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Historia del Antiguo Testamento presenta un análisis literaria que reconoce que el Antiguo Testamento mismo manifiesta ser más que el relato histórico de la nación judía. Tanto para judíos como para cristianos, es la Historia Sagrada que descubre la Revelación que Dios hace de Sí mismo al hombre y en él se registra no solo lo que Dios ha hecho en el pasado, sino también el plan divino para el futuro de la humanidad.

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Capítulo XXIV

Después del exilio

Tras de que las esperanzas nacionalistas de Judá fueron perdidas y que­daron reducidas a polvo, con la quema de Jerusalén en el 586, el profeta Jeremías acompañó un remanente de judíos a Egipto y allí concluyó su ministerio. Ezequiel, un profeta entre los exiliados de Babilonia, dedicó su mensaje a los proyectos y perspectivas de una última restauración del hogar patrio. Su ministerio profético probablemente terminó alrededor del 570 a. C. Con la vuelta de los judíos a su país nativo, Hageo y Zacarías comenza­ron a ejercitar su efectiva influencia, estimulando a los judíos en sus esfuer­zos para reconstruir el templo. Antes de que transcurriese otro siglo, Mala-quías surgió en Judá como un profeta del Señor.

Los tiempos de la reconstrucción de Jerusalén

Las predicciones escritas de Jeremías concernientes a un período de setenta años de la cautividad de los judíos, ya era conocida y estaba en cir­culación entre los exiliados en Babilonia (Jer. 25:11; 29:10; Dan. 9:1-2). Mientras que los gobernantes de Babilonia continuaron en el poder, las esperanzas de una vuelta al hogar patrio fueron escasas. Para aquellos que estaban familiarizados con el mensaje de Isaías (44:28-45:1), una nueva esperanza tuvo que haber alboreado cuando Ciro, el persa, emergió frente a los destinos políticos y militares de su país, como líder absoluto. Con su conquista de Babilonia en el 539, la profecía de Jeremías levantó un reno­vado interés entre los piadosos y los devotos (Dan. 9:1-2).

Frente a los judíos, se extendían días transcendentales. Poco después de la caída de Babilonia, Ciro firmó un pertinente decreto. Revirtiendo la política de desarraigar de su hogar a los pueblos conquistados —una práctica de los asirios y de los babilonios de casi dos siglos— Ciro favoreció al pue­blo judío y a otros pueblos cautivos con una proclamación en que se les permitía volver a su tierra natal. Aproximadamente, cincuenta mil judíos se reunieron en el largo viaje desde Babilonia a Jerusalén, para restaurar sus destinos nacionales bajo la jefatura de hombres tales como Zorobabel y Josué (Esdras 1-3).

Los judíos volvieron llenos de optimismo y comenzaron la tremenda ta­rea de reconstruir su país. Erigieron un altar y restituyeron el culto en Jeru­salén, de acuerdo con la ley de Moisés. Con renovado entusiasmo, volvieron a celebrar las fiestas y las ofrendas prescritas. Valientemente, emprendie­ron la reconstrucción del templo en el segundo año después de la vuelta del exilio. Mientras muchos gritaban de alegría, otros lloraron mientras re­flexionaban en la bellísima estructura salomónica, que había sido reducida a un montón, de ruinas por los ejércitos de Babilonia cinco décadas antes.

El optimismo pronto dio paso al desaliento. Rehusando la ayuda de la población mezclada en la provincia de Samaria, los judíos se convirtieron en víctimas del odio. Tan hostiles fueron los vecinos del norte que el proyecto de la construcción fue completamente abandonado por casi dieciocho años.

No fue sino hasta el segundo año del reinado de Darío (520 a. C.), cuando los judíos estuvieron en condiciones de renovar sus esfuerzos. En aquel tiempo, los profetas Hageo y Zacarías insuflaron el celo y el patrio­tismo de una nueva generación. Menos de un mes tras de que Hageo hiciese su apariencia en público, el pueblo reemprendió el programa de reconstruc­ción. Su incentivo aumentó, cuando unas semanas más tarde, Zacarías se unió a Hageo en mensajes de reproche, aliento y seguridad. Zorobabel y Jo­sué dieron a su pueblo una valiente jefatura en el noble esfuerzo, a despecho de la oposición de Tatnai (Esdras 4-6). Cuando el último apeló al rey persa, Darío hizo una investigación y emitió un edicto favorable para los judíos. En el término de cinco años, el pueblo de Judá vio cumplidas sus esperanzas en la reedificación del nuevo templo.

Hageo y Zacarías apenas si se mencionan en el libro de Esdras (5:1-2 y 6:14) como profetas que ayudaron a Zorobabel y Josué. La efectividad de su ministerio y el impacto que causaron sobre el pueblo de Judá, se aprecia más claramente en sus escritos.

Hageo —promotor del programa de construcción —Hageo 1:1-2:23

Se conoce poco respecto a Hageo, más allá de su identificación corno profeta. Muy probablemente nació en Babilonia y retornó con la migración a Jerusalén en los años 539-538 a. C. Su tarea específica fue inducir a los judíos a renovar su trabajo en el templo.

Comenzando a últimos de agosto del 520 a. C. Hageo emitió cuatro mensajes al pueblo, antes de que terminase dicho año. La brevedad de su libro puede indicar que él registró solamente sus mensajes orales. La siguien­te perspectiva del libro está basada en cuatro oráculos:

I. Amonestación y respuesta del pueblo Hageo 1:1-15

II. La mayor gloria del nuevo templo 2:1-9

III. La seguridad de las bendiciones 2:10-19

IV. Un mensaje personal 2:20-23

La segunda década, desde que se añadió la primera piedra al templo, transcurrió rápidamente. El entusiasmo religioso expresado cuando se echa­ron los cimientos había sido decisivamente sofocado por los hostiles samaritanos. Mientras tanto, el pueblo se había dedicado a la construcción de sus propios hogares.

Hageo dirigió sus primeras palabras a Zorobabel, el gobernador, y a Josué, el sumo sacerdote. Valientemente, declaró que no era justo que el pueblo demorase la construcción del templo. Volviéndose al laicado, les recordó que el Señor de los ejércitos era la fuente y posesor de todas las bendiciones materiales. En lugar de dedicar sus esfuerzos al santo proyecto, se habían dedicado a construir sus propios hogares. Por tanto, la sequía y las malas cosechas habían sido su premio (1:1-11).

Hasta entonces, ningún profeta había gozado de tan rápidos resultados en Judá. El pueblo respondió entusiásticamente a la exhortación de Hageo. Veinticinco días después tuvo la satisfacción de ver renovada la actividad en la construcción (1:12-15).

La construcción del nuevo templo continuó a pasos agigantados por casi un mes antes de que Hageo entregase un nuevo mensaje. La ocasión se pro­dujo el último día de la Fiesta de los Tabernáculos. Hasta allí, sólo habíase dado una cosecha escasa y por ello la celebración fue notablemente mediocre en comparación con las elaboradas festividades en el atrio del templo en los tiempos pre-exflicos. Probablemente, debían quedar todavía unos pocos entre los ancianos que habían visto el anterior templo —menos en número, sin embargo, que en el 538 a. C., cuando la nueva fundación había sido asen­tada. Comparando lo que se hacía con la gloria de la estructura salomónica, se volvieron pesimistas y descorazonados. El trabajo se retardaba conforme el espíritu del desaliento comenzó a penetrar en la totalidad del grupo.

El oportuno mensaje de Hageo salvó la situación. Amonestando a los judíos a renovar sus esfuerzos, el profeta les aseguró que Dios, a través de su Espíritu, estaba entre ellos. Por añadidura, les llegó la palabra pro­cedente del Señor de los ejércitos: Dios sacudiría a las naciones, el Señor haría que la gloria de aquel templo excediese a la del primero, y el Todo­poderoso suministraría la paz y la prosperidad en aquel lugar. Aunque la promesa era inequívoca y específica, el tiempo de su cumplimiento está velado en las ambiguas palabras "dentro de poco". Para la generación de Hageo, esta promesa fue una fuente de aliento en su inmediata tarea.

Tras dos meses de rápido progreso en el programa de la construcción, Hageo recibió otro mensaje de Dios. El pueblo había experimentado años de escasez en el período en que había descuidado la construcción del templo, pero entonces que habían recomenzado los trabajos, Dios les bendeciría abundantemente. Aunque la semilla no había sido segada, ellos marcaron aquel día como el principio de bendiciones materiales mucho mayores. Me­jores cosechas vendrían para su disfrute inmediatamente.

El mismo día tuvo un mensaje personal para Zorobabel. Como descen­diente del linaje real y como gobernador de Judá, él representaba al trono de David. En aquel día, cuando Dios haga estremecer los cielos y la tierra, derribe los tronos, y destruya la fuerza de las naciones paganas, el Señor de los ejército., hará un sello para Zorobabel. Puesto que tales acontecimientos no ocurrieron en los tiempos de Zorobabel, la promesa dirigida a él lo fue como a un representante de la línea hereditaria del trono de David, la cual aguarda su cumplimiento. La declaración, estableciendo que él estaba ele­gido por el Señor de los ejércitos, proporcionó el valor necesario para la efec­tiva jefatura en un tiempo en que los gobernadores persas en aquella zona, amenazaban con detener la construcción en Jerusalén.

Zacarías —Israel en un mundo en el ocaso —Zacarías 1:1 - 14:21

Jerusalén bullía con actividad y movimiento, cuando Zacarías anunció sus declaraciones apocalípticas. En los días de vacilación que siguieron a Hageo en su segundo mensaje, Zacarías recibió ulterior inspiración para los bandos en lucha de los judíos. Con toda probabilidad, pertenecía al linaje sacerdotal de Iddo, que había retornado a Palestina (Neh. 12:1,4,16). Si él es el sacerdote citado en Neh. 12:16, era todavía un hombre joven en el 520 a. C. cuando comenzó su ministerio.

Los mensajes de Zacarías en 1-8 están definitivamente relacionados con la época de la reconstrucción del templo. El resto de este libro puede ser razonablemente fechado en los últimos años de su vida y subsiguientes a la dedicación del templo. Obsérvese el siguiente análisis del libro de Zacarías:

I. La llamada al arrepentimiento Zacarías 1:1-6

II. Las visiones nocturnas 1:7-6:8

III. La coronación de Josué 6:9-15

IV. El problema del ayuno 7:1-8:23

V. El pastor rey 9:1-11:17

VI. El gobernante universal 12:1-14:21

Las palabras de apertura de Zacarías siguen en pos del mensaje de aliento de Hageo en la Fiesta de los Tabernáculos. Citando la desobedien­cia de sus antepasados por vía de advertencia, Zacarías apoya el esfuerzo de su colega para activar a los judíos. Sólo un genuino cambio de corazón evocará el favor de Dios (1:1-6).

El segundo oráculo de Zacarías le llega en una secuencia de visiones nocturnas. En rápida sucesión, se aprecian descritas mediante el pro­feta, los acontecimientos corrientes y los problemas con que se encara su pueblo. Con cada aspecto de esta revelación, llegan las provisiones de Dios para su estímulo. Aunque cada visión merece un estudio especial con respecto a su significación para el futuro, el efecto de conjunto del panora­ma era vitalmente significativo para el auditorio de Zacarías en su noble lucha durante aquellos meses llenos de ansiedad.

Cuatro jinetes aparecen en la escena del comienzo. Volviendo de una patrulla de rigor, informan que todo está en calma. En respuesta a una pregunta que concierne al hado de Jerusalén, el Señor de los ejércitos anuncia que Sión será confortado en la restauración del templo de Jerusalén (1:7-17).

Cuatro cuernos y cuatro carpinteros son presentados entonces al profeta. La destrucción de los primeros por los últimos representa la ruina de las naciones responsables de la dispersión de Judá, Israel y Jerusalén (1:18-21).

Un medidor aparece a la vista de Zacarías. Tan populosa y próspera habrá quedado Jerusalén que será necesario ensancharla más allá de las murallas. Cuando el Señor aparezca como la gloria de esta ciudad, El será también como una muralla de fuego protector. Reuniendo a Israel, el Señor aterrorizará a las naciones de tal forma que se conviertan en un despojo para el pueblo que una vez fue tomado en cautiverio. Judá será de nuevo herencia de Dios cuando el Todopoderoso elija, una vez más, a Jerusalén como su lugar de morada (2:1-13).

En otra visión todavía, Zacarías ve a Josué vestido con ropas sucias. Satanás, el acusador del sumo sacerdote de Israel, es reprochado por Dios que ha elegido a Jerusalén. Josué es vestido en seguida con los debidos ornamentos. Condicionado por su obediencia, Josué recibe la seguridad de que entonces puede representar aceptablemente a su pueblo ante Dios. La pro­mesa para el futuro está investida en el siervo identificado como el "Renuevo". En un solo día el Señor de los ejércitos borrará todas las culpas de la tierra, para que vuelvan la paz y la prosperidad (3:1-10).

Especialmente digno de notarse es la visión del candelabro de oro con dos olivos. Por su importancia, Zacarías es despertado por un ángel. El re­cipiente que sirve como depósito reservorio para la lámpara, aparentemente estaba continuamente alimentado por el aceite de los dos olivos. Mediante esta visión, llega la seguridad para Zorobabel que Dios, mediante su Espíritu, cumpliría su propósito. Zorobabel había comenzado la construcción del templo y la completaría. Manteniendo la vigilia, el Señor de toda la tierra es ayudado por dos ungidos, que obviamente son Josué (3:1-10) y Zorobabel (4:1-14; Hageo 2:20-23).

Ciertamente dramática es la siguiente visión. Zacarías ve un rollo volante, fantástico de tamaño, unos 4,5 por 9 mtrs, que anuncia una maldición contra el robo y el perjurio. La maldición es enviada por el Señor para consumir toda la culpa que hay sobre la tierra (5:1-4).

Inmediatamente después, llega lo necesario para suprimir la maldad. Una mujer, que representa la iniquidad de la tierra, es llevada a Babilonia en un ánfora.

En la visión final, unos carros de guerra parten de los cuatro puntos cardinales para patrullar la tierra. De nuevo, el Señor de toda la tierra ejerce un control universal como lo hizo en la primera visión mediante los jinetes (6:1-8).

La situación en Jerusalén se aproximaba rápidamente a un estadio crítico cuando Zacarías entregó esta serie de mensajes, que le llegaron durante la noche en visiones. Habían pasado exactamente cinco meses desde la reconstrucción del templo en su comienzo, en respuesta al mensaje de Hageo. Mientras tanto Tatnai y otros oficiales persas habían llegado a Je­rusalén para investigar lo que allí ocurría, implicando que los judíos estaban rebelándose contra Persia (Esdras 5-6). Aunque no ordenan un inmediato cese de los trabajos, toman nota de todos los nombres de los jefes judíos y hacen una relación formal a Darío. No está indicado cuanto tiempo trans­currió desde el envío del mensaje al rey hasta que recibieron su respuesta. Es probable que los judíos no conociesen el veredicto del rey de Persia, cuando Zacarías comenzó sus profecías. Sin duda, habría muchos que se preguntaron por cuanto tiempo estarían en condiciones de continuar el programa constructivo emprendido. Ya habían sido detenidos una vez; podría ocurrir de nuevo. El problema de su inmediato futuro que dependía del decreto del rey persa, molestó bastante a la comunidad judía.

Durante los días de la incertidumbre, el profeta tuvo un mensaje alen­tador. Mediante aquella serie de visiones nocturnas, le llegó la seguridad de que Dios, que vigila sobre toda la tierra, había prometido la restauración de Jerusalén. Las naciones, a cuyas manos los israelitas habían sufrido tanto, iban a ser destruidas, como los cuatro carpinteros destruyeron los cuatro cuernos. La paz y la plenitud estaban aseguradas en la promesa de la expan­sión de Jerusalén fuera de sus murallas. Puesto que la muralla de la ciudad proporcionaba seguridad contra el enemigo en los tiempos del Antiguo Tes­tamento, el pacífico lugar más allá de las murallas implicaba libertad de ser atacado. En la visión de Josué se hizo provisión para una adecuada intercesión a favor de Israel. Inmediatamente después se le dio la seguridad de que Zorobabel sería revestido de poder por el Espíritu de Dios para comple­tar la construcción del templo. A pesar de la maldición aplicada a los mal­vados y pecadores, la iniquidad estaba siendo realmente suprimida de la tierra. En conclusión, la patrulla de carros bajo el mando del Señor de la tierra, llevaría la tranquilidad a los reconstructores del templo. A todos aquellos que fueron receptores del mensaje del profeta y ejercitaron su fe en Dios, aquella oportuna palabra tuvo que haberles proporcionado un ver­dadero aliento, en momentos en que tanta ansiedad existía mientras se recibía el veredicto de Darío.

Extraordinaria y predictiva fue la acción simbólica del profeta (6:9-15). Con una corona de oro y plata y acompañado por tres judíos de Babilonia, Zacarías coronó a Josué como sumo sacerdote. Muy significativo también fue la elección de Josué, para significar el Renuevo que construiría el templo cuando las naciones desde lejos, le prestarían su apoyo a ayuda. La gloria, el honor y la paz acompañan a este gobernante en su combinación, única de realeza y sacerdocio. Estas dignidades estaban separadas en Judá incluso en los días de Zacarías.

La corona simbólica era para estar colocada en el templo como monu­mento conmemorativo. El mensaje del profeta sería certificado por la in­mediata ayuda que iban a recibir (6:15).

Tampoco se indica con, qué prontitud les llegó la respuesta de Darío. Pero llegó con el veredicto favorable a los judíos. Darío, el rey persa, no solamente anuló el intento de Tatnai y sus colegas de gobierno para detener la construcción, sino que ordenó que ellos ayudasen a los judíos con sumi­nistros materiales y con tributos y ayuda económica (Esdras 6:6-15).

Dos años transcurrieron, en el programa de construcción. Una delegación de Betel llega a Jerusalén con una consulta referente al ayuno. Zacarías les recuerda que la ira de Dios había caído sobre Jerusalén a causa de que sus antepasados no obedecieron la ley ni escucharon a los profetas, quienes les habían advertido (7:4-14). El Señor de los ejércitos es celoso por Sión y restaurará Jerusalén. Los que queden serán reunidos desde el este y desde el oeste de tal forma que una ligazón satisfactoria y de dependencia mutua será forjada entre Dios y su pueblo (8:1-8).

La inmediata aplicación a su auditorio es dada en 8:9-19. La admonición de Zacarías es que se redoblen los esfuerzos en el programa de reconstrucción. Dios hizo a Israel un objeto de burla entre las naciones, pero ahora se ha propuesto hacer el bien para su propio pueblo. Permitirá que la verdad, la justicia y la paz prevalezcan entre ellos. Permitirá también que el ayuno se torne en, días de alegría. Cuando Dios es reconocido en Jerusalén, el pueblo ambicionará el favor divino. Los judíos serán buscados por las naciones porque reconocerán que Dios está con su pueblo (8:20-23).

No se da la fecha para la última parte del libro de Zacarías. Puesto que no se dan referencias al proyecto de la reconstrucción, es verosímil que este mensaje fuese dado tras la dedicación del templo. Presumiblemente esto representa en, mensaje de Zacarías durante un período posterior de su carrera profética.

Mientras que las naciones circundantes están sujetas a la ira de Dios (9:1-8), Jerusalén tiene proyectos de contar con un rey triunfante (9:9-10). Aunque humilde y sencillo en apariencia, el rey es justo y llevará la salvación. En, su universal dominio, hablará de paz a todas las naciones.

En nombre de Jerusalén, el Señor de los ejércitos ejercitará su poder protector contra el enemigo (9:11-17). El salvará a los suyos, ya que son el rebaño de su pueblo. Como una oveja sin pastor, los israelitas están des­perdigados, pero Dios les rescatará. Castigando a los falsos profetas y pasto­res, Dios reunirá su rebaño, Efraín junto con Judá. Ellos vendrán desde todas las naciones, incluso desde tierras distantes, mientras que el orgullo de los paganos caerá por tierra (10:1-12).

Los pastores infieles de Israel están a punto de ser consumidos en un terrible juicio (11:1-3). Mediante un segundo acto simbólico, Zacarías es invitado a convertirse en el pastor de Israel (11:4-7). En un sentido, el profeta está actuando con la capacidad del Señor de los ejércitos, quien es el verdadero pastor de Israel. Mientras que él asume este papel, Dios des­cribe la terrible suerte que aguarda a Israel en manos de los falsos pastores. Israel está condenada. En vano, el pastor intenta salvar a su rebaño, pero és­te le detesta. Patético también el sino del rebaño entre los traficantes de ove­jas cuyos pastores no se cuidan de ellas. De igual manera, Dios expondrá a Israel a sufrir entre las naciones, a causa de haber rechazado a su verdadero pastor.

Aunque abandonada a las naciones para el juicio, Israel tiene un lugar en los planes de Dios. El día llegará en que Israel se convertirá en una piedra onerosa para las naciones. Sión se sentirá reforzada y Judá emergerá con. la victoria sobre todas las naciones que han ido contra ella (12:1-9).

En este día de victoria, los israelitas se tornarán en un espíritu de gracia y de súplica a Aquel que una vez rechazaron (12:10-14). El pueblo de Jerusalén tendrá y se servirá de una fuente para limpiarse del pecado y la suciedad. No sólo el pueblo, sino que también la tierra será limpiada. Los ídolos serán barridos de la memoria y los falsos profetas relegados al olvido (13:1-6).

El sufrimiento y la pena del verdadero pastor tendrán como resultado la dispersión de las ovejas. Aunque perecerán dos tercios del pueblo, el re­manente sobrevivirá a los fuegos purificadores. Esos tornarán a Dios y reconocerán que es el Señor (13:7-9).

En el día del Señor, todas las naciones serán reunidas en Jerusalén para la batalla. Desde el monte de los Olivos, el Señor resistirá a los enemigos y se convertirá en el rey de toda la tierra. Jerusalén con un suministro de agua sobrenatural, quedará establecida con seguridad. La oposición presa del pánico se desintegrará de tal forma que la riqueza de todas las naciones será recogida sin interferencia. Todos los supervivientes irán a Jerusalén a adorar al Rey, el Señor de los ejércitos, y a guardar la Fiesta de los Tabernáculos. Con Jerusalén establecida como el punto focal de todas las naciones, el culto a Dios será purgado de toda impureza en forma tal, que toda la vida pueda redundar en su magnificación.

Malaquías —el aviso profetice final —Malaquías 1:1 - 4:6

La única mención del nombre "Malaquías" está en el primer versículo de este libro. Puesto que Malaquías significa "mi mensajero" la Septuaginta lo considera como un nombre común. El hecho de que todos los otros libros en este grupo están asociados con los nombres de los profetas, favorece el reconocimiento de Malaquías como su nombre propio.

Es difícil afirmar el tiempo en que se desarrolló el ministerio de Mala­quías. El segundo templo ya estaba en pie, el altar de los sacrificios en uso y los judíos y su comunidad se hallaban bajo la jurisdicción de un goberna­dor persa. Esto coloca su actitud subsiguiente a los tiempos de Hageo y Zacarías, cuando el templo había sido reconstruido. Se conoce tan poco respecto a la condición del estado de Judá desde la dedicación del templo a la llegada de Esdras, que es imposible fijar una fecha concluyente para las profecías de Malaquías. El contenido del libro ha conducido a algunos a Malaquías con los tiempos de Nehemías. Otros prefieren fecharle con an­terioridad a la estancia de Esdras en Jerusalén, aproximadamente en el 460 a. C.

Malaquías tiene la distinción de ser el último de los profetas hebreos. Llega como un mensajero final para advertir a una generación apóstata. Con vigorosa claridad, perfila la vida y la esperanza final del justo en contraste con la maldición que aguarda a los malvados. Su mensaje entra en las siguien­tes subdivisiones:

I. Israel como nación favorecida de Dios Malaquías 1:1-5

II. La falta de respeto de Israel hacia Dios 1:6-14

III. Reproche a los sacerdotes infieles 2:1-9

IV. La Judá infiel 2:10-16

V. Requerimientos de Dios 2:17-3:15

VI. El destino final de los justos y los malvados 3:16-4:6

La peculiar relación de Israel con Dios es el tema introductorio del mensaje de Malaquías. El Señor de los ejércitos ha elegido a Jacob. Edom, que desciende de Esaú, el hermano gemelo de Jacob, no volverá a estar en condiciones de afirmarse sobre Israel. El dominio del Señor se extenderá más allá de las fronteras de Israel para incluir a la sojuzgada tierra de Edom (1:2-5).

Pero Israel ha deshonrado a Dios. Al ofrecerle animales impuros o robados en sacrificio, el pueblo demuestra su falta de respeto hacia Dios. Ellos no se atreverían a tratar a su gobernador en esa forma. El nombre de Dios es reverenciado entre las naciones, pero no en Israel. El no será tratado de esta manera por su pueblo elegido. El fraude garantiza la maldi­ción divina (1:6-14).

Los sacerdotes son retirados para su retribución. Dios ha hecho una alianza con la tribu de Leví de tal forma que mediante ellos, el conocimiento y la instrucción pueden ser impartidas al pueblo. Por infidelidad en su res­ponsabilidad, llegarán a ser despreciados por el pueblo a quien ellos conducen (2:1-9).

El pueblo de Judá ha profanado el santuario, por los matrimonios mix­tos con gentes paganas. Las esposas extranjeras han introducido la idolatría. Igualmente cargados con el divorcio, el pueblo no puede ganar la aceptación de sus ofrendas ante el Señor de los ejércitos (2:10-16).

Después de todo esto, Malaquías recuerda bruscamente a su auditorio que han enfadado a Dios por su fracaso en buscar los caminos justos. Dios está a punto de enviar a su mensajero a su templo para juzgar, purificar, y refinar a su pueblo. Los cargos contra ellos son: brujería, adulterio, falsos juramentos, el fallo en entregar los diezmos, y la injusticia social hacia los asalariados, las viudas, los huérfanos y extranjeros. Por su conducta, ellos han menospreciado la sabiduría de servir a Dios fielmente (2:17-3:15).

Dios es conocedor de aquellos que le temen, ellos son su especial pose­sión. Registrados en el libro del recuerdo, los justos están designados para la salvación en el día de la ira de Dios. Aquellos que han sido presuntuosos y han promovido la maldad, perecerán como el rastrojo en un campo en llamas tras la cosecha. El temor de Dios, por otra parte, se acrecentará (3:16-4:3).

En conclusión, Malaquías exhorta a su propia generación para que obedezca la ley de Moisés (4:4-6). Con el terrible día del Señor pendiente, el profeta les recuerda que el juicio será precedido por un período de mi­sericordia aligerado con la llegada de Elías. Predictivo en importancia, el nombre "Elías" sugiere un tiempo de resurgimiento mediante un individuo enviado por Dios. Tal persona, ya ha sido prometida (3:1). Cuatro siglos más tarde, este mensajero fue identificado (Mat. 11:10,14).

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz

 
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