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Seminario Reina Valera
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17. Navidad 1 Homilética es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la Palabra de Dios. Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar efectivamente. Presenta a través del estudio de sermones ejemplares un modelo útil para los que empiezan a lanzarse al dificil arte de la predicación, mostrándo cómo decir las cosas de un modo claro y concreto. PULPITO CRISTIANO por Samuel Vila
Introducción al Curso Cómo usar con eficacia una colleción de sermones: Nuestra más encarecida recomendación a los usuarios de estos sermones es que no se limiten a leerlos. Predicar no es proceder a la lectura de un artículo literario, sino poner en contacto el corazón y el alma del que habla con el corazón de los que escuchan. Para predicar bien el sermón de otro predicador es necesario haberlo puesto primero en el propio corazón. El mejor método es leer el sermón varias veces buscando y releyendo cada vez en la Biblia las citas que en el mismo se dan. Leerlo con suma atención, hasta que resulten claros en la propia mente todos sus argumentos, exhortaciones y ejemplos, de modo que sea fácil manejarlos y pasar de uno a otro variando las palabras, o sea explicar lo mismo con palabras propias, sin perder el hilo de la exposición. Nos permitimos aconsejar a los predicadores que van a usar alguno de estos sermones, poner un pequeño número tras de aquellas frases que despierten en ellos alguna nueva idea para aclarar o enfatizar la del autor. Luego, en papel aparte, escribir el mismo número y redactar a continuación aquellos pensamientos propios originados por la lectura del sermón. Los que disponen de mucho tiempo harían bien en copiar el texto entero, añadiéndole aquellos párrafos en los lugares respectivos. De este modo les sería más fácil ver si las ideas propias corresponden bien con el mensaje; si son una ayuda aclaratoria, o rompen el hilo del discurso; y tendrían menos dificultad, al llegar a tales aportaciones personales cuando dieran el sermón desde el pulpito. Procuren, empero, que estas nuevas frases no sean una mera repetición de lo que ya dice el texto impreso, sino una verdadera aclaración o ampliación, bien relacionada con el mensaje original. Y, sobre todo, que no sean tan largas que rompan el hilo del argumento hasta el punto que les sea luego difícil volver a encontrarlo. Por otra parte, procuren leer los párrafos del sermón original con tal entonación y tal énfasis, que el público no se dé cuenta de que están leyendo. Para ello es necesario haber leído el texto un número de veces proporcional, en relación inversa, a la facilidad que tengan para la lectura. A los predicadores que tienen buena memoria y poca facilidad para leer, les recomendamos no llevar el libro al pulpito, sino solamente algunas notas con los puntos principales en letra bien grande y clara. En cambio, los que tienen gran facilidad en la lectura, pueden dar el mensaje de un modo más breve, completo y correcto, llevando el libro al pulpito para leerlo con el énfasis y el tono propio de la predicación. Unos y otros, y sobre todo estos últimos, deben dar lugar, empero, a ideas y hasta anécdotas improvisadas, que la exposición del mensaje les sugiera en el mismo pulpito. Aun aquellos que hayan tenido tiempo para escribir pensamientos propios puedan sentir la necesidad de añadir alguna frase que no llevan escrita. Tengan en cuenta que han subido al pulpito a explicar un mensaje de la Palabra de Dios, no a leer un texto literario, y a poner en el corazón de otros lo que ha hecho bien a su propio corazón. No existe el predicador absolutamente original: No tengan reparo alguno, los hermanos predicadores, ante la eventualidad de que alguien entre sus oyentes (desgraciadamente no muchos dada la poca afición que existe en estos tiempos por la lectura) descubra el origen de su mensaje por hallarse en posesión de un ejemplar de PULPITO CRISTIANO. Recuerden que no hay ningún predicador ni escritor que pueda vanagloriarse de ser enteramente original. El autor de este libro nunca se ha avergonzado de declarar, a veces desde el mismo pulpito, las fuentes de su predicación, citando los nombres de Spurgeon, Adolfo Monod, Godet, Vinet, Meyer, Campbell Morgan, Henry Matthews, etc., del mismo modo que estos autores eran, sin duda, deudores a otros de una buena parte de sus más excelentes ideas. Si el predicador ha predicado de veras, y no meramente leído monótonamente desde el pulpito cualquiera de estos mensajes, el oyente a quien haya hecho bien antes su lectura apreciará y agradecerá, si es un cristiano fervoroso, que el predicador lo haya puesto al alcance de otros asistentes que lo desconocían; y el mismo se sentirá edificado de nuevo por la comunicación espiritual del orador. ¿Por ventura no venimos oyendo las mismas cosas, las mismas ideas y hasta las mismas frases en los cultos, desde que nos convertimos? Sin embargo, nos edifican de nuevo, mediante la comunión espiritual con nuestros hermanos, cada vez que acudimos a la casa del Señor. En muchas ocasiones el propio autor ha tomado consigo un ejemplar de SERMONES ESCOGIDOS que desde hace 23 años se está vendiendo en España, y ha ido a predicar uno de sus temas en algún pulpito, añadiendo, empero, aportaciones improvisadas, incluso nuevas anécdotas, y poniendo tal énfasis en su elocución, que algunos oyentes que habían ya leído el mismo sermón, han venido a decirle que les pareció un nuevo discurso, y el bien espiritual que les había hecho escucharlo de sus propios labios. LA GRAN NOTICIA (Lucas 2:10-11) El hombre ha sido siempre un ser ávido de noticias. "Oír y decir una cosa nueva" (Hechos 17:21) era ya ocupación preferida de los atenienses en tiempos de San Pablo. Se da como principal razón de este hecho el que el hombre es un ser por naturaleza curioso y, por lo general, insatisfecho; siempre espera algo nuevo que venga a favorecerle o a mejorar su condición, aunque muchas veces ocurre lo contrario. Hay nuevas buenas y malas, esperadas e inesperadas, y algunas, con ser muy esperadas, su negada sorprende a quien más las anhela. Tal fue el caso del aviso que dio la joven Rodé a los discípulos que estaban orando en favor de San Pedro, y del mismo carácter fue la que los ángeles dieron a los pastores en Belén. Aunque indudablemente la esperaban, si eran judíos piadosos (véase Lucas 2:25 y 38), les sorprendió de tal manera que no podían creer lo que veían. ¡Tan grande era la noticia! Notemos siete motivos de grandeza en esta gran noticia: 1. Es grande por la forma como fue proclamada Las grandes noticias suelen ser anunciadas de un modo adecuado a su importancia. Por radio, prensa, carteles, etcétera. Pero la noticia más trascendental para la raza humana hubiera quedado ignorada de no haberse abierto los cielos para proclamarla a los pastores de Belén. Si la tierra no hacía caso del magno suceso en los cielos tenía muchísima importancia. El Verbo de Dios vistiendo carne humana, hecho semejante a los hombres, era una maravilla del amor divino. Razón tenía San Pedro para declarar que los propósitos de Dios para con los creyentes causan la admiración de los mismos ángeles (1.a Pedro 1:12). Únicamente los que se hallan al otro lado de lo tangible y transitorio pueden apreciar las cosas en su verdadero valor, porque lo ven todo a la luz de la eternidad. ¿Apreciamos nosotros lo que aprecian los ángeles? 2. Por su carácter personal La mayor parte de las noticias en que nos interesamos no nos afectan absolutamente y las olvidamos casi tan pronto como vemos satisfecha nuestra curiosidad. Pero ésta tiene un carácter personal, lo mismo para los pastores que la oyeron por primera vez como para cualquier otro que pueda oírla a través de los siglos: "Os ha nacido." De cualquier otra persona se diría simplemente: "Ha nacido." La razón es que nadie ha nacido en favor de otros como Cristo nació. ¿Puedes decir que Cristo nació para ti? ¡Qué feliz el alma que al recordar en esta Navidad el glorioso natalicio pueda decir: En Belén de Judea me nació hace veinte siglos un Salvador! (Véase anécdota El don de la Navidad.) 3. Por ser el cumplimiento de una gran promesa A ella se refiere la frase «en la ciudad de David». Dios nunca olvida lo que promete. Había prometido un Rey a Israel del linaje de David (Isaías 11:1 quien tenía que ser al propio tiempo Redentor (comp. Isaías 52:13 con el contexto que sigue cap. 53). ¡Y cuan admirablemente se cumplió en la venida, vida y muerte de Jesús! El cumplimiento de las palabras de Dios en el pasado y en el presente con respecto al pueblo elegido, Israel, es una garantía de que cumplirá todo lo que nos ha prometido en Jesucristo. La actual tragedia de los judíos (Zacarías 13:8, 9, y Lucas 21:24) es un gran motivo de confianza para el pueblo cristiano. (Véase anécdota Una tajante demostración.) 4. Por la persona a que se refiere Los pastores esperaban un gran Mesías, pero no tan grande como les fue anunciado "Cristo el Señor" ungido y Rey, mas no de Israel, sino del mundo y del universo entero. ¡Cómo tenía que admirarles el contraste entre la proclamación del ángel y la humilde realidad del pesebre. Cristo el Señor entre las pajas; no en una morada, la más humilde, de los seres humanos, sino en habitación de bestias. Bien había dicho el profeta: "Despreciado y desechado entre los hombres" (Isaías 53: 3). Pero su grandeza era de derecho propio y no consistía en exterioridades. Sólo ésta es verdadera grandeza. (Véase anécdota El brahmán y Stanley Jones.) Su grandeza moral resalta más porque siendo Señor se hizo siervo por amor a nosotros; siendo grande se hizo humilde para elevarnos a su grandeza. 5. Por la razón de su venida "Os ha nacido un Salvador"; no un Maestro o ejemplo como algunos pretenden. Este es el título mayor de sus blasones, el más alto de sus oficios, la más elevada de sus prerrogativas. La misión de Cristo habría sido muy pobre, al lado de lo que es, si solamente hubiese venido a darnos buenos consejos. El mundo había tenido ya grandes consejeros, pero nunca había tenido un Salvador. Buda, Confucio, Sócrates y Platón habían dicho todo lo mejor que los hombres pueden decir y oír; pero ninguno había afirmado: "Venid a mí todos los trabajados y cargados, que yo os haré descansar." "Yo les doy vida eterna", "El que cree en Mí, aunque esté muerto vivirá", y esto es precisamente lo que necesitaba el mundo: un Salvador dispuesto a redimir, a ponerse en lugar de los pecadores; un Salvador para levantar al más caído infundiéndole una nueva vida. No un gran ideal, sino un gran poder. Ningún hombre ha sido librado de sus pecados invocando a los grandes maestros de la Humanidad, pero millones lo han sido invocando el sagrado nombre de Jesús; dirigiéndose a Dios por su mediación. Bien dijeron los apóstoles ante el enfurecido Sanedrín: "En ningún otro hay salvación porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres en quien podamos ser salvos." 6. Por el sentimiento destinado a producir "Nuevas de gran gozo." Gozo causan ciertas noticias muy anheladas. Una amnistía, la terminación de una guerra, etcétera; pero no hay gozo como el que produce en el alma la buena nueva del amor de Dios revelado en el pesebre de Belén. No existe noticia mejor. Por esto el gozo más alto y más sublime es la característica de todo cristianismo genuino (Filipenses 4:4). Una fe sin gozo es una fe muerta o enfermiza. Hay que buscar la causa de la falta de gozo en el alma cristiana y repararla sin tardanza, porque «el gozo del Señor es nuestra fortaleza», a la vez que una ocasión de testimonio y de honra para la fe que profesamos. La santidad no consiste en caras largas. No hay nada malo en el gozo de la Navidad, pero que sea por el verdadero motivo. Esdras y Pablo dicen: «gozaos» (Nehemías 8:10; Filipenses 4:4). (Véanse anécdotas La razón de Hayan y Murió sonriendo.) 7. Por su dilatado alcance "Que será para todo el pueblo." El gozo de la Navidad no era solamente para los privilegiados que recibieron la revelación directa de Dios, sino para todo el pueblo. Toda noticia que afecta de algún modo a muchos se hace importante tan sólo por este motivo, sobre todo cuando es gozo y alegría lo destinado a producir en esos muchos. La salvación de Dios es la mejor de las noticias y es para el mayor número de seres humanos. Pero para que todos puedan alegrarse es necesario que todos la conozcan. Parece que la advertencia del ángel fue bien comprendida por los pastores, los cuales empezaron a divulgar la buena nueva (vers. 20) atrayendo sin duda otros adoradores al pesebre y otros favorecedores de la sagrada familia, la que quizá por esta razón no hallamos ya en el miserable establo cuando la visita de los Magos. Seguramente éstos no harían menos dentro de su medio en la lejana patria. Es bien posible que su testimonio coadyuvó al triunfo del Evangelio entre los partos y medos que se mencionan el día de Pentecostés (Hechos 2:9), y a que la extensión de la buena nueva en Oriente adquiriera tal importancia que reclamara en pocos años la presencia del propio apóstol San Pedro (1.a Pedro 5:13). La gran nueva ha llegado también a nosotros por la misericordia de Dios. ¿Le hemos dado la importancia que se merece? ¿La hemos recibido para vida eterna y la estamos divulgando a otros? Hoy el hecho de la Navidad no es ninguna noticia, pero el significado sí. Seamos continuadores de la gloriosa misión que iniciaron los ángeles en Belén. ANÉCDOTAS EL DON DE LA NAVIDAD Un amigo interesado en la salvación de otra persona, le envió por correo una Biblia, que le llegó precisamente el mismo día de Navidad. El primer texto que sus ojos leyeron fue: "Llamarás su nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados.” Unas horas más tarde, llamaba por teléfono a su amigo y le comunicaba: —Mi querido amigo, he recibido el don de la Navidad. —¡Ah, me alegro de que no se haya perdido! Con tanta aglomeración de paquetes, tenía miedo —contestó el otro. —No, mí querido amigo. Te he dicho que he recibido el don de la Navidad, es decir, a Jesús en mi corazón. UNA DEMOSTRACIÓN TAJANTE El satírico rey Federico I, amigo de Voltaire, preguntó en cierta ocasión al pastor que hacía las veces de capellán en su corte: —Quisiera una demostración clara y contundente de que Dios es Dios y la Biblia es su Palabra, pero la quiero concisa y contundente; ya sabes que soy hombre de pocas palabras. —Si Su Majestad lo permite, se la daré en una sola palabra. —¡Bravo! —dijo el rey irónicamente—. Di esta palabra. —Los judíos —fue la respuesta del pastor. El rey, que conocía bien la historia de este pueblo, se alejó meditabundo. EL BRAHMÁN Y STANLEY JONES Cuenta el doctor Stanley Jones: "En cierta ocasión, mientras esperaba un tren en la India, preguntó a un caballero indio si tomaría el tren que estaba por llegar. Contestó que no, porque tan sólo había en él coches de tercera clase. Le dije que yo lo tomaría. —Claro —replicó—. Usted puede hacerlo porque es un cristiano. Si viaja en primera clase eso no lo exalta, y si va en tercera no lo degrada. Usted está por encima de estas distinciones, pero yo tengo que respetarlas, pues soy un brahmán. "Si hubiera podido dar rienda suelta a mis impulsos —continúa el doctor Jones— habría danzado en el andén. La primera clase no exalta, la tercera no humilla, la alegría no nos hace perder la cabeza, ni la pena nos destroza el corazón, cuando somos verdaderamente cristianos y no vivimos de apariencias." LA RAZÓN DE HADYN Alguien preguntó a Hadyn por qué oía siempre tan alegre su música religiosa. —Es que cuando me pongo a pensar —explicó el célebre músico— en lo que Dios es, lo que ha hecho y lo que se propone hacer con sus redimidos, incluyéndome a mí mismo, no puedo menos que ponerme alegre, y la alegría del corazón salta a las notas. MURIÓ SONRIENDO Una agraciada niña de 16 años, que había sido convertida del mahometismo y vivía una magnífica vida cristiana ante sus padres, enfermó y murió. Algún tiempo después, la madre vino a la casa de los misioneros y les preguntó qué medicina extraña habían dado a su hija. La misionera respondió un poco asustada de que la culparan de su muerte: —No, no le dimos nada. — ¡Oh, sí! —Insistió la madre—. Nuestra hija murió sonriendo. La gente de nuestra religión no muere de esta manera. Púlpito Cristiano por Samuel Vila |
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