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Seminario Reina Valera
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27. Muerte Historia Eclesiástica es el estudio de la historia de la Iglesia Cristiana desde el final del Nuevo Testamento hasta el principio del movimiento evangélico. Se pone énfasis en el sacrificio de los mártires, las controversias doctrinales, el desarrollo del catolicismo, los precursores de la reforma, Martín Lutero y la Reforma Protestante. ÚLTIMOS DIAS Y MUERTE DE LUTERO
La noche se acerca, el sol va declinando y las sombras se alargan. Sombras y muy tristes cubrieron también algunos días el fin de la vida de Lutero. En los últimos años sufrió mucho del mal de piedra; tenía además reuma en la cabeza, que le causaba vértigos, y zumbidos en los oídos. A estos dolores de cuerpo, se agregaban otros que daban más pena al corazón. El combate con los papistas todavía no había concluido. En el año 1543 volvió a declararse la lucha con los calvinistas con mayor furia; aun en medio de la Iglesia luterana había disensiones causadas por un tal Agrícola, que afirmaba que la ley moral mosaica ya no tenía valor, y se debía abrogar en la Iglesia. Pero lo que más afligía a Lutero era que los frutos de la pura doctrina del Evangelio, adquirida por él con tantas penas, combates y luchas, eran muy escasos. Se lamentaba que, salvo algunos que habían aceptado el Evangelio seria y agradecidamente, los demás eran tan ingratos e impertinentes y torcidos, que no vivían de otra manera que como si Dios les hubiese dado su Palabra y salvado del papismo, para poder hacer y dejar libremente lo que les diese la gana, sirviéndoles así su Palabra, no para su gloria y salvación, sino más bien para su perversión. La nobleza quería apoderarse de todo lo que poseía el aldeano, y los simples ciudadanos querían hacerse príncipes; por otro lado, el aldeano subía los cereales, causando hambre por este su mal proceder, mientras que los géneros no escaseaban; el artesano en su oficio ponía los precios a su capricho. Los criados de las casas se daban a la holganza, al hurto e infidelidad y malignidad de todo género, de tal suerte, que todos los padres de familia se quejaban y lamentaban; sobre todo, había algunos nobles y Ayuntamientos, villas, ciudades y pueblos que prohibían a su párroco y demás pastores reprender desde el púlpito sus pecados y vicios, y amenazaban de echarlos fuera o dejarlos morir de hambre, y cualquiera que les robase alguna cosa era inocente. Calcúlese si todo esto fuese placer y gusto para el Reformador, o si más bien le obligase a predicar con voz de trueno la palabra del Señor: Mirad, haced frutos propios de arrepentimiento y que obre vuestra fe en amor. En Wittemberg mismo había tantos desórdenes, que Lutero resolvió abandonar enteramente la ciudad; sólo las peticiones de una diputación especial y la mediación del elector le movieron por fin, a volver a su hogar. Así, su gozo sobre el campo verde, fruto de la simiente que había sembrado, se disminuyó por la cizaña que, sembrada por enemigos, creció juntamente; mas el Señor no le dejó afligirse mucho tiempo, y le llamó del campo terrestre a su hermoso cielo, donde no hay cizaña entre el trigo ni el mal se mezcla con el bien. Había una cuestión entre los condes de Mansfeld y algunos súbditos suyos sobre unas minas, y pidieron a Lutero que fuera a componerla. Acompañado de sus tres hijos, el viejo campeón se puso en camino para poner paz en su país natal, el 23 de Enero de 1546. Este iba a ser su último viaje, como lo presintió, que le llevaría a la paz eterna y a la patria verdadera. El mundo está cansado de mí -dijo-, y yo me canso de él; no nos pesará el separarnos, como el huésped abandona la fonda sin sentimiento. Su Catalina le abrió toda la congoja de su corazón, pues presentía que no volvería a verle sino en el ataúd. En vano trató Lutero de calmar sus presentimientos con sus cartas, unas jocosas, otras serias: Lee, Lina mía, a San Juan y el catecismo pequeño, pues quieres cuidar, en vez de tu Dios, como si El no fuera el Omnipotente que puede crear diez doctores Martines, si acaso este viejo se ahogase en el río Saale. Déjame en paz con tus temores; tengo uno mejor que tú y todos los ángeles, que me cuida; está en el pesebre, y una virgen le cría; pero está sentado a la diestra del Dios Padre Omnipotente; por tanto, estate en paz. Amén. En Halle tuvo que detenerse unos días por haberse inundado el río de Saale; mas por fin se decidió a pasar, con gran peligro de vida. En las fronteras del condado de Mansfeld los condes le recibieron con mucha alegría. Apenas hubo llegado a Eisleben, le sobrevino una indisposición tan fuerte, que se temió por su vida. Mas se alivió pronto, y pudo predicar cuatro veces en los veintiún días que se detuvo en su pueblo natal y asistir a los negocios de los condes y trabajar mucho en favor de las escuelas. El 16 de Febrero fundó el Gimnasio de Eisleben (colegio de segunda enseñanza), hoy día floreciente aún; pero en todos estos trabajos sintió mucha debilidad. Hasta el 17 de Febrero, y eso por las reiteradas súplicas de su amigo el príncipe de Anhalt, no abandonó los negocios de la mencionada contienda arreglada ya en su parte principal. Su debilidad iba creciendo, y le obligó a guardar cama; en ella no dejó de edificar a los que le rodeaban, con conversaciones sobre la única cosa necesaria, hablando mucho de la muerte y de la unión venidera con todos sus amigos; un día concluyó diciendo: Me han bautizado aquí en Eisleben; ¡como si debiera morir aquí! Después se acercó, según acostumbraba, a la ventana, y dijo en oración: Dios mío, te suplico en nombre de tu Hijo a quien he predicado, que escuches ahora también mi plegaria, y hagas que mi patria siga en la pura religión y la verdadera confesión de tu Palabra. Poco después las ansias aumentaron considerablemente, se le condujo a su cuarto y le pusieron en cama; él apretó la mano a todos sus amigos que le rodeaban afligidísimos, dándoles las buenas noches y diciendo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. ¡Orad al Señor por su Evangelio para que tenga éxito, porque el pobre papa y el concilio de Trento están harto enojados contra él. Luego durmió un rato tranquilamente; mas a la una de la noche, el 18 de Febrero, le despertaron los crecientes dolores del pecho. Todos los remedios que parecían saludables se emplearon, mas todo fue en vano. Una vez todavía se levantó con el rostro alegre, pronunciando con voz alta y clara estas palabras: Me voy, mas tenemos un Dios que ayuda, y un Señor que salva de la muerte. Entonces volvió a echarse, cerró los ojos y juntó las manos. Justo Jonás y Coelio le preguntaron últimamente: Venerable padre, ¿queréis morir en Jesucristo y sus doctrinas que habéis predicado? Lutero contestó con un claro "Sí". Este sí fue su última palabra aquí en la tierra. El 18 de Febrero, a las tres de la madrugada, entró el valiente guerrero de Dios en la paz eterna. Cuando se extendió la noticia de su muerte, toda la ciudad se conmovió profundamente: los condes y muchos vecinos corrieron a la casa mortuoria, para ver por última vez, con mucho sentimiento y lágrimas, los restos mortales de este hombre querido. Los condes de Mansfeld desearon que fuera enterrado en Eisleben; más el elector, informado en seguida por el Dr. Jonás de la muerte de Lutero, mandó llevar el cuerpo a Wittemberg. El 19 de Febrero llevaron el féretro que contenía el cadáver del Reformador a la iglesia de San Andrés, donde Lutero había pronunciado su último sermón, y Jonás dirigió el sermón fúnebre allí a millares de oyentes que lloraban. El 20 de Febrero, a la una de la tarde, salió el féretro, bajo el doblar de las campanas y los himnos de los habitantes, por las puertas de Eisleben. Muchos vecinos de la ciudad y sus contornos acompañaron sollozando al cadáver gran parte del camino. Los condes de Mansfeld, y cuarenta y cinco de a caballo, acompañaron al soldado de Dios a su último reposo en Wittemberg. En todas las aldeas por donde pasaba la comitiva fúnebre doblaron las campanas. La gente se lamentaba y lloraba. Ante las puertas de Halle, el Ayuntamiento, los colegios y el clero recibieron el féretro y le acompañaron a la catedral, donde la gente, con voz quebrantada, entonó el salmo: De los profundos clamo a ti, Señor. Durante la noche estuvo allá el féretro guardado por los ciudadanos. El 22 de Febrero llegaron los condes con el cadáver ante Wittemberg. Los miembros de la Universidad y del Consejo, la vecindad y un gran número de forasteros recibieron aquí a la comitiva fúnebre, y la acompañaron a la Capilla de Palacio, donde debía enterrarse. Bugenhagen pronunció la oración fúnebre ante muchos miles sobre el texto: Tampoco, hermanos, queremos que ignoréis de los que duermen, etcétera (1.8 Tes. 4.13, 14.) Habló con tanta emoción, que a menudo tuvo que detenerse por causa de las lágrimas, y todos los oyentes lloraban con él. Después de haber pronunciado también Melanchton, en representación de la Universidad, a su amigo difunto una oración latina, depositaron los restos del gran hombre en el sepulcro abierto al lado de su púlpito. El 1817, el rey de Prusia Federico Guillermo III, levantó un monumento al Reformador en la plaza de Wittemberg, en prueba de veneración y gratitud. Este monumento de bronce debe dar testimonio a las generaciones venideras de los grandes méritos de aquel varón de Dios para la Iglesia de Cristo. Mas los monumentos de bronce y piedra son roídos por el tiempo. La obra de Lutero permanecerá mientras dure el mundo, porque La Palabra de Dios es la doctrina de Lutero. Por eso no perecerá jamás.
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