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  20. Ezequiel

Historia del Antiguo Testamento presenta un análisis literaria que reconoce que el Antiguo Testamento mismo manifiesta ser más que el relato histórico de la nación judía. Tanto para judíos como para cristianos, es la Historia Sagrada que descubre la Revelación que Dios hace de Sí mismo al hombre y en él se registra no solo lo que Dios ha hecho en el pasado, sino también el plan divino para el futuro de la humanidad.

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Capítulo XX

Ezequiel—el atalaya de Israel

Ezequiel estuvo profundamente implicado en los problemas de su generación. Comenzando su ministerio como profeta en la víspera de la capitula­ción de Judá, seis años antes de la destrucción de Jerusalén, no pudo escapar al desastre nacional. Estuvo asimismo viviendo con la aguda conciencia de la gravedad de la situación de su nación, conforme se aproximaba la crisis del terrible juicio de Dios. Su mensaje es específico, pertinente, y se concen­tró en las circunstancias con las que tuvieron que enfrentarse sus conciuda­danos en el exilio. Cuando la destrucción de Jerusalén se hubo convertido en historia, volvió su atención a las futuras esperanzas de Israel como nación.

Un profeta entre los exiliados

Por la época del nacimiento de Ezequiel (622/21 a. C.), Jerusalén estaba en movimiento con la más grande celebración de la pascua en siglos, conforme el reinado de Josías respondía temporalmente a sus reformas de ám­bito nacional. No sólo las esperanzas religiosas prevalecieron de forma optimista, sino que la decadencia influencia de la dominación asiría en Pa­lestina dio lugar al resurgir de proyectos más brillantes en el aspecto político. Asurbanipal, cuyo reinado como gobernante de Asiría acabó en el 630 a. C., no había sido sucedido por reyes poderosos lo suficiente como para resistir a los agresores medas y a los avances de los babilonios. Las noticias de la caída de Nínive en el 612, indudablemente, aliviaron a Judá de los temores de que los ejércitos asirios se propusieran de nuevo amenazar su dependencia.

Con las actividades religiosas floreciendo en el templo, con el apoyo real, Ezequiel, un miembro de una familia sacerdotal, tuvo que haber disfru­tado de agradables relaciones con el devoto pueblo de Judá. Su hogar debió haber estado situado en la muralla oriental de Jerusalén, de tal forma que los atrios exteriores fueran su campo de juego y los adjuntos recintos del templo constituidos en clases para su entrenamiento formal y su educación. Aquellos años juveniles bajo la sombra de Salomón en el templo, le familiarizaron con todos los detalles del magnífico edificio lo mismo que con la diaria ministración ritual. Además, Ezequiel pudo muy bien haber asistido a su padre y a otros sacerdotes, durante los años de su adolescencia. En consecuencia, cuando fue llevado a Babilonia, tuvo que haber conservado vividos recuerdos del templo y de lo que significó en la vida de su pueblo.

Aunque Ezequiel, como un muchacho de nueve años, pudo no haberse impresionado con las noticias de la caída de Nínive, los acontecimientos que siguieron, no pudieron evitar el causarle una indeleble impresión en sus años de formación juvenil. Tras la súbita marcha de Josías y su ejército para Meguido, para que el avance egipcio hacia el norte quedase bloqueado, y ayudar a los asirios que se retiraban, Josías es muerto (609 a. C.). Todos los ciudadanos de Jerusalén, tuvieron que haberse sorprendido ante tan rápidos cambios. El funeral de Josías, la coronación de Joacaz, la subsiguiente cau­tividad de este último y la coronación de Joacim como un vasallo egipcio sobre el trono de David,—todo sucedió en un lapso de tres meses. Lo más perturbador de la totalidad del reino, tuvieron que haber sido las noticias de la decisiva batalla de Carquemis en el 605, conforme los babilonios to­maron ventaja de su victoria para perseguir a los egipcios en retirada al mando de Necao, hasta las fronteras de Egipto. Tal vez Ezequiel como un joven de dieciséis o diecisiete años se considerase afortunado con haber es­capado, siendo incluido con Daniel y otros que fueron tomados como rehe­nes para Babilonia en el 605 a. C.

Aunque él nunca menciona o se refiere a Jeremías, es poco probable que no estuviese enterado del mensaje de este profeta que era tan bien cono­cido en Jerusalén. Seguramente Ezequiel tuvo que haber sido testigo de la reacción de la masa en el sermón de Jeremías en el templo (Jer. 26), cuando los príncipes rehusaron permitir la ejecución de Jeremías por el pueblo y sus líderes religiosos. Quizás quedase confuso por el hecho de que Joacim pudo haber derramado la sangre de Urías el profeta y haber quemado con tanta decisión el rollo de Jeremías, sin haber sido sometido a un inmediato juicio.

Cuando Ezequel rayaba en sus recientes veinte años, los ciudadanos de Jerusalén se hallaban turbados por la política extranjera de Joacim. En el 605, cuando los egipcios se retiraron a sus fronteras, Joacim se convirtió en un vasallo de Nabucodonosor, mientras que tomaba rehenes para ser llevados al exilio. Al año siguiente, Joacim y otros reyes reconocieron a Nabucodonosor como soberano, mientras los ejércitos babilonios marchaban sin encontrar resistencia por toda Sirio-Palestina. Tras tres años de supervivencia, Joacim se rebeló y Nabucodonosor retornó a Palestina en el 601.

Aparentemente, Joacim resolvió su problema mediante la diplomacia y con­tinuó como gobernante en el trono davídico mientras que babilonios y egipcios se comprometían en una batalla decisiva. Vacilando en su lealtad, Joacim, al final, precipitó el advenimiento de graves problemas. Quizás tendría esperanzas de que Egipto le salvaría cuando se rebelase una vez más. Antes de que las fuerzas más importantes de Babilonia llegaran, sin embargo, la muerte de Joacim llevó al trono a Joaquín. Cuando los babilonios pusieron sitio a Jerusalén, la ciudad fue salvada de la destrucción por la rendición de Joaquín. Aproximadamente diez mil de los ciudadanos más destacados de Judá, acompañaron a su joven rey a la tierra de exilio.

Esta vez, Ezequiel no estaba presente meramente para observar lo que les sucedía a los demás. El exilio se convirtió en parte de su personal experiencia. A la edad de 25 años, fue repentinamente transferido de Jerusalén y del templo, que era su centro de interés como sacerdote, al campo de los exiliados junto a las aguas de Babilonia. Aunque el templo no fue destruido, muchos de sus vasos sagrados fueron deshechos por la rudeza y la barbarie de los invasores que los tomaron como botín de guerra y utilizados después en sus templos paganos.

En este nuevo entorno, Ezequiel y sus compañeros de cautiverio, se establecieron en Tel-abib en las orillas del río Quebar, no lejos de Babilo­nia. A los exiliados se les entregó parcelas de tierra y aparentemente vivieron bajo ciertas favorables condiciones. Se les permitió la organización de las cuestiones civiles y religiosas, de tal forma que los ancianos estuvieron en condiciones de hallar la tranquilidad y en el curso del tiempo, desarrollar in­tereses comerciales. Así los exiliados tuvieron una considerable libertad y oportunidades para establecer un respetable nivel de vida.

Al parecer, lo peor de todo en el aspecto de su cautiverio, fue el hecho de que no pudiesen volver a Palestina. Aunque aquello era una imposibilidad política, conforme Nabucodonosor incrementaba su poder y dominio, ellos permanecían optimistas. Los falsos profetas entre los exiliados, les asegura­ron un pronto retorno a su tierra nativa. Informes de Jerusalén, donde Hananías predice que el yugo babilonio será destruido en dos años (Jer. 28 : 1 ss.), alientan a los exiliados con la esperanza de una pronta vuelta al hogar patrio. Cuando Jeremías avisa por carta que tendrán que establecer y perma­necer setenta años en el cautiverio, los falsos profetas se hicieron mas activos (Jer. 29). Semaías escribe a Jerusalén cargando a Jeremías con la responsabilidad de su cautiverio y pide que le pongan en el cepo. En una carta pública a los exiliados, Jeremías, a su vez, identifica a Semaías como yn falso profeta. Aparentemente, la actividad del falso profeta y de otros iguales a él, llega a ser tan grave que dos de sus líderes son ejecutados.

En el cuarto año de su reinado (594 a. C.) Sedequías hace un viaje a Babilonia. Tanto si se les permite a los exiliados que se agrupen en Babilonia Para ver a Sedequías conduciendo un carro o no, es cosa dudosa, ya que más allá dé su excitación, la aparición de Sedequías en persona para pagar romo, levantó las esperanzas para un rápido retorno. Más verosímil es que lo ahogase sus propósitos de liberación, y se hubiera impuesto la predicción y Jeremías, de que Jerusalén sería destruida durante el curso de sus vidas.

Al año siguiente, Ezequiel recibe la llamada al ministerio profetice.  No se indica hasta qué extremo él compartió las falsas esperanzas de sus com­pañeros de exilio. Es comisionado para ser como un atalaya de sus camara-das de exilio. Su mensaje es esencialmente el mismo que Jeremías había proclamado con tanta insistencia; es decir, la destrucción de Jerusalén En oposición a los falsos profetas, Ezequiel es llamado para advertir al pueblo de que su bien amada ciudad será destruida. No podrán volver a su país natal en un próximo futuro.

En su presentación, Ezequiel es un maestro de la alegoría. El simbolismo, las experiencias personales dramatizadas, y las visiones están más íntima­mente entrelazados en su vida y su enseñanza que en cualquier otro profeta de los tiempos del Antiguo Testamento. Desde el tiempo de su llamada, en el 593, hasta las noticias de la destrucción de Jerusalén, está informado, y Ezequiel dirige sus esfuerzos hacia el convencimiento del pueblo de que Jerusalén está esperando el juicio de Dios. En vista de las condiciones de] pecado y la idolatría que prevalecen en la tierra de Judá, es razonable esperar la caída de Jerusalén. En su ministerio público al igual que en su respues­ta a la demanda hecha por la delegación de los ancianos, Ezequiel afirma valientemente que Jerusalén no puede escapar al día que se avecina de la retribución.

Tras la caída de Jerusalén, Ezequiel vuelve su atención a las esperanzas para el futuro. Los proyectos de la restauración constituyen el tema de su nuevo mensaje. Con la destrucción de Jerusalén y el templo como una rea­lidad, los exiliados tal vez fueron condicionados a escuchar el mensaje de la esperanza. Se conoce poco respecto a los años subsiguientes al exilio de Ezequiel. La última referencia fechada en su libro extiende su ministerio hasta el año 571 a. C. (29:17). Aparte del hecho de saberse que está casado, no se conoce nada tampoco con relación a su familia. Puesto que tenía trein­ta años en el tiempo de su llamada, no pudo haber vivido para ver la caída de Babilonia y el retorno de los exiliados, bajo el reinado de Ciro, el rey de Persia.

El libro de Ezequiel

Desde un punto de vista literario, el libro de Ezequiel resalta en distin­ción con Hageo y Zacarías como los mejores fechados entre los libros proféticos.Los datos del libro y sus fechas a lo largo de todo el libro, están cronológicamente en orden, con la excepción de 29:17, 32:1, y 17- Ello ocurre en las profecías contra las naciones fechadas en el 589 y 571 res­pectivamente. El resto de las fechas están en cronológica secuencia, desde el 593 a. C., en 1:1, hasta el 585 a. C. en 33:21, cuando las noticias de Jerusalén y su destino trágico, llegan hasta él. La fecha final está anotada en 40:1, situando la visión del estado restaurado de Israel para el año 573 a. C.

El libro de Ezequiel está lógicamente dividido en tres partes principal. Los capítulos 1-24 describen la condenación pendiente de Jerusalén- sección inmediata (25-32) está dedicada a las profecías contra las naciones extranjeras. Los restantes capítulos (33-48) marcan un cambio completo en énfasis, puesto que la crisis anticipada en la primera sección ocurrió con la destrucción de Jerusalén. El nuevo tema es el avivamiento y la restaura­ción de los israelitas a su propia tierra. Para un análisis más detallado de este libro, puede ser usada la siguiente subdivisión:

I. La llamada y la comisión de Ezequiel Ezeq.    1:1-3:21

II. La condenación de Jerusalén 3:22-7:27

III. El templo abandonado por Dios 8:1-11:25

IV. Los líderes condenados 12:1-15:8

V. Condenación del pueblo elegido de Dio16:1-19:14

VI. La última medida completa 1-24:27

VII. Naciones extranjeras 1-32:32

VIII. Esperanzas para la restauración 33:1-39:29

IX. El estado restaurado 40:1-48:35

El contenido de este libro, tal y como está considerado aquí, es conside­rado como la composición literaria de Ezequiel. El establecimiento para su ministerio en Babilonia entre sus conciudadanos, está allí. Aunque Jerusa­lén es el punto focal de la discusión en 1-24, el contexto no requiere que el autor esté en Palestina, tras la llamada de Ezequiel al ministerio profetice. Es significativo anotar que él discute el destino de Jerusalén con los exilia­dos, y en ningún momento indica que se está dirigiendo a los residentes en Jerusalén en persona como hizo el profeta Jeremías.

I. La llamada y la comisión dada a Ezequiel 1:1-3:21

Introducción 1:1-3

Visión de la gloria de Dios 1:3-28

El atalaya de Israel 2:1-3:21

La fecha es en el 593 a. C. En su quinto año en Babilonia, los cautivos no tienen más brillantes perspectivas de un pronto retorno a la patria. Están confusos y desasosegados al oír a los falsos profetas contrarrestar la adver­tencia de Jeremías. La ejecución de dos falsos profetas, Acab y Sedequías, por Nabucodonosor evidentemente no obscureció sus esperanzas de retornar a Jerusalén en un próximo futuro. En medio de su confusión, Ezequiel es llamado para el ministerio profetice.

La llamada de Ezequiel es de lo más impresionante. Comparado con la visión de Isaías y la simple comunicación a Jeremías, la llamada de Ezequiel al servicio profético puede ser descrita como fantástica. Tiene lugar junto al río Quebar en los alrededores de Babilonia. No hay ningún templo a la vista con el que pudiera haber asociado la presencia de Dios. Es grande la distancia entre él y Jerusalén, de tal forma que él apenas si tiene recuerdos del santuario donde Dios había manifestado su presencia en los días de Salomón. Si Babilonia se hallaba a la vista, Ezequiel pudo haber visto los grandes templos de Marduc y otros dioses babilonios, que ya habían sido reconocidos por el triunfante conquistador Nabucodonosor. Y allí, en aquel entorno pagano, Ezequiel recibe una llamada para ser un portavoz de Dios.

Ezequiel se hace consciente de la presencia de Dios mediante una visión (1:4-28). Inicialmente su atención queda presa por una gran nube brillante con fuego. Cuatro criaturas elaboradamente descritas hacen su apariencia, yendo de un lado al otro como el relámpago en una tempestad. Esas criatu­ras parecen tener características tanto naturales como sobrenaturales. Íntimamente relacionadas con cada criatura, hay una rueda que se mueve en todo momento. Con el espíritu de las criaturas en las ruedas la conducta es espectacular pero ordenada. Por medio de alas para cada criatura, se mue­ven bajo el firmamento. Ezequiel también ve un trono sobre el cual está sentada una persona que tiene parecido con un ser humano, con su forma rodeada por el brillo de un arco iris. Sin explicar o interpretar todas esas cosas, Ezequiel dice que todas esas manifestaciones en apariencia, tienen parecido con la gloria de Dios. Allí, en un país pagano lejos del templo de Jerusalén, Ezequiel toma conciencia de la presencia de Dios.

Aunque él cae postrado ante aquella divina manifestación, Dios le orde­na que se levante mientras que el Espíritu le llena y le capacita para obede­cer. Dirigiéndose a él como un "hijo del hombre", él es comisionado para ser un mensajero para su propio pueblo que es desobediente, testarudo y rebelde. El mensaje le es dado en forma simbólica. Se le ordena que se coma un rollo de lamentaciones, angustias y penas que se convierte en su boca en la dulzura de la miel. Avisado por anticipado de que el pueblo no le escuchará, ni aceptará su mensaje, a Ezequiel se le ordena que no les tenga ningún temor. Al desaparecer la gloria de Dios, el Espíritu hace cons­ciente a Ezequiel de la realidad literal de que se encuentra entre los exiliados del Tel-abib cerca del río Quebar. Sobrecogido por cuanto ha visto, se pasa reflexionando sobre todas aquellas cosas, siete días.

Tras una semana de silencio, Ezequiel es comisionado para que sea como un atalaya para la casa de Israel (3:16-21). Viviendo entre su pueblo, se hace consciente de su propia responsabilidad para lo que tiene que advertir­les. Si ellos perecen a pesar de su aviso, él no será culpable. Sin embargo, si falla en advertirles y ellos perecen, él será cargado con el peso de la sangre derramada. Siendo un guardián fiel, es una cuestión de vida o muerte.

II. La condenación de Jerusalén 3:22-7:27

La destrucción descrita 3:22-5:17

La idolatría trae juicio 6:1-7:27

Mediante una simbólica acción, Ezequiel no sólo detiene la atención de los exiliados, sino que vividamente describe el destino que pende sobre Je­rusalén. Bajo estrictas órdenes de ser sordo y hablar solamente a su audito­rio como el Señor le ha ordenado, Ezequiel graba un bosquejo de Jerusalén en un ladrillo de arcilla. Colocando los elementos precisos de guerra a su alrededor, el profeta demuestra el inmediato futuro de la ciudad, tan bien conocida y tan amada por los que le escuchan. Ellos no necesitan explicación verbal, puesto que están totalmente familiarizados con cada calle de la ciu­dad de la cual han sido tan recientemente sacados por los conquistadores babilonios.

Por un período de 390 días, Ezequiel yace sobre su lado izquierdo, re­presentando así el castigo de Israel, el Reino del Norte. Por otros 40, yace sobre el lado derecho, significando el juicio que aguarda a Judá, el Reino del Sur. Durante este tiempo, las reacciones prescritas para Ezequiel, nor­mal a las consideraciones de un asedio, quedan limitadas a un suministro de unos 340 gramos de pan y menos de un litro de agua. Para cocer su pan, Ezequiel recibe instrucciones de utilizar excrementos humanos como combustible, describiendo de esta forma la inmundicia de Israel. Esto resul­ta tan aborrecible para Ezequiel, que Dios le permite que lo substituya por excrementos de vaca. Una razonable interpretación sugiere que el profeta normalmente duerme cada noche, pero durante el día representa el sino de Jerusalén, al yacer de lado. Rehúsa comprometerse en conversaciones or­dinarias y habla solo como dirigido por Dios. Indudablemente por la pauta de su conducta, la totalidad de la comunidad de exiliados va de vez en cuando a la casa de Ezequiel para ver por sí mismos lo que el profeta está demostrando.

Al final de este período (5:1 ss.), cuando la peculiar conducta de Eze­quiel es conocida por toda la colonia de exilados, el pueblo tuvo que haberse sentido sorprendida al verle afeitarse la cabeza y la barba dividiendo cuidadosamente sus cabellos en tres partes iguales, pesándolas. Al quemar un tercio, cortando otro en trozos pequeñísimos con la espada y esparciendo el último tercio al viento, Ezequiel, de forma realista, demuestra y anuncia lo que Dios hará con Jerusalén en Su juicio.

Un tercio de su población morirá de hambre y de peste, otro tercio caerá por la espada, y el tercio restante, será esparcido por el viento. Dios no tendrá compasión de ellos. Los cargos contra ellos — ellos han escarne­cido el santuario de Dios con abominaciones y cosas detestables (5:11).

Los detalles del juicio pendiente están claramente delineados en 6-7. Dondequiera que los israelitas han rendido culto a los ídolos, las víctimas del hambre y la peste y por la espada, yacerán esparcidas por toda la tierra. Los cuerpos muertos ante sus altares serán el silencioso testimonio de que los dioses que han adorado, no podrán salvarles. Para reforzar el énfasis Ezequiel recibe la orden de patear el suelo y hacer sonar las palmas de sus manos. Por este severo juicio, Dios hará que le reconozcan como al Señor.

La terrible destrucción está próxima. La sentencia de Dios en todos sus temibles aspectos, está a punto de ser ejecutada sobre Judá y Jerusalén. La injusticia, la violencia, y el orgullo están sujetos a la ira de Dios. El asunto está terminado. Nadie responde a los sonidos de la trompeta que les llama a la guerra. La espada les rodea mientras que el hambre prevalece dentro de la capital. Dios está volviendo su rostro para que puedan profanar su santua­rio y permitir que todos los ladrones hagan su rapiña. A causa de sus críme­nes sangrientos El trae lo peor de las naciones contra ellos. Los profetas, ancianos, sacerdotes y el rey, todos fracasarán mientras que el desastre se hace una realidad en Judá. El Todopoderoso está realmente juzgándoles so­bre la base de sus terribles pecados.

III. El templo abandonado por Dios      8:1-11:25

El sitio de la visión 8:1-4

La idolatría en Jerusalén 8:5-18

El juicio ejecutado 9:1-10:22

La misericordia de Dios en el juicio  11:1-25

En el tiempo de catorce meses, el espectacular ministerio de Ezequiel re­surge el interés popular y la reacción entre los exiliados. El oportuno tema del sino de Jerusalén es de preocupación corriente para un pueblo que tiene un interés y un intenso deseo de volver a su país natal a la primera y más rápida oportunidad. Tienen la noción de que Dios no destruirá a su pueblo, que es el custodio de la ley, ni su templo que representa su gloria y presen­cia con ellos (Jer. 7-12). A su debido tiempo (592 a. C.) una delegación de ancianos llega a conferenciar con el profeta. Con los ancianos aparentemente esperando ante él, Ezequiel tiene una visión de las condiciones y de los acontecimientos que sobrevendrán en el templo (8:1-11:25). El relata este mensaje como está indicado en la declaración concluyente del pasaje.

¿Qué es el análisis de las condiciones en Jerusalén desde el punto de vista de Dios según está revelado por Ezequiel? Las condiciones religiosas son un lejano grito de la conformidad a la ley y a los principios de Dios. Aunque la gloria del Señor está todavía en Jerusalén, Ezequiel ve cuatro horribles escenas de prácticas idolátricas en las sombras del templo. Una razonable interpretación es reconocer con Keil, que no todas esas prácticas prevalecieran realmente en el propio templo sino que la visión representa las condiciones idolátricas existentes por todo Judá.

Más conspicua es la imagen de los celos. Tal vez esto es una represen­tación hecha por el hombre del Dios de Israel, una explícita violación del primer mandamiento. Sea cual sea lo que signifique, la imagen de los celos es una temible provocación al santo Dios de Israel.[17] Como representantes de Israel, los setenta ancianos adoran a los ídolos en el templo. Aparente­mente ellos tienen concepciones humanísticas de un Dios omnisciente. A la entrada de la puerta norte del templo, las mujeres están llorando por Tamuz, el dios de la vegetación que murió en el verano y volvió a la vida al llegar la estación de las lluvias. En el atrio ulterior, entre el porche y el altar, veinticinco hombres están de cara hacia el este adorando al sol, cosa que estaba explícitamente prohibida (Deut. 4:19; 17:3).

Esta provocación es la causa de que Dios deje libre su ira en el juicio. Los culpables están advertidos. La gloria de Dios se mueve desde el que­rubín hasta el umbral del templo. La misericordia, sin embargo, precede al juicio conforme un hombre vestido con ornamentos de lino, marca a todos los individuos que deploran la idolatría en el templo. Comenzando con los ancianos en el templo, los seis ejecutores van por toda Jerusalén matando a todos aquellos que no tengan la marca sobre la frente. Sobrecogido por la pena, Ezequiel apela a Dios en Su misericordia, pero se le recuerda que Je­rusalén está llena con sangre e injusticia. Este es el tiempo de la ira—Dios ha olvidado al país.

Cuando el hombre vestido de lino informa que ha identificado y marca­do a todos los justos por toda la ciudad, Ezequiel ve la manifestación de la gloria de Dios que él había visto en el momento de su llamada. En esta apari­ción, las criaturas vivientes, en la parte sur del templo, son identificadas como querubines. El hombre vestido de lino recibe entonces el divino man­dato de ir y colocarse entre las ruedas que giran y el querubín para obtener carbones ardientes y esparcirlos sobre la ciudad de Jerusalén. La divina gloria se transfiere entonces desde el atrio hasta la puerta oriental del templo.

Ezequiel es llevado por el Espíritu a la puerta oriental donde veinticinco hombres responsables del bienestar de Jerusalén se hallan reunidos (11:1-13). Bajo el liderazgo de Jaazanías y Pelatías, dos príncipes cuya identidad es incierta, aquellos hombres malinterpretan las advertencias y se quedan complacientemente en la esperanza de que Jerusalén les protegerá de los jui­cios de Dios. La falacia de esto es evidente para Ezequiel, con la muerte de Pelatías. Jerusalén no será un caldero para protegerles de la condenación pendiente, ellos serán juzgados en los límites de Israel. El pueblo de Dios ha desobedecido sus mandamientos y conformado su conducta siguiendo la pauta de las naciones circundantes.

Aplastado por la pena, Ezequiel cae sobre su rostro ante Dios, implo­rándole que salve a los que quedan. En réplica, se le asegura que Dios, que ha esparcido a su pueblo, lo volverá a reunir trayéndoles de nuevo al hogar patrio. En la tierra del exilio, Dios será un santuario para ellos. Cuando ellos sean traídos de vuelta a la tierra de Israel, El impartirá un nuevo espí­ritu sobre ellos y un nuevo corazón condicionándoles para la obediencia.

En conclusión, Ezequiel ve en esta visión la partida de la presencia de Dios. La gloria de Dios que se cernió sobre Jerusalén, ahora se dirige a la montaña oriental de la ciudad. Jerusalén con su templo es abandonada para el juicio. La destrucción que pende sobre ella, es sólo una cuestión de tiempo.

La visión (8:11) revela a Ezequiel las condiciones en Jerusalén como vistas por Dios. Como un antiguo ciudadano de Jerusalén, Ezequiel estaba familiarizado con la prevaleciente idolatría, pero entonces, como un guardián comisionado para la casa de Israel, él comparte la divina perspectiva. La copa de la iniquidad de Judá está casi llena a rebosar. Esta divina revelación, la comparte con los exiliados (11:25).

IV. Los líderes condenados 12:1-15:8

Demostración del exilio 12:1-20

Los falsos líderes 12:21-14:11

La condición sin esperanza 14:12-15:8

Por una acción simbólica, Ezequiel manifiesta ante su auditorio israelita en Babilonia las amargas experiencias en abastecer para los residentes que permanecen en Jerusalén. Lo más patético es la última partida, de un ciudadano que es forzado a marchar de su hogar, conociendo que su ciudad está condenada y que se encamina hacia el exilio. Ezequiel demostró esto al salir de su hogar a través de un agujero de la muralla, llevando sobre sus hombros un fardo conteniendo algunas cosas necesarias. En forma similar, el príncipe de Jerusalén hará su salida final de la capital de Judá (12:1-16). Describiendo las condiciones en los últimos días del asedio, Ezequiel come ansiosamente su pan y bebe su agua con temor y temblor (12:17-20).

Los jefes religiosos son responsables por engañar al pueblo, asegurándo­les la paz, cuando la ira de Dios les está aguardando. Las mujeres, de igual forma, han sido culpables de causar en el pueblo el que crea en las mentiras. Todos los que profetizan falsamente están condenados por el mal que han causado hablando. Ezequiel, con valentía, culpa a los ancianos, que concurren ante él para inquirir del Señor, teniendo ídolos en sus cora­zones. El profeta les urge a que se arrepientan, no sea que la ira de Dios caiga también sobre ellos.

Jerusalén es tan pecadora, que no habrá nadie que pueda salvarla de su destrucción (14:12-15:8). Muy verosímilmente, el pueblo cree que a causa del grupo de justos que hay en la ciudad, Dios pospondrá sus juicios, como había hecho en el pasado. En una final y solemne advertencia, Ezequiel dice a su auditorio que incluso si Noé, Daniel o Job estuviesen en Jerusalén, Dios no salvaría a la ciudad. Ellos sólo pueden salvarse a sí mismos. Como una viña en el bosque dispuesta para ser quemada, así los habitantes de Jerusalén esperan el juicio de Dios.

V. El pueblo elegido de Dios condenado16:1-19:14

La historia espiritual de Israel 16:1-63

El rey infiel 17:1-24

La responsabilidad individual 18:1-32

Lamentación por los príncipes de Israel 19:1-14

En lenguaje alegórico, Ezequiel describe la corrupción de la religión israelita. Cuando Israel era como un niño recién nacido, inerme y desam­parado, ellos fueron elegidos por Dios y tiernamente nutridos como el pueblo de su elección. Gozando de esas divinas bendiciones, Israel cometió deliberadamente la idolatría en su apostasía, como una ramera en sus pasos pecaminosos. En lugar de ser devotos de Dios, ha malgastado las cosas materiales que tan abundantemente se le habían suministrado. Los padres incluso llegaron a ofrecer a sus hijos en sacrificio a los ídolos. En el curso del tiempo, acariciaron el favor de las naciones paganas, tales como Egipto, Asiría y Caldea. La caída de Samaría debería haber sido interpretada como un aviso dado a tiempo. La sentencia conra Judá concluye con una prome­sa de restauración (16:53-63). Dios recordará su pacto con ellos en recon­ciliación tras de que hayan sido debidamente castigados por sus pecados.

En otra alegoría o adivinanza (17:1-24), Ezequiel presenta la condena­ción política de Judá, ilustrando específicamente el precedente capítulo. El rey de Babilonia, como un águila o un buitre que se cierne sobre la copa de de un cedro, ha interrumpido la dinastía davídica. El rey substituto, obvia­mente Sedequías, romperá su convenido con Babilonia y volverá a Egipto en busca de ayuda, en lugar de depositar su fe en, Dios. En consecuencia, será tomado y llevado cautivo para morir en la tierra del exilio.

Aparentemente, los exiliados han llegado a la conclusión de que se hallan sufriendo a causa de los pecados de sus padres (18:1 ss.). Seguramente, el exilio era un lugar de sufrimiento colectivo (11:14-21) pero en claros y definidos términos Ezequiel traza una línea de demarcación entre los justos y los infieles. Incluso aunque todos tengan que sufrir al presente, la última distinción entre ellos es una cuestión de vida o muerte. Los injustos perecen, los justos tendrán que vivir. Como las leyes básicas del Pentateuco están dirigidas al individuo, así Ezequiel en ello, resalta la responsabilidad de cada israelita.

Habiendo tratado con el problema del individuo, Ezequiel revierte al tema de la máxima importancia: el destino de Jerusalén. En una lamentación (19:1-14), expresa el patético desarrollo que tendrán los acontecimien­tos, mostrando al príncipe de Judá como a un león capturado con cepos Y enjaulado para su deportación a Babilonia. El lamenta que la destrucción del reino sea tan completa, y que no quede un retoño ni siquiera un cetro Para un gobernante.

VI. La última medida completa 20:1-24:27

El fracaso de Israel 20:1-44

El juicio en proceso 20:45-22:31

Consecuencias de la infidelidad 23:1-49

Ezequiel atemperado para el juicio 24:1-27

Durante dos años, el profeta, como un atalaya, ha advertido fielmente al pueblo. Una vez más en el 591 una delegación de ancianos toma asiento ante él, para inquirir la voluntad del Señor. Sedequías está todavía en el trono de Jerusalén.

Ezequiel revisa una vez más la historia de Israel. Esta vez resalta que Dios eligió a Israel en Egipto, le dio su ley, y les llevó a la tierra de Canaán, pero ellos no han hecho otra cosa que provocarle con sus ídolos, ritos paganos, y sacrificios. En su ira, Dios le ha esparcido y finalmente los volve­rá a traer purificados en, gracia a su propio nombre (21:1-44).

La pronunciación de esta revisión recarga el énfasis del juicio que sigue como secuencia natural. Dios está encendiendo un fuego para consumir el Neguev (20:45-49). Está afilando su espada, llevando al rey de Babilonia a Jerusalén en un acto de juicio (21-22). Los príncipes han derramado sangre inocente, el pueblo es culpable de los males sociales, quebrantando la ley y olvidando a Dios. Jerusalén se convertirá en un horno para purificar al pueblo, mientras que derrama su ira.

El pecado de los pactos con los extranjeros, está desarrollado en el ca­pítulo 23, según Samaria, llamada Ahola y Jerusalén, llamada Aholiba, llevan sobre sí el cargo de la prostitución. Las alianzas con naciones extrañas, que frecuentemente implican el reconocimiento de dioses paganos, constitu­yen una grave ofensa hacia el Señor. Infortunadamente, Judá falló en ver la caída de Samaria como un aviso. En vista de sus pecados Jerusalén está advertida de que los caldeos vendrán a ejercitar su juicio sobre ellos. La copa de la ira de Dios está a la mano.

En el mismo día, 15 de enero del 588, en que los ejércitos babilónicos rodearon a Jerusalén, Ezequiel recibió otro mensaje (24). No se indica si Ezequiel dramatizó esto en una acción, sombólica o la produjo verbalmente en forma de alegoría. Teniendo ante él un cordero escogido en la sartén, que representa a Jerusalén, Ezequiel saca la consecuencia de la destrucción. La sartén con manchas de orín, figurando manchas de sangre, es colocada so­bre el fuego hasta que se funde. En el proceso de su fundición, las manchas sangrientas son quitadas, ilustrando claramente con ello que las manchas de sangre de Jerusalén serán quitadas sólo por la completa destrucción. En el curso de esta representación gráfica, muere la esposa de Ezequiel. Como una señal significativa para su auditorio, se le ordena a Ezequiel no llevar luto públicamente. Tampoco el pueblo lo llevará cuando reciba las noticias de que el templo de Jerusalén ha sido destruido. El Dios soberano hace esto para que ellos sepan que El es el Señor. En conclusión, Dios asegura a Eze­quiel que cuando las noticias del sino de Jerusalén, le lleguen, su sordera terminará.

VII. Naciones extranjeras 25:1-32:32

Amón, Moab, Edom y Filistea 25:1-17

Fenicia 26:1-28:26

Egipto 29:1-32:32

Las profecías fechadas en estos capítulos, con la excepción del 29:17-21, ocurren durante el décimo o duodécimo año del cautiverio de Ezequiel. Esto aproxima el período del asedio y sitio de Nabucodonosor en Jerusalén, al 588-586. Con la capitulación de Jerusalén pendiente, surge indudablemen­te la cuestión de a qué nación, entre las otras, tendrá Dios planeado llevarse a Judá. ¿Tendrán ellos que ir allí para juicio?

En el capítulo que abre este pasaje, los amonitas, moabitas, edomitas y filisteos son denunciados por su orgullo y gozosa actitud ante el sino de Judá. Aunque aliados a Judá para conjurarse en una rebelión contra Babi­lonia (Jer. 27:3), ellos la abandonaron para oír el fragor del combate de la invasión de Nabucodonosor. Por su arrogancia y su odio hacia la religión de Israel, serán castigados. La ejecución contra ellos comienza en el subsiguien­te período; pero el completo cumplimiento de esta predicción espera al úl­timo establecimiento de la supremacía de Israel en, su propio suelo. A través de Israel, Dios llevará su venganza contra Edom (25:14).

Los más largos pasajes están dirigidos contra los fenicios y sus ciudades de Tiro y Sidón y contra Egipto. Con los ejércitos de Babilonia concentrados sobre Jerusalén, los exiliados pueden haber imaginado por qué Fenicia y Egipto escaparon al vengativo empuje de Nabucodonosor.

En un análisis de mayor extensión, Ezequiel trata del destino de Tiro y su príncipe con una adecuada lamentación para cada uno de ellos (26:1-28:19). Sidón, que era de menor importancia, recibe sólo una breve con­sideración (28:20-23). Por contraste, Israel será restaurada (28:24-26). La condenación de Tiro es cierta, puesto que Dios está llevando a Nabucodono­sor contra ella. La lamentación, de Tiro describe la pérdida de la gloria y la supremacía que había gozado en su estratégica situación, en su belleza arquitectónica, su fuerza militar y sobre todo, en su fabulosa riqueza co­mercial. Tampoco Sidón escapará a la destrucción (28:24-26).

Para hacer un paralelo de la caída de Tiro, Ezequiel habla del destino del príncipe que gobierna la ciudad y el reino de Tiro (28:1-10). Aunque bueno a sus propios ojos, el rey de Tiro es solamente un hombre por lo que a Dios concierne. Por sus vanas aspiraciones, será castigado.

Egipto, que usualmente juega una parte vital en las relaciones internacio­nales de Judá, recibe una extensa consideración en estas profecías (29-32). En su asociación con Israel, la nación de Egipto ha sido como una caña, que se abandona al enemigo cuando llega la conquista. Egipto y sus gober­nantes también están inculpados con orgullo—el faraón se jacta de que el no Nilo, del cual depende la existencia de Egipto, estaba hecho por él.

La conquista y la rapiña aguardan a Egipto. Aunque sea restaurada en un período de cuarenta años de desolación, Egipto nunca llegará a adquirir su antigua posición. Nunca proporcionará de nuevo una falsa se­gundad para Israel. Dios enviará a Nabucodonosor a Egipto para que despo­je su riqueza, ya que los malos hombres poseen la tierra. Los divinos actos del juicio serán evidentes en la destrucción de los ídolos en Menfis y la «erróla de las multitudes en Tebas.

En forma de advertencia, Egipto es comparado a Asiría, que sobresalía como un cedro del Líbano por encima de todos los demás árboles (31:1-18). Como el poderoso reino de Asiría, Egipto caerá. Ezequiel compara la destrucción a su descenso en el Hades. Un año y dos meses más tarde, tras haber sabido la caída de Jerusalén, se lamenta una vez más de la humillación que pende sobre Egipto (32:1-16). El canto fúnebre del funeral (32:17-32), tal vez fechado en el mismo mes[, expande la lamentación, si­tuando ya en la lista seis naciones para ir al Hades. Egipto, en su destino, se unirá a poderes tan grandes como Asiría, Elam, Mesec y Tubal, y las naciones vecinas tales como Edom, los sidonios y los príncipes del norte-indudablemente, una referencia a los gobernantes sirios. Todos esos darán la bienvenida a Egipto en el Hades, en el día de la calamidad.

VIII. Esperanzas para la restauración 33:1-39:29

El atalaya con una nueva comisión 33:1-33

Los pastores de Israel 34:1-31

Contraste entre Edom e Israel 35:1-36:38

Promesa de restauración y triunfo 37:1-39:29

El mensaje de Ezequiel está ligado a los tiempos en que él vive. Desde el tiempo de su llamada, en el 593 a. C., ha conducido, por la palabra y por la acción simbólica, el destino de Jerusalén. Durante el sitio de Jerusalén, se le dio un, mensaje concerniente al lugar de las naciones extranje­ras en la economía del Dios de Israel. Con la destrucción de Jerusalén cumplida, Ezequiel, una vez más, dirige su atención a las esperanzas nacionales de Israel.

Un fugitivo procedente de Jerusalén informa a Ezequiel y a los exiliados en enero del 585 a. C. que la ciudad ha capitulado realmente ante el ejército de Babilonia. Indudablemente, los informes oficiales en Babilonia habían anunciado previamente la conquista de Judá. Probablemente, la fecha dada (33:21-22) está íntimamente relacionada a la totalidad del contenido de este capítulo. Dios, que había previamente revelado a Ezequiel el hecho de la caída de Jerusalén, en la víspera de la llegada de este mensajero, enton­ces invita al mensajero a que hable de nuevo. Esta terminación de su período de sordera, es un signo de la divina confirmación (24:27). Dios ya había condicionado a Ezequiel, al recordarle que él es un atalaya de la casa de Israel (33:1-20). Dirigiéndose de nuevo como "hijo del hombre", él es el responsable para advertir a su propio pueblo.

Tras de la llegada del fugitivo, Ezequiel es preparado para el mensaje transicional (33:24-33). El remanente no arrepentido que hay en Palestina, transfiere entonces su confianza desde el templo arruinado al hecho de que ellos son la semilla de Abraham. Con. Jerusalén en ruinas, seguramente ninguno de los que se encuentran entre el auditorio de Ezequiel es lo bastan­te estúpido para pensar que puede intentar una rebelión con éxito frente a Nabucodonosor. Ezequiel es advertido de que el pueblo será lo bastante curioso para escuchar su mensaje; pero no lo obedecerá.

El tema de la esperanza comienza con una discusión de los pastores de Israel (34-1:31). En contraste con los falsos pastores, que están condenados por su egoísmo, Dios aparece descrito como el verdadero Pastor de Israel. Mirando en el futuro lejano de los israelitas, se les asegura su restauración nacional. Haciendo un pacto de paz con ellos, Dios les establecerá en su propia tierra para gozar de bendiciones sin límites bajo el pastor, identificado como "mi siervo David". Puesto que la historia no tiene datos del cumplimiento de esta promesa para Israel, parece razonable anticipar esta realización en el futuro.

La tesis de la restauración de Israel está desarrollada en 35:1-36:38, en contraste a la antítesis de la destrucción de Edom. Edom o monte de Seir está cargado con los delitos de enemistad, odio sangriento, avidez y codicia de la tierra de Israel e incluso de blasfemia contra Dios. Edom, incluyendo a todas las naciones (36:5), está ya marcada para su devastación. Por con­traste, los israelitas serán reunidos desde todas las naciones y una vez más gozarán del favor de Dios en su propia tierra. Israel ha profanado el nombre de Dios entre las naciones; pero El actuará trayéndoles de nuevo en gracia a Su nombre. Por una transformación, Dios les impartirá un nuevo corazón y un nuevo espíritu, purificándoles en la preparación para que sean Su pueblo.

Sin duda, tanto Ezequiel como su auditorio tuvieron que haberse pregun­tado cómo sucedería tal cosa. Con Jerusalén en ruinas y el pueblo en el exilio, las perspectivas no podían ser más obscuras y sombrías. En 37:1-39:29, la restauración de Israel en triunfo sobre todas las naciones, queda desarrollada y dibujada. Por divina revelación, Ezequiel llega a la seguridad de que todo esto tendrá su cumplimiento.

El Espíritu del Señor conduce a Ezequiel en medio de un valle lleno con huesos secos. Dios invita al profeta a que hable a aquellos huesos. Ante su asombro total, Ezequiel ve cómo los huesos se animan con la vida. Esta resurrección de los huesos muertos, significa la reavivación y la restauración de la totalidad de la casa de Israel, incluyendo tanto al Reino del Norte como al del Sur. Serán reunidos como los israelitas serán reagrupados procedentes de entre las naciones con la específica promesa de que un rey gobernará sobre ellos. El gobernante o "pastor", de nuevo identificado como "mi siervo David", deberá ser el príncipe para siempre en tanto el pueblo se conforma a los estatutos y ordenanzas de Dios. En la tierra de Israel, Dios establecerá una vez más su santuario de forma tal, que todas las naciones conocerán que El ha santificado y purificado a su nación de Israel.

El establecimiento de Israel no permanecerá oculto ni sin desafío. Na­ciones procedentes de las partes del norte, especialmente Gog y Magog, reunirán en masa sus ejércitos para luchar contra Israel en los postreros días. Viviendo en ciudades sin vallar y gozando de una pros­peridad sin precedentes, Israel se convertirá en el objeto codiciado de los enemigos invasores procedentes del norte. Esto, sin embargo, será un día de divina vindicación. Las fuerzas de la naturaleza en forma de terremotos, lluvia granizo, fuego y azufre serán dejadas sueltas contra el feroz invasor. La confusión, el derramamiento de sangre y la pestilencia prevalecerán mien­tras luchan el uno con el otro. Ave de presa y bestias salvajes devorarán los ejércitos de Gog y Magog y el enemigo quedará sin ayuda, permitiendo así que Israel tome todos sus despojos de guerra. Durante siete meses, enterra­rán a los muertos y purificarán la tierra.

Con todas las naciones conscientes de los juicios de Dios, a Israel se le asegura la restauración de su buena fortuna. Ellos vivirán con seguridad en la tierra donde nadie tendrá miedo. No quedará nadie entre las naciones, cuando Dios vierta su Espíritu sobre ellas.

IX. El estado restaurado 40:1-48:35

El nuevo templo 40:1-43:12

Regulaciones para el culto 43:13-46:24

La tierra de las bendiciones 47:1-48:35

El tiempo de la pascua durante el mes de Nisan (573), indudablemente, recuerda a los exiliados el más grande milagro que Dios hubo llevado a cabo en nombre de Israel a quien liberó del cautiverio de Egipto. Durante los catorce años que habían transcurrido desde la destrucción de Jerusalén, los exilados, probablemente, adaptados a su nuevo entorno, no hubieron tenido ninguna esperanza de un inmediato retorno. Como mucho, si creyeron en la predicción de Jeremías concerniente a un período de exilio de setenta años, sólo unos pocos de los que habían sido tomados en Jerusalén, podrían haber retornado. Sin duda, la promesa de Ezequiel de la definitiva restauración les aseguró del amor de Dios y de Su cuidado por la nación de Israel.

Ezequiel tuvo otra visión. Similar a la revelación de los capítulos Salí, el profeta ve la realidad de la restauración. De nuevo, el punto focal es el templo de Jerusalén, que simboliza la presencia real de Dios con su pueblo. Un hombre inominado, lo más probable un ángel del Señor, toma a Eze­quiel para hacer una visita del templo, sus alrededores y la tierra de Pales­tina. La gloria de Dios, que primeramente abandonó al templo a su condenación, entonces retorna a su sagrado santuario. Una vez más, Dios habita allí entre su pueblo. A Ezequiel se le instruye para que observe bien aquel viaje de la restaurada Israel. Todo lo que ve y oye, lo comparte con sus compañeros en el exilio (40:4).

Desde el ventajoso punto de la cima de una alta montaña, Ezequiel ve una estructura parecida a una ciudad representando el templo y su entorno. El guía, con una vara de medir en la mano, inspecciona cuidadosamente las murallas del área del templo y la de varios edificios, mientras que con­duce a Ezequiel en aquel espectacular viaje. Lo más extraordinario del viaje por el templo es la reparación de la gloria de Dios, que Ezequiel identifica con la revelación que tuvo en el canal de Quebar (ver 1 y 8-11). A Ezequiel se le asegura entonces que aquel es el nuevo templo que Dios estable­cerá para su eterno habitar con su pueblo. Nunca más se despreciará el nombre de Dios con la idolatría. A los penitentes y contritos, que hay entre el auditorio de Ezequiel, este mensaje del templo restaurado les ofrece la esperanza. Y son alentados a conformar sus vidas en obediencia a los requerimientos de Dios (43:10-13).

Las nuevas regulaciones para un culto aceptable están cuidadosamente prescritas (43:13-46:24). Ezequiel ve el altar y toma nota de las ofrendas y sacrificios que proporcionan al pueblo una base aceptable para su aproxi­mación a Dios. Al entrar en el templo, se postra en reconocimiento de la gloria de Dios que llena todo aquel santuario. Una vez más, recibe instruccio­nes para marcar bien las ordenanzas y detalles para aquellos a quienes se les permita oficiar en el nuevo templo. Por romper la alianza y profanar el templo con la idolatría, el sacerdote está sujeto a grave castigo. Dios bende­cirá a Israel con una clase sacerdotal restaurada y un príncipe que enseñará al pueblo, establecerá la justicia y observará las fiestas y las estaciones.

La visión culmina en los viajes de Ezequiel por la tierra de Israel (47:1-48:35). Comenzando en las puertas del templo, el profeta ve un río que sale hacia el sur desde debajo del umbral hasta Arabia, suministrando agua fresca para la abundante vida del mar y para la irrigación de la tierra en la producción de frutos. La totalidad de la zona, resurge con una nueva vida y la industria de la pesca florece, abundando la vida en las granjas en toda la tierra. La tierra de Canaán está cuidadosamente dividida en parcelas para cada tribu, desde la entrada de Hamat en el norte hasta el río de Egipto, en el sur. El príncipe y los levitas recibirán una parcela próxima a la ciudad en donde el templo está situado. Esta ciudad, en la cual se manifiesta la divina presencia de Dios, es identificada como "El Señor está allí".

Israel restaurado a la tierra prometida—esta es la esperanza que Ezequiel tiene para su generación en la tierra del exilio. Dios reagrupará a su pueblo en triunfo y lo bendecirá una vez más.

Esquema VIII cronología para ezequiel

621. Nacimiento de Ezequiel.

            Reformas de Josías—Ministerio de Jeremías.

612. Caída de Nínive.

609. Muerte de Josías.

Joacaz gobierna tres meses—Joacim hecho rey

605. Batalla de Carquemis.

Rehenes tomados de Jerusalén a Babilonia

601. Batalla egipcio-babilónica en las fronteras de Egipto.

598. Joacim se rebela contra Babilonia.

597. Joaquín y cerca de 10.000 personas incluido Ezequiel hechos cautivos.

594. Embajada enviada por Sedequías a Babilonia—Jer. 29:3.

Sedequías aparece en Babilonia—Jer. 51:59.

593. Llamamiento de Ezequiel—1:1 y 3:16.

592. Tableta asignando raciones para Joaquín.

Los ancianos conferencian con Ezequiel—8:1-11:25.

591. Los ancianos conferencian con Ezequiel—20:1

588. El asedio a Jerusalén comienza en enero.

Mensaje de Ezequiel—24:1.

587. Profecías de Ezequiel—29:1, 30:20; 31:1.

586. Los babilonios entran en Jerusalén—Sedequías huye—19 de julio

El templo es incendiado:  15 de agosto

Profecía contra Tiro—26:1

585. Llegan los fugitivos—8 de enero—Ezeq. 33:21

Lamentación sobre Egipto—32:1 y 17

573. Visión de Ezequiel—40:1.

571. La última profecía fechada de Ezequiel—29:17

561. Joaquín liberado de la prisión, 26 marzo del 561 a. C.—II Reyes 25: 27. (De acuerdo con Thiele, un cálculo de Nisan a Nisan es utilizado en Ezequiel, mientras Reyes utiliza Tishri a Tishri; el primero co­mienza en abril y el segundo en octubre).

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz

 
1. Los Principios
2. Edad Patriarcal
3. La Emancipación
4. La Religión
5. La Nacionalidad
6. La Ocupación
7. De Transición
8. David y Salomón
9. Reino Dividido
10. La Secesión
11. Los Realistas
12. Revolución
13. Judá y Siria
14. Desvanecimiento
15. Las Naciones
16. Mano de Dios
17. Interpretación
18. Isaías
19. Jeremías
20. Ezequiel
21. Daniel
22. Prosperidad
23. Las Profecías
24. Después
 

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