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  10. La Secesión

Historia del Antiguo Testamento presenta un análisis literaria que reconoce que el Antiguo Testamento mismo manifiesta ser más que el relato histórico de la nación judía. Tanto para judíos como para cristianos, es la Historia Sagrada que descubre la Revelación que Dios hace de Sí mismo al hombre y en él se registra no solo lo que Dios ha hecho en el pasado, sino también el plan divino para el futuro de la humanidad.

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Capítulo X

La secesión septentrional

La unión de Israel establecida por David, terminó con la muerte de Salomón. Lo primero entre la división resultante, fue el Reino del Norte, localizado entre Judá y Siria. En menos de un siglo (931-841 a. C.) habían surgido y caído tres dinastías para dar paso al nuevo reino.

La familia real de Jeroboam

Jeroboam I se distinguió como un administrador bajo el remado de Sa­lomón, supervisando la construcción de la muralla de Jerusalén conocida como Milo (I Reyes 11:26-29). Cuando el profeta Ahías impartió dramá­ticamente un mensaje divino al desgarrar su manto en doce trozos y le dio diez a Jeroboam, ello significaba que iba a gobernar sobre diez tribus de Israel. A desemejanza de David, quien también había sido elegido rey antes de acceder al trono, Jeroboam mostró signos de rebelión e incurrió en el disfavor de Salomón. Consecuentemente, huyó a Egipto, donde encontró re­fugio hasta la muerte de Salomón.

Cuando Roboam, hijo de Salomón, hizo un llamamiento para una asam­blea nacional en Siquem, Jeroboam fue invitado como campeón de los ancianos que solicitaban una reducción en los impuestos. Ignorándolo, Ro­boam se enfrentó con una rebelión y huyó a Jerusalén. Mientras Judá y Benjamín corrieron en su apoyo, las tribus separadas hicieron rey a Jero­boam. La guerra civil y el derramamiento de sangre quedaron conjurados cuando Roboam escuchó la advertencia del profeta Semaías para retener sus fuerzas. Esto dio a Jeroboam la oportunidad para establecerse como rey de Israel.

La guerra civil prevaleció durante 22 años del reinado de Jeroboam, aunque la Escritura no indica la extensión de dicha guerra. Indudablemente la agresividad de Roboam fue atemperada por la amenaza de la invasión egipcia, pero II Crón. 12:15 informa de una constante situación de gue­rra. Incluso ciudades en el Reino del Norte fueron atacadas por Sisac. Tras la muerte de Roboam, Jeroboam atacó Judá, cuyo nuevo rey, Abíam, había rechazado a Israel hasta el extremo de tomar el control de Betel y otras ciudades israelitas (II Crón. 13:13-20). Esto pudo haber tenido algún efecto sobre la elección de Jeroboam de una capital. Al principio, Siquem fue fortificada como la ciudad capital. Si la fortificación de Penuel, al este del Jordán, tuvo la misma implicación, es algo que no parece cierto. Jero­boam residió en la bella ciudad de Tirsa, que fue utilizada como la capital bajo la próxima dinastía (I Reyes 14:17). Aparentemente Jeroboam encon­tró interesante el retener la pauta gubernamental del reino como había preva­lecido en tiempos de Salomón.

Jeroboam tomó la iniciativa en cuestiones religiosas. Naturalmente no quiso que su pueblo acudiese a las sagradas festividades de Jerusalén, por si acaso volviesen a una alianza con Roboam. Erigiendo becerros de oro en Dan y en Betel, instituyó la idolatría en Israel (II Crón. 11:13-15). Nom­bró sacerdotes libremente ignorando las restricciones de Moisés y permitien­do a los israelitas ofrecer sacrificios en varios lugares altos por todo el país. Como sacerdote, no solamente oficiaba ante el altar sino que también, cambió un día de fiesta desde el mes séptimo al octavo (I Reyes 12:25-13:34).

La agresividad de Jeroboam en religión fue atemperada cuando fue advertido por un profeta innominado de Judá. Este hombre de Dios, intré­pidamente advirtió al rey, mientras se hallaba de pie y quemaba incienso ante el altar en Betel. El rey inmediatamente ordenó su arresto. El men­saje del profeta, sin embargo, recibió confirmación divina en el destrozo del altar y la incapacidad que tuvo el rey de retirar la mano con la que apun­taba hacia el hombre de Dios. Repentinamente, el mandato desafiante del rey se cambió en súplica por su intercesión. La mano de Jeroboam fue restau­rada conforme el profeta oraba a Dios. El rey deseó recompensar al profeta, pero este último no quiso ni siquiera aceptar su hospitalidad. El hombre de Dios estaba bajo órdenes divinas de marcharse inmediatamente.

La consecuencia para el fiel ministerio de este hombre de Dios es digna de notarse. Siendo engañado por un viejo profeta de Betel, el profeta de Judá aceptó su hospitalidad y así precipitó el juicio divino. De vuelta a su hogar, fue muerto por un león y llevado a Betel para su entierro. Tal vez la tumba de este profeta sirvió como recordatorio para las sucesivas generacio­nes de que la obediencia a Dios era esencial. Ciertamente que tuvo que haber tenido una gran significación para Jeroboam.

Otro aviso le llegó a Jeroboam por mediación del profeta Ahías. Cuan­do su hijo, Abías, cayó gravemente enfermo, Jeroboam envió a su esposa a consultar al anciano profeta a Silo. Aunque ella iba disfrazada, el profeta ciego la reconoció inmediatamente. Fue enviada de vuelta a Tirsa con el sombrío mensaje de que su hijo no se recobraría. Además, el profeta la advirtió que el fallo en guardar los mandamientos de Dios precipitaría el jui­cio divino, el exterminio de la dinastía de Jeroboam y la cautividad para los israelitas. Antes de que ella llegara al palacio, el niño murió.

A despecho de todas las advertencias proféticas, Jeroboam continuó practicando la idolatría. La lucha civil indudablemente debilitó tanto a Israel, que Jeroboam incluso perdió la ciudad de Betel en los días de Abiam, el hijo de Roboam.

Al paso de pocos años, el terrible aviso del profeta fue cumplido en su totalidad. Nadab, el hijo de Jeroboam, reinó menos de dos años. Mientras ponía sitio a la ciudad filistea de Gibetón, fue asesinado por Baasa.

La dinastía de Baasa

Baasa, de la tribu de Isacar, se estableció como rey sobre Israel en Tirsa. Aunque la ya crónica guerra prevalecía con Judá por la totalidad del reino, una notable crisis ocurrió cuando intentó fortificar Rama. Aparentemente, muchos israelitas desertaron hacia Judá en el año 896-895 a. C. (II Crón. 15:9). Para contrarrestar esto, Baasa avanzó su frontera a Rama, ocho kms. al norte de Jerusalén. Al ocupar esta importante ciudad, pudo controlar las principales rutas procedentes del norte, que convergían en Rama y que conducían a Jerusalén. A cambio de su acto agresivo, Asa, rey de Judá, con­siguió una importante victoria diplomática renovando su alianza con Bcn-Adad I de Damasco. Como resultado, Ben-Adad anuló su alianza con Israel e invadió el territorio norte de Baasa tomando el control de ciudades tales como Cedes, Hazor, Merom y Sefat. También adquirió el rico y fértil terreno al oeste del mar de Galilea lo mismo que las llanuras que había al oeste del monte Hebrón. Esto también proporcionó a Siria el dominio del lucrativo comercio de las rutas de las caravanas para Acó, en la costa fenicia. En vista de la presión procedente del norte, Baasa abandonó la fortificación de Rama, aliviando así la amenaza de Jerusalén.

En los días de Baasa, el profeta Jehú, hijo de Hanani, estuvo activamen­te proclamando el mensaje del Señor. Amonestó a Baasa para que sirviera a Dios, quien le había exaltado hasta el trono. Desafortunadamente, Baasa ignoró al profeta y continuó en el mismo camino pecaminoso en que había estado Jeroboam.

Ela sucedió a su padre, Baasa, y reinó menos de dos años (886-885). Habiendo sido hallado borracho en casa de su mayordomo jefe, Ela fue asesinado por Zimri, que se hallaba al mando de los carros reales de comba­te. En pocos días, la palabra de Jehú halló su cumplimiento, al perecer ase­sinados por Zimri todos los parientes y amigos de la familia de Baasa y Ela. El reinado de Zimri como rey de Israel, fue establecido con premura y acabado rápidamente, todo en siete días. Indudablemente, había fallado en aclarar sus planes con Omri, que estaba al frente del mando de las tropas israelitas acampadas contra Gibetón. Resulta obvio considerar que Zirnn no contaba con el apoyo de Omri, puesto que este último hizo marchar sus tropas contra Tirsa. En su desesperación Zimri se recluyó en el palacio real, mientras que iba siendo reducido a cenizas. Puesto que sólo estuvo como rey siete días, Zimri apenas merece mención como dinastía gobernante.

Los gobernantes omridas

Omri fue el fundador de la más notoria dinastía del Reino del Norte. Aunque el relato escriturístico de su reinado de doce años está confirmado en ocho versículos (I Reyes 16:21-28), Omri estableció el prestigio internacional del Reino del Norte.

Mientras mandaba el ejército bajo Ela (quizás también bajo Baasa), Omri ganó una experiencia militar de gran valor. Con apoyo militar, se hizo cargo del reino dentro de los siete días después de ocurrido el asesinato de Ela. Aparentemente contaba con la oposición de Tibni, que murió seis años más tarde, y dejó a Omri como el único gobernante de Israel.

Samaría fue el nuevo lugar elegido como capital. Bajo sus órdenes, se convirtió en la ciudad mejor fortificada de todo Israel. Estratégicamente situada a once kms. al noroeste de Siquem sobre el camino que conducía a Fenicia, Galilea y Esdraelón, Samaria estaba asegurada como la inexpugna­ble capital de Israel y así lo fue durante siglo y medio hasta que fue con­quistada por los asirios en el 722 a. C.

Las excavaciones en Samaria dieron comienzo en 1908 por dos grandes arqueólogos americanos, George A. Reisner y Clarence S. Fisher, quien supervisó la expedición de Harvard que fue continuada por otros en años sucesivos. Parece ser que Omri y Acab construyeron una fuerte muralla alrededor del palacio y terreno circundante. Con otra muralla sobre una te­rraza más baja y una muralla adicional al fondo de la colina, la ciudad estaba bien asegurada contra los invasores. El trabajo de construcción y los materia­les empleados de esas murallas era tan superior, que no ha sido encontrada otra igual en ninguna otra parte de Palestina. Marfiles utilizados como traba­jos de taracea encontrados en las ruinas, fechan los trabajos en los tiempos de la dinastía Omri, indicando la importación y el comercio con Fenicia y Damasco.

Omri estableció con éxito una favorable política exterior. De acuerdo con la piedra moabita, que fue descubierta en 1868 en la capital, Dibón, por Clemont-Ganneau, y que se encuentra ahora conservada en el Museo del Lpuvre de París, fue Omri quien sojuzgó a los moabitas para Israel. Obte­niendo tributos y controlando el comercio, Israel obtuvo una gran riqueza. Omri estableció amistosas relaciones con Fenicia que quedo sellada en el matrimonio de Acab, su hijo, y Jezabel, la hija de Etbaal, rey de los sidonios (I Reyes 16:31). Aquello fue de importancia vital para la expansión comercial de Israel e indudablemente inició una política de sincretismo religioso que floreció en los días de Acab y Jezabel. Esta última Parece implicada en I Reyes 16:25, donde Omri es acusado de haber hecho mas maldad que todos los que habían existido antes que él.

Las relaciones sirio-israelitas en los días de Omri, son en cierta forma algo ambiguo (I Reyes 20:34). Parece improbable que Omri, que fue tan astuto y tuvo tanto éxito como militar y diplomático, hubiese concedido ciu­dades a Siria y garantizado derechos de comercio en su ciudad capital. Du­rante los días de Baasa, los sirios, bajo Ben-Adad, obtuvieron el control de las valiosas rutas de las caravanas hacia el oeste y a Acó pero indudable­mente Omri se opuso a este monopolio por su tratado con los fenicios y la construcción, de Samaría con sus fuertes fortificaciones. Interpretando la palabra "padre" como "predecesor", en el texto arriba citado, y aplicando la palabra "Samaría" al Reino del Norte, las concesiones que Israel hizo a Siria tienen referencia a los días de Jeroboam. Sin conclusiva evidencia para lo contrario, parece razonable concluir que Israel no fue invadida por Siria y no fue tributaria para Ben-Adad en los días de Omri. Es posible que Omri pudo haber tenido algún contacto con Asiría y que ciertamente hu­biese atemperado la actitud siria hacia Israel.

Aunque la guerra civil había prevalecido entre Israel y Judá en los días de Baasa, no hay indicación en la Escritura de que esto continuase en el reinado de Omri. Muy verosímilmente, el estado de guerra fuese reemplaza­do por amistosas aperturas hacia el Reino del Sur, que culminaron con el matrimonio entre las familias reales de Israel y Judá.

Cuando murió Omri en el 874 a. C. la ciudad de Samaría se convirtió en un monumento permanente de su gobierno. Incluso habiendo establecido el reino de Israel, sus pecados excedieron a los de todos sus predecesores.

Acab (874-853) fue el más sobresaliente rey de la dinastía Omri. Heredero de un reino que disponía de política favorable respecto a las naciones circundantes, Acab expansionó con éxito los intereses políticos y comerciales de Israel durante los veintidós años de su remado.

Estando casado con Jezabel de Sidón, Acab alimentó las favorables re­laciones con los fenicios. Incrementando el comercio entre aquellos dos países, representaba una seria amenaza al lucrativo comercio de Siria. Y pudo ser muy bien que Ben-Adad tuviese en cuenta esta afinidad fenicio-is­raelita con una maniobra diplomática que resultase o bien con un matrimonio real o en devoción religiosa hacia el dios tiro, Melcarth. En tanto que su competencia con Siria no dio lugar a que se abriese un estado de guerra, Acab astutamente tomó ventaja de la oportunidad de asegurar el bienestar de su nación.

Por todo Israel, Acab construyó y fortificó muchas ciudades incluyendo a Jericó (I Reyes 16:34; 22:39). Además de esto, impuso pesados tributos en ganados de Moab (II Reyes 3:4) que le proporcionó un favorable equili­brio en el comercio con Fenicia y Siria. Respecto a Judá, aseguró una polí­tica de amistad por el matrimonio de su hija Atalía con Joram, hijo de Josafat (865 a. C.). El apoyo de Judá fortaleció a Israel contra Siria. Man­teniendo la paz y desarrollando un lucrativo comercio, Acab estuvo en con­diciones de continuar el programa de construcciones en Samaría. La riqueza que codiciaba para sí mismo, está indicada en I Reyes 22:39 donde se hace referencia a una "casa de marfil". El marfil descubierto por los arqueólogos en las ruinas de Samaría puede muy bien ser del tiempo de Acab.

Mientras Omri pudo haber introducido a Baal, el dios de Tiro, en Israel, Acab promocionó el culto a este ídolo. En su gran ciudad capital, Samaría, construyó un templo a Baal (I Reyes 16:30-33). Cientos de profetas fueron llevados a Israel para hacer del baalismo la religión del pueblo de Acab. En vista de esto, Acab ganó la reputación de ser el más pecador de todos los reyes que habían gobernado a Israel.

Elías fue el mensajero de Dios en esta época de franca y abierta apostasía. Sin ninguna información concerniente a su llamada o a su pasado, emergió súbitamente de Galaad y anunció una sequía en Israel que terminó sola­mente por su palabra. Por tres años y medio (Sant. 5:17) Elías estuvo en reclusión. Mientras que faltaba el agua en el riachuelo de Querit, Elías fue alimentado por cuervos. El resto de este período fue cuidado por una viuda en Sarepta cuyas provisiones fueron milagrosamente multiplicadas diaria­mente. Otro gran milagro llevado a cabo fue la curación del hijo de la viuda.

Mientras que persistió el hambre en Israel, ocurrieron drásticas reper­cusiones. Incapaz de localizar a Elías, Jezabel mató a algunos de los profetas del Señor, pero Abdías, un sirviente de Acab, protegió a un centenar escon­diéndoles en cuevas y ocupándose de su bienestar. Por todo Israel y en las ciudades circundantes, se produjo una intensiva busca de Elías pero no pudo ser encontrado. Entonces el profeta retornó a Israel y demandó a Abdías el emplazar a Acab.

Cuando el rey cargó a Elías la culpa de lo que apesadumbraba a Israel, el profeta valiente reprendió a Acab y a su familia por descuidar los man­damientos de Dios y el culto a Baal. Con Elías dando órdenes, Acab amo­nestó a los 450 profetas de Baal y a los otros 400 de Asera que estaban apoyados por Jezebel. Como el hambre asolaba a Israel y prevalecía sobre toda la nación, hubo que tomar una acción decisiva. Con todo Israel y los profetas reunidos ante el monte Carmelo, Elías valerosamente confrontó al pueblo con el hecho de que no podía servir al Señor y a Baal al mismo tiem­po. Los profetas de Baal fueron desafiados para que consiguiesen de su dios, el quemar las ofrendas preparadas. Desde la mañana hasta bien tarde, cumplieron en vano rituales mientras que Elías ridiculizaba sus esfuerzos inútiles. Elías, entonces, reparó el altar de Dios, preparó el sacrificio, lo roció con agua e imploró a Dios para una divina confirmación. La ofrenda fue consumida, y todo Israel reconoció a Dios. Inmediatamente, los falsos profetas fueron ejecutados en el arroyo de Cisón. Tras que Elías hubo per­manecido en oración en la cúspide de la montaña, advirtió a Acab que la Uuvia tan largamente esperada comenzaría pronto. A toda prisa, Acab hizo el viaje en carro de 24 kms. a Jezreel, pero Elías le precedió.

Acab suministró a Jezebel un informe de primera mano de los aconte­cimientos de monte Carmelo. Inmediatamente, ella amenazó a Elías. Afortunadamente él recibió la noticia con 24 horas de anticipación. Aunque él había desafiado valerosamente a los cientos de falsos profetas el día anterior, dirigió hacia la frontera más próxima en un esfuerzo de abandonar a Israel. Yendo hacia el sur dejó a su sirviente en Beerseba y continuó una jornada de un día de duración más lejos, donde descansó bajo un enebro y oró para que pudiese morir. Un mensajero angélico le proveyó de refres­cos y el desalentado profeta recibió instrucciones de continuar hacia el mon­te Horeb. Allí tuvo una divina revelación, le fue dada la seguridad de que había 7.000 en Israel que no habían aceptado el baalismo, y le dio una triple comisión: ungir Hazael como rey de Siria, Jehú como rey sobre Israel y nombrar a Eliseo como su propio sucesor. Cuando Elías retornó a Israel, impartió la llamada de Dios a Eliseo mediante la transferencia de su manto. Eliseo, entonces, se convirtió en su colaborador.

Mediante una diplomacia efectiva y favorables tratados Acab estuvo en condiciones de mantener pacíficas relaciones con los países del entorno hasta la última parte de su reinado. No se menciona la razón del ataque de Siria contra el reino resurgido de Israel (I Reyes 20:1-43). Tal vez el rey sirio tomó ventaja de Israel tras que el país hubo padecido el hambre. También puede ser posible que la amenaza asiría motivase una acción agresiva de Ben-Adad en aquel tiempo. Apoyado por treinta y dos reyes vasallos, los sirios pusieron sitio a Samaría. Avisado por un profeta, Acab empleó sus gobernadores de distrito en montar una fuerza de 7.000 hombres para un ataque por sorpresa. Con el apoyo de tropas regulares, los israelitas deshicieron a los sirios, quienes tuvieron grandes pérdidas en hombres, caballos y carros de batalla. Ben-Adad apenas sí pudo escapar con vida.

Los sirios volvieron a luchar contra Israel nuevamente en la siguiente primavera, de acuerdo con el aviso del profeta hecho a Acab. Con una bri­llante estrategia, Acab derrotó una vez más a Ben-Adad. Aunque se hallaba grandemente superado en número, Acab acampó en las colmas, cargó con repentina furia y ganó una decisiva victoria en la captura de Afee, cinco kms. al este del mar de Galilea. Ben-Adad fue capturado, pero Acab le dejó en libertad e incluso le permitió establecer sus propios términos y con­diciones de paz, mediante las cuales algunas ciudades fueron devueltas a Israel y los derechos del comercio fueron dados a los victoriosos en Damasco. Este generoso y benévolo tratamiento de Israel a su peor enemigo, era parte de la política exterior de Acab de establecer alianzas amistosas con las naciones circundantes. Acab pudo haber anticipado la agresión asi­ría, y así el tratado de Afee representaba su plan para retener a Siria como estado tapón amistoso.

Acab falló en reconocer ante Dios esta grandiosa victoria militar (I Re­yes 20:26-43). En ruta a Samaría, un profeta le recordó de forma dramática que un soldado ordinario pierde el derecho a su vida a causa de la desobe­diencia. Por tanto, cuánto más el rey de Israel que no había cumplido su comisión cuando Dios le aseguró la victoria. La ominosa advertencia del profeta estropeó la celebración de la victoria de Acab.

El encuentro final entre Elías y Acab tuvo lugar en la viña de Nabot (I Reyes 21:1-29). Frustrado en su intento de comprar aquella viña, la decepción de Acab se hizo pronto aparente para su esposa Jezabel. Esta no sentía el menor respeto por la ley israelita y desoyó el rechazo consciente de Nabot en vender su propiedad heredada, ni siquiera a un rey. Acusado por falsos testigos, Nabot fue condenado por los ancianos y apedreado. Acab tuvo poca oportunidad de disfrutar su codiciada propiedad. Valientemente, el portavoz de Dios inculpó a Acab por haber derramado sangre inocente. Por aquella tremenda injusticia, la dinastía Omrida fue condenada a la des­trucción. Incluso aunque Acab se hubo arrepentido, el juicio sólo fue atem­perado y pospuesto para que sucediera tras la muerte de Acab.

Aunque no se menciona en la Escritura, la batalla de Qarqar (853 a. C.) tuvo una gran significación, lo bastante para ser narrada en los anales asi­rios, ocurriendo durante la tregua de tres años entre Siria e Israel (I Reyes 22:1). Los asirios, bajo Asur-nasir-pal II (883-859 a. C.), habían establecido contactos con el Mediterráneo pero evitado cualquier agresión hacia Siria e Israel. Salmanasar III (859-824 a. C.), no obstante, encontró oposición. Tras tomar numerosas ciudades al norte de Qarqar, los asirios fueron de­tenidos en su avance por una fuerte coalición, la cual Salmanasar registró en una monolítica inscripción, como sigue: Hadad-ezer (Ben-adad) de Damasco tenía 1.200 carros de combate, 1.200 jinetes de caballería y 20.000 hombres de infantería; el rey Irhuleni de Hamet contribuyó con 700 carros, 700 jine­tes y 10.000 soldados de infantería; Acab el israelita suministró 2.000 ca­rros y 10.000 infantes. Aunque a Acab no se le atribuye haber poseído ninguna caballería, es recordado por haber hecho la gran contribución con los carros de combate utilizados en Israel, la mayor conocida desde los tiempos de David. Salmanasar alardeó de una gran victoria. Cuan decisiva fue, es algo discutible, puesto que los asirios no avanzaron hacia Hamat ni renovaron su ataque durante los siguientes cinco o seis años.

Con el inmediato peligro de una invasión asiría conjurada, la tregua de tres años entre Israel y Siria terminó cuando Acab intentó recobrar Ramot de Galaad (I Reyes 22:1-40). Thiele sugiere que la batalla de Qarqar tuvo lugar en julio o a principios de agosto, de tal forma que esta batalla siró-is­raelita ocurrió más tarde en el mismo año, antes de que Acab hubiese licen­ciado sus tropas. La afinidad entre las familias reales de Israel y Judá implicaba a Josafat en este intento de desalojar a los sirios de Ramot de Galaad. Por tres años el fracaso de Ben-Adad de recuperar la ciudad, de acuerdo con el pacto de Afee, tuvo indudablemente que haber sido descui­dado por Acab mientras se enfrentaban a la común amenaza asiría.

Josafat apoyó a Aacab en esta aventura, pero su interés genuino estuvo en la dirección divina. Los 400 profetas de Acab, unánimemente aseguraron a los reyes de la victoria con Sedequías incluso usando un par de cuernos de hierro para demostrar cómo Acab corneaba a los sirios. Pero el rey Josafat tuvo una incómoda intuición. Aunque Micaías sarcásticamente envalentona­ba a los reyes para aventurarse contra Siria, afirmó sinceramente que Acab sería muerto en aquella batalla. Como resultado, Micaías fue puesto en prisión con órdenes reales de dejarle en libertad, si Acab retornaba en paz.

Sabiendo esto, Acab se enmascaró mientras Israel y Judá se lanzaban con su ataque sobre Ramot de Galaad. Reconociendo la capacidad de Acab como líder triunfador de Israel, el rey de Siria dio órdenes de matarle. Cuando los sirios perseguían al carro real, y se dieron cuenta que su ocupan­te era Josafat, se aplacaron. Sin que los sirios lo supieran, una flecha perdi­da atravesó a Acab que le hirió mortalmente. No solamente quedó Israel sin un pastor, como Micaías había predicho, sino que las palabras de Elías el profeta quedaron literalmente cumplidas a la muerte de Acab (I Reyes 21:19).

Acab fue sucedido por Ocozías, quien reinó aproximadamente un año (853-852 a. C.). Dos cosas hay que recordar de sus asuntos con el extran­jero. No solamente no tuvo éxito Ocozías al reclamar Moab para la dinastía omrida (II Reyes 3:5) sino que su expedición naval conjunta con Josafat en el golfo de Acaba también terminó con el fracaso (II Crón. 20:35). Cuando Ocozías propuso otra aventura, Josafat, habiendo sido amonesta­do por esta alianza por el profeta Eliezer, rehusó cooperar (I Reyes 22:47-49).

Con ocasión de una grave caída, ignoró al profeta Elías y envió mensa­jeros a Baalzebub en Ecrón. Elías intercepto a tales mensajeros con la solemne advertencia de que Ocozías no se recobraría. Tras varios intentos de capturar a Elías, fue llevado directamente hasta el rey. Como con Acab, su padre, Elías advirtió personalmente a Ocozías que el juicio de Dios le aguardaba porque había reconocido dioses paganos e ignorado al Dios de Israel. Esta pudo haber sido la última aparición de Elías ante un rey (852 a. C.), puesto que no se hace ninguna mención de cualquier acción con Joram, rey de Israel.

Elías y Eliseo habían cooperado estableciendo escuelas para profetas. Cuando Eliseo comprobó que su ministerio conjunto tocaba a su fin, pidió una doble porción del espíritu que había quedado sobre Elías. Unos caballos de fuego y un carro separaron a los compañeros y Elías fue llevado a los cielos por un torbellino. Cuando Eliseo vio a su maestro desaparecer, recogió el manto de Elías y volvió a cruzar el Jordán con la conciencia de que su solicitud había sido atendida. En Jericó, el pueblo reconoció en masa a Eliseo como al profeta de Dios. En respuesta a su pe­tición, él endulzó milagrosamente sus aguas amargas. Yendo a Betel fue ridiculizado por un grupo de muchachos que fueron devorados por los osos, por juicio divino. Desde allí, Eliseo fue a monte Carmelo y a Samaria, ha­biendo sido públicamente establecido como el profeta del Señor en Israel.

Joram, otro hijo de Acab y Jezabel, se convirtió en rey de Israel, tras la muerte de Ocozías en el 852 a. C. Durante los doce años de este último rey omrida en Israel, Eliseo estuvo frecuentemente asociado con Joram. Consecuentemente, el relato que se dedica a este período (II Reyes 3:1-9:26) está extensamente dedicado al valioso ministerio de este gran profeta.

La rebelión de Moab fue uno de los primeros problemas con que tuvo que encararse Joram cuando llegó a ser rey de Israel. Yendo en apoyo de Josafat, Joram condujo las unidades armadas de Israel y Judá en una marcha de siete días alrededor de la parte del sur del mar Muerto, donde Edom se juntó a la alianza formada. Aunque Israel controlaba la tierra moa-bita del norte del río Arnón, Joram planeó su ataque desde el sur. Mientras se hallaba acampado en la zona del desierto a lo largo de la frontera edo-mita-moabita, los ejércitos aliados se enfrentaron con una escasez de agua. Cuando Eliseo fue localizado, aseguró a los tres reyes el suministro milagroso de agua a causa de la presencia de Josafat. A la mañana siguiente, atacaron los moabitas, pero fueron rechazados. Retirándose de los invasores que avan­zaban, el rey de Moab tomó refugio en Kirareset (la moderna Kerak) que fue construida sobre una elevación de 1.134 mts. sobre el nivel del Me­diterráneo. En su desesperación, Mesa ofreció su hijo mayor en un holocaus­to como una ofrenda de fuego al dios moabita, Quemos. Aterrorizados, los invasores aliados dejaron a Moab sin que pudiera subyugar a Israel dicha ciudad.

Eliseo había tenido un muy efectivo ministerio por todo Israel. Un día, una viuda, cuyo marido había sido uno de los profetas, apeló a Eliseo en ayuda de rescate para sus hermanos de un acreedor que estaba dispuesto a llevarlos como esclavos. Mediante una milagrosa multiplicación del aceite, ella estuvo en condiciones de tener el suficiente dinero para pagar su deuda (II Reyes 4:1-7).

Mientras viajaba con su sirviente Giezi, Eliseo gozó de la hospitalidad de una rica anfitriona en Sunem, a pocos kms. al norte de Jezreel. Por esta buena acción, Eliseo le aseguró a ella que a su debido tiempo tendría un hijo. El hijo prometido tendría que nacer en la próxima primavera. Cuando su hijo murió de una insolación la sunamita fue a la casa de Eliseo en mon­te Carmelo en demanda de ayuda. Y a su hijo' le fue devuelta la vida (II Reyes 4:8-37). Algún tiempo más tarde, cuando amenazaba el hambre, Eliseo avisó a la sunamita que se trasladase a una comunidad más próspera. Tras una permanencia de siete años en tierra de los filisteos, ella volvió y fue ayudado por Giezi en recobrar sus propiedades (II Reyes 8:1-6).

Cuando los profetas de Gilgal se enfrentaron con el hambre, Eliseo pro­porcionó un antídoto para las plantas venenosas que estaban preparando para comer. Además, multiplicó veinte panes de cebada y unas cuantas espigas de trigo de tal forma que fueron alimentados cien hombres y aún sobró alimento (II Reyes 4:38-44).

El relato de Naamán (II Reyes 5:1-27) implica a Eliseo con los líderes políticos tanto de Siria como de Israel. Mediante una doncella cautiva israe­lita que tenía en su hogar, Naamán, el capitán leproso del ejército sirio, oyó hablar del sagrado ministerio curativo del profeta Eliseo. Llevando car­tas escritas por Ben-Adad, Naamán llegó a Samaria y suplicó a Joram que le curase de la lepra que padecía. Joram, aterrado, desgarró sus ropas, porque temía que el rey sirio buscase complicaciones. Eliseo salvó el pro­blema recordándole que Joram era profeta en Israel.

Apareciendo en el hogar de Eliseo, Naamán recibió unas simples instruc­ciones de lavarse en el Jordán siete veces. Tras de obtener de sus sirvientes la persuasión de que el capitán llevase a efecto lo que había dicho, Naamán fué curado. Volvió para otorgar una recompensa a Eliseo, que el profeta declinó. Con una orden de rendir culto al Señor quien le había curado Por medio de Eliseo, el capitán sirio salió para Damasco. El triste colorido de la curación de Naamán es el hecho de que Giezi, el sirviente de Elisfue tocado por la lepra como castigo por haber intentado apropiarse la recompensa que el profeta Eliseo había declinado aceptar.

Cuando Eliseo visitó una de las escuelas de los profetas, los estudiantes del seminario propusieron edificar otro edificio porque su vivienda actual resultaba demasiado pequeña. Acompañados por Eliseo, fueron al Jordán para cortar árboles con tal propósito. Cuando uno de ellos perdió la cabeza de su hacha en el agua, Eliseo realizó un milagro haciendo que flotara en el agua (II Reyes 6:l-7).

El estado de guerra entre Israel y Siria continuó intermitentemente du­rante el reinado de Joram (II Reyes 6:8-17:20). Cuando Ben-Adad compro­bó que sus movimientos militares en Israel eran conocidos por Joram, sospe­chó que cierto sirio se había convertido en un traidor. No era tal el caso, sino Eliseo, quien en su ministerio profético había avisado al rey de Israel. En consecuencia, los sirios enviaron a la captura de Eliseo. Cuando el sirviente del profeta, vio al poderoso ejército de Siria rodeando Dotan, se llenó de miedo; pero Eliseo le recordó la presencia de los terribles carros de guerra y la caballería que se encontraba en su entorno. En respuesta a la oración de Eliseo, las huestes sirias quedaron cegadas de tal forma, que el profeta pudo llevarles desde Dotan hasta Samaría. En presencia del rey de Israel, la ceguera quedó suprimida en el acto. Joram recibió instrucciones de prepararles una gran fiesta y después les despidió.

Más tarde, Ben-Adad acampó su ejército alrededor de Samaría sitiando a la ciudad por hambre. Cuando la escasez de alimentos se hizo insoporta­ble y tan desesperada que las madres tuvieron que comerse a sus propios hijos, Eliseo anunció que se produciría una abundancia de alimentos dentro de las veinticuatro horas siguientes. Mientras tanto, cuatro leprosos en la vecindad de Samaría, decidieron aprovechar la oportunidad de acercarse al campamento sirio. Estaban desesperados hasta el punto de morirse literal­mente de hambre. Al entrar en los cuarteles sirios, hallaron que los invasores habían quedado aterrados cuando oyeron el sonido de las trompetas, el ruido de los carros de batalla y el producido por un gran ejército. Cuando los leprosos compartieron las buenas noticias de abundantes provisiones con los samaritanos, se abrieron las puertas y el pueblo de Samaria tuvo abundancia de alimentos, de acuerdo con las palabras proféticas de Eliseo. El capitán que había rehusado creer en Eliseo, vio los suministros pero nunca los disfrutó, pues fue atropellado por la multitud hasta morir en las puertas de Samaría.

El ministerio de Eliseo fue conocido no sólo por todo Israel, sino en Siria al igual que en Judá y en Edom. Mediante la curación milagrosa de Naamán y el peculiar encuentro de los ejércitos sirios con este profeta, Eliseo fue reconocido como "el hombre de Dios" incluso en Damasco, la capital de Siria. Hacia el fin del reinado de Joram (843 o 842 a. C). Eliseo hizo una vista a Damasco (II Reyes 8:7-15). Cuando Ben-Adad lo oyó, envió a su sirviente, Hazael, a Eliseo. Con impresionantes regalos y presentes, distribuidos en una caravana de cuarenta camellos, de acuerdo con la cos­tumbre oriental, Hazael preguntó al profeta si Ben-Adad, rey de Siria, se recobraría o no de su enfermedad. Eliseo describió dramáticamente a Hazael ja devastación y el sufrimiento que esperaba a sus amigos los israelitas. Entonces el profeta cumplió parte de la comisión dada a Elías en el monte Horeb (I Reyes 19:15) informando a Hazael que él sería el próximo rey de Siria. Cuando Hazael retornó a Ben-Adad, entregó el mensaje de Eliseo, asfixiando con un paño mojado al rey enfermo, al día siguiente. Hazael, en­tonces se hizo cargo del trono de Siria, en Damasco.

Con el cambio de rey en el trono de Siria, Joram hizo un intento de recobrar Ramot de Galaad durante el último año de su reinado (II Reyes 8:28-29). En esta tentativa fue apoyado por su sobrino, Ocozías, que había estado gobernando en Jerusalén aproximadamente un año (II Crón. 22:5). Aunque Joram capturó sus fortalezas estratégicas, fue herido en la batalla. Mientras que estaba recuperándose en Jezreel, Ocozías, rey de Judá, fue a visitarle. Jehú fue dejado al cuidado del ejército israelita estacionado en Ramot de Galaad, al este del Jordán.

Eliseo vuelve a convertirse en el foco de la escena nacional, nuevamente, al dar cumplimiento a las otras misiones no cumplidas aún dadas a Elías en el monte Horeb (I Reyes 19:15-16). Esta vez, no fue él en persona, sino que envió a uno de los estudiantes del seminario a Ramot de Galaad, para ungir a Jehú como rey de Israel (II Reyes 9:lss.). Jehú estuvo encargado con la responsabilidad de vengar la sangre de los profetas y servidores del Señor. La familia de Acab y Jezabel tenía que ser exterminada como las dinastías de Jeroboam y Baasa lo habían sido ante Omri.

Con el sonido de la trompeta, Jehú fue proclamado rey de Israel. En un rápido asalto a Jezreel, Joram fue fatalmente herido y arrojado al mismo terreno que Acab había tomado a expensas de la sangre de Nabot. Ocozías intentó escapar, pero también fue mortalmente herido. En esto fue cumplida la palabra de Elías (I Reyes 21). Escapó a Meguido donde murió y fue lle­vado a Jerusalén para ser enterrado. Aunque Jezabel hizo un llamamiento a Jehú, ella fue brutalmente arrojada por una ventana hasta morir. Su cuerpo fue comido por los perros. El juicio cayó así sobre la dinastía de los Omri, cumpliéndose literalmente las palabras del profeta Elías.

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz

 
1. Los Principios
2. Edad Patriarcal
3. La Emancipación
4. La Religión
5. La Nacionalidad
6. La Ocupación
7. De Transición
8. David y Salomón
9. Reino Dividido
10. La Secesión
11. Los Realistas
12. Revolución
13. Judá y Siria
14. Desvanecimiento
15. Las Naciones
16. Mano de Dios
17. Interpretación
18. Isaías
19. Jeremías
20. Ezequiel
21. Daniel
22. Prosperidad
23. Las Profecías
24. Después
 

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