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  22. Prosperidad

Historia del Antiguo Testamento presenta un análisis literaria que reconoce que el Antiguo Testamento mismo manifiesta ser más que el relato histórico de la nación judía. Tanto para judíos como para cristianos, es la Historia Sagrada que descubre la Revelación que Dios hace de Sí mismo al hombre y en él se registra no solo lo que Dios ha hecho en el pasado, sino también el plan divino para el futuro de la humanidad.

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Capítulo  XXII

En tiempos de prosperidad

La independencia política, la expansión y la prosperidad caracterizaron a Israel durante el apogeo del éxito de Jeroboam. Desde los días del derra­mamiento de sangre y opresión en el 841 a. C., la dinastía de Jehú eventual-mente condujo el Reino del Norte a la cima del prestigio político y econó­mico durante la primera mitad del siglo VIII. Elíseo continuaba su minis­terio, manteniéndose como el mensajero de Dios durante aquellos años tumultuosos de principios de la dinastía de Jehú.

La sangre marcó los pasos de Jehú al trono de Samaría. No satisfecho con matar a los reyes de Judá e Israel, Jehú había matado a su placer hasta exterminar la familia real. Espoleado por un traicionero fanatismo reunió a todos los entusiastas de Baal para una masacre masiva.

El éxito local de Jehú fue pronto ensombrecido por los problemas inter­nacionales. La horrenda muerte de Jezabel, no produjo ciertamente la buena voluntad de la Fenicia. Jerusalén, con su rey como víctima de la revolución de Samaría, fue lanzada a un torbellino sangriento bajo el terror de Atalía. Moab se reveló contra Israel. Desde Damasco, Hazael presionó ferozmente hacia el sur, ocupando el territorio israelita al este del Jordán. Jehú estaba desamparado—demasiado débil para salvar al pueblo de Galaad y Basan ue la opresión siria. Además encontró necesario el enviar tributos a Salmanasar III con objeto de evitar la ominosa amenaza de la invasión asiría.

Hazael llegó a ser el peor enemigo de Israel. Mientras gobernó en ¿iría existieron problemas y dificultades para Jehú y sus sucesores. Hazael no sólo invadió Basan y Galaad, sino que también avanzó hacia el sur en Palestina para capturar Gat. Además, amenazó con la conquista de Jerusalén (II Reyes 12:17), Rodeado y oprimido por los sirios, Israel pare­cía tener un futuro sin esperanzas. Aparentemente, los estados vecinos to­maron ventaja de la importancia de Israel por repetidos pillajes y saqueos (Amos 1:6-12).

Poco antes de fin de siglo, las perspectivas de alivio para Israel comenzaron a alborear con la muerte de Hazael. Con Asiria dominando a Da­masco, Israel tuvo la oportunidad de resurgir una vez más en el concierto internacional. Pronto Joás hubo dispuesto una potente fuerza de combate para desafiar al nuevo rey sirio, Ben-Adad, en su control del territorio israe­lita. En el despertar al éxito, la muerte de Elíseo, el veterano profeta de Israel, llegó como un tremendo golpe para Joás.

El ejército de Joás era tan grande que Amasias, el rey de Judá, le pidió prestados cien mil hombres para ayudar a la sumisión de Edom. Su éxito en esta aventura hizo a Amasias ten arrogante que volvió las tropas israelitas contra Joás en, un desafío para encontrarse las fuerzas de Judá e Israel en la batalla. Cuando su advertencia verbal fue ignorada, Joás invadió Judá, destrozó parte de las murallas de Jerusalén, devastó el palacio y tomó rehe­nes que llevó a Samaría. Con Judá como vasallo de Israel, Amasias debió ser hecho prisionero, o al menos, destronado por un extenso período.

Jonás hizo su aparición por esta época. Su predicción fue precisa y, sin duda, popular. Declaró que Jeroboam estaba a punto de reclamar el terri­torio perdido a Hazael en tiempos pasados. Ciertamente, no transcurrió mu­cho antes de su éxito militar, la extensión territorial y la prosperidad econó­mica se hizo una realidad bajo la enérgica y agresiva política de Jeroboam II, (793-753 a. C.). Con Siria debilitada, por la presión de Adad-Nirari III, Jeroboam volvió a recuperar su territorio nacional desde el mar Muerto hasta "la entrada de Hamat" (el paso entre el Líbano y su cordillera y monte Hermón). En consecuencia, Jeroboam II tuvo bajo su control un dominio más grande que cualquier otro de sus predecesores.

Se extendieron las relaciones comerciales. Floreció el comercio interna­cional más allá de todo lo conocido por Israel desde los días de Salomón. En esta era de éxito económico y expansión territorial, Samaria se fortificó contra cualquier invasión extranjera. Con Siria como estado-tapón, los israelitas olvidaron complacientemente el peligro que representaba la amena­za asiría. Aunque Judá comenzó a mostrar signos de una reavivación política y económica, el Reino del Sur era todavía poco fuerte y se hallaba compara­tivamente adormecida, en tanto que Jeroboam continuaba gobernando en Samaria.

Con Israel en su apogeo, dos profetas hicieron su aparición: Amos y Oseas. Cada uno de ellos, por turno, intentó despertar a los ciudadanos de Israel de su letargo, pero ninguno de los dos consiguió que el pueblo vol­viera de su apostasía.

Jonásla misión de Nínive —Jonás 1:1 • 4:11

Jonás tuvo un mensaje popular que predicar en Israel. En tiempos de opresión, la promesa de días prósperos fue muy bien acogida. Indudable­mente, el cumplimiento de su predicción, en la extensión del territorio de Israel bajo Jeroboam, aumentó su popularidad en su hogar patrio. No hay indicación de que tuviese un mensaje de advertencia o de juicio para liberar a su propio pueblo (II Reyes 14:25).

El sermón de Jonás a los ninivitas no fue otra cosa que adulación. El juicio y la condenación para esta ciudad extranjera está resumida en el tema: "De aquí a cuarenta días Nínive será destruida". Cuando finalmente él com­pletó esta afirmación, registró sus experiencias en el libro que lleva su nombre. Obsérvese el siguiente breve análisis:

I. El viaje de Jonás hacia el oeste en un itinerario de ida y

vuelta. 1:1-2:10

II. Una misión de predicación con éxito 3:1-10

III. La lección para Jonás 4:1-11

Jonás fue divinamente comisionado para ir a Nínive, una desagradable misión para un israelita. Durante los tiempos de Jehú, Israel había pagado tributo al rey asirio Salmanasar III. A Jonás le era conocido el sufrimiento a que Siria estaba sujeta repeliendo los ataques recientes de los asirios. ¿Por qué debería exponerse a tan peligrosa misión? Las atrocidades de los asirios, que más tarde aterrorizaron a las naciones en su misión a Tiglat-pileser III, pudieron ya haberse puesto en práctica en aquel tiempo. Desde el punto de vista humano, Asiria era el último lugar que un israelita hubiera podido ele­gir para una aventura misionera.

Jonás comenzó su viaje en una dirección opuesta. En Jope, abordó un barco que se dirigía al Mediterráneo occidental, al puerto de Tarsis. En ruta hacia su destino, una tormenta de tal magnitud que llenó de alarma los corazones de la tripulación se desató, aunque el mal tiempo no era cosa des­conocida para ellos. Mientras que Jonás estaba durmiendo, los marineros atacados por el pánico descargaron el barco y apelaron a sus dioses. Jonás fue invitado a levantarse y unirse a sus oraciones paganas. Los pasajeros restantes decidieron que Jonás era el responsable de su desgracia. Aunque temeroso de la ira divina, le arrojaron por la borda. Inmediatamente cesó la tormenta y prevaleció una gran calma en el mar. Por lo que concernía a los marineros, la cuestión estaba resuelta. No así para Jonás. Sus problemas no habían hecho más que comenzar. Había sido tragado por un gran pez.

Tres días y tres noches Jonás tuvo que permanecer en el vientre del monstruo marino. Apelando a Dios, reconoció francamente que estaba per­dido, de no ser por la divina intervención. Hizo la simple promesa de que cumpliría sus votos una vez que fuese liberado. Y así, bajo el poder divino, el pez llevó a Jonás hasta depositarlo en terreno seco.

Una vez más Jonás es invitado a ir a Nínive. Esta vez se dirigió hacia el este, a la distante tierra de Asiría, aproximadamente a 1.287 kms. de Israel. Localizada en la orilla oriental del Tigris, Nínive era una gran ciudad con numerosos suburbios más allá de sus murallas. Allí Jonás co­menzó su misión de predicar. Sofisticado y pecador como era aquel pueblo, las gentes le escucharon y oyeron su advertencia: "a cuarenta días Nínive será destruido". Apenas había comenzado Jonás su itinerario cuando el pueblo respondió. Arrepintiéndose se vistieron de cilicio y ayunaron volvién­dose hacia Dios con fe. En cuanto su mensaje se dejó oír en palacio, el rey entró en acción. Cambiando sus ropajes reales por arpillera, se escondió en un montón de cenizas. Para los ciudadanos de Nínive, emitió un edicto real amonestándoles a volverse hacia Dios de sus caminos pecadores y que se arrepintieran.

Jonás se desconcertó al ver tan amplios signos de arrepentimiento. Para su gran sorpresa, su misión había tenido un éxito impresionante. Y para su decepción, la ciudad no fue destruida; fue salvada al responder Dios con su misericordia al arrepentimiento del pueblo. Tal vez Jonás experimentó una reacción nerviosa. Es difícil de evaluar su estado mental y físico no sólo por su azaroso viaje, sino el tener que predicar un mensaje de juicio divino a un pueblo extraño. De cualquier forma, Jonás quedó terriblemente confuso.

No satisfecho con la respuesta que Dios le había dado como aviso, Jonás se retiró a una colina cercana desde la cual pudo ver la ciudad que había sido señalada para su destrucción. Parece que el período de cuarenta días no había terminado todavía, y así él anticipó la posibilidad de la condenación que se aproximaba sobre Nínive.

Refugiado en una enramada, Jonás recibió aliento cuando Dios hizo que una planta creciese rápidamente, suministrándole una bóveda de sombra para protegerle del calor del día.

Pero Jonás tenía otra lección que aprender. En lugar de ser testigo de la ruina de la ciudad, un gusano destruyó la planta que le había permitido disfrutar de tal delicia. Dios resaltó con ello que el profeta estaba mucho más preocupado por su propio confort que respecto al bienestar de los 120.000 niños inocentes que todavía no habían llegado a la edad del discernimiento. Para Dios la conversión de los asirios era mucho más importante que la preservación de la planta que servía para el disfrute de una sola persona.

Lo que sucedió al final no está relatado en el libro que lleva su nombre. Aparentemente, Jonás volvió a su hogar patrio, para registrar y dejar cons­tancia de su misión en Nínive.

Amos — pastor y profeta — Amos 1:1 - 9:15

En los últimos años del reinado de Jeroboam, Amos proclamó la pala­bra de Dios en el Reino del Norte. Amos llegó a Samaria procedente del pequeño poblado de Tecoa, localizado a unos ocho kms. al sur de Belén. Para ganarse la vida, pastoreaba ovejas y descortezaba sicómoro. Mientras se hallaba entre los pastores de Tecoa, Amos recibió la llamada de Dios para ser un profeta. Esta llamada fue tan clara como el cristal, de tal forma, que cuando el sumo sacerdote le llamo la atención en Betel, Amos rehusó el ser silenciado (7:10-17).

El mensaje de Amos reflejó el lujo y la comodidad de Israel durante el reinado de Jeroboam.[16] El comercio con Fenicia, el pasaje del tráfico de las caravanas a través de Israel y Arabia y la expansión hacia el norte a expensas de Siria, aumentaron extraordinariamente las arcas de Jeroboam. El rápido crecimiento del nivel de vida entre los ricos hizo más amplia la distancia entre clases. Prevalecieron los males sociales. Con una sagaz visión de las cosas, Amos observó la corrupción moral, el lujo egoísta y la opresión de los pobres mientras que la riqueza rápidamente acumulada, producía más ricos. En un simple lenguaje, pero lleno de fuerza, denunció, valientemente, los males que se habían introducido en la vida social, política y económica de todo Israel. En los rituales religiosos, no había substitutivo para la jus­ticia, sin la cual la nación de Israel no podía escapar al juicio de un Dios justo.

¿Por cuánto tiempo profetizó Amos? Puesto que llego de Judá al dominio de Jeroboam para denunciar la aristocracia de la riqueza y el lujo, es razonable asumir que su misterio sólo fue tolerado por un breve período de tiempo. Lo que sucedió a Amos tras que Amasias informase de él a Jero­boam, es algo que no está registrado. Pudo haber sido encerrado en prisión, expulsado o incluso martirizado.

Con lucidez literaria y un magnífico estilo, Amos predica el mensaje de Dios para su generación. En una clásica simplicidad, describe su en­cuentro con la pecadora generación contemporánea. Para un, breve análisis del libro de Amos, nótese lo siguiente:

I. Introducción 1:1-2

II. Denuncia de las naciones 1:3-2:16

III. Las acusaciones ampliadas de Dios contra Israel 3:1-6:14

IV. El plan de Dios para Israel 7:1-9:15

Es de notar cómo Amos comenzó su misión predicatoria. Anunciando valientemente el juicio para las naciones circundantes, atrajo la atención de los israelitas. La acción del profeta verosímilmente provocó una alegría maliciosa en más de unos pocos corazones endurecidos.

Damasco fue la primera en ser denunciada. Seguramente algunos de los israelitas más viejos pudieron recordar cómo Hazael había forjado la destruc­ción sobre ellos, por la invasión, ocupación y el cautiverio durante el reinado de Jehú. Otros, en el auditorio de Amos, recordaron con desagrado a los filisteos, quienes traficaron con cautivos en su comercio con Edom. Tiro había sido culpable del mismo lucrativo negocio. Los edomitas, que eran notorios por su animosidad y odio hacia Israel, ya desde los días de Jacob y Esaú, no pudieron escapar al juicio y al castigo de Dios. Las atrocidades de los amonitas y los traicioneros moabites con sus malas acciones, fueron igualmente señalados por el juicio divino.

Mientras los israelitas escucharon aquellas terribles denuncias hechas por Amos, se alegraron sin duda por el hecho de que el juicio divino estaba diri­gido a sus pecadores vecinos. Aquellos paganos se merecían el castigo. Por entonces, Amos ya había avisado a Israel al enjuiciar a seis naciones cir­cundantes. El séptimo en la lista era su propio reino Judá. Tal vez el pueblo de Jerusalén se había refugiado en el orgullo de ser y considerarse el atalaya de la ley y del templo. AmOs sin temor les condenó por su desobediencia y el desprecio a la ley. Con toda verosimilitud, esto resultaba más agradable a los israelitas nacionalistas quienes se resentían del orgullo religioso de Judá.

De haber concluido Amos su mensaje allí, pudo haber sido más popular; pero no fue tal el caso. Los siguientes en el orden del día, eran los israeli­tas a quienes estaba hablando. Los males sociales, la inmoralidad, la profanación—todo aquello existía en Israel. Dios no podía dejar pasar tales peca­dos en el pueblo de su pacto y a quien había redimido de Egipto. Si otras naciones se merecían el castigo, mucho más lo tenía merecido la propia Is­rael. No, no escaparían al escrutinio del Señor.

Ciertamente, era íntima la relación entre Dios e Israel (3:1-8). De todas las naciones de la tierra, Dios había elegido a Israel para ser el pueblo de su pacto. Pero había pecado. Sólo quedaba una alternativa—Dios tendría que castigarlo. El fallo en apreciar y medir los mayores privilegios y las más abundantes bendiciones, traería la visita de Dios en su juicio.

¿Es que el juicio llega por casualidad? Por una serie de cuestiones retóricas, en donde la respuesta es obviamente "No", Amos expresó la verdad evidente de que el mal o el castigo no llega a una ciudad sin el conocimiento de Dios. Dios se lo revela a los profetas. Y cuando Dios habla a un profeta ¿qué puede hacer, sino profetizar? En consecuencia Amos no tenía alter­nativa. Dios le había hablado. El estaba bajo la divina compulsión para pro­nunciar la palabra de Dios.

Apelando a los vecinos paganos como testigos, AmOs perfila sus cargos contra Israel (3:9-6:14). En Samaría los ricos bebían y gozaban a expensas del pobre. Persistiendo en aquellos males, multiplicaron las transgresiones con sacrificios rituales. Al mismo tiempo odiaban la reprobación, resistían a la verdad, aceptaban sobornos, descuidaban al necesitado y afligían al justo. En esencia, habían tornado la justicia en un veneno. La evaluación de Dios de las condiciones de Israel, dejó sólo una alternativa. El exilio en masa había sido decretado para los israelitas.

Incluida en estos cargos, estaba la explícita aclaración de la condenación que se avecinaba. Un adversario rodearía el país. Ni la religión ni la política salvaría a Israel cuando los altares de Betel y los palacios de marfil se de­rrumbasen bajo los golpes de invasores. Como peces cogidos con anzuelos los ciudadanos de Israel serían arrastrados al exilio. Dios estaba llevando a una nación sobre ellos en juicio para oprimir la tierra desde la frontera del norte en Hamat hasta el río de Egipto.

La misericordia había precedido al juicio. Dios había enviado la sequía, las plagas y la peste para despertar en Israel el arrepentimiento; pero su pueblo no había respondido. Continuando en su vida impía, habían anticipa­do el día en que el Señor les traería las bendiciones y la victoria. ¡Qué trágica desilusión! Amos resaltó que para ellos este sería un día de oscuridad más bien que de luz. Como un hombre que corre de un león, sólo para encontrar­se con un oso, así Israel se encaraba a una inevitable calamidad en el día del Señor. Dios no podía tolerar sus rituales religiosos, fiestas y sacrificios en tanto que eran culpables de pecados hacia sus conciudadanos. Su única esperanza para vivir, era buscar a Dios, odiar el mal, amar el bien, y de­mostrar la justicia en su total pauta de vivir. Puesto que no habían respon­dido a las repetidas advertencias y avisos, el juicio de Dios era irrevocable. A Dios no se le podía sobornar mediante ofrendas y sacrificios para apartar la aplicación de Su justicia. La completa ruina y no el triunfo, les esperaba en el día del Señor.

El plan de Dios para Israel estaba claramente perfilado. Ellos habían ig­norado Su misericordia. El juicio estaba ahora pendiente. En cinco visiones, Amos previo los futuros acontecimientos en donde se le había dado un mensaje de advertencia (7-9). Aquellas visiones aclaraban vividamente la condenación en marcha. En ordenada progresión, las cuatro primeras visio­nes —la langosta, el fuego, la plomada y la canasta de frutas— llevaban a la cuarta, que significaba la real destrucción.

Cuando Amos vio la terrible formación de la langosta, se sintió profun­damente conmovido por su pueblo. De ser liberados de la tierra, serían ro­bados en su sustento, incluso aunque el rey tenía su participación en los Pastos de primavera. Inmediatamente, Amos gritó: "Señor Dios, perdona ahora" (7:2) y la mano de Dios del juicio fue detenida.

Enseguida, el profeta se dio cuenta de un fuego destructor que Dios esta­ba a punto de soltar en juicio sobre Israel. Amos no podía soportar el pen­samiento de que el pueblo de Dios fuese consumido por el fuego. Una vez más intercedió, y en respuesta, Dios evitó el juicio.

En la tercera visión, el Señor aparecía con una plomada en su mano para inspeccionar la muralla. Esto significaba claramente la inspección de Dios hacia Israel. Nadie sabía mejor que Amos que los israelitas no podrían pasar este examen; pero el profeta fue advertido con anticipación de que Dios no pasaría la mano nuevamente con la misericordia. Por dos veces Dios había extendido su complacencia misericordiosa; pero entonces a los santuarios les aguardaba la ruina. La familia real se encaraba con la es­pada.

Aparentemente, este mensaje era demasiado fuerte para los que le escuchaban en Betel. Amasias el sacerdote se levantó en cólera contra Amos. Inmediatamente avisó al rey y a renglón seguido encaró al profeta con el dilema y el ultimátum de volver a Judá y ganarse allí su vida. Con la firme convicción de que Dios le había llamado, Amos anuncio valientemente la condenación de Amasias. No solamente sería muerto y su familia expuesta al sufrimiento, sino que, por añadidura, Israel sería arrancado de raíz y lle­vado al exilio.

En la cuarta visión, le apareció una canasta de frutas de verano. Mien­tras que la plomada significaba la inspección, la fruta del verano indica­ba la inminencia del juicio. Como la fruta madura espera ser consumida, así Israel estaba presta para la condenación. Aquel era el fin, Dios no espe­raría más. Los opresores, los que quebrantaban el sábado y los negociantes sin escrúpulos, eran llamados para dar cuenta de sus acciones. Los lamen­tos iban a reemplazar a la música. Las condiciones pendientes eran, tales, que el pueblo desearía oír la palabra de Dios, pero no estaría en condicio­nes de encontrarla. Todos perecerán en el juicio.

En la visión final, el Señor aparece junto al altar para ejecutar la sen­tencia contra Israel. El tiempo ha llegado para destruir las ciudades y de­rribar toda la estructura del templo. Dios, que ha repartido entre ellos la bondad, está ahora dirigiendo la ejecución. Dios ha puesto su ojo sobre ellos por el mal, y no por el bien. No importa a dónde huyan, no podrán escapar del cautiverio. Israel está a punto de ser tamizada para apartar el grano de las granjas, entre las naciones.

Todos los profetas tuvieron un mensaje de esperanza. En su párrafo final, Amos inserta una promesa alentadora (9:11-15). La dinastía davídica será restaurada, el reino será reafirmado. Todas las naciones sobre las cua­les "es invocado mi nombre" serán tributarias de Israel. El vigor y el éxito prevalecerán una vez más cuando la fortuna de Israel sea recobrada. El tiempo llegará cuando Israel sea establecida en su propia tierra y nunca más volverá a ser abatida.

Oseas —el mensajero del amor de Dios —Oseas 1:1 -14:9

Oseas cuyo libro es el primero en la lista de los profetas menores, comen­zó su ministerio en la última década del gobierno de Jeroboam. Por con­traste con Amos, cuyo ministerio parece haber sido breve, Oseas continuo por varias décadas en el reino de Ezequías. Con toda probabilidad, él fue testigo de la caída de Samaría. Oseas no está mencionado en otros libros y es conocido por nosotros sólo porque registra los hechos que se citan en el libro que lleva su nombre. Aun siendo un hombre del norte, su ministerio pudo haberse extendido a ambos reinos (ver 6:4).

Echemos un vistazo a los tiempos de Oseas. Nació y se crió en una época de prosperidad y de paz. Hacia el fin de este período, cuando Israel tenía un lugar prominente entre las naciones en Palestina, Oseas comenzó su minis­terio anunciando el juicio de Dios sobre la dinastía reinante de Jehú. Antes de que pasaran muchos años, la nación llevaba luto por la muerte de Jero­boam, el notable gobernante del Reino del Norte. El año 753/2 a. C. llevó el derramamiento de sangre y la muerte al palacio real. Zacarías gobernó seis meses cuando el asesino Salum terminó con la dinastía de Jehú. Tras el gobierno de un mes, Salum fue asesinado por Manahem. Aunque la ca­pital estaba sobresaltada, el Reino del Norte mantuvo el status quo econó­mico durante los primeros años del reinado de Manahem.

La escena internacional cambió bruscamente. Tiglat-pileser se apoderó del trono de Asiría en el 745. Esto marcó la reavivación de una agresión hacia el oeste que puso al Creciente Fértil bajo el control asirlo durante el siglo siguiente. Últimamente, bajo reyes sucesivos, el cinturón comercial del viejo mundo que llegaba hasta Tebas, fue controlado desde la capital asiría. El terror se apoderó de las naciones que se vieron bajo la ominosa amenaza de los ejércitos triunfantes de Tiglat-pileser. Había razón para sentir miedo. Bajo la nueva política militar de Asiría, el nacionalismo fue sometido al llevar y remover de las ciudades conquistadas, las poblaciones a distantes partes del imperio. A su vez, los extranjeros fueron asentados en tierras ocupadas para evitar las subsiguientes rebeliones. Una vez conquistada por Asiría, era más difícil, ciertamente, para cualquier nación el poder liberarse del yugo impuesto.

Tiempos turbulentos perturbaron los reinos de Palestina durante la segun­da mitad del siglo VIII a. C. Inicialmente Uzías, el rey de Judá, capitaneó la coalición palestina contra el avance asirio, pero sin éxito duradero. Mana­hem retuvo su trono sólo en base de pagar excesivos tributos, extrayéndolos a viva fuerza de su pueblo, para entregarlos al monarca asirio. Aunque esto resolvió el problema temporalmente, Manahem levantó el resentimiento de los ciudadanos ricos de Israel. Tras de su muerte, su hijo Pekaía sólo gobernó dos años antes de que fuese asesinado en una rebelión contra el liderazgo que favorecía la política pro-asiria.

Peka, el asesino, tomó ventaja de la concentración de los asirios en la campaña de Urartu. Aliándose con los sirios de Damasco, se preparó para el día del retorno de los asirios. Este intento abortado de liberar a Israel de la amenaza asiría, sólo puso las cosas en peor estado. Por el 732 a. C., Resín, el rey sirio, fue muerto en la ocupación de Damasco por los asirios. Israel tenía poca oportunidad, ya que Acaz, el rey de Judá, había formado una alianza con Tiglat-pileser. Peka fue destronado en una muerte sangrien­ta para dejar paso a Oseas, quien inmediatamente aseguró al rey asirio su lealtad y el tributo de Israel.

Oseas comenzó su reinado como vasallo de Asiría. Cuando Salmanasar reemplazó a Tiglat-pileser en el trono de Asiría en el 727 a. C., los israelitas intentaron otra rebelión. En pocos años, los ejércitos de Salmanasar V ro­dearon Samaría. Tras un asedio de tres años, la capital israelita capituló en el 722 a. C. Pasadas tres décadas después de la muerte de Jeroboan el Reino del Norte fue reducido de un lugar de gobierno entre las naciones de Palestina a una provincia asiría.

Estas turbulencias y vicisitudes del reino en aquellas décadas, casi apa­garon la voz del profeta Oseas. Los tiempos eran tan buenos en los primeros años de su ministerio, que los israelitas no querían ser perturbados por ad­vertencias proféticas. La dinastía de Jehú había retenido, afortunadamente, el trono por casi un siglo. Antes de que pasara mucho tiempo, sin embargo, la predicción de Amos del exilio de Israel cobró una portentosa significa­ción cuando la política militar de los asirios desarraigó a las poblaciones en las tierras ocupadas y las envió a lugares distantes del imperio, poniéndola así en práctica. Las repetidas muertes de palacio, la invasión asiría, los pesados tributos y contribuciones, las vacilantes alianzas con extranjeros y, finalmente, la caída de Samaría figuraron en los turbulentos tiempos del ministerio de Oseas.

Pasando a todo lo largo de las tribulaciones y problemas de los cambian­tes tiempos, Oseas fielmente sirvió a su generación como portavoz de Dios. No se dan detalles respecto a su llamada al ministerio profético, más allá del hecho de que el Señor le habló a él. Oseas fue impelido a describir el hecho de que Dios todavía amaba a un Israel que había vuelto a antiguos pecados. Pacientemente, rogó a su pueblo que se arrepintiese, mientras que veía al reino deslizarse desde la posición arrogante que tenía con Jeroboam II, al nivel de una provincia asiría ocupada.

Durante su largo ministerio, Oseas compartió el empeño de su pueblo en un titubeante reino. Con compasión y amor por sus conciudadanos, ma­nifestó una sensitiva respuesta a las necesidades de Israel en su pecadora condición. Además de su experiencia personal, expresó en un tono de tris­teza el amor de Dios por un pueblo que había fallado en responder a su bondad.

No se dan fechas específicas en el libro de Oseas. Puesto que Jeroboam y Uzías son nombrados en el versículo inicial, se conviene generalmente que Oseas comenzó su ministerio alrededor del 760 a. C. en los últimos años del reinado de Jeroboam. Ciertamente, su predicción concerniente a la dinas­tía de Jehú en el primer capítulo y posiblemente los sucesivos mensajes en los primeros tres capítulos del libro, fueron públicamente dados antes de la muerte de Jeroboam. Es razonable asociar los mensajes de los capítulos 4-14 con los acontecimientos que esparcieron las grandes sombras de la domina­ción asiría sobre la tierra de Palestina. Para un análisis de su mensaje com­pleto, como está registrado en el libro que lleva su nombre, puede conside­rarse la siguiente perspectiva:

I. El matrimonio de Oseas y su aplicación a Israel 1:1-3:5

II. Las acusaciones de Dios contra Efraín 4:1-6:3

III. La decisión de Dios para castigar a Efraín 6:4-10:15

IV. La resolución de Dios en los juicios y misericordia 11:1-14:9

Única entre los profetas, fue la experiencia matrimonial de Oseas. Bajo divina compulsión, Oseas se casó con Gomer. En el curso del tiempo, le nacieron tres hijos, Jezreel, Loruhama y Lo-ammi. Esta relación de fami­lia se convirtió en la base para varios mensajes que Oseas entregó a su pueblo en la primera década de su ministerio.

La brevedad de Oseas en el informe de su matrimonio, y la vida de familia, deja un número pendiente de problemas. A despecho de ello, el lector no puede fallar en ver la progresiva revelación del mensaje de Dios a través de Oseas. Con el nacimiento de cada hijo, la advertencia del juicio pendiente era presentado con más fuerza y exacta claridad.

El nombre "Jezreel" remueve numerosos recuerdos de triste memoria en las mentes de los israelitas. Como ciudad real de Israel, estaba asociada con el asesinato de Nabot por Jezabel. Corrientemente, ello recordaba a los israelitas que la poderosa dinastía reinante de Jehú, marcó su camino hacia el trono con un excesivo derramamiento de sangre en Jezreel (II Reyes 9-10). En esta forma, Oseas advirtió a su generación que el reino del Norte se hallaba cercano a su fin. Su poder sería destruido y quedaría roto en el valle de Jezreel.

Otra advertencia llegó a Israel con el nacimiento de la hija de Oseas, Loruhama. El significado "no compadecida" llevó a los israelitas el mensaje de que Dios retiraría su misericordia. Ya no les perdonaría más totalmente. Subsiguientemente, el nacimiento del tercer hijo trajo el anuncio de que Dios estaba haciendo más severas sus relaciones con Israel. En la alianza existía un mutuo lazo de unión entre Dios y su pueblo. Entonces Oseas dio la noticia a Israel de que aquel lazo sería disuelto. Ya no era Israel el pueblo de Dios; ni Dios, el Dios de Israel. La relación del pacto había alcanzado su punto de ruptura.

A pesar de todo, Oseas, mirando a lo lejos en el futuro, inyectó un rayo de esperanza en los proyectos del tota] abandono de Dios. La sentencia contra Israel iba realmente a ser ejecutada; pero llegaría un día cuando tan­to Israel como Judá serían reunidas de nuevo bajo un solo gobernante en su propia tierra. Esta multitud incontable sería identificada como los "hijos del Dios viviente".

Oseas, entonces, revirtió a los problemas contemporáneos. La esperanza de la última restauración necesitaba poco énfasis cuando su generación estaba a punto de perder el favor de Dios. La fórmula legal de] divorcio (2:2) indica que el profeta disolvió su matrimonio con la adúltera Gomer. De igual forma, Israel por su terrible actuación es culpable de adulterio. El grano, el vino, el aceite, la plata y el oro que Dios había generosamente suministrado a su pueblo, habían sido utilizados por los israelitas en ofren­das a Baal. Israel, como su conducta había demostrado, no "sabía" ni se daba cuenta de que Dios había otorgado todas aquellas cosas buenas al pueblo de su pacto. Entonces, Dios estaba a punto de visitarles con su juicio.

Todas las festividades religiosas iban a cesar. Israel iba a ser castigada por su apostasía al ser desarraigada y exiliada —abandonada por Dios.

Otra vez de nuevo, el futuro quedaba desvelado. A su debido tiempo, Dios concedería la gracia de restaurar a Israel (2:14-23). El día se aproxi­maba en que el pacto sería renovado de tal forma que una vez más gozaría de las bendiciones del Altísimo como pueblo de Dios. Esta promesa fue confirmada en la propia experiencia de Oseas (3:1-5).26 El profeta fue invita­do a buscar a su esposa y reinstalarla en su familia. Pero ¿dónde estaba ella? ¿Qué le habría ocurrido? Aparentemente, ella se había ido y había llegado a un límite tal de inmoralidad que nadie tenía necesidad de su com­pañía. Oseas la encontró en la plaza del mercado siendo ofrecida para la venta al mejor postor. Yendo mucho más allá de sus obligaciones morales y religiosas, pagó el precio y puso en ella su amor renovando los votos de su matrimonio. Esta acción simbolizaba la actitud de Dios hacia la adúltera Israel. La simple promesa de Dios es que Israel una vez más, será restau­rada en los últimos días bajo el gobierno de un rey, David.

¿Qué cargos tenía Dios contra Israel? Lenguaje blasfemo, la mentira, el asesinato, el robo, el adulterio y el crimen —todos esos fueron los síntomas del fracaso de Israel para reconocer a su Dios. El pueblo había ignorado la ley de Dios[28] y en consecuencia, Dios les había rechazado. En su idolatría, Efraín era peor que una ramera. Los sacerdotes y los profetas igualmente habían fallado hasta el extremo de que incluso Judá fue advertida de no contaminarse por Efraín. El sacerdote, el rey, y el pueblo fueron alertados en el hecho de que el juicio se aproximaba (5:1). Con trompetas sonando la alarma por toda la tierra, Dios estaba avisando a Israel de que estaba a punto de abandonarla. No había buscado a Dios, sino que había mirado a Asina en busca de ayuda. Dios iba a abandonarla hasta el tiempo en que Israel genuínamente le buscaba a El (6:1-3).

¿Qué haría Dios con Efraín? Esta pregunta sobresale en la objetiva dis­cusión representada por 6:4-10:15. Esta sección refleja el mensaje de Oseas durante las décadas en que Efraín estaba en trance de desintegración bajo la aplastante marcha y el avance de la máquina asiria de guerra. Gradual­mente, las nubes de exilio fueron expandiendo una sombra creciente sobre Efraín y, últimamente, quedaron extinguidos los últimos rayos de las esperan­zas nacionales de Israel.

En la relación del pacto, el amor de Israel por Dios había vacilado cons­tantemente. Repetidamente, Dios había intentado volver a su pueblo de sus caminos equivocados al enviar a los profetas para llamar su atención. En otras ocasiones, El la había visitado con calamidades y juicios. Todavía per­sistía en sustituir las ofrendas por el verdadero amor y la lealtad. Cuando Dios hubiese revivido a Israel tras el castigo, ¿qué encontraría? Acciones malvadas, el engaño, el robo, la embriaguez—todo ello era nauseabundo para Dios como un pastel a medio cocer. Nadie en Israel buscaba realmente a Dios. Efraín era demasiado orgullosa. Actuando como una paloma fácilmen­te engañada, los oficiales buscaban la segura ayuda de Egipto o de Asiria por la diplomacia, esperando de ello escapar al juicio de Dios. En vez de confiar en Dios, continuaban manifestando su dependencia sobre Baal. ¡Qué podía hacer Dios sino ejecutar la sentencia contra el pueblo infiel y desa­gradecido!

Otra acusación contra Israel era que los reyes habían sido entronizados sin la aprobación de Dios. Haciendo ídolos, el pueblo se había apartado y despreciado el Decálogo, que claramente limitaba su pacto y lealtad hacia Dios, quien les liberó de la esclavitud de Egipto. Además de todo eso, la multiplicación de altares y sacrificios no resultaba agradable a Dios, en tanto que no estaba acompañado con las debidas actitudes. La hipocresía religiosa de Israel, era patente para Dios en los días de Oseas. A causa de su evidente maldad, la muerte y la destrucción aguardaban a todo Israel. El rey sería completamente destronado a la terminación del reino (8:1-10:15).

¿Cómo podrían el eterno amor de Dios y su justicia hacia el Israel rebelde ser resueltos? ¿Podría Dios completamente abandonar y olvidar a su pueblo? La solución a este problema se da en 11:1-14:9.

Israel era el hijo de Dios. En Egipto, Dios había confirmado su pacto con los israelitas y les había redimido de la esclavitud. Como un padre cría con mimo a su hijo vacilante, le provee en todas sus necesidades y le otorga su amor sin medida, así Dios se había cuidado continuamente de Israel. Ahora, el pueblo había pecado y se hallaba en la necesidad de recibir la correspondiente disciplina. El castigo tendría que llegar, pero no irían más a Egipto. Asiria es designada como la tierra del exilio.

Todavía luchando con el problema del amor compasivo hacia un hijo descarriado y díscolo, el mensaje profético hace una transición desde una amenaza a una promesa por la cuestión de "¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín?". El problema es resuelto al enviar a Israel al exilio con la seguridad de que retornará. Tanto Judá y Efraín son culpables de confiar en Egipto y Asiria en busca de ayuda. Israel ha provocado la ira de Dios y se ha con­vertido en reproche para El. Por un tiempo, irá hacia la nación como un león devorador para ejecutar la sentencia decretada sobre ella. Esto no pue­de ser alterado, pero en el futuro, Dios será su ayuda. Esta promesa propor­ciona a Israel consuelo y será como una boya durante los obscuros días del exilio.

Para su pueblo, Oseas da una simple fórmula para que vuelva hacia Dios: abandonar los ídolos, transferir su fe y confianza de Asiria a Dios, Y confesar sus iniquidades. Solamente en Dios encontrarán la misericordia los que están abandonados por el padre (14:1-4).

La última esperanza es la restauración de Israel. El día llegará en que los ídolos serán abandonados y la devoción hacia Dios tendrá una plenitud piadosa. Restaurada en su propia tierra, Israel gozará una vez más de la prosperidad material y de las bendiciones divinas.

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz

 
1. Los Principios
2. Edad Patriarcal
3. La Emancipación
4. La Religión
5. La Nacionalidad
6. La Ocupación
7. De Transición
8. David y Salomón
9. Reino Dividido
10. La Secesión
11. Los Realistas
12. Revolución
13. Judá y Siria
14. Desvanecimiento
15. Las Naciones
16. Mano de Dios
17. Interpretación
18. Isaías
19. Jeremías
20. Ezequiel
21. Daniel
22. Prosperidad
23. Las Profecías
24. Después
 

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