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  5. El Cisma

Mundo Bíblico es el estudio de la historia de la nación de Israel: los patriarcas, el éxodo, la monarquía, el cisma, el exilio y el destierro.  El curso comienza con el mundo de Abraham y da énfasis en las naciones que tuvieron influencia sobre el pueblo hebreo: Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma.  También se considera la geografía del medio-oriente y las costumbres en los tiempos bíblicos. 

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5. El cisma y los dos reinos

Juan Manuel Martín-Moreno

A. Desarrollo del cisma

1.- La Asamblea de Siquén

Después de la muerte de Salomón el reino unido se rompe definitivamente. El ejecutor del cisma será el general Jeroboán, pero el ideólogo es el profeta Ajías de Silo. El cisma hundía sus raíces en la época precedente.

La unidad entre las tribus era muy frágil. Sólo una personalidad carismática como la de David había sido capaz de unirlas en un proyecto común. Ya en vida de David las tribus del Norte tuvieron un conato de escisión capitaneado por Sheba. Y también durante el reinado de Salomón, Jeroboán había hecho ya una primera intentona fracasada, en la que tuvo que exilarse en Egipto.

Las tribus del norte preferían un reino más federal y carismático, y nunca aceptaron la concepción dinástica y fuertemente centralizada de David, que Salomón había extremado aún más. A la muerte de éste último quieren negociar con su hijo Roboán aprovechándose del momento en que nuevo rey tenía que ser jurado en Siquén, en su propio terreno.

Siquén era el lugar donde se había sellado la alianza en tiempos de Josué, y parece ser que los reyes tenían que venir a Siquén para negociar con los representantes de las tribus de Israel. Estos quisieron imponer a Roboán una "Carta Magna" limitando sus derechos en lo relativo a impuestos y levas. "Tu padre ha hecho muy duro nuestro yugo. Si tú alivias ahora la dureza del yugo que tu padre nos impuso, entonces te serviremos" (1 R 12,4).

La negociación fracasó y Roboán no fue suficientemente flexible para atraerse la confianza de las tribus. Rechazo el consejo de sus oficiales más ancianos para seguir el de sus compañeros de infancia, los consejeros de la nueva escuela "absolutista". Le empujan a avanzar en una línea aún más absolutista. Habían sido educados en la ideología moderna de los nuevos escribas de la corte y no conocían las antiguas tradiciones y fueros de las tribus, ni tenían sensibilidad hacia ellos.

Los representantes del pueblo rompieron abiertamente con Roboán "¿Qué parte tenemos con David? ¡A tus tiendas, Israel!" Lapidaron a los representantes del rey y Roboán mismo tuvo que huir para salvar la vida (1 R 12,12-20).

Roboán era incapaz de intentar la reconquista por la fuerza. Las tribus del Norte se dieron una nueva dinastía con Jeroboán de Efraím. Roboán se mantuvo a la defensiva y emprendió la construcción de un cinturón de fortalezas (2 Cr 11,5-10) cuyos vestigios han sido encontrados por los arqueólogos.

2.- El cisma religioso

La consecuencia más inmediata de este cisma político será el cisma religioso. El culto de Jerusalén suponía una amenaza para la monarquía de Jeroboán. Este no podía permitir que sus súbditos fueran a adorar a Dios en Jerusalén con ocasión de las grandes fiestas, y tomar parte en un culto donde los sacerdotes cantaban la gloria de David y su dinastía y la alianza eterna que Dios había hecho con la casa de David.

Así Jeroboán fundó en los dos extremos de su Reino dos santuarios centrales para Israel: Dan y Betel, y erigió en cada uno de ellos un becerro de oro. "Israel, ahí están tus dioses, los que te han hecho salir del país de Egipto". Probablemente estos dos santuarios ya existían desde la época de los Jueces. El de Betel estaba ligado a la memoria de Jacob, mientras que la historia del santuario de Dan nos contada en el libro de los Jueces (Jc 17-18).

El becerro de oro no era propiamente la imagen de Dios, como los enemigos de Jeroboán quisieron hacernos ver. Probablemente era sólo el pedestal. En Jerusalén también encontrábamos los Querubines como pedestal de Dios en el arca de la alianza, y este hecho no era considerado una idolatría.

En cualquier caso resulta curioso que Jeroboán escogiese la imagen de un becerro como escabel de la gloria de YHWH, si ya para entonces ya existía la tradición jehovista que condenaba aquel becerro como un ídolo infame. ¿Estaría Jeroboán tratando de rehabilitar una costumbre antigua? O más bien ¿no será al revés?  ¿No serán los autores de las tradiciones yahvista y elohísta los que han retroproyectado al desierto las prácticas cúlticas de Jeroboán para poder así condenarlas de una manera más efectiva? De hecho, después de la ruina del reno del Norte, el santuario de Betel fue purificado por el rey Josías, el nuevo Moisés legislador y restaurador (2 R 23,15).

Jeroboán dudó antes de decidirse por una capital. No quiso ponerla en Siquén, la ciudad de los patriarcas, sino buscó como David una ciudad nueva, siete kilómetros más al norte, en Tirzá, en la vertiente oriental de la montaña. Pero su política religiosa fue opuesta a la de David. Quiso claramente separar la capital política de la religiosa, sin duda para evitar la interferencia de los sacerdotes en la vida del Reino. Pero de este modo perdió el prestigio y la solidez que el "altar" puede dar al "trono", aunque a veces los sacerdotes puedan interferir demasiado en la vida política.

B. Características de los dos reinos

1.- Situación política y religiosa del Reino de Israel

Otra consecuencia inmediata del cisma fue la pérdida del imperio que David se había labrado. Pronto Edom, Moab, Damasco y Amón van a reconquistar su independencia. Los dos reinos separados se convierten en potencias de segundo orden y van a ser atacados por sus vecinos.

En el Reino del Norte, o Reino de Israel, hay que constatar ante todo una falta de estabilidad política. Jeroboán era un usurpador que había llegado al trono sin legitimidad. Cualquiera se va a sentir en el derecho de hacer lo mismo que el hizo. Los cambios de dinastía serán continuos. En los 279 años de existencia del Reino 7 de sus 19 reyes serán asesinados y uno se suicidará. Los continuos golpes de estado serán dados por generales ambiciosos que se irán sucediendo unos a otros.

Israel era un estado mucho más vasto y rico que Judá. Desde el punto de vista militar, sus fuerzas fueron superiores a las de Judá. Israel comprendía los territorios de diez tribus y por tanto su ejército era más numeroso. Sin embargo hay que constatar también que estaba más expuesto a los ataques del exterior.

Había en Israel una falta de homogeneidad interna, porque dentro del reino había quedado un gran número de cananeos no completamente asimilados culturalmente, que se aferraban a su religión y a sus costumbres, y habían aceptado el Yahvismo sólo de una forma superficial.

Es en Israel donde la tentación del sincretismo religioso será más fuerte, y contaminará toda la vida agrícola del país con sus ritos mágicos de fertilidad. No olvidemos también que Israel estaba más en contacto con Fenicia y Siria, que ejercieron un gran influjo. Además el reino del Norte era mucho más rico que el de Judá, y había pasado por un proceso de concentración de la riqueza y la propiedad en grandes latifundios. Los contrastes entre el lujo y la suntuosidad de la nobleza samaritana y la miseria de las clases humildes era mucho más hiriente en el Reino del Norte que en el del Sur.

2.- Situación política y religiosa del reino de Judá

El reino del Sur era mucho más pequeño que el del Norte, ya que sólo comprendía las tribus de Judá y Benjamín. La frontera pasaba entre Jerusalén y Betel. Por eso la gran preocupación de los reyes de Judá fue hacer avanzar lo más posible esta frontera de manera que la capital, Jerusalén, no se encontrase expuesta en el caso de una guerra eventual (1 R 15, 16-22).

Judá era mucho más homogéneo que Israel. La mayor parte de la población era israelita, y la configuración más montañosa del país la hacía menos accesible a los influjos exteriores.

La tensión más fuerte en el interior del reino parece haber sido la presencia de una aristocracia habituada a la opulencia de los tiempos de Salomón, mundana y secularista, en contraste con los agricultores modestos, con una visión religiosa más tradicional. Como ya hemos visto, los contrastes sociales en Judá no fueron tan fuertes como en el territorio de Israel.

La religión yahvista se conservó más pura en el sur que en el norte, aunque tampoco faltaron las contaminaciones cananeas. Pero en el sur veremos renovadas las tentativas por parte de los reyes de purificar los cultos idólatras, sobre toda en las reformas de Joás (2 Cr 23,16-,24,16), Ezequías, (2 Cr 29-31) y Josías (2 Cr 34-35).

Lo que dará una consistencia más fuerte a la casa de Judá será la estabilidad aportada por la dinastía davídica, y su confianza en las promesas de Dios.

3. Hegemonía de Israel

Las fuentes para este período, además de los relatos bíblicos, son la inscripción moabita de Mesha y los archivos asirios de Salmanasar III. Todos ellos coinciden en darnos la idea de que el reinado de Omrí y sus sucesores fue muy poderoso, y que seguían teniendo un control sobre la Transjordania. Los omridas tuvieron que hacer frente al poderío creciente de los arameos, recién establecidos en Damasco y Hamat, y a las invasiones asirias de Salmanasar III.

En el cuadro general de la época se trasluce que el reino de Judá durante este período estaba subordinado al de Israel. A pesar de que el libro de las Crónicas, en contraste con el libro de los Reyes, nos ha querido dar una imagen del rey Josafat de Judá como un poderoso e influyente príncipe (2 Cr 17-20), sin embargo todo parece traslucir que Josafat siguió una política de sumisión y alianza con el poder de los omridas del Norte, que se consumó con el matrimonio de su heredero Joram con Atalía, hija (o nieta) de Omrí (2 Re 8,18).

Como veremos durante el siglo IX, Judá era una región semideshabitada, y Jerusalén era un pequeño pueblo sin ninguno de los atributos propios de una gran ciudad, o de la corte de un rey importante. Es sólo después de la reforma de Josías cuando se reescribe la historia retroproyectando al pasado la hegemonía de Judá que sólo tuvo lugar más tarde tras la caída de Samaría.

C. Historia paralela de Israel y de Judá

Hemos descrito ya los rasgos generales que caracterizan la vida de los dos reinos. Nos es imposible aquí dar detalles sobre la historia de cada uno de los reyes de antes de la caída de Samaría (12 en Judá y 19 en Israel). Se puede leer el relato en 1 Re 14,1-2 Re 17,41 o en 2 Cr 10,1 – 27,9. (Las Crónicas nos cuentan sólo la historia de Judá), Se puede también consultar las Sinopsis cronológicas como la de la Biblia de Jerusalén.

Reseñaremos aquí sólo las líneas de fuerza y los episodios más significativos. Podemos dividir en cuatro etapas la historia paralela de los dos reinos separados, durante dos siglos (931-722).

1.- Etapa de las guerras civiles (931-874 a.C.)

No parece que Roboán hiciera ningún esfuerzo por reconquistar el territorio del Norte tras el cisma. El sentimiento general en Judá era "Que se vayan si quieren". Roboán intentó únicamente controlar la pequeña tribu de Benjamín para no dejar a su capital Jerusalén en la misma frontera. Así la Biblia nos habla de las 15 ciudades de defensa que Roboán construyó en la frontera (2 Cr 11,5-12).

Los enfrentamientos mutuos fueron sólo ocasionales. Roboán debió hacer frente a la invasión del faraón Seshonq de la dinastía libia (XXII). En su campaña los egipcios tomaron Jerusalén y pillaron las riquezas del Templo, aunque tuvieron que retirarse inmediatamente (1 R 14, 25-26).

Los sucesores de Roboán y Jeroboán continuaron sus guerras esporádicas, mientras tenían que hacer frente a las amenazas exteriores y a los intentos de rebelión de los pueblos que habían sido sometidos por David.

A Roboán lo sucedió su hijo Abías por un breve período de 3 años. Abías murió joven dejando el trono a un menor, Asá que reinará 41 años en Jerusalén. La minoría de edad de Asá estuvo dominada por la reina madre Maakah. Asá pudo liberarse del influjo nefasto de su madre, y es ensalzado por la Biblia como uno de los pocos reyes de Judá que “hizo lo que es recto a los ojos de Dios” (1 R 15,11-15; 2 Cr 14,2).

Entretanto en el Norte, tras 19 años de reinado de Jeroboán subió al trono su hijo Nadab que fue pronto asesinado por uno de los generales, Basá que consiguió afianzarse en el trono 23 años. El hijo de Basá, Elá, apenas reinó un año, y fue asesinado en otro golpe de estado, que tras una etapa de desórdenes civiles acabaría trayendo al trono a Omrí, un general que usurpó el reino de Israel y fundó una dinastía relativamente estable en el Norte (885-841 = 4 reyes). Las fuentes asirias seguirán llamando al reino de Israel "reino de Omrí", incluso mucho después de que la dinastía de Omrí hubiese ya desaparecido. La dinastía de los omridas ejercerá un gran influjo en el sur a través de los matrimonios con la casa de David.

Omrí ha pasado a la historia como fundador de la nueva capital de Samaría, después de haber abandonado Tirzá. Samaría se encuentra en el lugar donde se cruzan todas las carreteras que atraviesan la montaña de Efraím. Fue construida sobre una gran colina orientada hacia el oeste, hacia el mar. La opción de una nueva capital posibilitó a la nueva dinastía tener una cierta independencia respecto a las rivalidades tribales. La compra que Omrí hizo de la colina de Samaría es una acto análogo al de David cuando compró la era de Arauná el jebusita y construyó allí un altar. Samaría tendrá el estatuto de villa real, y será construida con un influjo masivo de la arquitectura fenicia. El barrio real da testimonio de la riqueza de

2.- Etapa de las reinas idólatras (874-835 a. C.)

En 870 a.C. subió al trono de Jerusalén el rey Josafat, uno de los pocos reyes alabados por la Biblia. Durante sus veinte años de reinado floreció el comercio y la economía. Edom fue sometido de nuevo y Josafat abrió las rutas caravaneras hacia el Mar Rojo. También reorganizó el sistema de justicia y pasó a la historia como rey piadoso.

Pero su gran error fue la alianza con los reyes omridas de Israel, gracias al matrimonio del heredero judío Jorán con Atalía, hija del rey Omrí. Esta alianza mezclará el destino de Judá con la política idolátrica de los omridas. (La Biblia nos dice unas veces que Atalía era hija de Omrí -2 R 8,26; 2 Cr 2,22- y otras que hija de Ajab: 2 R 8,18; 2 Cr 21.6). La cronología favorece la tesis de que era hija de Omrí. Pero en el caso de que fuese hija de Ajab, también podría ser considerada en sentido amplio “hija de Omrí”, o sea, descendiente de Omrí, o miembro de su dinastía.

5 años antes de la entronización de Josafat en Judá (875 a.C.), había subido al trono de Samaría Ajab, hijo de Omrí que pronto se casó con Jezabel, hija del rey de Tiro. Ajab fue un gran constructor, el mayor constructor de Israel antes de Herodes.

Jezabel, cuyo nombre significa "Zebul existe" era la hija de un sacerdote de Baal que se apoderó del trono después de haber asesinado a su predecesor. La Biblia acusa a Jezabel de haber tenido una influencia perniciosa sobre su marido (2 R 21) y de haber favorecido el culto a Baal en el reino de Samaría (1 R 16,31-32).

Ajab es el primer israelita que aparece en una fuente no bíblica. La estela del rey moabita Mesha, nos da su nombre como "hijo de Omrí". (Recientemente ha aparecido una inscripción donde podemos leer el nombre de David, según algunos epigrafistas).

Ajab se unió con los arameos y otros pueblos vecinos para formar una gran coalición y detener el avance de Salmanasar III, rey de Asiria en la batalla de Qarqar (853) a.C.). El monolito de Salmanasar nos dice que Ajab participó en la batalla con 2.000 carros y 10.000 infantes.

La impresión general que obtenemos de la dinastía omrida es que en este tiempo Israel era muy fuerte, y ejerció una hegemonía sobre los estados vecinos, Judá, Moab y Aram. Sin embargo, según la Biblia, los casi veinte años del reinado de Ajab se pasaron en continuas guerras contra los arameos en situación de una cierta inferioridad. Esto puede deberse a la tendencia bíblica a denigrar a los reyes impíos y por eso algunos piensan que las guerras arameas que la Biblia atribuye a Ajab, pueden haber tenido lugar más tarde, en el reinado de la dinastía de Jehú, cuando el poder israelita había declinado mucho.

Según la Biblia, Ajab murió cuando, acompañado por Josafat, rey de Judá, guerreaba contra los arameos que habían sitiado la ciudad de Ramot de Galaad. Llevaron su cadáver a enterrar a Samaría. El autor deuteronomista se ensaña con él nos da la noticia tétrica de que al lavar su cadáver junto a la alberca, “los perros lamieron su sangre y las prostitutas se bañaron en ella” (1 Re 22,38). Es la muerte del rey impío en la que se cumple la profecía de Elías que anunciaba un castigo por el asesinato de Nabot y el robo de su viña (1 Re 21,20-24). Sobre los problemas de concordismo cronológico, ver página aparte.

De la unión de Ajab y Jezabel nacieron dos hijos: Ocozías y Jorán, que llevan nombres yahvistas a pesar de los orígenes de su madre. Los dos hijos sucederán a su padre en el trono y los dos tendrán muertes violentas. Ocozías apenas reinó un año y murió de un accidente al caerse de un balcón en Samaría en 851 a.C. (2 Re 1,2). Le sucedió su hermano Jorán que, tras 6 años de reinado, pereció a manos de Jehú en el golpe de estado que trajo el fin a la dinastía omrida.

Mientras tanto Atalía, hermana (?) de Ajab, se había casado con un hijo de Josafat, rey de Judá, por nombre también Jorán. Atalía se mostró en Jerusalén tan fanática del baalismo como lo había sido su madre en Samaría. Sus intrigas dominaron la corte durante el reino de su marido Jorán y de su hijo, llamado también Ocozías como el efímero rey de Israel. Ocozías reinó en Judá sólo un año porque fue asesinado por Jehú. Por mala fortuna Ocozías había ido a visitar a su pariente Jorán, el rey de Israel en Yizreel, justo cuando Jehú se alzó contra Jorán y realizó una matanza en Yizreel en la que perecieron los dos reyes junto con Jezabel y otros miembros de la familia real omrida.

Entonces Atalía, al enterarse de la muerte de su hijo Ocozías, se hizo proclamar reina. Siempre fue consciente de haber usurpado el trono de David, y a causa de esto intentó exterminar a todos los descendientes de David. Sólo se salvó el pequeño Joás, escondido por su ama de cría en el templo, sin que la reina lo supiese. Allí vivió mientras Atalía reinaba en el país.

Pero el baalismo de Atalía no pudo echar raíces en Judá como lo había hecho en Israel. Era sólo una moda pasajera entre la aristocracia ilustrada de Jerusalén. Las raíces yahvistas en Judá eran demasiado fuertes.

3.- Etapa de las revoluciones conservadoras (841-783 a.C.)

Las dos reinas de Israel y de Judá, madre e hija, murieron trágicamente como consecuencias de revoluciones conservadoras. La reacción yahvista se impuso primero en Israel bajo el influjo del profeta Eliseo. Fue el profeta mismo quien eligió al general Jehú como ejecutor del plan de Dios para restaurar el Yahvismo. (2 R 9,1-13). Apoyado en el descontento popular, el general Jehú, presionado por Eliseo, dio un golpe de estado, se llegó precipitadamente a Yizreel y mató a Jorán, rey de Israel, a su madre Jezabel, y a Ocozías, rey de Judá, hijo de Atalía, que había venido a visitar a su familia. El resto de la familia real samaritana fue exterminada. Pero durante siete años Jehú no pudo eliminar a Atalía de Jerusalén.

Jehú nos es conocido también por una fuente extrabíblica, el obelisco negro de Salmanasar III, en el que el rey asirio nos cuenta su campaña contra Jazael de Damasco.

 En el obelisco aparece el rey Jehú postrado ante el rey de Asiria. A pesar del golpe de estado, la situación internacional continuó deteriorándose e Israel perdió toda la Transjordania a manos de los arameos.

Siete años después de la muerte trágica de Jezabel, su nieta Atalía perderá también el trono y la vida en Jerusalén, a causa de otra revolución conservadora, que entronizó al pequeño Joás, el niño que había vivido escondido en el Templo.

El instigador de la revolución en Israel había sido Eliseo el profeta. El instigador de la revolución en Judá fue el sumo sacerdote Yehoyadá. Se trató de un entendimiento mutuo entre el clero y el ejército para entronizar una vez más en Jerusalén a la casa de David destronada por Atalía.

La segunda mitad del siglo IX verá un rápido declinar de los dos reinos como resultado de las guerras arameas y del momento glorioso de Jazael de Damasco que impuso su hegemonía sobre toda la zona. En este tiempo de las guerras arameas se sitúa parte del ministerio del profeta Eliseo.

4.- Etapa del renacimiento de ambos reinos (783-740 a.C.)

En la primera mitad del s. VIII ambos reinos conocieron un renacimiento efímero, y sus fronteras volvieron a extenderse casi hasta los límites del imperio de Salomón. Israel reconquistó los estados arameos y Moab, mientras que Judá recuperó Edom y abrió de nuevo la ruta caravanera hacia el mar Rojo.

En Judá esta época corresponde al largo reinado de Ozías, y en Israel al reinado aún más largo de Jeroboán II.

D. Los profetas del siglo IX

Hemos visto ya la influencia que tuvo la religión en determinados cambios políticos importantes que tuvieron lugar en este período. Entre las fuentes utilizadas por el redactor deuteronomista hay que subrayar la historia de Elías, compuesta a finales del s. IX, y la historia de Eliseo. Ambos relatos son la base de los ciclos de Elías (1 R 17-2 R 1) y Eliseo (2 R 2-13) en el libro de los Reyes. Ambos son dos piezas magistrales de historiografía.

Estos capítulos nos narran la vida de ambos profetas, pero sus palabras y acciones se refieren ante todo al conjunto de la historia política del destino de todo el pueblo. Encontramos en el relato datos sobre la vida privada y familiar de los profetas en la esfera de un cuadro familiar arcaico, y elementos fantásticos y legendarios. Elías y Eliseo multiplicaron los alimentos, curaron leprosos, potabilizaron aguas malsanas, resucitaron muertos, procuraron agua a todo un ejército, abrieron y cerraron los cielos. Pero fue sobre todo su actividad política la que cambió la historia. No es posible divorciar la religión de la política. En ciertas horas históricas junto con las personas que prosiguen sus celebraciones litúrgicas en honor de sus dioses, otros hombres y mujeres no pueden pasar en silencio los crímenes evidentes del gobierno y elevan su voz para protestar contra la opresión de los pobres, y la tiranía del poder absoluto que se convierte en una verdadera idolatría. Nos demuestran que hay momentos en que no es posible actuar en nombre de Dios si no es oponiéndose a la corriente dominante del trono o del altar.

Hay quienes han relacionado la fuente elohísta de la Torah con las enseñanzas del profeta Elías, aunque éste no escribió nada personalmente. La fuente elohísta es un relato continuado de la historia desde la perspectiva de las tribus del Norte. Los textos no tienen la viveza pintoresca de los del Yahvista. Son más simples y fluidos, y también más tiernos. Se centran en la historia de Israel sin preocuparse de la historia de la humanidad. Pero lo que pierden de dinamismo lo ganan en profundidad moral, son un sentido más fuerte del pecado, de la trascendencia de Dios y de las exigencias de la alianza.

Hoy día son muchos los que se niegan a reconocer que existiera una fuente elohísta, entendida como un documento escrito que circulase con existencia propia. Más bien opinan que se trata de unas tradiciones orales procedentes de las tribus del Norte, que en un cierto período, a la caída de Samaría, se fusionaron con tradiciones semejantes de las tribus del Sur recogidas en el documento yahvista.

Martín-Moreno González, Juan Manuel, Historia de Israel, Universidad Comillas de Madrid, http://www.upcomillas.es/personal/jmmoreno/cursos/index.htm, Usado con permiso.

 
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