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  19. Jeremías

Historia del Antiguo Testamento presenta un análisis literaria que reconoce que el Antiguo Testamento mismo manifiesta ser más que el relato histórico de la nación judía. Tanto para judíos como para cristianos, es la Historia Sagrada que descubre la Revelación que Dios hace de Sí mismo al hombre y en él se registra no solo lo que Dios ha hecho en el pasado, sino también el plan divino para el futuro de la humanidad.

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Capítulo XIX

Jeremías—un hombre de fortaleza

Vivir con Jeremías, es comprender a su pueblo, su mensaje, y sus problemas. El tiene mucho que decir a su propia generación conforme les ad­vierte de la condenación que se cierne sobre ella. Pero comparado con Isaías dedica relativamente poco espacio a las futuras esperanzas de restauración. El juicio es inminente en este tiempo, especialmente tras la muerte de Josías. Se concentra en los problemas corrientes en un esfuerzo para hacer volver hacia Dios a su generación. Un hombre con un vital mensaje durante los últimos cuarenta años de la existencia nacional de Judá como reino, Jeremías relata más de sus experiencias personales, que lo que hace cualquier otro profeta en tiempos del Antiguo Testamento.

Un ministerio de cuarenta años

Por el tiempo en que Manases anunció el nacimiento del príncipe here­dero de la corona, Josías, el nacimiento de Jeremías en Anatot seguramente recibió poca atención. Habiendo crecido en este poblado a sólo cinco kiló­metros al nordeste de la capital, Jeremías se hizo versado en las gentes co­rrientes que circulaban por toda Jerusalén.

Josías llegó al trono a la edad de ocho años, cuando Amón fue muerto (640 a. C.). Ocho años más tarde, se hizo evidente que el rey de dieciseis saos ya estaba preocupado con la obediencia hacia Dios. Tras cuatro años más, Josías tomó medidas positivas para purgar a su nación de la idolatría. Santuarios y altares de dioses extraños fueron destruidos en Jerusalén y otras ciudades desde Simeón, al sur de la capital, hasta Neftalí, en el norte. Durante sus primeros años, Jeremías tuvo que haber oído frecuentes dis­cusiones en su hogar respecto a la devoción religiosa del nuevo rey.

Durante el período de esta reforma a escala nacional Jeremías fue lla­mado al ministerio profetice, alrededor del 627 a. C. Donde estaba o cuan­do lo recibió, no se halla registrado en el capítulo 1. Por contraste con la majestuosa visión de Isaías o la elaborada revelación de Ezequiel, la llamada de Jeremías es única en su simplicidad. No obstante, él se vio definitivamente llamado por la divina Potestad para ser un. profeta. En dos simples visiones, esta llamada fue confirmada. La vara de almendro significa la certidumbre del cumplimiento de la palabra profética, mientras que la olla hirviente indica la naturaleza de su mensaje. Conforme se hizo consciente de que en­contraría mucha oposición, también recibió la divina seguridad de que Dios le fortificaría y le haría capaz de soportar los ataques y que le liberaría en tiempos de dificultades.

Poco es lo que se indica en los registros escriturísticos que conciernan a las actividades de Jeremías durante los primeros dieciocho años de su ministerio (627-609). Tanto si participó o no en las reformas de Josías pú­blicamente, que comenzaron en el 628 y culminaron con la observancia de la pascua en el 622, no está registrado por los historiadores contemporáneos ni por el propio profeta. Cuando fue descubierto en el templo "El libro de la ley", era la profetisa Huida y no Jeremías quien explicaba su contenido al rey. Sin embargo, la simple declaración de que Jeremías lloró la muerte de Josías en el 609 (II Crón. 35:25) y el común religioso de ambos, tanto el profeta como el rey, garantizan la conclusión de que él apoyó activamente la reforma de Josías.

Es difícil de determinar cuantos mensajes de Jeremías registrados en su libro, reflejan los tiempos de Josías. El cargo de que Israel era apóstata (2:6) está generalmente fechado en los primeros años de su ministerio. Incluso aunque el renacimiento nacional no había llegado a la masa, es muy verosímil que una abierta oposición a Jeremías, se sucediera en su mínima expresión en los tiempos de Josías y su reinado.

Aunque el problema nacional de la interferencia asiría había disminuido, de forma que Judá gozaba de una considerable independencia bajo Josías, los acontecimientos internacionales en la zona Tigris-Eufrates llegaron hasta Jerusalén y se observaron con el mayor interés. Indudablemente, cualquier temor de que el resurgir del poder babilonio en el este hubiera tenido serias implicaciones para Jerusalén, estaba atemperado por el optimismo de la reforma de Josías. Las noticias de la caída de Nínive en, el 612, seguramente fue muy bien recibida en Judá como la seguridad de no sufrir más interferencias por parte de Asiría. El temor de la reavivación del poder asirio, hizo que Josías se aprestara con prontitud a bloquear a los egipcios en Meguido (609 a. C.), evitando una ayuda de los asirios que se estaban reti­rando ante el avance de las fuerzas de Babilonia.

La súbita muerte de Josías fue crucial para Judá, al igual que para Je­remías personalmente. Mientras que el profeta lamentaba la pérdida de su piadoso rey, su nación estaba arrojada a un torbellino de conflictos internacionales. Joacaz no reinó sino tres meses antes de que Necao de Egipto, le tomara prisionero y colocase a Joacim sobre el trono de David en Jerusalén. No solamente hizo este súbito cambio de los acontecimientos que Jeremías se quedase sin el apoyo político piadoso de su pueblo, sino que incluso quedó abandonado a las fechorías de los jefes apostatas que gozaban del favor de Joacim.

Los años 609-586 fueron los más difíciles, sin paralelo en todo el An­tiguo Testamento. Políticamente, el sol se ponía para la existencia nacional de Judá, mientras que toda serie de conflictos internacionales arrojaban sus sombras de extinción, que por último, dejaron a Jerusalén reducido a ruinas. En cuestiones religiosas, la mayor parte de los viejos malvados eliminados por Josías, retomaron bajo el gobierno de Joacaz. Los ídolos cananeos, egip­cios y asirios fueron abiertamente instaurados, tras el funeral de Josías. Jeremías, sin temor y persistentemente, advertía a su pueblo del desastre que se avecinaba. Puesto que ministraba a una nación apóstata con un go­bierno impío, estaba sujeto a la persecución de sus mismos conciudadanos. Una muerte por el martirio, indudablemente habría sido un alivio compara­do con el constante sufrimiento y la angustia que soportaba Jeremías, mien­tras continuaba su ministerio entre un pueblo cuya vida nacional se hallaba en el proceso de desintegración. En lugar de obedecer al mensaje de Dios, entregado por el profeta, perseguían al mensajero.

Crisis tras crisis llevaron a Judá a una más próxima destrucción mien­tras que las advertencias de Jeremías continuaban ignoradas. El año 605 a. C., marcó el comienzo del cautiverio de Babilonia para algunos de los ciudadanos de Jerusalén, mientras que Joacim solicitaba una alianza con los invasores babilonios. En la lucha de Egipto y Babilonia durante el resto de su reinado, Joacim cometió el fatal error de rebelarse contra Nabucodo-nosor, precipitando la crisis del 598-7. No solamente la muerte acabó brus­camente con el reinado de Joacim, sino que su hijo Joaquín y aproximada­mente diez mil ciudadanos destacados de Jerusalén fueron llevados al exilio. Esto dejó a la ciudad con una débil semblanza de existencia nacional, mien­tras que las clases remanentes más pobres, controlaban el gobierno bajo el mando del rey marioneta Sedequías.

La lucha política y religiosa continuó por otra década conforme las es­peranzas nacionales de Judá iban esfumándose. A veces, Sedequías se preo­cupaba respecto al consejo de Jeremías; pero con más frecuencia cedía a la presión del grupo pro-egipcio en Jerusalén que favorecía la rebelión contra Nabucodonosor. En consecuencia, Jeremías sufría con su pueblo mientras que aguantaban el asedio final de Jerusalén. Con sus propios ojos, el fiel profeta vio el cumplimiento de las predicciones que los profetas ante-nores a él habían pregonado tan frecuentemente. Tras cuarenta años de Pacientes advertencias y avisos, Jeremías fue testigo del horrible resultado: Jerusalén fue reducido a un humeante montón de ruinas y el templo destrui­do por completo.

Jeremías se encaró con mayor oposición y encontró más enemigos que cualquier otro profeta del Antiguo Testamento. Sufrió constantemente por el mensaje que proclamaba. Cuando rompió el cacharro de arcilla ante la pública asamblea de los sacerdotes y los ancianos en el valle de Hinom, fue arrestado en el atrio del templo. Pasur, el sacerdote, le golpeó y lo puso amarrado a las vallas durante toda la noche (19-20). En otra ocasión, pro­clamó en el atrio del templo que el santuario sería destruido. Los sacerdotes y los profetas se levantaron contra él en masa y pidieron su ejecución. Mientras Ahicam y otros príncipes se unieron en la defensa de Jeremías, salvando su vida, Joacim derramó la sangre de Urías, otro profeta que había proclamado el mismo mensaje (26).

Un encuentro personal con un falso profeta llega en la persona de Hananías (28). Jeremías aparece públicamente describiendo el cautiverio de Babilonia, llevando un yugo de madera. Hananías se lo quitó, lo rom­pió y niega el mensaje. Tras una breve reclusión, Jeremías aparece una vez más como portavoz de Dios. De acuerdo con su predicción, Hananías muere antes de que se acabase aquel año.

Otros falsos profetas se mostraron activos en Jerusalén, lo mismo que entre los cautivos en Babilonia, oponiéndose a Jeremías y a su mensaje (29). Entre estos, están Acab y Sedequías, quienes excitan a los cautivos a contrarrestar el aviso de Jeremías de que tendrían que permanecer 75 años en cautiverio. Semaías, uno de los cautivos, incluso escribió a Jerusalén para incitar a Sofonías y a sus sacerdotes colegas a enfrentarse con Jeremías y a meterle en prisión. Otros pasajes reflejan la oposición procedente de otros profetas cuyos nombres no se citan.

Incluso la gente de la misma ciudad se levanta contra Jeremías. Esto queda reflejado en las breves referencias de 11:21-23. Los ciudadanos de Anatot amenazaron con matarle si no cesaba de profetizar en el nombre del Señor.

Sus enemigos se encontraban igualmente entre los gobernantes. Bien re­cordado entre las experiencias de Jeremías, es su encuentro con Joacim. Un día, Jeremías envió a su escriba Baruc al templo a leer públicamente el mensaje de juicio, del Señor, con la admonición de arrepentirse. Alarmados, algunos de los jefes políticos informaron de aquello a Joacim; aunque avi­saron a Jeremías y a Baruc de que se escondiesen. Cuando el rollo fue leído ante Joacim, éste despreció y desafió el mensaje, quemando el rollo en el brasero y ordenando en vano el arresto del profeta y su escriba.

Jeremías sufrió las consecuencias de una vacilante política bajo el go­bierno débil de Sedequías. Esto llegó a hacerse especialmente crucial para el profeta, durante los años finales del reinado de Sedequías. Cuando el asedio de los babilonios fue levantado temporalmente, Jeremías fue arres­tado a su salida de Jerusalén, con el cargo de simpatía hacia Babilonia y fue golpeado y encarcelado. Cuando terminó el asedio, Sedequías buscó el con­sejo del profeta. En respuesta a la repulsa de Jeremías, el rey le condenó a estar preso en el patio de guardia. Bajo presión, Sedequías de nuevo aban­donó al profeta a la merced de sus colegas políticos, quienes arrojaron al profeta en una cisterna donde le dejaron que se ahogara en el cieno. Ebed-melec, un eunuco etíope, rescató a Jeremías y lo devolvió al cuerpo de guardia, donde Sedequías tuvo otra entrevista con él antes de la caída de Jerusalén.

Incluso después de la destrucción de Jerusalén, Jeremías es frustrado con frecuencia, en su intento de ayudar a su pueblo (42:1-43:7). Cuando los jefes desalentados y apatridas apelan finalmente a él para asegurar la voluntad de Dios sobre ellos, él espera en la guía del Señor. Pero cuando les informa de que deberían quedarse en Palestina con objeto de gozar de las bendiciones de Dios, el pueblo, deliberadamente, desobedece, emigra a Egipto, llevándose al anciano profeta con ellos.

Jeremías tuvo relativamente pocos amigos durante los días de Joacim y de Sedequías. El más leal y devoto fue Baruc que sirvió al profeta como secretario. Baruc registró por escrito los mensajes del profeta, y los leyó en el atrio del templo (36:6). Le sirvió también como administrador, mien­tras que Jeremías estuvo en prisión (32:9-14) y finalmente acompañó a su maestro a Egipto.

Entre los jefes de la comunidad que salvaron a Jeremías de la ejecución a las demandas de los sacerdotes y los profetas (26:16-24), estaban los príncipes conducidos por Ahicam. Durante el asedio a Jerusalén, cuando Jeremías fue abandonado a morir en el pozo, Ebedmelec demostró ser un verdadero amigo en la necesidad. Sedequías respondió con bastante interés personal para asegurar al profeta seguridad en el patio de guardia durante lo que quedó del asedio a Jerusalén.

Pasando a través de tiempos de oposición y de sufrimientos Jeremías experimentó un profundo conflicto interior. Un dolor penetrante hirió su alma al comprobar que su pueblo, endurecido de corazón, era indiferente a sus advertencias y avisos y sería sujeto a los severos juicios de Dios. Esta fue la causa de su llorar día y noche, no el sufrimiento personal que tuvo que soportar (9:1). Consecuentemente, el apelativo de "profeta llorón," para Jeremías denota fuerza y valor y la férrea voluntad de encararse con las amargas realidades del juicio que se cernía sobre su pueblo.

A lo largo de todo su ministerio, Jeremías no pudo escapar a la convic­ción, recibida de Dios, de que era Su mensajero. Fiel a la experiencia hu­mana, se hundió en las profundidades de la desesperación en tiempos de persecución, maldiciendo el día en que había nacido (20). Cuando perma­necía silencioso para evitar las consecuencias, la palabra de Dios se con­vertía en un fuego que le consumía impulsándole a continuar en su ministe­rio profético. Continuamente experimentó el divino sostén que le fue prometido en el capítulo uno. Amenazado con frecuencia y al borde de la muerte en las circunstancias de su vida, Jeremías estuvo providencialmente sostenido como un testigo viviente para Dios en los tiempos de completa decadencia para la vida nacional de Judá.

Cuánto vivió Jeremías tras sus cuarenta años de ministerio en Jerusalén, es algo desconocido. En Tafnes, la moderna Tel Defene en el delta del Nilo oriental, Jeremías pronunció su último mensaje fechado documentalmente (4S-44). Probablemente, Jeremías murió en Egipto.

El libro de Jeremías

Las divisiones del libro de Jeremías para un propósito de perspectiva, son menos aparentes que en muchos otros libros proféticos. Para un breve ^surneri de su contenido, pueden anotarse las siguientes unidades:

I. El profeta y su pueblo Jeremías 1:1-18:23

II. El profeta y los líderes 19:1-29:32

III. La promesa de la restauración 30:1-33:26

IV. Desintegración del reino      34:1-39:18

V. La emigración a Egipto 40:1-45:5

VI. Profecías concernientes a naciones y ciudades 46:1-51:64

VII. Apéndice o conclusión 52:1-34

El moderno lector de Jeremías puede sentirse confuso por el hecho de que los acontecimientos fechados y los mensajes no se hallan en orden cronológico. Existen, por lo demás, muchos pasajes que no están fechados en absoluto. Por tanto, es difícil arreglar con absoluta certidumbre el con­tenido de este libro en cronológica secuencia.

El capítulo 1, que registra la llamada a Jeremías, está fechado en el año décimo tercero de Josías (627 a. C.). Los capítulos 2-6 son generalmen­te reconocidos como el mensaje de Jeremías a su pueblo durante los prime­ros años de su ministerio (ver 3:6). En qué medida puede estar relacionado del 7 al 20 con el reino de Josías o el de Joacim, resulta verdaderamente difícil de determinar. Pasajes específicamente fechados en el reino de Joacim, son 25-26, 35-36, y 45-46. Los acontecimientos ocurridos durante el reinado de Sedequías están registrados en 21, 24, 27-29, 32-34, y 37-39. Los capí­tulos 40-44 reflejan los acontecimientos subsiguientes a la caída de Jerusalén en el 586 a. C., mientras que otros son difíciles de fechar.

I. El profeta y su pueblo 1:1-18:23

Introducción, 1:1-3

Llamada al servicio 1:4-19

Condición apóstata de Israel     2:1-6:30

La fe en los templos e ídolos condenada 7:1-10:25

La alianza sin obediencia es fútil 11:1-12:17

Dos signos del cautiverio 13:1-27

La oración intercesoria es inútil 14:1-15:21

El signo de la inminente cautividad 16:1-21

La fe en el hombre denunciada 17:1-27

Una lección, en la alfarería 18:1-23

En su ministerio, Jeremías estuvo asociado con los últimos cinco reyes de Judá. Cuando fue llamado a su ministerio profetice, Jeremías tenía aproximadamente la misma edad que Josías, unos 21 años, quien estaba gober­nando el remo desde que tenía ocho años.

Respondiendo a la divina llamada, Jeremías se dio perfecta cuenta del hecho de que Dios tenía un plan y un propósito para él, incluso antes del tiempo de su nacimiento. Estaba comisionado por Dios y divinamente forta­lecido contra el temor y la oposición. Estaba también bien equipado: el mensaje no era suyo, él era solamente el instrumento humano a quien Dios confió Su mensaje para su pueblo.

Dos visiones suplementan su llamada. El almendro es el primero en mostrar signos de vida en Palestina con la llegada de la primavera. Tan cierto como el florecer de los almendros en enero, era la seguridad de que la palabra de Dios sería mostrada. La olla hirviente indica la naturaleza del mensaje, el juicio estallaría en el norte.

En su llamada, Jeremías es claramente informado de que tendrá que dar cara a la oposición. La esencia de su mensaje es el juicio de Dios sobre la Israel apóstata. En consecuencia, tiene que esperar la oposición procedente de reyes, príncipes, sacerdotes y del laicado. Con esta sobria advertencia, le llega la seguridad del apoyo de Dios.

La condición apóstata de Israel es impresionante (2-6). Los israelitas son culpables de haber desertado de Dios, la fuente de las aguas vivas y el hontanar de todas sus bendiciones. Como substituto, Israel ha buscado y elegido dioses extraños que Jeremías compara a cisternas rotas que no pueden contener agua. El rendir culto a dioses extraños es comparable al adulterio en las relaciones materiales. Como una esposa infiel abandona a su esposo, así Israel ha abandonado a Dios. El ejemplo histórico del juicio de Dios sobre Israel en el 722 a. C., debería ser suficiente aviso. Corno un león rugiente en su cueva, Dios levanta a las naciones para que lleven el juicio sobre Judá. Israel ha despreciado la misericordia divina. El tiempo de la ira de Dios ha llegado y el mal que estalla sobre Judá es el fruto de sus propias culpas (6:19).

El auditorio de Jeremías se muestra escéptico respecto de la llegada del juicio divino (7-10). Ignora sus valientes afirmaciones de que el templo será destruido, creyendo complacientemente que Dios ha elegido su santua­rio como su lugar de permanencia y en la confianza también de que Dios no permitirá que gobernantes paganos destrocen el lugar que estuvo saturado con su gloria en los días de Salomón (II Crón. 5-7). Jeremías señala a las ruinas que hay al norte de Jerusalén como evidencia de que el tabernáculo no salvó a Silo de la destrucción en tiempos pasados. Y tampoco el templo asegurará a Jerusalén contra el día del juicio.

La obediencia es la clave para una recta relación con Dios. Por sus ma­les sociales y la idolatría, el pueblo ha hecho del templo un refugio de la­drones incluso aunque continúen haciendo los sacrificios prescritos. La religión formal y ritual no puede servir como substituto para la obediencia hacia Dios.

Jeremías se siente amargado por el dolor y el sufrimiento al ver la in­diferencia de su pueblo. Desea orar por su nación pero Dios prohibe la in­tercesión (7:16). En las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, están rindiendo culto a otros dioses. Es demasiado tarde para él, el querer inter­ceder en su nombre. Mientras tanto, el pueblo encuentra su tranquilidad en el hecho de que son los custodios de la ley (8:8), y esperan que esto les salvará de la condenación predicha. Pero al profeta se le recuerda que el terrible juicio es cosa cierta.

Sintiéndose aplastado en su propia alma, Jeremías comprueba que la cosecha ha pasado, el verano ha terminado y su pueblo no será salvado. Que­jumbrosamente demanda si es que no hay algún bálsamo en Galaad para curar a su pueblo. Y entonces, llora día y noche por ellos. Incluso aunque el juicio viene sobre la nación, Dios le da la seguridad de que el individuo que no se gloría en su poder, en sus riquezas o en su sabiduría sino que conoce y comprende al Señor en la hermosa práctica de la bondad, la jus­ticia y la rectitud en la tierra, es el que está conforme con el aviso de Dios. Dios, como rey de las naciones, tiene que ser temido (10).

De nuevo, Jeremías es comisionado para anunciar la maldición de Dios sobre el desobediente (11). La obediencia es la clave para su relación en la alianza con Dios desde el principio de su nacionalidad (Ex. 19:5). La alianza en sí misma, es inefectiva e inútil sin obediencia. Con ídolos y altares tan numerosos como las ciudades de Israel y las calles de Jerusalén, el pueblo se ha merecido el juicio. Jeremías, nuevamente, conoce la prohi­bición de que ruegue por su pueblo (11:14). Amenazado y advertido por sus propios conciudadanos en Anatot, se siente totalmente desmoralizado a medida que ve la prosperidad de la maldad. Y ora rogando siempre a Dios (12:1-4). En respuesta, Dios le requiere para que sobrepase más gran­des dificultades y le asegura que la ira de Dios que consume, está a punto de desatarse y mostrarse por todo Israel.

Dos símbolos dibujan el juicio que se cierne de Dios sobre Judá (13:1-14): Jeremías aparece en público con un nuevo cinto de lino. Con el mandato de Dios, lo lleva al Eufrates para esconderlo en la grieta de una roca. Tras un cierto tiempo, vuelve a tomar la prenda, que en, el Oriente está considerada como el ornamento más íntimo y preciado de un hombre. Está podrido y totalmente inservible. De la misma manera, Dios está pla­neando exponer a su pueblo escogido a juicio en las manos de las naciones.

Los recipientes, bien sean vasijas de arcilla o de pieles de animales, lle­nos con vino, también son simbólicos. Los reyes, profetas, sacerdotes y ciu­dadanos estarán también llenos de vino y de borrachera que la sabiduría se desvanecerá en estupefacción y desamparo en tiempos de crisis. El obvio resultado será la ruina del reino.

Conforme el profeta ve aproximarse la condenación que pende sobre Judá, comprueba que su pueblo está indiferente y sigue desobediente y rebelde (13:15-27). El ve su tristeza, expresada en amargas lágrimas, cuan­do su pueblo vaya al cautiverio. Se le recuerda que el pueblo sufrirá por sus propios pecados. Se han olvidado de Dios. Como un leopardo es incapaz de cambiar los lunares de su piel, así Israel no puede cambiar sus malvados caminos.

Una grave sequía trae el sufrimiento a su pueblo al igual que a los ani­males (14:lss.). Jeremías se encuentra profundamente conmovido. De nuevo intercede por Judá, confesando sus pecados. Una vez más, Dios le recuerda que no interceda, ya que ni con ayunos y con ofrendas, evitará el juicio que se les avecina. Jeremías apela entonces a Dios para que salve al pueblo, ya que son los falsos profetas quienes son los responsables por equivocarlo. Cuando eleva a Dios la quejumbrosa cuestión, respecto a la total repulsión de Judá, esperando que Dios escuche su ruego, recibe la más soberana réplica: incluso si Moisés y Samuel intercediesen por Judá, Dios no se enternecerá. Dios manda la espada para matar, los perros para destrozar las carnes, los pájaros y las bestias para devorar a Judá por sus pecados, porque su pueblo le ha rechazado a El, y despreciado sus bendicio­nes. Desolado y sobrecogido por la pena, Jeremías intenta una vez más to­mar la tranquilidad en la palabra de Dios, siendo asegurado de la divina restauración y fortaleza para prevalecer contra toda oposición.

El tiempo es raramente indicado en los mensajes profetices. La inmi­nencia del juicio sobre Judá, sin embargo, está más bien claramente revelada (16:1 ss.). A Jeremías se le prohibe que se case. Si lo hiciera, expondría a su esposa y a sus hijos, de tenerlos, a las terribles condiciones de la invasión, el asedio, el hambre, la conquista y el cautiverio. La condenación de Judá está próxima y cierta. Dios ha retirado su paz, porque ellos le han deste­rrado de sus corazones, servido y adorado a ídolos y rehusado el obedecer Su ley. En consecuencia, Dios enviará cazadores y pescadores para buscar a todos los que sean culpables de forma que Judá conozca Su poder. Los pecados de Judá están inscritos con una punta de diamante y son pública­mente visibles sobre los cuernos del altar de tal forma que no hay oportu­nidad de escapar a la tremenda irritación del Omnipotente. Una vez más, se perfilan los caminos de las bendiciones y de las maldiciones (17:5 ss.).

En la alfarería, Jeremías aprende la lección de que Israel al igual que otras naciones, es como la arcilla en manos del alfarero (18). Como el alfa­rero puede descartar, remoldar o acabar con una vasija fallida, así Dios puede hacer lo mismo con Israel. La aplicación, es pertinente; Dios aporta su juicio por la desobediencia. Incitado por esta advertencia, el auditorio se confabula para librarse del mensajero.

II. El profeta y los jefes 19:1-29:32

Los sacerdotes y los ancianos—Jeremías es

metido en prisión 19:1-20:18

Sedequías conferencia con Jeremías      21:1-14

Cautiverio para reyes y falsos profetas 22:1-24:10

La copa de la ira para todas las naciones 25:1-38

Ahicam salva a Jeremías del martirio 26:1-24

Falsos profetas en Jerusalén y Babilonia 27:1-29:32

En una dramática demostración ante una asamblea de ancianos y sa-erdotes en el valle de Hinom, Jeremías afirma valientemente que Jerusalén será destruida (19:1 ss.). Rompiendo una vasija de barro, muestra el des­tino que aguarda a Judá. En consecuencia, Pasur, el sacerdote, golpea a Jeremías, y le confina a estar sujeto en el cepo de la puerta de Benjamín durante la noche. En una grave, pero normal reacción, Jeremías maldice el día en que nació (20) pero al fin resuelve su conflicto, comprobando que la palabra de Dios no puede ser confinada.

La ocasión para el cambio de mensajes entre Sedequías y Jeremías (21) es el sitio de Jerusalén, que comenzó el 15 de enero del 588 a. C. Con el ejército babilónico rodeando la ciudad, el rey se preocupa respecto a los proyectos de liberación. El está familiarizado con la historia de su nación, y sabe que en tiempos pasados Dios ha derrotado milagrosamente a los ejércitos invasores (ver Is. 37-38). En respuesta a la arrogante petición de Sedequías, Jeremías predice específicamente la capitulación de Judá. Dios está luchando contra ella y hará que el enemigo llegue a la ciudad y la queme con el fuego. Sólo rindiéndose, Sedequías podrá salvar su vida.

En un mensaje general, tal vez durante el reinado de Joacim, el profeta Jeremías denuncia a los gobernantes malvados que son responsables de la injusticia y la opresión (22). Concretamente, predice que Joacaz no volverá del cautiverio egipcio, sino que morirá en aquella tierra Joacim (22:13-23), precipitando la maldición de Dios en el juicio por sus malos caminos, tendrá el enterramiento de un asno, sin que nadie lamente su muerte. Por contraste (23) Israel recibe la seguridad de que volverá a agruparse en el futuro de tal forma que el pueblo pueda gozar de la seguridad y de la rectitud bajo un gobernante davídico que será conocido por el nombre de "Jehová, justicia nuestra". En consecuencia, los sacerdotes contemporáneos y profetas son denunciados en voz alta como falsos pastores que llevan al pueblo descarriado.

Tras de que Joaquín y algunos importantes ciudadanos de Judá fueron llevados al cautiverio de Babilonia en el 597 a. C., Jeremías tiene un mensaje apropiado para el pueblo restante (24). Aparentemente tienen el orgullo del hecho de que escaparon del cautiverio y se consideran a sí mismos favo­recidos por Dios. En una visión, Jeremías ve dos cestos de higos. Los higos buenos representan a los exiliados que volverán. El pueblo que se queda en Jerusalén, será descartado como lo son los higos malos. Dios ha rechazado a su pueblo y los hará un objeto de burla y una maldición donde quiera que sean llevados y esparcidos.

En el crucial año cuarto del reinado de Joacim (605 a. C.), Jeremías de nuevo continúa con una palabra apropiada del Señor (25). Les recuerda con atención que por veintitrés años han estado ignorando sus advertencias y consejos. En consecuencia, por su desobediencia a Dios trae a su siervo Nabucodonosor a Palestina y los sujetará a un cautiverio de setenta años. Con el vaso de vino de la ira como figura, Jeremías declara a sus gentes que el juicio comenzará en Jerusalén, se extenderá a numerosas naciones de los alrededores y finalmente visitará la propia Babilonia.

Próximo al comienzo del reinado de Joacim, Jeremías se dirige al pueblo que va a rendir culto en el templo (26), advirtiéndole que Jerusalén será redu­cida a ruinas. Y cita el ejemplo histórico de la destrucción de Silo, cuyas ruinas pueden aún verse al norte de Jerusalén. Incitado por los sacerdotes y profetas, el pueblo reacciona violentamente. Se apoderan de Jeremías. Tras de que el príncipe escucha el cargo que se la hace de que merece la pena de muerte, escuchan todos la apelación del profeta. Y él les recuerda que ellos derramarán sangre inocente con su ejecución, puesto que Dios le ha enviado. Como los jefes comprueban que Ezequías en tiempos pasados no mató a Miqueas por predicar la destrucción de Jerusalén, razonan que, igual­mente, Jeremías no se merece la pena de muerte. Aunque Ahicam y los príncipes salven la vida de Jeremías, el rey impío, Joacim, es responsable del arresto y martirio de Urías que proclamó el mismo mensaje.

Uno de los actos más impresionantes de Jeremías en el terreno profetice, ocurrió en el año 594 a. C. (27). Aunque Sedequías era un vasallo de Nabucodonosor, existía una constante revuelta para una rebelión. Emisarios procedentes de Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón, se reúnen en Jerusalén para unirse a Egipto y Judá en una conspiración contra Babilonia. Ante tales representantes, aparece Jeremías llevando un yugo y anuncia que Dios ha dado todas esas tierras en manos de Nabucodonosor. Por lo tanto, es pruden­te someterse a Babilonia. Para Sedequías, tiene una palabra especial de aviso de que no escuche a los falsos profetas. Jeremías también advierte a los sacerdotes y al pueblo de que los vasos que quedan en el templo y demás ornamentos, serán llevados lejos por los conquistadores. Los delegados fo­rasteros son alertados de que no se dejen engañar por los falsos profetas. La sumisión a Nabucodonosor es la divina orden. La rebelión sólo traerá la destrucción y el exilio.

Poco después de esto, el falso profeta Hananías se opone decididamente a Jeremías. Procedente de Gabaón, Hananías anuncia en el templo que den­tro de dos años Nabucodonosor devolverá los vasos sagrados y los exiliados llevados a Babilonia en el 597. Ante todo el pueblo, toma el yugo de madera que Jeremías lleva puesto, lo reduce a pedazos y quiere demostrar así lo que el pueblo hará con el yugo de Babilonia. Jeremías va temporalmente a re­clusión, pero más tarde vuelve con un nuevo mensaje de Dios. Hananías ha roto las barras de madera del yugo, pero Dios las ha reemplazado con barras de hierro que será la servidumbre de todas las naciones. Hananías es adver­tido que por su falsa profecía morirá antes de que acabe el año. En el séptimo mes de aquel mismo año, el funeral de Hananías indudablemente fue la pública confirmación de la veracidad del mensaje de Jeremías.

Incluso los jefes que están entre los exiliados, causan a Jeremías proble­mas sin fin. Su preocupación por los cautivos de Babilonia está expresada en una carta enviada con Elasa y Gemarías.Esos prominentes ciudadanos de Jerusalén fueron enviados por Sedequías a Nabucodonosor, indudable­mente, para asegurar la lealtad de Judá, incluso mientras la rebelión está siendo planeada en Jerusalén. En su carta, Jeremías advierte a los exiliados que no crean en los falsos profetas que predicen un pronto retorno. Les re­cuerda que la cautividad durará setenta años. Incluso predice que Sedequías y Acab, dos de los falsos profetas, serán arrestados y ejecutados por Nabucodonosor.

La carta de Jeremías inicia una ulterior correspondencia (29:24-32). Semaías, uno de los cabecillas en Babilonia que está planeando un pronto retorno a Jerusalén, escribe a Sofonías el sacerdote, administrador del tem­plo. Reprende a Sofonías por no reprochar a Jeremías y le advierte que con­fine al profeta en el cepo por escribir a los exiliados. Cuando Jeremías oye aquella carta leída, denuncia a Semaías e indica que ninguno de sus descendientes participará en las bendiciones de la restauración.

III. La promesa de la restauración 30:1-33:26

El remanente es restaurado. Un nuevo pacto 30:1-31:40

La compra de propiedades por Jeremías 32:1-44

Cumplimiento del pacto davídico 33:1-26

Jeremías, específicamente, asegura a Israel su restauración. Los exiliados serán devueltos a su propia tierra para servir a Dios bajo un gobernante designado como "David su rey" (30:9). Cuando Dios destruye todas las naciones, Israel será restaurada tras un período de castigo. Dios, que ha esparcido a Israel, volverá a Sión tanto a Judá como a Israel en un nuevo pacto (31:31). En esta nueva relación, la ley será inscrita en sus corazones y todos conocerán a Dios con la seguridad de que sus pecados han sido per­donados. Tan cierto como las luminarias de los cielos están en, sus órdenes fijados, así de cierta es !a promesa de la restauración de Dios para su nación, Israel.

Las futuras esperanzas de restauración, están más realistamente impresas sobre Jeremías (32) durante el asedio de Babilonia a Jerusalén en el 587 a. C. Mientras que está confinado al cuerpo de guardia, él es divinamente instruido para que adquiera una parcela de propiedad en Anatot, procedente de su primo Hanameel. Cuando este último aparece con la oferta, Jeremías compra el campo inmediatamente. Con meticuloso cuidado, el dinero es pe­sado, el documento de la compra se hace en duplicado, es firmado y sellado con testigos. Baruc, entonces, recibe instrucciones de colocar el original y la copia en vasijas de barro para mayor seguridad.

A los testigos y a los observadores, esta transacción tuvo que haberles parecido la cosa más ridícula. ¿Quién podría ser tan iluso como para com­prar una propiedad cuando la ciudad estaba a punto de ser destruida? Más sorprendente es el hecho de que Jeremías, que por cuarenta años había predicho la capitulación del gobierno de Judá, adquiera entonces el título de propiedad de una parcela de terreno. Este acto profetice tenía una gran significación; está de acuerdo con la simple promesa de Dios de que efl aquella tierra las cosas y los campos serían nuevamente adquiridos. La in­versión de Jeremías representaba sencillamente la futura prosperidad de Judá.

Tras haber completado su transacción, Jeremías se pone en oración (32:16-25). La espada, el hambre y la peste son una terrible realidad confor­me continúa la fútil resistencia contra el asedio de Babilonia. Jeremías mis­mo está perplejo por la compra que ha hecho en un tiempo en que la mise­ricordia de Dios ha abandonado a Israel que está siendo destruida y llevada al cautiverio. El fiel profeta es advertido de que Jerusalén levantó la ira de Dios por la idolatría y la desobediencia (32:26-35). Sin embargo, Dios que los esparce, les traerá de regreso y restaurará su fortuna (32:36-44).

Mientras que la ruina nacional se aproxima rápidamente, Jeremías recibe un plan de promesa de restauración. Con una admonición de apelar a Dios, el Creador, el pueblo, mediante Jeremías, es alentado a esperar cosas des­conocidas.

En aquella tierra que está entonces en las fauces de la destrucción, sur­girá una rama justa que brotará del pueblo de David para que prevalezca de nuevo la justicia y la rectitud. El gobierno davídico y el servicio levítico serán restablecidos. Jerusalén y Judá serán una vez más la delicia de Dios. Este pacto será tan seguro como los períodos alternantes fijos del día y la noche. Conforme el gran juicio que Jeremías ha venido anunciando por cuarenta años antes, está a punto de llegar a su culminación, en la destruc­ción de Jerusalén, las promesas y las bendiciones para el futuro están vi­vidamente impresas sobre el fiel profeta.

IV. Desintegración del reino 34:1-39:18

Los jefes infieles en contraste con los recabitas 34:1-22

Aviso a los jefes y al laicado     35:1-36:32

La caída de Jerusalén    37:1-39:18

Los años más obscuros de la existencia nacional de Judá están breve­mente resumidos en esos capítulos. La destrucción de Jerusalén es el mayor de todos los juicios en la historia de Israel y en el Antiguo Testamento. Los acontecimientos registrados en 35-36, que vienen desde el reinado de Joacim, sugieren una razonable base para juicio que se convierte en realidad en los días de Sedequías.

El rey Sedequías ha sido frecuentemente advertido del juicio que se avecina. Entonces, cuando los ejércitos de Babilonia están realmente ponien­do sitio a Jerusalén (588), Sedequías conoce de una forma específica que la capital de Judá será quemada mediante el fuego. La única esperanza para el es rendirse a Nabucodonosor (34). Rehusando conformarse a la obe­diencia del aviso de Jeremías, Sedequías aparentemente busca la forma de encontrar un compromiso que lo substituya. De acuerdo con una alianza entre el rey y su pueblo, todos los hebreos esclavos son libertados en Jeru­salén. La motivación para este acto dramático, no está indicada. Tal vez 'os esclavos se hayan convertido en una responsabilidad o posiblemente, Podrían luchar en el asedio como hombres libres. Con toda certidumbre, aquello no fue motivado en su totalidad por una cuestión religiosa con el deseo de conformarse a la ley, puesto revocaron su pacto tan pronto como el sitio fue temporalmente levantado, mientras los babilonios perseguían a ios egipcios (37:5). En términos que no dejan lugar a duda, Jeremías anuncia que el temible juicio de Dios sobre Sedequías y todos los hombres que rompieron los términos del pacto se producirá inevitablemente (34:17-22). Los babilonios retornarán para quemar la ciudad de Jerusalén.

En los capítulos 35-36, están registrados los incidentes históricos del tiempo de Joacim, indicando claramente que tal actitud de religiosa indi­ferencia ha prevalecido demasiado tiempo en Judá. En una ocasión, Jeremías conduce a algunos recabitas, que habían tomado refugio en Jerusalén, mien­tras que los babilonios ocupaban la Palestina, al templo. Jeremías les ofre­ció vino, pero ellos rehusaron en obediencia al mandato de su antecesor Jonadab, que vivió en los días de Jehú, rey de Israel. Por 250 años, ellos han sido fieles a una legislación hecha por hombres, sin beber vino, sin plan­tar viñas, ni construyendo casas, sino viviendo en tiendas. Si los recabitas se conformaban a un juicio humano, ¿cuánto más debería el pueblo de Judá obedecer a Dios quien repetidamente envió a sus profetas para advertirles contra la servidumbre a los ídolos? En contraste con la maldición de Dios que estaba siendo enviada contra Jerusalén, los recabitas serían bendecidos.

Joacim, el hijo del piadoso Josías, no solo es desobediente, sino que desafía a Jeremías y a su mensaje. En el cuarto año de su reinado, Jeremías instruye a Baruc para registrar los mensajes que él ha dado previamente. Al siguiente año, mientras que el pueblo se reúne en Jerusalén para observar un ayuno, Baruc públicamente lee el mensaje de Jeremías en el atrio del templo, advirtiendo al pueblo que se aparte de sus malvados caminos. Algu­nos de los príncipes se asustan y dan cuenta al rey, que ordena que el rollo sea llevado a su presencia. Mientras Jeremías y Baruc se esconden, el rollo leído ante Joacim es destrozado en pedazos y quemado en el brasero. Aunque el rey ordena su arresto, ellos no son encontrados por ninguna parte. Al mandato de Dios, el profeta una vez más dicta su mensaje a su escriba. Esta vez, se anuncia un juicio especial pronunciado contra Joacim por haber quemado el rollo (36:27-31). Las condiciones serán tales al tiempo de su muerte, que no tendrá un enterramiento real, sino que su cuerpo será expuesto al calor del día y al frío de la noche.

Algunos de los acontecimientos ocurridos durante el sitio de Jerusalén, están registrados en 37-39. Con el fin de alcanzar claridad, el orden de los acontecimientos puede ser tabulado en la forma siguiente:

Comienza el asedio el 15 de enero del 588 39:1; 52:4

Aviso a Sedequías 34:1-7

Encuesta de Sedequías—réplica de Jeremías 21:1-14

Convenio para libertar a los esclavos 34:8-10

Se levanta temporalmente el sitio 37:5

Los esclavos reclamados—repulsa de Jeremías 34:11-22

Jeremías arrestado, golpeado y encarcelado      37:11-16

La continuación del asedio

Encuesta de Sedequías—Jeremías transferido 37:17-21

Adquisición de la propiedad por Jeremías 32:1-33:26

Jeremías lanzado a la cisterna 38:1-6

Ebed-melec rescata a Jeremías 38:7-13

Las últimas entrevistas de Sedequías y Jeremías 38:14-28

Jerusalén conquistada el 19 de julio del 586 39:1-18

Jerusalén destruida el 15 de agosto del 586 II Reyes 25:8-10

Durante el asedio de dos años y medio, Jeremías avisa constantemente al rey de que rendirse a los babilonios sería lo mejor para él. A lo largo de todo ese período, Sedequías parece frustrado al volverse hacia Jeremías en busca de consejo o ceder al grupo de presión pro-asirio para continuar la resistencia contra los babilonios. En vano espera mejores noticias de Jeremías. Finalmente, los babilonios irrumpen en Jerusalén. Sedequías esca­pa y logra llegar hasta Jericó; pero es capturado y llevado ante Nabucodono-sor en Ribla. Tras ser obligado a presenciar la muerte de sus hijos y la de numerosos nobles, Sedequías es cegado y llevado cautivo a la tierra del exilio. Así se cumple la profecía, aparentemente contradictoria de que Sedequías no vería nunca la tierra a la que sería llevado como cautivo.

V. La emigración a Egipto40:1-45:5

Establecimiento en Mizpa bajo Gedalías 40:1-12

Derramamiento de sangre y desunión40:13-41:18

En ruta hacia Egipto      42:1-43:7

Mensajes de Jeremías en Egipto43:8-44:30

La promesa a Baruc45:1-5

Jeremías recibe el más cordial tratamiento de manos de los conquista­dores babilonios. Aunque maniatado y llevado a Rama es dejado en libertad por Naburzaradán el capitán de la guardia de Nabucodonosor. Puesto a elegir, Jeremías escoge el quedarse con los que permanecen en Palestina, incluso aunque recibe la seguridad de un tratamiento favorable si se va a Babilonia.

Con Jerusalén hecho un montón de ruinas humeantes, los que se quedan en Palestina, se establecen en Mizpa, probablemente el actual Nebí Samwil. Situada aproximadamente a unos 16 kms. al norte de Jerusalén, la ciudad de Mizpa se convierte en la capital de la provincia babilónica de Judá, bajo el mando de Gedalías, gobernador al servicio de Nabucodonosor. Esparci­das por todo el territorio hay muchas guerrillas dispersas por el ejército de Babilonia. Al principio buscan el apoyo de Gedalías, pero unas cuantas semanas más tarde, Ismael, uno de aquellos capitanes, es utilizado por Baalis, caudillo de los beduinos amonitas, en un complot para matar a Gedalías. En pocos días, Ismael mata brutalmente setenta de los ochenta Peregrinos en ruta hacia Jerusalén procedentes del norte y fuerza a los ciudadanos de Mizpa a marchar hacia el sur, esperando atraparlos en Amón a través del Jordán. En ruta, son rescatados por Johanán en Gabaón y lle­vados a Quimam, una estación de caravanas, cerca de Belén, mientras Is­mael escapa.

Cambios repentinos encuentran a los que quedan, sin hogar y totalmen­te desalentados. En pocos meses no solamente han visto a Jerusalén reducido a cenizas, sino que habían sido desalojados de su asentamiento en Mizpa. En desesperada necesidad de una guía, se vuelven hacia Jeremías.

Aunque intentan marcharse a Egipto por miedo a los babilonios, el pueblo está con Jeremías para inquirir del Señor el futuro que les aguardaba. Tras un período de diez días, que pone a prueba su paciencia, Jeremías tiene una respuesta. Tienen que permanecer en Palestina (42:10). La emi­gración a Egipto supone la guerra, el hambre y la muerte. Con deliberada desobediencia y cargando sobre Jeremías el no haberles entregado el men­saje completo de Dios, Johanán y sus compinches llevan a los que quedan hacia Egipto (43:1-7). Mientras que el pueblo se mueve en masa, Jeremías y su escriba Baruc, sin duda, carente de alternativa, se van con ellos.

Mientras en Tafnes, en Egipto, Jeremías advierte a su pueblo por un mensaje simbólico, que Dios también enviará a su siervo Nabucodonosor a Egipto para ejecutar el juicio (43:8-13). En el próximo capítulo, Jeremías bosqueja los recientes acontecimientos en un mensaje final. Jerusalén está en ruinas porque los israelitas han ignorado los avisos de Dios enviados me­diante los profetas. El mal que ha caído sobre ellos es justo y recto en vista de su desobediencia. Israel se ha convertido en una maldición y un vituperio entre todas las naciones porque ha provocado la ira de Dios. Entonces el pueblo es apóstata y así desafía a Jeremías cuyas palabras son inútiles para moverles al arrepentimiento. Claramente le dicen que no obedecerán y afir­man que el mal ha caído sobre ellos porque han cesado en adorar a la reina de los cielos. Las palabras finales de Jeremías claramente indican que el juicio de Dios les espera y cuando llegue, comprobarán que Dios está cumpliendo su palabra.

Aunque el capítulo 45 registra un acontecimiento que ocurrió cosa de dos décadas antes, en este punto tiene una singular significación en el libro de Jeremías. Poco después del primer cautiverio en el 605 a. C., Baruc recibió instrucciones para poner escrito el mensaje de Jeremías. Evidente­mente Baruc lamenta y se siente desesperado al anticipar la terrible conde­nación y juicio que espera Judá. Personalmente, él no ve nada por delante que no sea la penuria, la pobreza, el hambre, la guerra y la desolación. Ba­ruc es amonestado para no buscar grandes cosas sino comprobar que la vida en sí misma es un don de Dios. Dios le asegura que su vida será salvada como precio de la guerra. Tras la destrucción de Jerusalén, Baruc está to­davía con Jeremías, indicando que Dios ha cumplido su promesa.

VI. Profecías concernientes a las naciones y ciudades 46:1-51:64

Egipto 46:1-28

Filistea 47:1-7

Moab 48:1-47

Amón   49:1-6

Edom 49:7-22

Damasco 49:23-27

CedaryHazor 49:28-33

Elam 49:34-39

Babilonia 50:1-51:64

El cuarto año de Joacim, fue un momento crucial en la historia política de Judá. En la decisiva batalla de Carquemis. los babilonios deshicieron a los egipcios, y así, subsiguientemente, los ejércitos triunfantes de Nabucodonosor ocuparon Palestina. Con el desarrollo de los problemas interna­cionales tan gravemente para Judá, el profeta Jeremías emite un número de adecuados mensajes fechados en el cuarto año de Joacim. Significativas entre ellas, están las profecías que conciernen a las naciones.

No sólo Egipto sufre la derrota en Carquemis, sino que por último, Nabucodonosor avanza 800 kms. Nilo arriba para castigar a Amón de Tebas (46). Por contraste, Israel será tranquilizado. Filistea será arruinada por una invasión procedente del norte (47). La vida nacional de Moab será destruida bruscamente y su gloria convertida en vergüenza. A causa de su orgullo, no puede escapar a la destrucción, pero se le asegura su retorno del cautiverio al final (48). Amón estará sujeta a juicio, poseída por Israel, y esparcida sin promesa de restauración (49:1-6). Edom también es conde­nada. Repentinamente, será reducida desde su exaltada posición de tal for­ma que los transeúntes silbarán ante ella (49:7-22). Damasco, Cedar, Hazor y Elam, de igual forma, esperan su juicio correspondiente (49:23-39).

Babilonia recibe la más extensa consideración en las profecías contra las naciones (50:1-51:64). Esta que es la más grande y la más poderosa de todas las naciones durante las dos últimas décadas de la vida nacional de Judá, será humillada por su orgullo. El Señor de los ejércitos enviará a los medos contra ella. Ante el Dios Omnipotente y gran Creador, la pode­rosa nación de Babilonia con sus ídolos se encara a la destrucción. Con esas palabras de denuncia, Jeremías envía a Seraías, un hermano de Baruc, a Babilonia (51:59-64). Tras leer este mensaje de juicio sobre Babilonia, Seraías ata el rollo a una piedra y lo lanza al Eufrates. En una forma simi­lar, Babilonia está condenada a la perdición para no volver a levantarse jamás.

VII. Apéndice o conclusión 52:1-34

Conquista y saqueo de Jerusalén 52:1-23

Condenación de los oficiales     52:24-27

Deportaciones52:28-34

Este breve sumario del reinado de Sedequías, la caída de Jerusalén y las deportaciones, concluye adecuadamente el libro de Jeremías. Tras cua­renta años de predicar, Jeremías es testigo del mensaje que él ha proclama­do con toda fidelidad. Sedequías y los suyos sufren las consecuencias de su desobediencia. Los vasos sagrados y los ornamentos del templo y su atrio están enumerados en los versículos 17-23 como llevados a Babilonia antes de que el templo fuese destruido, de acuerdo con las predicciones de Jeremías. Joaquín, quien se entrega, recibe generosa acogida y tratamien­to y finalmente puesto en libertad al final del reinado de Nabucodonosor.

Lamentaciones

El tema del libro de las Lamentaciones, es la destrucción y la desolación que caen sobre Jerusalén en el 586 a. C. Dios es reconocido como justo castigar a su nación elegida por su desobediencia. Puesto que Dios es fiel, existe la esperanza en la confesión del pecado y una implícita fe en El.

Descriptivas del contenido de este libro, son las palabras hebreas "qinoth" o "dirges" en el Talmud, la palabra griega "threnoi" o "eltígies" en la Septuaginta y "threni" o "lamentaciones" en las versiones latinas. Los judíos leen este libro en el día noveno de Ab en conmemoración de la des­trucción de Jerusalén. Los ancianos rabinos atribuyen este libro a Jeremías, agrupándolo con el Ketubim, o cinco rollos, que eran leídos en varias ceremonias públicas.

En un arreglo, los primeros cuatro capítulos son acrósticos alfabéticos. Cada capítulo tiene 22 versículos o un múltiplo de ese número. Las 22 letras del alfabeto hebreo están utilizadas con éxito para que cada versículo co­mience en 1 y 2. Los capítulos 3 y 4 asignan tres y dos versículos respec­tivamente a cada letra hebrea. Aunque el 5 tienen 22 versículos, no representan ningún acróstico alfabético. Esta pauta alfabética, también uti­lizada en numerosos Salmos, escapa al lector de las versiones.

El libro de las Lamentaciones fue atribuido a Jeremías hasta hace pocos siglos. El Talmud, la Septuaginta, los padres de la iglesia antigua y los líderes religiosos del siglo XVIII también consideran que el profeta fue el autor. Desde entonces, numerosas sugerencias adscriben las Lamentacio­nes a varios autores desconocidos y no identificados durante los siglos VI y III a. C.

La más razonable y natural interpretación, sugiere que este libro expresa los sentimientos y las reacciones de un testigo ocular. Entre esos conocidos procedentes de tal período, Jeremías parece ser el mejor cualificado. Por cuatro décadas él había predicho la destrucción de Jerusalén. Atravesando la ciudad en su camino hacia Egipto, tuvo que haber dirigido una última mirada a las ruinas de su amada ciudad que por cuatro siglos había repre­sentado la gloria y el orgullo de su nación, Israel. ¿Quién pudo haber dis­puesto de mejores elementos para escribir las Lamentaciones que el profeta Jeremías?

El libro de las Lamentaciones puede ser subdividido en la forma siguiente:

I. Pasado y presente de Jerusalén Lam.             1:1-22

Condiciones desoladoras 1:1-6

Memorias del pasado   1:7-11

El sufrimiento enviado por Dios 1:12-17

La justicia de Dios reconocida 1:18-22

II. Las relaciones de Dios con Sión 2:1-22

La íra de Dios al descubierto     2:1-10

La busca de la tranquilidad 2:11-22

III. Se analiza el sufrimiento       3:1-66

La realidad del sufrimiento 3:1-18

La fe de Dios para el contrito 3:19-30

Dios es el autor del bien y del mal 3:31-39

La sola esperanza está en Dios 3:40-66

IV. El pecado es la base del sufrimiento 4:1-22

La parte del sufrimiento que hay que soportar 4:1-12

El cargo del derramamiento de sangre inocente 4:13-22

V. La oración del que sufre 5:1-22

Confesión del pecado5:1-18

La apelación final5:19-22

De forma realista, el autor ve a Jerusalén en ruinas. Una vez fue como una princesa, entonces está reducida al vasallaje. En contraste a su pasada gloria, ella está entonces en un estado de sufrimiento y desesperación. Aque­llos que la ven al pasar no pueden concebir su tristeza. No hay nadie que la consuele.

La ira de Dios se ha mostrado en Sión (2). El Señor ha terminado con la ley y todas las observancias religiosas, ha suprimido a los sacerdotes, pro­fetas y reyes, y ha permitido que el enemigo aniquile sus palacios y su santuario. Expuesta a que silben al verla y a irrisión de los enemigos que la rodean, quejumbrosamente busca consuelo.

El sufrimiento es una amarga realidad. El propio Jeremías pudo haber experimentado tal tratamiento a manos de su propio pueblo, como está descrito en 3:1-18. La gloria de Jerusalén ha desaparecido; no hay esperanza para ella, aparte de una divina intervención. Para aquellos que buscan a Dios, —los contritos— el sufrimiento está atemperado por las misericordias eternas del Todopoderoso. Como autor del bien y del mal, Dios lleva el juicio sobre los malvados (vss. 19-39). Por la confesión del pecado y la fe en El, existe la esperanza de que El los vengará (vss. 40-66).

El destino de Sión parece ser peor que el de Sodoma. La brusca destruc­ción aparece como preferible a un continuo sufrimiento por el pecado. Con­ducida por falsos profetas y sacerdotes, Jerusalén ha derramado la sangre inocente de los justos. Consecuentemente, ella ha sido sometida a su presente situación, mientras se esperan mejores días (4:22).

El capítulo final expresa una oración para la misericordia de Dios. El autor describe vividamente el apuro del pueblo de Dios como exilados en tierras extrañas. ¿Podrá el Señor olvidar a su pueblo? Sión está en ruinas e Israel parece estar abandonada. Con el corazón doliente y aplastado y so­brecogido por la pena, el autor hace su dolorosa llamada al Dios que reina para siempre, implorándole que restaure a los suyos. En la confesión del pecado y una implícita fe en Dios descansa la apelación final para la restauración.

Esquema VII tiempos de jeremías

650. Nacimiento de Jeremías—fecha aproximada.

648. Nacimiento de Josías.

641. Acceso de Amón al trono de David.

640. Acceso de Josías.

632. Josías comienza su búsqueda de Dios—II Crón. 34:3.

628. Josías comienza las reformas.

627. La llamada de Jeremías al ministerio profético.

626. El acceso de Nabopolasar al trono de Babilonia.

622. El libro de la ley encontrado en el templo. La observancia de la ley Pascua.

612. Caída de Nínive.

610. Harán capturado por los babilonios.

609. Josías es asesinado. Joacaz reina por tres meses. El ejército asirio-egipcio abandona el sitio de Harán y se retira a Carquemis. Joacim substituye a Joacaz en Judá.

605. Los egipcios de Carquemis derrotan a los babilonios en Quramati.

Los babilonios derrotan decisivamente a los egipcios en Carquemis. Primera      cautividad de Judá. Joacim busca alianzas con Babilonia. Nabucodonosor accede al          trono de Babilonia.

601. Batalla inconclusa entre babilonios y egipcios.

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz

 
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2. Edad Patriarcal
3. La Emancipación
4. La Religión
5. La Nacionalidad
6. La Ocupación
7. De Transición
8. David y Salomón
9. Reino Dividido
10. La Secesión
11. Los Realistas
12. Revolución
13. Judá y Siria
14. Desvanecimiento
15. Las Naciones
16. Mano de Dios
17. Interpretación
18. Isaías
19. Jeremías
20. Ezequiel
21. Daniel
22. Prosperidad
23. Las Profecías
24. Después
 

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