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  17. Interpretación

Historia del Antiguo Testamento presenta un análisis literaria que reconoce que el Antiguo Testamento mismo manifiesta ser más que el relato histórico de la nación judía. Tanto para judíos como para cristianos, es la Historia Sagrada que descubre la Revelación que Dios hace de Sí mismo al hombre y en él se registra no solo lo que Dios ha hecho en el pasado, sino también el plan divino para el futuro de la humanidad.

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Capítulo  XVII

Interpretación de la vida

Cinco unidades literarias conocidas como los libros poéticos son: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares. Ninguno de ellos puede ser clasificado debidamente como libros de carácter histórico o profético. Como parte del canon del Antiguo Testamento, proporcionan una adicional perspectiva de la vida de los israelitas.

Los libros poéticos no pueden ser fechados con certidumbre. Las alusio­nes a sus fechas históricas están tan limitadas en esta literatura, que el tiempo de composición es relativamente insignificante. Tampoco tienen pri­mordial importancia el autor. Reyes, profetas, filósofos, poetas, el pueblo común, todos están representados entre los que contribuyeron a su confec­ción, muchos de los cuales son anónimos.

En esta literatura se hallan reflejados los problemas, las experiencias, las creencias, la filosofía y la actitud de los israelitas. Tal amplia variedad de intereses, está expresada como un llamamiento universal. El uso frecuen­te por el pueblo común por todo el mundo de la voluminosa literatura escri­ta desde el Antiguo Testamento y sus tiempos, indica que los libros poéticos tratan con problemas y verdades familiares a todo el género humano. Sin embargo, las diferencias en tiempo, cultura y civilización, las ideas básicas expresadas por los escritores israelitas en su interpretación de la vida, son todavía vitalmente importantes para el hombre en todas partes.

Job — el problema del sufrimiento

El sufrimiento humano es el gran problema, antiguo como el tiempo, discutido en el libro de Job. Esta cuestión ha continuado siendo uno de los Problemas insolubles del hombre. Tampoco el libro de Job proporciona una solución final a la cuestión. Sin embargo, verdades de verdadera significación se encuentran proyectadas en esta extensa discusión.

Considerado como una unidad, el libro de Job es en su presente forma, lo que podría calificarse de un drama épico. Aunque la mayor parte de la composición es poética, su estructura general es en prosa. En esta última forma, la narrativa proporciona base para su total discusión. Ni la fecha de su fondo histórico, ni el tiempo de su composición, puede ser localizado en este libro con seguridad, y el autor es anónimo.

El libro de Job ha sido reconocido como una de las producciones poéti­cas de todos los tiempos. Entre los escritores hebreos el autor de este libro, despliega el más extenso vocabulario; a veces se le ha considerado como el Shakespeare de los tiempos del Antiguo Testamento. En este libro se ex­hibe un vasto tesoro de conocimientos, un soberbio estilo de vigorosa expre­sión, profundidad de pensamiento, excelente dominio del lenguaje, nobles ideales, y un alto nivel ético, además de un genuino amor por la naturaleza. Las ideas religiosas y filosóficas han merecido la consideración de los más grandes teólogos y filósofos hasta el presente.

No sólo tiene una multiplicidad de interpretaciones —demasiado numero­sas para ser consideradas en este volumen— sino que el texto en sí mismo ha sufrido considerablemente de extensas enmiendas, conjeturas, fantásticas correcciones y reconstrucciones. Numerosos han sido las opiniones y las especulaciones concernientes a su origen.

El lector que se enfrenta con él, debería considerar este libro como una unidad. Las variadas interpretaciones y las numerosas teorías de su origen, merecen la oportuna investigación para los estudiosos avanzados pero la sim­ple verdad contenida en este libro como una unidad, es una significativa fa­ceta de la revelación del Antiguo Testamento.

El hogar patrio de Job era el país de Uz. Aunque falta la correlación cronológica específica, los tiempos en que vivió Job encajan mejor en la era patriarcal. Los infortunios de este hombre justo, dan pie a la base para el diálogo que constituye la mayor parte de este libro.

Vividamente, la personalidad de Job aparece retratada en tres situacio­nes diferentes: en tiempos de una prosperidad sin precedentes, la extrema pobreza, y su inconmensurable sufrimiento personal. La fe de Job va más allá de lo mundano y apunta siempre a una esperanza eterna. Incluso aunque lo último no está claramente definido, Job no llega a la completa desespera­ción durante el tiempo crucial de sus sufrimientos.

Job es descrito como una persona temerosa de Dios, que no ha tenido parigual jamás en toda la raza humana (1:1,8; 2:3; 42:7-8). El alto nivel ético por el que vivió está más allá de la realización de la mayor parte de los hombres (29-31). Incluso después de que sus amigos han analizado la pauta completa de su conducta, la moral de Job y su conducta permanece más allá de todo reproche.

Para comenzar con el relato, Job era el hombre más rico del Este. Las posesiones materiales, sin embargo, no obscurecen su devoción hacia Dios. En tiempos felices de continuas fiestas, hace sucesivos sacrificios para el bienestar de toda su familia (1:1-5). El uso de su riqueza en ayudar al necesitado, se refleja a todo lo largo del libro.

Repentinamente, Job queda reducido a una extrema pobreza. En cuatro catastróficos acontecimientos, pierde todas sus posesiones materiales. Dos de esas grandes desgracias, aparentemente, provienen de causas naturales, los ataques de los sábeos y caldeos. Las otras dos, un terrible fuego que lo consume todo y un gran viento huracanado, estaban fuera del control humano. Job no solamente queda reducido a una total bancarrota sino que Pierde a todos sus hijos.

Job fue sumido en una terrible confusión, se desgarra las vestiduras y se afeita la cabeza. Entonces, se vuelve hacia Dios en adoración. Reconociendo que todo lo que había poseído había provenido de Dios, él también reconoce que en la providencia de Dios lo había perdido todo. Y por eso le bendice, no acusándolo de ninguna culpa.

Atacado de terrible sarna (2:7-8), Job se sienta en un muladar lleno de cenizas y desesperadamente busca alivio rascándose con un trozo de teja sus heridas y pústulas. En ese momento, su esposa le aconseja que maldiga a Dios y que muera. De nuevo, este hombre justo surge por encima de toda circunstancia y reconoce a Dios como dueño y señor de todas las vicisitudes de la vida.

Tres amigos, Elifaz, Bildad y Zofar, llegan a visitarle con el propósito de confortarle. Ellos apenas sí le reconocen sumido en un estado de agudo sufrimiento. Tan sorprendido estaban, que se sientan en silencio durante siete días. Job finalmente rompe con su actitud pasiva y maldice el día de su nacimiento, la no existencia habría sido mejor que soportar tales sufri­mientos. Con la angustia en el alma y el tormento físico en el cuerpo, sopesa el enigma de la existencia en la pregunta: ¿Por qué habré nacido?

El problema que sirve de base en la totalidad de la discusión, era el he­cho de que ni Job ni sus amigos, conocían la razón para aquellas evidentes desgracias e infortunios. Para ellos, la razón de todo es desconocida. Sa­tanás aparece ante Dios para poner a prueba la devoción de Job y su fe. Y hace la acusación de que Job simplemente sirvió a Dos por las recompen­sas materiales y se le concede permiso para destrozar todas posesiones del hombre más rico del Este, aunque para hacerle daño al propio Job. Cuan­do la filosofía resultante de Job respecto a la vida, resiste a la de Satanás, Dios concede al acusador la libertad de eligir a Job, pero con la específica restricción de no atentar contra su vida. Aunque Job había maldecido el día en que vino al mundo, nunca maldijo contra Dios. Consciente por com­pleto de sus sufrimientos y no encontrando ninguna explicación, Job propo­ne la pregunta "¿por qué?" mientras que ahonda en el misterio de su peculiar suerte en la vida.

Con cierta repugnancia, sus amigos intentan consolarle, ya que él lo había hecho con muchos otros en tiempos pasados (4:1 ss.). Elifaz, preca­vidamente, resalta que ningún mortal con sabiduría limitada puede aparecer perfectamente justo ante un Dios omnipotente. Fallando en reconocer la genuína devoción de Job hacia Dios, Elifaz llega a la conclusión de que está sufriendo a causa del pecado (4-5).

En respuesta, Job describe la intensidad de su miseria, que incluso sus propios amigos no comprenden. Para él, parece como si Dios le hubiese abandonado a un continuo sufrimiento. En vano desea con vehemencia que llegue una crisis en la cual pueda encontrar alivio, o bien, la muerte para su pecado (6-7).

Bildad, inmediatamente, le replica que Dios no trastocaría la justicia. Apelando a la tradición y afirmando que Dios no rechazaría a un hombre sin tacha, Bildad implica que Job está sufriendo precisamente por sus propios pecados (8).

          ¿Cómo un hombre puede ser justo ante Dios? es la siguiente pregunta de Job. Nadie es igual a Dios, Dios es omnipotente y actúa siguiendo su voluntad sin tener que dar cuentas a nadie. Sin arbitro ni juez que inter­venga o explique la causa de sus sufrimientos, Job apela directamente al Todopoderoso. Hastiado de la vida en tan insoportable estado, Job espera el alivio con la muerte (9-10).

Zofar, decididamente, increpa a Job por plantear tales cuestiones. Dios podría revelar su pecado; pero la sabiduría divina y el poder de Dios están fuera del alcance de la comprensión del hombre. Aconseja a Job que se arrepienta y confiese su culpabilidad, concluyendo que la sola esperanza para el malvado es la muerte (11).

Job, valientemente, afirma que la sabiduría no está limitada a sus amigos. Toda la vida, lo mismo que la humana que la de las bestias, está en las manos de Dios. De acuerdo con sus oponentes reafirma que Dios es omnipotente, omnisciente, y justo. Con una intensa vehemencia hacia Dios, pero no comprobando el recibir ningún alivio temporal, Job se hunde en las profundidades de la desesperación. En un período de duda, se pre­gunta si habrá vida después de la muerte (12-14).

Elifaz acusa a Job de hablar cosas sin sentido, faltando así el respeto debido a Dios. Afirmando que es demasiado arrogante, Elifaz insiste que la tradición tenía la respuesta: el sufrimiento es el resultado del pecado. El conocimiento común enseña que el malvado tiene que sufrir (15).

Recordando a sus oyentes que aquello no era nada nuevo, Job concluye rectamente que sus amigos son unos miserables consoladores. Aunque su espíritu está roto, sus planes deshechos y su vida tocando a su fin, mantiene que su testimonio en el cielo abogará por él (16-17).

Bildad tiene poco que añadir. Simplemente reafirmar la aserción de sus colegas, de que el malvado tiene que sufir. Todo el que sufre forzosa­mente tiene que ser impío (18).

Olvidado por sus amigos, alejado y abandonado por su familia, aborrecido por su esposa, e ignorado por sus sirvientes, Job describe su solitaria condición de estar sufriendo por la mano de Dios. Solamente la fe lleva más allá de sus presentes circunstancias. Y anticipa la futura vindicación sobre la base de su conducta (19).

La esencia de la réplica de Zofar, es de que la prosperidad del malvado es muy corta y breve. Vuelve obstinadamente a repetir que el sufrimiento es la parte que toca al hombre malvado (20).

Job termina el segundo ciclo de discursos, rechazando las conclusiones básicas de sus amigos. Mucha gente malvada goza plenamente de las cosas buenas de la vida, recibe un honorable enterramiento y son respetadas por sus éxitos. Esto siempre fue constatado por los que observan y por aquellos que tienen un amplio conocimiento de los hombres y los asun­tos del mundo (21).

En el tercer ciclo de sus discursos, continúa el problema de encontrar la solución para Job. Creyendo firmemente que aquel sufrimiento es el resultado del pecado, los amigos de Job llegan a la conclusión de que Job había sido un pecador. Puesto que la causa del sufrimiento no puede ser atribuida a un Dios justo, omnipotente, tiene que encontrarse en el sufrimiento individual. Elifaz, por tanto, culpa a Job con pecados secretos, acusa a Job de que ha asumido que Dios en su lejanía infinita no se da cuenta de su tiránico tratamiento con los pobres y los oprimidos. Puesto que ws pecados de Job son la causa de su miseria, Elifaz le aconseja de que se vuelva hacia Dios y se arrepienta (22).

Job aparece confuso. Su sufrimiento continúa y los cielos permanecen silenciosos. Una sensación de urgencia y de impaciencia le sobrecoge al ver que Dios no actúa en su nombre. Todo lo que él había hecho era totalmente conocido por el Dios a quien había servido fielmente con fe y obediencia. Al mismo tiempo, la injusticia, la violencia, y la iniquidad continúan, y Dios sostiene la vida de los perversos y malvados (23-24).

Bildad habla brevemente. Ignorando los argumentos, intenta que Job caiga de rodillas ante Dios. Y en esto, no tuvo éxito (25).

Job está de acuerdo con sus amigos, de que el hombre era inferior a Dios (26). Afirmando de que él era inocente, y que no tenía razón en sus cargos, él es el vivo retrato del malvado. Sus amigos no tenían ningu­na garantía de perder su prosperidad. Aunque el hombre ha explorado y bus­cado los recursos de la naturaleza, él todavía estaba confuso en su busca por la sabiduría. Esta no podía ser comprada, aunque Dios ha mostrado su sabiduría por todo el Universo. ¿Podría el hombre hallarla? Sólo el temeroso de Dios, el hombre moral, tiene acceso a tal sabiduría y a su comprensión (28).

Job concluye su tercer ciclo de discursos, revisando todo su caso. Contrasta los días dorados de extrema felicidad, prosperidad y prestigio con su presente estado de sufrimiento, humillación, y angustia del amia en la con­ciencia, de que lo que a él le está sucediendo estaba ordenado por Dios. Con considerables detalles, Job hace un recuento de su nivel ético e integri­dad tratando con todos los hombres. No manchado por la inmoralidad, la vanidad, la avaricia, la idolatría, la amargura y la insinceridad, Job reafir­ma su inocencia. Ni el hombre ni Dios podrían sostener los cargos que sus amigos han levantado contra él (29-31).

Aparentemente, Eliú ha escuchado pacientemente los debates entre Job y sus tres amigos. Siendo más joven, se retrae de hablar hasta que es compelido a ello para intentar discernir lo que era verdad de Dios. Tras denun­ciar a Job por su actitud hacia el sufrimiento, refuta sus quejas. Con una tierna sensibilidad hacia el pecado y una genuina reverencia hacia Dios, Eliú sugiere la sublimidad de Dios como maestro que busca disciplinar al hombre. La grandeza de Dios, desplegada en las obras de la creación de la naturaleza, es sobrecogedora. La comprensión del hombre hacia Dios y sus caminos, está condicionada por la limitación de su mente. ¿Cómo po­dría el hombre conocer rectamente a Dios? Por lo tanto, no sería prudente hacerlo con su fatuidad, sino practicar el temor de Dios que es grande en poder, justicia y rectitud (32-37).

En una multitud de palabras, ni Job ni sus amigos, han resuelto el problema de la retribución, el misterio del sufrimiento, o los disciplinarios de­signios en lo que toca a la vida de Job. Tampoco los discursos sobre el Altísimo presentan un razonado argumento que permita una detallada y lógica explicación (38-41). La respuesta de Dios desde un torbellino reside en la grandeza de su propia majestad. Las maravillas del universo físico, y las del reino animal, muestran la sabiduría de Dios, más allá de cualquier concepción o entendimiento. Incluso Job, que ha respondido a sus amigo8 repetidamente, reconoce humildemente que él no podría responder a Dios. Pero Dios continúa hablando. ¿Acaso no ha creado El los monstruos del mar lo mismo que a Job? ¿Es que Job tendría el poder de controlar al behemot (hipopótamo) y al leviatán? (cocodrilo). Si el hombre no puede enfrentarse con esas criaturas, ¿cómo podría esperar hacer frente a su creador, el Uno que los ha creado a ellos?

Job está sobrecogido con la sabiduría y el poder de Dios. Ciertamente, los propósitos y designios de Aquel que tiene tal sabiduría y poder, no pue­den ser cuestionados por mentes finitas. ¿Quién pone en duda la propiedad de los caminos de Dios en el sufrimiento de los justos o en la prosperidad del malvado? Los secretos y motivaciones de Dios en su justicia hacia el género humano, están más allá de todo alcance humano. En el polvo y en la ceniza, Job se inclina humildemente en adoración, confesando su insignificancia. En una nueva perspectiva de Dios, al igual que por sí mismo, comprueba que ha hablado más allá de su limitado conocimiento y comprensión. Por la fe y la confianza en Dios, él se sobrepone a las limitaciones de la razón humana en la solución de los problemas, que tan audazmente ha planteado ante el silencio de los cielos y antes de que éste se rompa (42:1-6).

Identificado por Dios como "mi siervo", Job se convierte en el sacerdote oficiante e intercesor para sus tres amigos que tan estúpidamente habían hablado. Su fortuna fue restaurada en doble medida. En la camara­dería de sus parientes y amigos, Job vuelve a experimentar el bienestar y las bendiciones de Dios, tras el tiempo de su severa prueba.

Los Salmos — Himnología de Israel

Por más de dos milenios, el libro de los Salmos ha sido la más popular colección de escritos del canon del Antiguo Testamento.

Los Salmos fueron utilizados en servicios del culto religioso por los israelitas, comenzando en los tiempos de David. La Iglesia cristiana ha in­corporado los Salmos a la liturgia y a su ritual a lo largo de los siglos. En todos los tiempos, el libro de los Salmos ha merecido más interés personal y mayor uso en público y en el culto que cualquier otro libro del Antiguo Testamento, superando todas las limitaciones geográficas o raciales.

La popularidad de los Salmos descansa en el hecho de que reflejan la experiencia común de la raza humana. Compuestos por numerosos autores, los varios Salmos expresan, las emociones, sentimientos personales, la gra­titud, actitudes diversas, e intereses del promedio individual de las personas. Las personas de todo el mundo han identificado su participación en la vida con la de los Salmistas.

Aproximadamente, dos tercios de los 150 Salmos, están asignados a varios autores por su título. El resto, es anónimo. En la identificación hecha hasta ahora 73 se adscriben a David, 12 a Asaf, 10 a los hijos de Coré, 2 a Salomón, uno a Moisés y uno a cada de los esdraítas Hernán y Etán. Los títulos también pueden proporcionar información concerniente a la ocasión en que fueron compuestos los Salmos por las instrucciones musicales y su ade­cuado uso en el culto.

Cómo y cuándo fueron coleccionados los Salmos, es asunto sujeto a variada y múltiple discusión. Puesto que David tenía tan genuino interés en establecer el culto y comenzó con el uso litúrgico de algunos de ellos, es razonable asociar la primera colección con él, como rey de Israel (I Crón. 15-16). El cantar de los salmos en la casa del Señor también fue un uso introducido por David (I Crón. 6:31). Con toda probabilidad, Salomón, Josafat, Ezequías, Tosías y otros, construyeron al arreglo y extensión del uso de los Salmos en subsiguientes centurias. Esdras en la era post-exílica, pudo haber sido el editor final del libro.

Con pocas excepciones, cada Salmo es una unidad simple, sin relación con el precedente o el que le sigue. Consecuentemente, la longitud del libro con 150 capítulos, es muy difícil de reseñar. Una división quíntuple preser­vada en el texto hebreo y en las más antiguas versiones, es como sigue: I (Salmos 1-41), II (42-72), III (73-89), IV (90-106), V (107-150). Cada una de esas unidades termina con una doxología. En la última división, el Salmo final sirve como la doxología concluyente. Aunque se han hecho numerosas sugerencias para este arreglo, aún permanece en pie la cuestión que concier­ne a la historia o al propósito de tales divisiones.

El sujeto de la cuestión parece proporcionar la mejor base para un estudio sistemático de los Salmos. Varios tipos pueden, ser clasificados en ciertos grupos, puesto que representan una similaridad de experiencia como fondo, y tienen un tema común.

La necesidad de la salvación del hombre es universal. Esto está expre­sado en muchos Salmos en los cuales la voz del justo apela a Dios en busca de auxilio. Agobiado por la ansiedad, el peligro inmediato, un sentimiento de vindicación o una necesidad para la resurrección, hacen que el alma se vuelva hacia Dios.

Los más intensamente expresados, son los anhelos del individuo penitente. Con pocas excepciones, esos Salmos están adscritos a David. Libre­mente, él expresa sus sentimientos de la sincera confesión del pecado. Más ejemplarmente es el Salmo 51, cuyo fondo histórico se encuentra en II Sam. 12:1-13. Totalmente consciente de su terrible culpabilidad, que se expresa con un triple énfasis —el pecado, la iniquidad y la trasgresión— David no busca el evadirse de su personal responsabilidad. Sobrecogido y totalmente humillado, se vuelve hacia Dios con la fe, dándose cuenta de que un espíritu roto y humillado es aceptado a Dios. Los sacrificios y servicios de un individuo arrepentido, son la delicia del Dios de la misericordia. El Salmo 32 está relacionado con la misma experiencia, e indica la guía divina y alabanza que se convierte en realidad en la vida de uno que haya confesado con arrepentimiento su pecado.

Los Salmos de alabanza son numerosos. Estas expresiones de exultación y gratitud son a menudo la consecuencia natural de una gran liberación. La alabanza a Dios, con frecuencia, se expresa por el individuo que comprueba las obras de la creación en la naturaleza del Todopoderoso (Salmos 8, 19, etc.). La acción de gracias por las cosechas (65), la alegría en la adoración (95-100), la celebración de las fiestas (111-118), y los "Grandes Aleluyas" (146-150) se hacen partes importantes de la salmodia de Israel.

Los Salmos de los peregrinos (120-134) están etiquetados como "Can­tos de los Antepasados" o "Cánticos graduales". El fondo histórico para esta designación es desconocido. Se han emitido varias teorías asumiéndose ahora generalmente, que esos Salmos estaban asociados con los peregrinajes anuales de los israelitas a Sión para los tres grandes festivales. Este grupo distintivo ha sido reconocido como un salterio en miniatura, puesto que su contenido representa una amplia variedad de emociones y experiencias.

En los Salmos históricos, los salmistas reflejan las relaciones de Dios con Israel en tiempos pasados. Israel tuvo una historia de variadas experien­cias que proporcionó un rico fondo que inspiró a sus poetas y escritores de cantos. En toda la extensión de esos Salmos, hay numerosas referencias a los hechos milagrosos y divinos favores que se le concedieron a Israel en tiempos pasados.

Los Salmos mesiánicos indicaban proféticamente algunos aspectos del Mesías como fue revelado en el Nuevo Testamento. Sobresaliendo en esta clasificación, está el Salmo 22, que tiene varias referencias y que estable­cen un paralelo con la pasión de Jesús, retratadas en los cuatro Evangelios. Aunque este grupo refleja la experiencia emocional de sus autores, sus ex­presiones, bajo inspiración divina, tiene importancia profética. Interrelacionado con la vida y el mensaje de Jesús, este elemento en los Salmos es vitalmente significativo como está interpretado en el Nuevo Testamento, vagamente expresado en los Salmos de culto, las referencias mesiánicas se hacen más aparentes al ser cumplidas en Jesús, el Mesías.

Otro grupo de Salmos puede ser clasificado por el uso del acróstico en su arreglo. El más familiar en su categoría, es el Salmo 119. Por cada serie de ocho versos, se utiliza sucesivamente una letra del alfabeto hebreo. En otros Salmos sólo se asignan una simple línea para cada letra. Naturalmente, el uso de este dispositivo no puede ser efectivamente transmitido a las versiones en otros idiomas.

Con este análisis ante él, el lector principiante reconocerá que el libro de los Salmos es tan diverso como un himnario de iglesia. La clasificación extendida de los Salmos, incrementa necesariamente la duplicación, en las diversas categorías. Que esta consideración no sea sino un principio para el ulterior estudio de cada Salmo individual.

Los Proverbios — una antología de Israel

El libro de los Proverbios es una soberbia antología de expresiones sa­bias. Provocativo en estimular el pensamiento, un proverbio resalta una simple verdad, evidente por sí misma. En el uso popular, tuvo con frecuencia una desfavorable conotación. La literatura de los Proverbios, sin embargo, representa la sabiduría del sentido común expresada en una forma breve y aguada. En el transcurso del tiempo, un proverbio —mashal en hebreo— no solamente se convirtió en un instrumento de instrucción sino que ganó un uso extensivo como tipo de discurso didáctico.

La colección de proverbios preservada en el libro, por tal nombre, contiene repetidas rúbricas de origen en sus diversas partes.

Una breve consideración, de estas anotaciones, hace aparente que el libro de los Proverbios es, en su forma presente, un resumen que cubre siglos de tiempo transcurrido. Incluso aunque la mayor parte de esta colec­ción está asociada con Salomón, es obvio que se añadieron ciertas partes durante o posteriormente al tiempo de Ezequías (700 a. C).

La asociación de la sabiduría con Salomón está bien, atestiguada en Re­yes y Crónicas. Los relatos históricos de este gran rey, le retratan como el compendio de la sabiduría en la gloria de Israel en su período más próspero. En humilde dependencia con Dios, comenzó su reinado con una oración en solicitud de la sabiduría. En su amor por Dios, su preocupación por hacer siempre el juicio justo, y la sabia administración de sus problemas domésticos y extranjeros, Salomón representa la esencia de la sabiduría práctica (I Reyes 3:3-28; 4:29-30; 5:12). Sobresaliendo por encima de to­dos los hombres sabios ganó tal fama internacional, que gobernantes extran­jeros, entre la más notable, la Reina de Saba, fueron para expresar su ad­miración y buscar su sabiduría (II Crótx. 9:1-24).

Versátil en sus trabajos literarios, Salomón hizo discursos sobre mate­rias de común interés, tales como las plantas y la vida animal. Con el eré-dito de haber compuesto tres mil proverbios y cinco cantos, las partes del libro de los Proverbios que se le adscriben no son sino una muestra de sus palabras de sabiduría.

La relación entre el libro de los Proverbios y la sabiduría de Amen-en-opet, ha quedado como problema de ulterior estudio. Puesto que la fama de Salomón en sabiduría prevaleció por todo el Creciente Fértil, parece ra­zonable el considerar seriamente que la sabiduría egipcia estuviese influen­ciada por los israelitas. La deuda de Amen-en-opet a los Proverbios parece más verosímil, si Griffith está en lo cierto al fechar al anterior en aproximadamente el 600 a. C., cuando los sabios habían ya sido activos en Israel por varios siglos.

Puede muy bien ser que los Proverbios 1-24 vengan seguramente de los tiempos salomónicos y proporcionen una base para la adicción de otros Proverbios por los hombres de Ezequías (25-29). Aquellos hombres, pro­bablemente, editaron la colección entera en los capítulos precedentes. La identidad de Agur y Lemuel y la fecha para la adición de los dos capítulos finales, permanecen aún desconocida hasta nuestros días.

Una variedad de formas poéticas y dichos llenos de sapiencia se hacen aparentes en los Proverbios. Los primeros nueve y los dos últimos capítulos son extensos discursos, mientras que las secciones restantes contienen cortas coplas, constituyendo cada una, una unidad.

El paralelismo, tan característico en la poesía hebrea, se usa efectivamente en estos proverbios. En paralelismo "sinónimo" el pensamiento es repetido en la segunda línea del dístico, ejemplificado en 20:13:

No ames el sueño, para que no te empobrezcas;

Abre tus ojos, y te saciarás de pan.

Frecuentemente, la segunda línea será "antitética" expresando un con­traste. Nótese el ejemplo en 15:1:

La blanda respuesta quita la ira;

Mas la palabra áspera hace subir el furor.

En un paralelismo "sintético" o "ascendiente" la idea expresada en la primera línea, está completada en la segunda. Esta progresión del pensa­miento está aptamente ilustrada en 10:22:

La bendición de Jehová es la que enriquece,

Y no añade tristeza con ella.

Mientras que muchas partes de los Proverbios están completas en sí mismas, el libro como unidad, merece una seria consideración para el lec­tor principiante.

El título de este libro en su mayor parte se aplica en forma de cortos aforismos en 10:1-22:16, que están caracterizados como proverbios. La introducción en 1:1-7, sin embargo, incluye la entera colección en su de­claración de propósitos. Aunque proyectado como guía para la juventud, tales proverbios ofrecen la sabiduría para todos. Su nota predominante es "el temor de Dios" y la sabiduría tiene como clave una recta relación con Dios. El conocimiento personal de Dios es el fundamento para un vivir rec­to. Una reverencia para Dios en el diario vivir es la verdadera aplicación de la sabiduría.

Se resume un concepto de discusión entre la sabiduría y la insensatez en 1:8-9:18. Se dispone en la relación entre maestro y alumno o padre e hijo con el que escucha al que frecuentemente se dirige como "mi hijo • De la escuela de la experiencia proceden palabras de instrucción a la juventud, que se adentra en los misteriosos y desconocidos caminos de la vida. La sabiduría está personificada. Y habla con una lógica irrefutable-Discute con la juventud para considerar todas las ventajas que ofrece la sabiduría y advierte a la gente joven contra los senderos de la estulticia, resaltando realísticamente los peligros de los crímenes sexuales, malas compañías, y otras malas tentaciones. En una llamada final, la sabiduría se extiende e invita a la mesa del banquete. La ignorancia conduce a la ruina y la muerte; pero los que se deciden por la sabiduría tienen asegurado el favor de Dios.

Los proverbios de Salomón preservados en 10:1-22:16 consisten en 375 versos, cada uno de los cuales normalmente constituye un dístico. La in­mensa mayoría son, antitéticos, mientras que otros son comparaciones o declaraciones complementarias. Varios aspectos de la pauta de la conducta del sabio y el ignorante, se sitúan en primer término. La riqueza, la integri­dad, la observancia de la ley, el discurso, la honestidad, la arrogancia, el castigo, las recompensas, la política, el soborno, la sociedad, la familia y la vida en ella, la reputación, el carácter; casi todas las fases de la vida son situadas en su adecuada perspectiva.

Las palabras de la sabiduría en 22:17-24:34, contienen aforismos ins­tructivos, la mayor parte de los cuales son mayores que los dísticos de la sec­ción precedente. Los peligros de la opresión, la etiqueta a la mesa real, la insensatez de enseñar a los tontos, el temor de Dios, las mujeres, la borrache­ra y los beneficios de la sabiduría reciben consideración en este discurso entre maestro-discípulo.

Los proverbios coleccionados por los hombres de Ezequías, están agru­pados juntos en 25-29. Probablemente la derrota de Senaquerib y la reavivación religiosa en los días de Ezequías estimuló el interés en este propósito literario. No es descabellado suponer que Isaías y Miqueas estuviesen entre ese grupo de hombres. Estos proverbios proporcionan consejo para los reyes y subditos con especial atención a la pauta de conducta de los estultos. En las oportunidades que ofrece la vida, el estulto exhibe su estulticia, mien­tras que el hombre sabio demuestra las formas de la sabiduría.

Los dos últimos capítulos son unidades independientes. Agur, un autor desconocido, habla de las limitaciones del hombre y de la necesidad de guía por parte de Dios, con Su palabra. Como cosa característica de las antiguas formas de literatura, plantea cuestiones retóricas, hablando en ellas de diversos problemas de la vida, concluyendo con consejos prácticos.

El capítulo final abre con las instrucciones de Lemuel, lo correspondien­te a los reyes. En un acróstico alfabético alaba la inteligente e industriosa ama de casa —la madre consagrada a su hogar y a sus hijos es digna de la mayor alabanza.

Eclesiasíés — la investigación de la vida

La filosofía de su autor y fascinantes experiencias, son la base profunda del libro del Eclesiastés. Hablando como "Cohelet" o como "Predicador" establece en prosa y en verso sus investigaciones y conclusiones.

Aunque este libro está asociado con Salomón, la cuestión del autor del mismo, continúa siendo un enigma. ¿Escribió Salomón el Eclesiastés, o lo hizo el rey israelita anónimo que representó el epítome de la sabiduría? Tampoco está establecida la fecha de su escritura. Quienquiera que fuese el autor, utiliza pasajes clásicos de otros libros del Antiguo Testamento. Se trata de un profundo tratado, que junto con Job y los Proverbios, está clasificado como la literatura de la sabiduría de los judíos. Era leído pú­blicamente en la fiesta de los Tabernáculos, e incluido por los judíos en los "Megilloth" o libros utilizados en los días festivos. El énfasis del autor sobre el goce de la vida, hacía de ellos una lectura apropiada en la estación anual de las diversiones.

El Eclesiastés representa una expresión de las vicisitudes del hombre, sus venturas y sus fracasos. El autor no presenta una filosofía sistemática como Aristóteles, Espinoza, Hegel o Kant, con su desarrollo, sino que hace una cuidadosa investigación y examen sobre la base de las observaciones y experiencias, de las que obtiene sus conclusiones. Como un todo, limita sus investigaciones a las cosas hechas "bajo el sol", una frase a la que recurre con frecuencia. Otra expresión, "todo es vanidad" (todo es vapor o aliento) que expresa en veinticinco ocasiones, da la evaluación del autor de las cosas mundanas que él considera. En su fiel deliberación, se vuelve hacia Dios.

De forma escéptica, el autor propone esta cuestión: ¿qué es lo más valioso como objeto de la vida? Como en la naturaleza, así en la vida del hombre existe un repetido ciclo sin fin (1:4-11). En este mundo no existe nada nuevo. Con esta introducción, el autor afirma la futilidad de cualquier cosa que haya bajo el sol.

Explorando los valores de la vida, Cohelet busca la sabiduría; pero esto incrementa la tristeza y el dolor (1:12-18). Buscando la satisfacción en una vida variada y equilibrada, continúa con su investigación. Como un hombre culto, busca el mezclar el placer, la risa, el goce de los jardines, las man­siones, el vino y la música en una armoniosa pauta de la vida, pero también, todo es fútil (2:1-11). En un sentido, es paradójico buscar la sabiduría, puesto que el hombre sabio intenta actuar a la vista de un futuro que le es desconocido. ¿Por qué no vivir como el ignorante que vive al día? (2:12-23). Pero Dios ha creado y diseñado todas las cosas para el goce del hom­bre. En el ciclo sin fin de la vida, hay un propósito para todas las cosas que El ha hecho (2:24-3:15) y en última instancia, es responsable ante Dios (3:16-22).

¿Qué finalidad tiene la situación económica del hombre en la vida? ¿Quién goza más de la vida —el que cumple con las responsabilidades que se le han asignado como un sirviente ordinario (4:1-3) o el industrioso, agre­sivo individuo que busca sólo el ganar riquezas y popularidad (4:4:16)? El practicar la religión como una cuestión de rutina o el hacerlo hipócrita­mente, no es ventajoso. Las ganancias de la vida pueden traer la ruina inclu­so a un rey, puesto que todo está sujeto a lo que Dios haya previsto para la naturaleza (5:1-17). La capacidad de gozar las abundantes provisiones de Dios, procede precisamente del propio Dios (5:18-6:12). El aplicar la sa­biduría y la temperancia en todas las cosas, es prudente. Desgraciadamente, ninguna criatura finita logra una pauta equilibrada del vivir, aunque Dios creó al hombre bueno en el principio (7:1-29).

Ningún hombre alcanza la perfecta sabiduría en esta vida. No conociendo el futuro, el análisis de la vida del hombre está definitivamente limitado. Cuando la muerte le destruye, sea justo o malvado, no tiene remedio ni ayuda (8:1-11). A pesar del hecho de que la muerte llega a todos por igual y que el universo se muestra indiferente a las normas de moral, es, sin embargo, cuestión de sabiduría el temer a Dios (8:12-17). El hombre no puede comprender la vida —y la muerte es inevitable— pero esto no debe­ría impedir que goce de la vida en toda su plenitud (9:1-12). La sabiduría, sin embargo, debería ser aplicada en todas las cosas. Valioso y ejemplar es el caso del hombre pobre cuya sabiduría salvó a toda una ciudad (9:13-18). La temperancia en todas las cosas debería regular el goce del hombre por la vida. Una pequeña locura puede acarrear mucho dolor y privar a uno de numerosos beneficios (10:1-20).

Ciertos principios y prácticas deben guardarse en la mente. Compartir los dones de la vida con otros, incluso aunque ignoremos el futuro (11:1-6). La filosofía epicúrea del vivir sólo por el presente queda planteada así. Permitir que la juventud goce de la vida hasta el máximo, pero recordar que al final se encuentra Dios (11:7-10). Con una prudente alegoría a la edad madura, la juventud queda advertida de recordar a su Creador en ios años tempranos de su vida. La deterioración de sus órganos corporales, facultades mentales, puede anular y hacerle incapaz de tomar a Dios en consideración (IZ:!-?).

La admonición final al hombre está expresada en los dos últimos versos. El deber del hombre es temer a Dios y guardar sus mandamientos, la base para su responsabilidad hacia Dios (12:8-14).

El Cantar de los Cantares

La inclusión del Cantar de los Cantares en los libros poéticos, perma­nece enigmático. Esto resulta evidente por la amplia variedad de interpretaciones. Aunque es imposible asegurar si este libro fue escrito por o para Salomón, el título asocia su composición con el rey literario de Israel. El contenido sugiere que este libro pertenece a Salomón, cuyo nombre se cita cinco veces tras su verso de apertura.

Hay numerosas interpretaciones de esta composición poética. La visión alegórica de judíos y cristianos, la teoría dramática, la teoría del ciclo de las bodas, la teoría de la literatura del Adonis-Tammuz, y otros puntos de vista, han tenido ardientes defensores a través de los siglos. En una reciente publicación, el Cantar de los Cantares representa una soberbia antología lírica con cantos de amor, de la naturaleza, del cortejo amoroso y matrimonio, que va desde la era salomónica hasta el período persa. Al presente, no hay interpretación que goce de una amplia aceptación entre los eruditos del Antiguo Testamento.

El consenso de los eruditos aprueba que esta composición tiene una alta calidad poética como expresión de las cálidas emociones del amor hu­mano. Incorporado como una unidad en el canon judío, merece considera­ción como un simple poema más bien que una colección de cantos. Partes componentes del libro son los monólogos, soliloquios y apostrofes. Una variedad de escena —la corte real de Jerusalén, un jardín, un lugar en el campo, o un entorno pastoral— encaja los componentes de las diferentes partes de este poema, con los personajes presentados en una acción casi dramática. Puesto que se han perdido tantos detalles en este canto de amor, el intérprete se encara a numerosos problemas.

La interpretación literal parece la más natural al lector. La figura principal parece ser una doncella sulamita que es llevada desde un entorno pas­toral al palacio real de Salomón. Conforme el rey galantea a esta atractiva doncella, sus intentos son rechazados. El esplendor del palacio y la llamada coral de las mujeres de la corte, fracasan en impresionarla.

Ella anhela apasionadamente su antiguo amor. Finalmente, su conflicto queda resuelto, al declinar las ofertas del rey y vuelve hacia su pastor héroe.

Aunque la interpretación literal habla de amor humano, la providencial inclusión de este libro en el canon judío, indudablemente, tiene una signifi­cación espiritual. Lo más verosímil es que los judíos reconocieran esto al leer el Cantar de los Cantares anualmente en la pascua, que recordaba a los israelitas el amor de Dios por ellos en su liberación del cautiverio egipcio. Para los judíos, el amor material representa el amor de Dios por Israel como está indicado por Isaías (50:1; 54:4-5), Jeremías (3:1-20), Ezequiel (16 y 23) y Oseas (1-3). El vínculo entre Israel (la doncella sulamita) y su pastor amante (Dios), era tan fuerte que ninguna apelación de palabra (el rey) podía alinear a Israel de su Dios. En el Nuevo Testamento, esta relación tiene un paralelo entre Cristo y su Iglesia. Basado en la interpretación literal, el Cantar de los Cantares ha sido así la base de una espiritual apli­cación, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz

 
1. Los Principios
2. Edad Patriarcal
3. La Emancipación
4. La Religión
5. La Nacionalidad
6. La Ocupación
7. De Transición
8. David y Salomón
9. Reino Dividido
10. La Secesión
11. Los Realistas
12. Revolución
13. Judá y Siria
14. Desvanecimiento
15. Las Naciones
16. Mano de Dios
17. Interpretación
18. Isaías
19. Jeremías
20. Ezequiel
21. Daniel
22. Prosperidad
23. Las Profecías
24. Después
 

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