú fuiste desamparado temporalmente, para que yo pudiera ser amado definitivamente y para siempre. Tú nos viste desamparados; y viniste a ampararnos; aunque ello te costara el dolor y el desamparo temporal del Padre. ¡Ampárame, pues, Señor, aplícame los medios de tu sacrificio; hazme un hijo de Dios de tal modo y de tal carácter que esa dulce comunión que tuviste con el Padre todos los días de tu existencia terrenal yo la pueda tener también! Que yo pueda vivir bajo el amparo de Dios a causa de tu desamparo sufrido por mí. Amén. 5. La palabra expresiva Sed tengo (Juan 19:28). —Podemos darle el título de «expresiva» a esta breve frase (que es una sola palabra en el original) porque expresa, según todos los comentadores, dos grandes sentimientos de Cristo: Uno físico y otro moral. En primer lugar, es una expresión de la necesidad física que sentían todos los crucificados a causa de la pérdida de sangre y la fiebre producida por las heridas, y Jesús la pronunció para dar cumplimiento a la profecía que había previsto esta circunstancia en el Salmo 22:15, donde leemos: "Mi lengua se pegó a mi paladar", y en el 69:21: "Y en mi agonía me dieron a beber vinagre", y el Evangelio añade otra burla cruel: la de que sus verdugos mezclaron con el vinagre hiel amarga y pestilente. Jesús había renunciado a la bebida soporífera que por disposición legal se daba a los ajusticiados en cruz, vino mezclado con mirra. Jesús rehusó tal bebida para que su naturaleza física reaccionara con todo lo horrible del dolor de los crucificados, sin mitigación de ninguna clase. ¿Para qué? ¿Para que se cumpla en su cuerpo el máximo dolor, ya que sufre por tantísimos pecados? Sí, pero también para que tú y yo podamos sentir más hondamente lo mucho que nos ama. Si hubiese aceptado la mirra, diríamos: "Cuando se está somnoliento no se sufre mucho"; pero Jesús sufrió hasta el máximo los padecimientos físicos para hacernos comprender y apreciar su gran amor por nosotros; para maravillar más a los hombres y a los ángeles. Pero hay un texto en Isaías 53 que nos muestra el sentido moral de semejante expresión, de ese grito, de ese anhelo, que se dejó oír en la cruz: "Del fruto de su alma verá y será saciado." ¿Se ha cumplido? ¿Se está cumpliendo, o se cumplirá semejante profecía? ¿Creéis que Jesús está satisfecho de ver nueve décimas partes de la humanidad en la más completa ignorancia acerca del Evangelio de la redención que tanto le costó? ¿Creéis que está satisfecho de la vida de sus discípulos; de la respuesta de nuestros corazones; de nuestras vidas cristianas, de nuestra conducta, de nuestros esfuerzos por su causa? ¡Cuánto mejor podría ser! Aun hoy día nuestro Salvador, en lugar de vino, recibe vinagre, en vez de mirra, recibe hiel, pues el mundo no aprecia su sacrificio, su amor por las almas, y ni siquiera aquellos que hemos confiado en El de todo corazón y podemos decirle como Pedro "Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo". ¿No podríamos hacer más, mucho más, para mostrarle nuestro amor, para calmar la sed de su alma? Sin embargo, un día será satisfecho su anhelo.... Cuando se habrá sacado todo el jugo —diría yo, usando una comparación vulgar y sencilla— al glorioso misterio de la redención; todo el fruto posible de su gracia; cuando millones estén reunidos ante su trono, una multitud incontable, según Apocalipsis 7, nuestro Salvador verá que no fue en vano el sacrificio de la cruz. Entonces "verá del fruto de su dolor y será saciado". 6. La palabra garantizadora Consumado es (Juan 19:30). — Esta palabra es la más corta pero también la más grande, la más alentadora, la más significativa para nosotros. Es "nuestra palabra" que recibimos como prenda de seguridad y de esperanza de labios del Señor. Jesús había dicho ya: Una palabra para sus verdugos. Una palabra para el ladrón arrepentido. Una palabra para su madre. Dos palabras para sí mismo, aunque con referencia simbólica y moral a nosotros. Ahora pronuncia una directa y exprofesa para nosotros, para alentar y afirmar nuestra fe. Es tan corta que en el original griego es, literalmente, una sola palabra tetelestai; sin embargo, abarca un mundo de significado. Es la palabra que ponían los griegos en los recibos cuando eran cancelados. ¿Comprendéis así la importancia de tal palabra? Jesús se esmeraba en explicar su significado, después de su resurrección, según tenemos en Lucas 24:26, 46-47. El asombro entonces para sus discípulos no era tanto de verle resucitado, pues tenían ya muchas pruebas de su poder milagroso, sino de que hubiese querido padecer. El leía en sus asombrados ojos esta pregunta: "Si tenías tanto poder, ¿por qué sufriste?" ¿Por qué clamaste "Sed tengo" y "Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?" La respuesta es: Para que pudiese predicarse en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados; he aquí el secreto. No se podía predicar tal mensaje sin un sustituto. Si tienes una deuda, no te basta con decir estoy arrepentido ¿Cómo podrías pagar la deuda de tus pecados al justo Dios? Pero El sí podía pagarla por ti. De este modo, quedaba aunada la justicia y el amor. Al ver a Cristo padecer por tus pecados, no solamente tendrás que decir estoy arrepentido, sino estoy agradecido. "Consumado es" garantiza una salvación perfecta, a la que no puedes añadir nada como mérito expiatorio, ni lo necesitas. El acreedor insolvente que recibía el recibo cancelado tetelestai por un acto de benevolencia, no trataría de pagarlo de nuevo, pero quedaría obligado con una dependencia moral de gratitud hacia algún generoso bienhechor. (Véase anécdota Confiando en la justicia de Dios.) Hay dos extremos en relación con la obra perfecta de Cristo: uno por defecto, y otro por abuso. No considerarla suficiente y tratar de añadir mérito; éste es el defecto de muchas almas ansiosas dentro del cristianismo nominal; pero puede existir, y existe, entre los creyentes evangélicos, otro defecto por exceso. No exceso de confianza, nunca se puede tener demasiada confianza o fe en el Señor; pero sí de insolencia, de pereza, de ingratitud; el defecto de decir: Porque El lo hizo todo y "no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús", puedo ser un cristiano frío....; hacerme la religión a la medida de mi gusto, leer o no leer la Biblia, asistir al culto cada semana o cada tres meses, dar o no dar para la obra de Dios, testificar o cerrar la boca.... Es un grave error. La obra es perfecta, completa, no le falta nada y nada puedes añadir, pero la fe se muestra por las obras. Amigo oyente, ¿quieres ser salvo? Por grandes que sean tus pecados, hay una salvación completa y perfecta para ti, una salvación tan grande que ha servido para perdonar y regenerar a los más grandes criminales, pero estos grandes pecadores podrían ser salvos, y tú no serlo; si no aceptas, si no recibes el Evangelio como un don de Dios, o si confías con un arrepentimiento de labios. Quiera dar Dios a cada uno un arrepentimiento y fe sincera para recibir y agradecer de un modo debido la obra de Cristo. 7. La palabra reveladora Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas 23: 45). — La entrada en el mundo espiritual es siempre un misterio que sobrecoge el ánimo. Por esto, todos miramos con prevención, sino con horror, el momento inevitable de la muerte. Estamos tan acostumbrados a un mundo de leyes tangibles que conocemos, al cual nos hemos acostumbrado, que a casi todo el mundo causa un sentimiento de espanto entrar en las regiones de lo desconocido, de la muerte. Esta prevención y temor no podía existir en el divino Hijo, en el Verbo encarnado; sin embargo, le oímos exclamar: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." ¿Por qué? Podemos imaginarnos el Calvario como un lugar trágico, no sólo por la multitud insolente pronunciando gritos, blasfemias y burlas; esta situación ya había terminado. Las tinieblas habían hecho desfilar a los burladores, y hay silencio en el Calvario por espacio de tres horas; sin embargo, continúa siendo aquel un lugar terrible, pues permitidme contestar la pregunta con otras preguntas: ¿Quién había movido aquellos labios escarnecedores? ¿Quién había levantado aquel enojo insolente? ¿Quién había inspirado las blasfemias? El enemigo de Dios y de los hombres había puesto en juego todos sus recursos espirituales para dar lugar a aquella victoria contra el Hijo de Dios encarnado; aquella victoria que fue su mayor derrota. El diablo y sus huestes, que parecen haberse manifestado de un modo especial en Palestina durante el ministerio público de Cristo, habían llegado al colmo de su actividad y al pináculo de su culpa en la tragedia del Calvario. Ahora bien, el Redentor, hecho hombre, reducido a la condición de hombre, por su voluntaria kenosis, va a entrar en el mundo espiritual; va a subir al cielo pasando a través del Infierno, en el mismo Calvario y probablemente un poco más tarde, de un modo literal, si hemos de interpretar textualmente 1.a Pedro 3:19. Cristo no teme aquella parte espiritual de su tragedia, no teme más que una cosa: estar separado de Dios. Ahora se muestra tranquilo y confiado. "Aunque andaré en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno." (Salmo 23:4.) Si esto podía decir un pobre pecador, el salmista David, mucho más el Salvador perfecto; por esto le oímos exclamar: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." Aquel que nos habló del mendigo Lázaro como llevado por los ángeles cuando dio su último suspiro, no dejaría de tener una cohorte de seres celestiales cuando, cumplida su misión y su obra redentora, sobre la tierra, se disponía a entrar por las puertas eternas (aquellas puertas de las cuales leemos en el salmo 24, y en Apocalipsis 21:12-13). No quiso tenerla en Getsemaní (Mateo 26:54-54), pero ahora la protección del Padre no sería ningún impedimento a su obra redentora ya consumada. ¡Cuan alentados deberían quedar sus fieles amigos que no le abandonaron ni aun en aquellas horas de creciente oscuridad física! Sabían que si ellos no podían ya apenas verle, y mucho menos ayudarle, los cielos estaban espiritualmente abiertos para protegerle y llevarle en triunfo a la región celestial. La experiencia del Salvador como hombre ha de ser la nuestra también de un modo inevitable; todos hemos de pasar por este sombrío valle. ¿Cuándo?, ¿cómo? No lo sabemos, pero ha de venir dentro de pocos años. ¿Podremos dirigirnos entonces a Dios del mismo modo que nuestro Salvador lo hizo? Si El es nuestro Padre, ¡podremos! La gran cuestión para nosotros es: ¿Qué debo hacer para que lo sea? Tenemos la respuesta en Juan 1:12 y Efesios 1:5. La muerte redentora de Cristo es la garantía de que podremos terminar nuestros días con la misma confianza que El, si le hemos aceptado como nuestro Salvador y Señor. Solamente entonces podremos decir con gozo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Llévalo como quieras y donde quieras, por este universo misterioso, insondable, invisible, donde hay enemigos poderosos no sujetos aún; pero en el cual Tú reinas porque eres el Creador y Señor Todopoderoso. ¿Podremos decir esto cuando la hora llegue? ¿Podremos enfrentarnos con una realidad tan misteriosa y desconocida sin temor alguno? Podremos, ¡sí!, aunque no seamos, como El era, su Unigénito, podremos como hijos adoptivos. Ved cómo Esteban, que no era más que un creyente como nosotros, pudo imitarle en dos de sus palabras de la cruz. Sigamos su ejemplo y se cumplirá en nosotros, como se cumplió en Esteban, la promesa de Cristo: "No se turbe vuestro corazón...." "Voy a preparar lugar para vosotros". Y a aquel lugar iremos por su gracia, para verle y estar con El "muchísimo mejor" (Filipenses 1:23) por siglos de siglos. ANÉCDOTAS CONFIANDO EN LA JUSTICIA DE DIOS Cierta madre, que tenía a su hija víctima de una enfermedad incurable, deseando estar segura de que ésta había comprendido y aceptado bien el Evangelio, le preguntó, poco antes de morir, si se sentía salva. —Sí, mamá —respondió la niña. —¿Y en qué confías para ello? —insistió la madre. —En la justicia de Dios —respondió candorosa, pero firmemente, la jovencita. —¡Querrás decir en su amor y misericordia, hija mía! —se apresuró a corregir la madre. —No, mamá; confío en su justicia. Porque Dios es justo no puede exigir dos pagas para mis pecados: la de Cristo y la mía Si Cristo murió por mis culpas, no puede volver a hacérmelas pagar a mí. Púlpito Cristiano por Samuel Vila |
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