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Seminario Reina Valera
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14. Elocuencia y Retórica Homilética es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la Palabra de Dios. Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar efectivamente. Presenta a través del estudio de sermones ejemplares un modelo útil para los que empiezan a lanzarse al dificil arte de la predicación, mostrándo cómo decir las cosas de un modo claro y concreto. Elocuencia y retórica
Se llama retórica, en un sentido general, al arte de componer y pronunciar una buena pieza oratoria. En este aspecto todo lo que hemos venido diciendo es una ayuda a semejante arte, el cual incluye tanto el contenido como la expresión de un mensaje oral. Pero en un sentido más particular se llama retórica o elocuencia a la forma externa del sermón, que se obtiene mediante la selección de adecuadas imágenes, y de frases reiteradas en formas diversas, que dan amenidad y fuerza a las ideas. En el sermón elocuente las ideas se graban en la memoria por el embeleso que causa a la mente la variedad de imágenes con que el predicador las presenta. La homilética, o sea, la buena ordenación del sermón, es útil y necesaria para la buena comprensión, retención y efectividad del mensaje. Pero la homilética, por referirse tan sólo al contenido básico, al esqueleto del sermón, es seca de sí misma. Lo mismo ocurre con su hermana gemela, la lógica, que es grata a las mentes profundas, a los buenos pensadores, pero que no todos los oyentes saben apreciar del modo debido. Podríamos decir que, si la homilética es el esqueleto del sermón y la apologética los nervios y la sangre del cuerpo oratorio, la retórica es la carne y los músculos. Es decir, lo que o redondea y lo llena, prestándole estética, color y amenidad. Una de las características o virtudes de la oratoria es la de fijar los conceptos en la mente de los oyentes, por una reiteración de adecuados sinónimos que prestan a las ideas nuevos y variados matices. Esta variedad de imágenes y de frases bien redondeadas agrada al intelecto y entona el espíritu, del mismo modo que una música de armónicos y variados tonos recrea el sentido acústico. Todos los predicadores debieran someter su mente a la provechosa práctica de leer trozos selectos de literatura; no para imitar al pie de la letra, aquellas celebridades literarias, antiguas o modernas. Nada ridiculiza más al predicador novato que el defecto de la pedantería, del que pronto se darán cuenta sus gentes cultos, por más que ello parezca acreditarle de sabio a los ojos de unos cuantos admiradores ignorantes, como aquella oyente que decía de su pastor: "Debe haber dicho cosas muy profundas porque no he entendido ni una palabra del sermón." El aumento de la cultura en estos últimos tiempos hace, y hará cada vez más, que en todas las congregaciones cristianas se encuentren oyentes capaces de darse cuenta de si el predicador está usando un estilo superior a sus posibilidades oratorias, y hasta de identificar al autor a quien éste está remendando, quizá sin darse cuenta. Sin embargo, el joven predicador debe leer literatura selecta, para ir enriqueciendo poco a poco su propio vocabulario y habilitar su mente para poder emplear frases propias, bien redondeadas, que den expresión a sus propias ideas con una rica variedad de imágenes. Todo predicador debe familiarizarse con trozos de oratoria ejemplar, como el famoso discurso de Donoso Cortés en las Cortes Españolas, acerca de la Santa Biblia; así como obras clásicas de los maestros del Siglo de Oro de nuestras letras. Obras dramáticas como El condenado por desconfiado, o La vida es sueño, de Lope de Vega, son especialmente útiles a tal objeto por su carácter teológico. No recomendamos a los predicadores emplear mucho tiempo en la lectura de novelas profanas, aun cuando pueden ser útiles también para enriquecer su vocabulario y su sintaxis, ya que las horas de un servidor de Dios son demasiado preciosas para ser empleadas de este modo; pero el predicador del Evangelio necesita aumentar su cultura por los medios más eficaces y que le roben menos tiempo (Recomendamos como ejercicio de oratoria la lectura de un pequeño libro del doctor J. F. Rodríguez titulado El ángel de la bondad, consistente en quince mensajes radiofónicos, todos ellos expresados en un lenguaje altilocuente. Es común y propio entre los predicadores utilizar dicho estilo en algún párrafo selecto del sermón; pero el doctor Rodríguez lo emplea en esta obrita casi desde la primera línea hasta la última. Por esto puede ser un ejercicio muy útil a los estudiantes de homilética leer en alta voz esta serie de breves sermones, una y otra vez, hasta que consigan hacerlo de un modo corrido y con la más perfecta entonación). Vamos a exponer de modo muy breve los diversos recursos oratorios y figuras de lenguaje más comunes. 1.° La metáfora. La Biblia es el mejor modelo de este estilo retórico por ser propio de los pueblos orientales y particularmente del hebreo. Las gentes primitivas se veían obligadas a este recurso a causa de la pobreza de su lenguaje. Así, por ejemplo, la palabra "cuerno" era usada para denotar fuerza; "monte" significaba soberbia; "carne", los sentimientos ruines y pecaminosos del ser humano; "llave", control o acceso, etc. De este modo las ideas abstractas o desconocidas eran expresadas o aclaradas mediante otras deas familiares al oyente, aplicando las cualidades de lo conocido a lo desconocido. Esto se observa no solamente en las metáforas directas como las antes citadas, sino también a las comparativas, de las que nos ocuparemos a continuación. Obsérvese un bello uso de metáforas en pasajes bíblicos como el de Isaías 10:1-20; 11:1-9; 18:1-7 y muchos otros. El libro de Job está saturado de bellas imágenes que hablan a la mente con más elocuencia que todos los razonamientos. Es, esencialmente, un diálogo razonado con imágenes. Jesucristo usó abundantemente este lenguaje, no lamente en sus grandes parábolas, sino también en sus discursos, como puede observarse en Mateo 5:13-26; 7:7-20; etc. El uso de la metáfora, aunque no con tanta abundancia como en los tiempos bíblicos, se practica todavía en el estilo oratorio. En ella encuentran fuerza y belleza de expresión los mejores autores modernos. Es de admirar el siguiente párrafo de estilo metafórico que nos ofrece Donoso Cortés en su discurso sobre la Biblia: ... "El Génesis es bello como la primera brisa que refresco a los mundos, como la primera aurora que se levantó en el cielo, como la primera flor que brotó los campos, como la primera palabra amorosa que pronunciaron los hombres, como el primer sol que apareció en Oriente. El Apocalipsis de San Juan es triste como la última palpitación de la naturaleza, como el último rayo de luz, como la última mirada de un moribundo. Y entre este himno fúnebre y aquel idilio, se ven pasar unas en pos de otras las generaciones, etc." El autor de este Manual no está completamente de acuerdo con el juicio que le merece el Apocalipsis al eximio autor, ya que en el Apocalipsis vemos, particularmente en sus últimos capítulos, el albor de un nuevo día para la Humanidad redimida; pero prescindiendo del fondo no podemos menos que admirar la bella y apasionada oratoria del famosísimo discurso del gran literato español, que cantó como nadie las excelencias de la Biblia. 2.° La metáfora comparativa. Es la forma retórica más abundante en el texto bíblico, sobre todo en la poesía hebrea, en la cual aparecen dos términos: Uno principal que se quiere realzar, ilustrado por otro secundario, más familiar y más fácil de comprender. Obsérvese la vivacidad de expresión y de significado en las siguientes metáforas bíblicas comparativas: "Como el agua fría al alma sedienta, así son las buenas nuevas de lejanas tierras" (Prov. 20:25). "Como zarzillo de oro en nariz de puerco, así es la mujer hermosa y faltada de razón" Prov. 11:22). "La esperanza que se prolonga es tormento del corazón, mas árbol de vida el deseo cumplido" (Proverbios 13:12). En vez de muchas metáforas para un solo concepto, puede a veces usarse una misma metáfora para diversos casos. Un ejemplo de ello lo hallamos en los primeros párrafos de un mensaje radiofónico del doctor J. F. Rodríguez sobre la paternidad. Helo aquí: "No solamente es padre el que transmite su sangre a otra persona que se llama su hijo. Todo el que promueve una empresa se considera padre de la mima. Así, Stephen Douglas es el padre de la doctrina llamada "soberanía popular", en los Estados Unidos. Hipócrates es padre de la Medicina; Homero, de la épica; Esquilo, de la tragedia; Herodoto, de la historia; Rabelais, del ridículo; Aristófanes, de la comedia; Jefferson, de la democracia; Abraham, de la fe; Atanasio, de la ortodoxia, y Satanás, de la mentira". 3.° La antítesis. Esta forma literaria consiste en poner en comparación dos cosas enteramente opuestas para hacer resaltar aquello que se propone exaltar. Este estilo es muy adecuado para aplicarlo a sucesos tales como el nacimiento de Cristo, su resurrección o su ascensión. Véase, por ejemplo, este trozo de Fray Luís de Granada, que pone en contraste la gloriosa preexistencia de Cristo con su encarnación. "¡Oh venerable misterio, más para sentir que para decir; no para explicarlo con palabras, sino para adorarlo con admiración y silencio! Qué cosa más admirable que ver aquel Señor a quien alababan las estrellas de la mañana, aquel que está sentado sobre los Querubines y que vuela sobre las plumas de los vientos, que tiene colgada de tres dedos la redondez de la tierra, cuya silla es el cielo y estrado de sus pies la tierra, ¡que haya querido bajar a tanto extremo de pobreza, naciese, le pariese su madre en un establo y le acostase en un pesebre!". Obsérvese en este trozo cómo la metáfora es usada a cual antítesis. Lo mismo que en el pasaje bíblico siguiente: "Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros; para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en El" (2.a Cor. 5:21). 4.° La interrogación y la admiración. Hallamos en la Biblia abundantes ejemplos de estas formas de expresión como puede observarse particularmente en libro de Job, los Salmos y la carta a los Romanos. (Véanse Job 7:17-21; 15:1-16 y 38; Salmos 22 y 74 y Romanos 3, 8, 9 y 11.) El predicador moderno que predica con énfasis, deseando que el mensaje llegue al corazón de sus oyentes, no podrá menos que hacer uso de tales formas incisivas de expresión, de las cuales no debe abusar hasta parecer un charlatán callejero, pero que no debe rehusar en lugares apropiados de su mensaje. Los predicadores fríos, o pagados de sí mismos, parecen avergonzarse de aquellas formas de lenguaje que enfatizan las ideas. Tal es su afán de no salirse de tono. 5.° Figuras de reiteración. Estas son muy frecuentes en la Biblia y suelen ser usadas también por los predicadores modernos más elocuentes, como hemos tenido ocasión de ver en el famoso discurso de Donoso Cortés. Debe procurarse, empero, que la reiteración tenga algún motivo y sentido, no una simple repetición. Es necesaria que la reiteración sea formulada mediante un sinónimo adecuado que añada nueva luz y color a la inicial expresión de la idea. Esto es lo que observarán nuestros lectores en el antedicho famosísimo discurso sobre la Biblia, desde el principio hasta el fin. Véase otro ejemplo de Miguel de Unamuno en su libro Del sentimiento trágico de la vida: "Una y otra vez, durante mi vida, heme visto en trance de suspensión ante el abismo; una y otra vez heme encontrado sobre encrucijadas en que se me abría un haz de senderos, tomando uno de los cuales renunciaba a los demás, pues que los caminos de la vida son irreversibles, y una y otra vez en tales únicos momentos he sentido el empuje de una fuerza consciente, soberana y amorosa. Y ábresele a uno luego la senda del Señor". Vemos cómo la reiterada expresión "una y otra vez" embellece este párrafo poniéndole énfasis, y cómo su belleza oratoria es aumentada por algunas oportunas hipérboles. Nótese que podía el autor usar esta expresión al principio y luego enumerar todas sus experiencias. Se hubiera entendido lo mismo y hasta hubiera ganado en brevedad; pero carecería el poder que le daba insistencia de la palabra "una otra vez" al principio de cada una de las frases. Consideremos este otro párrafo del mismo libro del famoso catedrático de Salamanca: "Hay que creer en la otra vida; en la vida eterna; el más allá de la tumba, y en una vida individual y personal; en una vida en la que cada uno de nosotros sienta su conciencia, y la sienta unirse, sin confundirse con las demás conciencias, en la Conciencia suprema, en Dios. Hay que creer en esa otra vida para poder vivir ésta y soportarla y darle sentido y finalidad". 6º Figuras de reiteración al comienzo de las partes de la cláusula. Un ejemplo de esta oratoria lo tenemos en el discurso de Anatole France ante los estudiantes de Buenos Aires: "Creo en el amor; creo en la belleza; creo en la justicia; creo, a pesar de todo, que en esta tierra el bien triunfará del mal y los hombres creerán en Dios... ¡Soñad! Si en el sueño no hay ciencia, no hay sabiduría. ¡Soñad! Vuestros sueños no serán vanos. La Humanidad, tarde o temprano, realiza los sueños de los sabios. ¡Soñad! No temáis la justicia, amad la verdad". Como puede verse, todo el bellísimo efecto de este párrafo se debe a la repetición de la palabra creo, cuatro veces en el primer párrafo, y de la palabra ¡soñad!, tres veces en el segundo. Observamos un breve párrafo de este estilo en el antes citado libro del doctor J. F. Rodríguez: "Hablemos de algo que parece irse de la tierra; hablemos de algo que parece morir bajo el peor odio constante de los egoísmos, las violencias y el materialismo que impera en esta edad del siglo xx. Hablemos de la bondad". O este otro párrafo de su sermón radiofónico "El privilegio de llorar": "Dios nos ha dado emoción porque en El mismo debe existir un caudal de ésta. Nos dio lágrimas porque El también llora; nos dio alegría porque El se alegra; e hizo posible la tristeza en nosotros porque su corazón se entristece." "Abraham lloró por Sara; lloró José cuando se arrepintieron sus hermanos, lloró Jeremías la condición apóstata de su patria, lloró David la ruina de Absalón, lloró Pedro su dolorosa caída, lloró la pecadora a los pies del Señor, lloraron reyes la pérdida de sus tronos. Y lloró nuestro Salvador, consagrando las lágrimas como un privilegiado cristiano". He aquí un bello párrafo, también del doctor Rodríguez, con una reiteración basada en diversos aspectos de una misma persona, Cristo: "Nuevamente nos hallamos ante el Maestro. Ante Maestro con letra mayúscula. Nos hallamos ante el divino Rabí y Salvador Jesucristo." 7°. Reiteración al final de los períodos. A veces, la palabra que se repite puede ser colocada al final de cada período, produciendo también un interesante efecto de reiteración. He aquí un ejemplo de un autor cubano: "Percibimos por hábito, imaginamos por hábito, sentimos por hábito, decidimos por hábito, y nuestro carácter es el conjunto de nuestros hábitos". Obsérvese en este ejemplo cómo la frase final redondea y concluye el párrafo; expresando la aplicación general de las afirmaciones anteriores que concluyen todas con la palabra hábito. 8º. Al principio y al fin de los períodos. Esta forma es más rara, pero puede observarse ejemplo que se hace incisivo por medio de preguntas: "¿Quién quitó la vida a su propia madre? ¿No fue Neron? ¿Quién hizo expirar con veneno a su maestro? El mismo Nerón. ¿Quién hizo llorar a la Humanidad? Sólo Nerón". En este párrafo la clave del énfasis es el propio nombre. Pero la palabra Nerón es presentada de formas diversas, mediante "fue", "el mismo" y "sólo". Es esta variedad de formas, al par que las preguntas, lo que da belleza al párrafo. 9.° Comenzar una frase con la palabra o idea con que terminó la anterior. He aquí un ejemplo de esta forma retórica en la segunda epístola de San Pedro, cap. 1, vers. 5-7: "... vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, mostrad en vuestra fe virtud, en la virtud ciencia, en la ciencia templanza, en la templanza paciencia, en la paciencia temor de Dios y en el temor de Dios amor fraternal y en el amor fraternal caridad..." O este otro del apóstol San Pablo: "Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, se resucitará en incorrupción". "Se siembra en deshonra, se resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder; se siembra cuerpo animal, resucitará en cuerpo espiritual; hay cuerpo animal y cuerpo espiritual... Cual el terrenal, tales también los terrenales, y cual el celestial, tales también los celestiales; y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos la imagen del celestial" (1.a Cor. 15:42-44 y 48-49). Podemos observar en todos estos ejemplos cómo la retórica, cuando es fruto de una convicción sincera (como ocurre en el caso de los escritores apostólicos), no es una simple música de palabras, sino una reiteración que sale de dentro del corazón y enfatiza las verdades que se procura expresar. 10º. Relación de la homilética con la elocuencia. Como hemos dicho al principio, la homilética parece ser enemiga de la elocuencia, ya que la ciencia homilética frena, detiene, marca senderos al predicador y le obliga a volver al camino cuando éste ha alcanzado fogosamente su imaginación tras un bello párrafo oratorio. Pero la verdad es que la homilética representa el mejor apoyo de la oratoria. Volviendo a la comparación que expresábamos al principio, diremos que la homilética es tan útil y esencial a la oratoria como el esqueleto lo es del cuerpo. ¿Qué sería, en efecto, nuestro cuerpo, sin el esqueleto que lo sostiene? Un montón informe de carne sin belleza ni estética alguna. Así son los sermones que el autor ha tenido a veces que sufrir, escuchándolos de labios de predicadores fogosos y bien intencionados, pero faltos de los necesarios cocimientos de homilética. Hablaban, gritaban, gesticulaban y se entusiasmaban diciendo "cosas buenas"; pero la gente decía después, en nuestro expresivo catalán: "Saps lo mateix quan ha comencat com uan ha acabat" (Sabes lo mismo cuando empieza que cuando acaba). Porque lo cierto es que el mismo predicador no sabía por dónde andaba. Lo curioso del caso es que tales predicadores escriben a veces sus bosquejos y los traen al pulpito. Pero son bosquejos disparatados, sin orden lógico alguno, no forman un esqueleto ordenado, siguiendo un plan; sino que son un conjunto de frases de las que ellos mismos se han enamorado y las escriben como punto I, punto II, punto III del bosquejo, aun ando no tengan relación lógica entre sí. Solamente les sirven para alargar el sermón, saltando de una frase a otra; no para dar al mensaje un sentido planificado. Algunas veces hemos recomendado a algunos predicadores enamorados de la retórica, pero faltos de homilética: "Ponga una cinta magnetofónica en operación y escúchese a sí mismo, después, a solas, procure seguir el hilo de su propio sermón y verá que no puede. Se dará cuenta de los saltos de pensamiento que se ha visto obligado a hacer por falta de plan." Sin embargo, hemos tenido que decir a otros: "No se limite a presentar un esqueleto en el pulpito, pues la gente espera y necesita algo más." Hay predicadores hábiles para escribir un buen bosquejo, pero que son incapaces de revestirlo con la carne y los músculos necesarios para darle cuerpo. Debemos decir que abundan más los predicadores del primer ejemplo que del segundo, sobre todo entre la raza latina, ya que nuestra idiosincrasia es de gente habladora. Al famoso orador Emilio Castelar daba placer oírlo, pero se dice que la Cámara de los Diputados temblaba cuando se ponía en pie, pues nadie sabía cuándo iba a terminar. Es mucho peor con los malos "Castelares" que conocemos. El discurso oratorio es un arte de buena proporción. Es necesario revestir de carne el esqueleto en cada una de sus partes; pero no con exceso en ninguna de ellas ni tampoco en su totalidad. En el cuerpo oratorio, como en el cuerpo humano, es peor cuando el exceso es parcial que cuando es total. Recordamos a un predicador que a veces (no siempre) traía al pulpito bosquejos bastante aceptables, y cuando anunciaba su plan, o nosotros lo preveíamos, esperábamos oír un buen mensaje. Pero ocurría, por lo general, que ponía tanta carne en el primer punto o en los dos primeros; es decir, hablaba tanto, extendiéndose en frases retóricas (que muchas veces poco tenían que ver con el mensaje), que al llegar a los últimos puntos, los mejores y que más se prestaban a una enseñanza espiritual, tenía que apresurarse por el imperativo del reloj, a fin de evitar que algún diácono impaciente apretara desde el vestíbulo el botón eléctrico que iluminaba el letrerito del pulpito que decía: "Su tiempo ha terminado"; y así nos dejaba contristados y vacíos. En cambio, hemos oído de otro predicador joven y de tendencia modernista, quien se limitaba a leer muy lentamente, con muy poco comentario y pasaba un martirio, haciéndolo pasar también a sus oyentes, con su hábito de mirar a cada momento su reloj de pulsera para cerciorarse de que ya faltaban pocos minutos para la hora de terminar. ¡Y las manecillas se movían tan lentamente...! No hay que decir que, aunque no le faltaba inteligencia, sus defectos eran la pereza y su falta de fuego espiritual. El predicador debe cultivar el arte de la retórica y mantener un verdadero arsenal de frases bellas en el archivo de su mente; pero, sobre todo, debe llevar un plan bien estudiado, sobre el cual aplicar aquellas frases hermosas que ha tenido ocasión de pensar durante el estudio del sermón. EJERCICIO PRÁCTICO Vístanse con frases retóricas adecuadas los siguientes bosquejos homiléticos: Ejemplo 1º LA MANO DE DIOS Salmo 19:1 y Juan 10:27-29 Introducción. — Hacer notar el gran número de veces que la expresión "mano" aparece en la Biblia, y que en su mayoría se refieren a Dios. La figura es adecuada, porque cualquier idea de nuestra mente la realizamos con nuestras manos. La expresión hiperbólica «mano» significa facultad de poder. No podemos imaginarnos a Dios como un hombre, pero nos ayudará a comprender a Dios (es decir, lo que El es, lo que hace y se propone) el estudio de esta gráfica expresión en la Biblia. I. Las manos de Dios son GRANDES. «Los cielos cuentan la gloria de Dios y la expansión denuncia la obra de sus manos» (Salmo 19:1). Hay billones de estrellas en el Universo, pero no circulan sin ton ni son. El .Universo se habría destruido a sí mismo si la fuerza que mueve los astros fuera un impulso ciego e ininteligente. Lo que llamamos leyes de la Naturaleza, demuestra un Legislador. Por esta razón los astrónomos pueden predecir el eclipse, o el paso de un cometa dentro de un centenar de años, con la precisión de día, hora y minuto. (En cada uno de los puntos de este breve comentario hay lugar para bellas frases oratorias.) II. La mano de Dios es SABIA. «La diestra de Jehová hace maravillas» (Salmo 118:16). Considérese el "computador electrónico" del cerebro humano, comparándolo con el complicadísimo instrumento inventado por la ciencia del hombre. Obsérvese: a) Su pequeño tamaño comparativo. b) Su material: células de carne, en vez de voluminosos aparatos de metal, plásticos, cristal, cartón, etc. c) Sus variadísimas disposiciones y los numerosos órganos del cuerpo que controla. De nada podemos decir: "Es imposible, contando con el poder y sabiduría de Dios." (Nueva oportunidad para poner párrafos que realcen y aclaren los pensamientos esenciales de este apartado.) III. La mano de Dios es PODEROSA. "Con mano fuerte y con brazo extendido" (Deuteronomio 5:13). Lo que para el hombre es completa imposibilidad es sencillísimo para los recursos de Dios. Ilústrese comparando los recursos de un troglodita y los del hombre civilizado, haciendo observar cómo los avances de la civilización tienen como base las leyes sabias de la Naturaleza. El poder del hombre no es sino una débil consecuencia y reflejo del poder y sabiduría de Dios. (Aplíquese a esta lógica, seca por sí misma, los recursos de la elocuencia para revestir también esta parte del mensaje con belleza oratoria.) IV. La mano de Dios puede ser RESISTIDA. Los átomos y moléculas del Universo entero obedecen dócilmente a la voluntad del Todopoderoso; pero no es así con los seres espirituales. Dios tiene servidores convencidos de su sabiduría y amor (los ángeles), no robots. Compárese Isaías 53:1-2 con el vers. 3. La mano que nos creó con imponderable sabiduría y poder y nos redime del poder de Satanás no ha anulado nuestra voluntad. Podría aplastarnos, pero nos respeta; respeta nuestro yo malo, lo redime y colabora con nosotros en la formación de un nuevo carácter apto para el Reino de los Cielos. Esto nos lleva a declarar que: V. La mano de Dios es DELICADA. ¿Habéis visto la mano de un escultor? Podría sacar kilogramos de piedra de un solo golpe y saca miligramos. ¿Habéis visto la de un cirujano? Nosotros cortaríamos nervios y tendones, venas y arterías; él sabe por dónde tiene que hacer pasar su bisturí y hasta dónde tiene que llegar. En el terreno espiritual leemos: "Fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar..." (1.a Cor. 10:13). Su obra en nosotros sigue por toda la vida y proseguirá hasta el más allá. "Y conoceremos y proseguiremos en conocer a Jehová" (Oseas 6:3). "...Ahora conozco en parte, entonces conoceré como soy conocido..." (1.a Cor. 1:13). Por esto, imitando a nuestro Padre, Señor y Modelo, nuestra mano debe ser delicada con nuestros hermanos. Un pastor sabio que tiene que reprender procurará no ofender al culpable, pero tampoco quiere dejar "pus de pecado". Se siente obligado a implorar: "¡Soy un ministro tuyo, Señor, dame sabiduría!" VI. La mano de Dios debe ser ACEPTADA. Nos ponemos en las manos del médico. Así debemos hacerlo en el terreno espiritual (Santiago 4:10 y Job 34:32). Sólo así daremos a Dios la ocasión de manifestar su gloria en nosotros. (Revístase también esta parte con bellos y sinceros párrafos oratorios.) VII. La mano de Dios es PROTECTORA. La diestra que nos ha creado, nos cuida y nos moldea, también nos guarda (Juan 10:27-30). Obsérvense en este pasaje dos manos unidas en el mismo: unas invisibles, las otras tangibles; si bien forman parte de un cuerpo glorificado (Juan 20:27). Una razón porque Dios no puede abandonar a los suyos se halla en Isaías 49:16. Lo que era mera hipérbole en cuanto a Israel es realidad en nuestro caso, sus manos horadadas son testimonio perenne de su amor. ¿Cómo podría olvidarnos si le costamos tanto? VIII. Una última hipérbole GLORIOSA: Is. 62:2-3. Es una referencia a los gruesos anillos de los monarcas orientales. El pueblo redimido del Señor será un día como "diadema de Reino" en la mano de Dios. (Véase Efesios 1:12.) Conclusión o recapitulación. Somos moldeados hoy por la mano fuerte, sabia, poderosa y delicada de nuestro Creador y Redentor para que podamos venir a ser un día ejemplo y motivo de alabanza, cuando seremos presentados "a principados y potestades en los cielos"; "a los 99 justos" de la parábola. Es decir, a multitudes de millones de millones de seres inteligentes que no han necesitado redención ni transformación por gracia, las cuales pueblan, indudablemente, el insondable Universo de Dios. Demos gracias por estas sabias manos y sometámonos a ellas, para que podamos un día ser por ellas elevados a las alturas de su propia gloría (Juan 17:24). Ejemplo 2º LOS DOS PARAÍSOS Génesis 2:8-18 y Apocalipsis 21:1 a 22:6 La Biblia empieza con un paraíso y acaba con otro. Ambos son lugares de felicidad. El primero fue preparado para el hombre natural; el segundo, para un hombre redimido. Los escépticos se burlan del relato del Edén. Dicen que es un mito hebreo. Pensémoslo serenamente. Hay un Ser en gran manera inteligente, según se observa en la Naturaleza, el cual estuvo durante siglos preparando las condiciones de la tierra para poner en ella toda clase de seres vivos y, por fin, el hombre, el único que puede comprender, admirar y agradecer las obras de su Creador. Si el hombre era la obra cúspide de la Creación, si el mundo había sido preparado para él, ¿no es natural que fuera introducido en alguna especie de museo donde pudiera aprender más pronto y fácilmente lo que le convenía acerca del hogar que iba a habitar? (Gen. 2:9). Un hijo de Dios, por su inteligencia y espíritu, no podía ser tratado como un irracional. Las pinturas rupestres prueban que el hombre troglodita era mucho más que un bruto. Por otra parte, la historia antigua está llena de tradiciones del Paraíso: la "Edad de Oro" de los poetas clásicos, el "Jardín de las Hespérides", etc. Todas coinciden en que se perdió. Pero la Biblia termina con otro paraíso recobrado para el hombre, muy superior en todos sus aspectos. Es muy interesante considerar sus contrastes: I. EL PRIMERO ERA TERRENAL. Se detalla su emplazamiento en el Asia Occidental. Estaba, por lo tanto, expuesto a las vicisitudes de la tierra y fue destruido, según parece, por el Diluvio. EL SEGUNDO PARAÍSO ES CELESTIAL. Se detalla su emplazamiento en el Asia Occidental. Se detalla también su situación, nada menos que "el Cielo de Dios"; el lugar más elevado del Universo (Apoc. 21:2). De allí desciende hacia la tierra. (Posiblemente la eleva, arrancándola de la órbita solar para llevar consigo al globo terráqueo renovado por fuego.) (Compárese 2.a Pedro 3:12-13 y Apocalipsis 21:26.) II. HABÍA NOCHE. Esta es necesaria a causa de la fragilidad de nuestros cuerpos, que requieren descanso; pero significa casi media vida perdida. En el segundo no hay noche, porque no hay sol; Dios mismo es su lumbrera (Apoc. 22:5). La actividad es, sin descanso y sin cansancio. El gozo, las alabanzas y las recepciones de los que traen a este bendito lugar "la gloria y honor de todas las naciones" del Universo es incesante (Apocalipsis 21:26). III. ENTRO SATANÁS (Génesis 3:1). El gran enemigo de Dios, envidioso de la felicidad de nuestros padres, introdujo en su alma pura la desconfianza y la ambición, los dos grandes males del mundo. ¿Por qué se pelean los hombres? Satanás ha manejado siempre la Humanidad tirando a su placer estas dos riendas. En el segundo, Satanás es excluido (Apoc. 20:10). Ello significa que no habrá más pensamientos de desconfianza hacia Dios y hacia el prójimo, ni más ambición, pues no habrá pecado. IV. ENTRO EL DOLOR (Génesis 3:17). La condición del mundo parece que fue variada después de la caída y a causa de ella (Rom. 8:20-22). "Espinas y cardos" en la tierra, instintos feroces en los animales, bacterias que producen enfermedades de las que parece se van produciendo nuevas formas. El dolor aumenta a medida que progresa el pecado. No somos más felices que los patriarcas, a pesar de que les aventajamos en tantas cosas. En el segundo, el dolor será quitado. Todos los motivos de dolor moral y físico desaparecerán: A la muerte, la enfermedad, la pobreza y el pecado se les llama "las primeras cosas", considerándolas sólo como un triste recuerdo del pasado (Apoc. 21:4). V. ENTRO LA MALDICIÓN (Génesis 3:14). El único que tiene poder para convertir su palabra en realidad, tuvo que pronunciar sentencia de mal. Nadie más que El puede hacerlo (Salmo 109:28). Es una osadía para simples humanos el pretender lanzar maldiciones, y más en la Era cristiana (San Mateo 6:44 y Romanos 12:14). En muchos aspectos permanecen todavía los resultados de la maldición divina en el mundo. En el segundo no habrá maldición, pues no existirá ningún motivo para ella entre seres perfectos. La última maldición habrá sido pronunciada contra los réprobos y será la final en el Universo. VI. HUBO VERGÜENZA (Génesis 3:10). El hombre no puede sufrir a Dios ni a su palabra cuando hace el mal. (Cítense los ejemplos de Caín huyendo de la presencia de Jehová, y de Joacín que mando el libro de la Ley.) Por esto el cristiano debe evitar el pecado, por ser templo de Dios mediante el Espíritu Santo. En el segundo Paraíso habrá confianza (Apocalipsis 22:4). A pesar de vivir en la presencia de Dios no tendrá temor de su omnisciencia, porque nada podrá ser hallado reprochable en sus felices habitantes. Debemos empezar aquí a vivir esta clase de vida. VII. SE CERRO LA ENTRADA. Dios no quitó inmediatamente el paraíso de la tierra, pero lo cerró (Gen. 3:22-24). Era para los primeros pecadores un testimonio de la felicidad perdida. El segundo paraíso está siempre abierto (Apocalipsis 21:25). Esto maravilló a Juan, acostumbrado a ver ciudades antiguas cuidadosamente amurállalas y cerradas. Pero no hay peligro de que entren enemigos en la ciudad celestial. Sus puertas abiertas son símbolo de libertad. VIII. TUVO FIN (Génesis 3:24). No sabemos cuánto duró la felicidad del primer paraíso, pero es de suponer que fue muy breve, ya que el primer hijo de Adán nació ya fuera del Edén. El segundo no tendrá fin (Apoc. 22:5). Se ha dicho fue sólo lo eterno de la felicidad es felicidad. Cuanto más preciosa y grata es una cosa, peor resulta el perderla. Lo mejor del cielo es que será nuestro hogar por la eternidad. ¿Tenemos lugar en el segundo paraíso? Está allí nuestro tesoro y nuestra esperanza. Cualquier clase e bien fuera de éste es un engaño y ha de venir ser pronto una desilusión. Conclusión. El cielo, para muchos, ilusión mística, es la única realidad verdadera por ser eterna. Cristo afirmó su existencia con su autoridad sin igual (Juan 14:2). Pensándolo racionalmente, no hay Imperio sin capital, como no hay cuerpo sin cabeza. El Universo no puede estar sin un centro. Cristo nos asegura que tan elevado y bendito lugar será nuestra habitación eterna si nos unimos a El por la fe. Vino a abrirnos las puertas del Paraíso superior con su muerte expiatoria; es el segundo Adán (Rom. 5:18-19). Su mayor satisfacción en la misma cruz fue ofrecer al ladrón moribundo inmediata entrada al nuevo Edén. ¿Está el Cielo abierto para ti? Estos dos bosquejos se prestan en su desarrollo a altos vuelos oratorios; y son sólo dos ejemplos de una infinidad que pueden ser encontrados por los predicadores mediante un estudio atento de las Sagradas Escrituras. Nuestro consejo es que se lleve al pulpito un bosquejo similar a éstos; es decir, el argumento del sermón, con una síntesis de las consideraciones principales de sus diversas partes; pero no un escrito completo conteniendo las lucubraciones oratorias a que pueden dar lugar estos pensamientos en el transcurso de la exposición del mensaje. Resultará mucho más espontáneo si se dejan las bellas frases retóricas a la inspiración y emoción del momento. Sin embargo, el predicador no debe esperar que la inspiración se produzca en el pulpito de un modo mágico. Esto no es confiar en que «el Señor dará el mensaje», sino simplemente un mal consejo de la pereza. Además de confeccionar el bosquejo argumentativo, el orador debe predicar el mensaje mentalmente (o en voz alta como hacen algunos en su despacho), y allí extenderse en frases oratorias, que no llevará en el papel, pero sí en la mente. Debe pensar o pronunciar estas frases de todo corazón en la presencia del Señor antes de presentarse a decirlas a la congregación, y dejar a la emoción del momento escoger las más adecuadas entre las diversas que, como oraciones de alabanza, de reconocimiento, de admiración y de gratitud y fe, haya pronunciado en su mente o con sus labios en la soledad, quizás en la misma cama, pensando en su sermón o sermones de a semana. Solamente entonces podrá estar seguro, al subir al pulpito, de que tiene algo que decir a su congregación, y que el Espíritu del Señor, que le acompaña, le «recordará las cosas» que el Señor le ha dicho en su despacho en meditación y oración. Y las frases oratorias saldrán, no de un modo artificial porque están en el papel, sino real y, efectivamente, de su corazón. Manual de Homilética por Samuel Vila |
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