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  10. Referencias

Consejería Pastoral presenta los elementos básicos del arte de aconsejar  y define el lugar que esta actividad tiene dentro del ministerio pastoral. Considera los principios bíblicos y las bases psicológicas que sostienen a la consultoría pastoral. Examina casos reales tomados de la experiencia profesional  de  personas que pasan por dificultades vitales. Ofrece una guía de cómo dar orientación  de manera sencilla y eficaz.

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10. Cuándo y Cómo Acudir a un Profesional

No es posible que el pastor tenga respuestas para to­dos los problemas que se le presentan durante el curso de su ministerio pastoral. Feliz es el pastor que reconoce que no se avergüenza por su falta de entendimiento, porque los muchos dilemas que su gente confronta son muy amplios y variados. El pastor que acepta sus limitaciones sin sentirse derrotado por ellos es una persona madura que está libre de la formidable labor de procurar ser lo que no es. El pastor maduro puede admitir ante una persona que él no tiene todas las respuestas a su problema sin sentir vergüenza o un sentido de inferioridad.

Aunque no se espera que el pastor tenga todas las res­puestas a los problemas humanos, se espera que sepa cómo ayudar a sus feligreses a encontrar la solución de sus problemas. A veces hará esto al recomendarles que acudan a otra persona. Este es el proceso de proveer a los feligreses información acerca de dónde encontrar ayuda y poner los medios para que la reciban. En todas las comunidades hay medios disponibles que pueden ser de una gran ayuda a las personas que la necesitan.

Algunas de las personas a quienes se les puede reco­mendar son: médicos, licenciados, consejeros, psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales. Cada uno de estos es un experto en su campo y sus conocimientos y técnica de­ben ser utilizados cuando sea necesario. Otros medios de ayuda son agencias de la ciudad, del municipio y del esta­do, agencias de servicio social, clínicas y hospitales. El pastor debe conocer los recursos de la ciudad, de la provin­cia, región y del estado disponibles para sus feligreses, para que sus servicios sean utilizados cuando se necesiten.

Muy al principio de cualquier pastorado el ministro debe hacer un inventario de los recursos de referencia disponibles, para que así pueda hacer las recomendaciones en forma inteligente cuando sea necesario.

En la mayoría de los casos el asunto de hacer recomen­daciones es más o menos sencillo, siendo que los problemas de los feligreses, aparte de los de índole religiosa, pertene­cerán más bien al campo de otra persona profesional, tal como un médico o un licenciado. Sin embargo, dada la naturaleza compleja de la enfermedad mental, esto no es así en lo que se refiere a una recomendación a un psiquia­tra. Y en vista de que esta es decisión difícil que lleva en sí muchas implicaciones profundas, le daremos a este asunto atención especial y cuidadosa.

LAS REFERENCIAS A UN PSIQUIATRA

La siguiente es una definición representativa y des­criptiva de una referencia al psiquiatra por los pastores, que generalmente sería aceptada por escritores en el cam­po de aconsejamiento pastoral:

La recomendación debería ser la iglesia buscando ayuda especializada en su ministerio a la persona como un todo. Es enteramente obvio que en el proceso de terapia… el papel de la religión como una fuerza positiva se vuelve algo intensa­mente pertinente mientras el ministro y la iglesia toman su lugar en una relación vital con el psiquiatra y con el hospital respectivamente.

Esta definición de referencia ve a la persona como un todo, reconoce que el pastor es incapaz por sí solo, de ayudar a la persona, que el psiquiatra se vuelve un aliado de la iglesia, y que la relación pastor-feligrés continúa durante y después del tratamiento del psiquiatra. Hay que tener presente esta definición de referencia mientras continua­mos con esta discusión.

Sin duda alguna, el pastor ocupa una posición clave en relación al asunto de la enfermedad mental. La pregunta no es si tiene un papel que jugar en este problema; por lo contrario, es asunto de qué tan bien lo ejecuta. El pastor, por la misma naturaleza de su actuación, entra en las más importantes situaciones en la vida de muchos de sus feli­greses—al nacer, casarse, en la muerte, así como en otros eventos cruciales. Esto incluye también la crisis de enfer­medad mental, que muchos confrontan hoy día.

Laycock dice que el clérigo quizá tenga un papel en ayudar a la persona enferma mentalmente a aceptar la necesidad de un tratamiento, confiar en las autoridades bajo cuya responsabilidad ha sido admitida y entender algo de la naturaleza del tratamiento que se le da. Muchas veces el pastor funciona como consejero a los familiares del enfermo, más que con el futuro paciente. Cuando esto sucede, el aconsejamiento pastoral su vuelve más bien asun­to de dar información. Laycock sugiere que en este caso los familiares necesitan ayuda en darse cuenta de lo si­guiente:

(a) que la enfermedad mental es una enfermedad como cualquiera otra, y que afecta a más personas que la totalidad de las que son víctimas del polio, las enfermedades de corazón, y el cáncer; (b) que la enfermedad mental no es una sola enfermedad, y que se expresa en muchas formas; (c) que la en­fermedad mental no se hereda necesariamente, y que los fac­tores constituyentes de la enfermedad mental no son bien conocidos; (d) que la enfermedad mental no ataca sin previo avi­so—que, aunque quizá sea precipitada por una crisis tal co­mo un revés financiero o la pérdida de un ser querido, esto es sólo el tiro de un gatillo; (e) que la enfermedad mental puede tener un tratamiento, y que el número de los que han sido dados de alta en los hospitales mentales ha estado creciendo rá­pidamente con los nuevos métodos de tratamientos; y (f) que la enfermedad mental no es ya más una desgracia o vergüen­za para el individuo y la familia, como tampoco lo es cuando un miembro de la familia se enferma de pulmonía, del corazón o de cáncer.

Clinebell dice:

En relación a una persona psicótica su actuación (del ministro) es la de: (a) Reconocer la dificultad como enfermedad mental; (b) dar auxilio a la persona para encontrar ayuda de un psiquiatra; (c) mantener una relación de apoyo pastoral durante el tratamiento como paciente externo; (d) y mantener una relación estrecha y estar disponible para aconsejamiento durante el período de ajustamiento que sigue al tratamiento.

Ese autor dice que, como hay muchas gentes que con­fían en el criterio del ministro y vienen a él espontánea­mente cuando los atacan sus problemas, él está en una posición estratégica para ayudarlos a encontrar ayuda competente y especializada. Añade que “una recomen­dación sabia es uno de los servicios más significativos que pueda darle a un feligrés que está sufriendo”.

Y sea que el ministro trate con un futuro paciente mentalmente enfermo o con la familia de esa persona, el pertinaz problema que se le presenta es el de saber cuándo recomendarlo para recibir ayuda psiquiátrica. Indudable­mente, si la persona ha perdido contacto con la realidad, es un peligro para sí misma y una amenaza para los demás, la decisión de recomendarlo es sencilla. Sin embargo, hay muchos casos cuando el asunto de enfermedad mental no está tan arraigado así. Es en relación con esto último que el ministro tendrá que meditar profundamente sobre la decisión de una recomendación. Laycock dice que esta decisión dependerá de cinco cosas: (a) El grado de prepa­ración general que el clérigo tiene en su técnica de aconse­jamiento; (b) la clase y calidad de preparación especial que el ministro ha tenido para tratar en este campo específico de aconsejamiento; (c) la naturaleza del problema; (d) la seriedad del problema; (e) los recursos disponibles para el feligrés. Laycock afirma que en último análisis el bienestar final o superior del paciente debe ser lo que defina el asun­to.6

Pero esta advertencia no es fácil de seguir cuando menos por dos razones: (1) Un ministro dado quizá no esté equipado por una preparación profesional para hacer una evaluación adecuada respecto a lo que es “el bienestar fi­nal o superior” del paciente; y (2) el ministro con frecuen­cia se confunde por las múltiples advertencias de los “ex­pertos”, de mantenerse al margen del diagnóstico del psi­quiatra.

Los estudios han enseñado claramente que la prepara­ción de muchos pastores no les ha capacitado para sentirse con confianza en tratar con problemas de aconsejamiento con profundas raíces psicológicas. Blizzard analizó cuidadosamente programas de entrenamiento de ochenta seminarios y los comparó con las experiencias de los graduados. Encontró que la mayoría de estos hombres no estaban capacitados para funcionar adecuadamente en el campo de las relaciones humanas. Su conclusión fue que se necesitaba una mayor y mejor preparación en los campos de la “conducta”. Un estudio en la Universidad de Denver reveló que los problemas de enfermedades mentales eran los problemas que los ministros se sentían menos capacitados para tratar. Un estudio por el Proyecto sobre Religión y Salud Mental de la Universidad de Harvard de 100 mi­nistros de Boston, encontró que: (1) Solamente el 10 por ciento de los problemas traídos a los ministros tratan de cuestiones religiosas; (2) los problemas de tensión psico­lógica por lo que toca a frecuencia, eran menores solamente a los problemas de matrimonio y de familia; y (3) los mi­nistros se sentían menos capacitados para tratar con pro­blemas de tensión psicológica.

Algo más que complica el problema es que la literatu­ra de aconsejamiento pastoral abunda en recomendar pre­caución al pastor para que se refrene de hacer diagnosis de psiquiatría y de intentar un tratamiento psiquiátrico.

Las siguientes advertencias son representativas de esas:

El ministro no debe determinar si una persona tiene una enfermedad mental; ésta es la responsabilidad de un médico.

Aquí debe darse una palabra de precaución a todos aque­llos ante quienes vienen personas enfermas en busca de acon­sejamiento. La determinación de una enfermedad mental está en las manos de un psiquiatra.

Excepto en el caso de un desorden leve de personalidad, el ministro debe hacer cuanto esté de su parte para ayudar a sus feligreses a obtener la ayuda experta que necesitan. Debe es­tar al tanto de sus propias limitaciones y evitar involucrarse en un diagnóstico psiquiátrico y en el tratamiento correspon­diente.

El ministro no debe intentar diagnosticar la naturaleza es­pecífica de la dificultad. Esto es la jurisdicción y responsabili­dad del psiquiatra.

Se ha sabido de algunos ministros que desanimaron a sus feligreses cuando éstos querían buscar la ayuda necesaria de un psiquiatra. Todas las personas en depresión psicológica son candidatos potenciales al suicidio. Al menospreciar el tra­tamiento que podría haber dado un psiquiatra, el clérigo po­dría ser indirectamente responsable de una tragedia que pudo haberse evitado.

Se vuelve patente cuando uno lee la literatura sobre el aconsejamiento pastoral que el ministro no debe, él mis­mo, tratar con enfermedades mentales. Tal estudio demuestra que el ministro ha sido preparado para saber “qué hacer mientras que llega el psiquiatra”, en vez de ayudarle a tratar personalmente con una persona trastornada mentalmente. Mowrer siente que esta es una situación lamentable y cree que esto refleja “una manera en que la iglesia ha procurado hacer la paz con las profesiones de sanidad”. El duda que esta “división de trabajo” esté en armonía con la realidad. También pone en tela de duda la costumbre de tachar a la enfermedad mental como una en­fermedad, en vez de pecado. Dice:

Ahora que los psicólogos están principiando a desconfiar de abordar los desórdenes de la personalidad como si fueran una enfermedad y ahora que principian a demostrar un interés más benigno y respeto hacia ciertos preceptos morales y reli­giosos, los religiosos mismos han sido capturados y hechizados por el mismo sistema inadecuado de pensamiento como aquel del que nosotros los psicólogos estamos principiando a recupe­rarnos.

Mowrer cree que la explicación bioquímica de las enfermedades mentales es un intento de mantenerlas bajo el dominio de la medicina; lo cual eximiría al ministro de esta responsabilidad. Cree también que por cuanto se les ha recordado continuamente sus “limitaciones”, les falta la confianza para tratar con problemas de enfermedades mentales.

Sea cual fuere el concepto de la actuación del pastor en relación con la enfermedad mental, hemos de recordar que comparativamente hablando, Mowrer es la “voz de uno que clama en el desierto”; que la preponderancia de consejo a los ministros es que se abstengan de intentar un tratamiento para el enfermo mental.

El hecho de que los pastores se sientan intranquilos en situaciones de presión psicológica, además de las ya men­cionadas “advertencias” en la literatura de aconsejamiento para ministros, puede hacer que muchos de ellos le recomienden a un feligrés que vaya con un psiquiatra cuando tal recomendación quizá no sea necesaria. El ministro que hace una recomendación innecesaria, debe darse cuen­ta de ciertos resultados que pueden originarse de tal reco­mendación.

ALGUNAS CONSIDERACIONES QUE AFECTAN LA RECOMENDACION AL PSIQUIATRA

1.            La decisión de recomendar puede basarse primor­dialmente sobre evaluaciones de otros acerca de enferme­dades mentales. Mechanic dice que hay diferentes defini­ciones de enfermedad mental que se han hecho desde va­rios puntos de la estructura social. Por ejemplo, el pa­ciente quizá defina su propia enfermedad sobre la base de cómo se siente; su patrón tal vez lo juzgue enfermo porque actúa independientemente del grupo; y su familia quizá lo considera enfermo basándose en la actitud que profesa o su conducta en ciertas situaciones.

Y puesto que no hay una definición universalmente aceptada de enfermedad mental, es muy posible que un ministro pueda ser indebidamente forzado por otros a aceptar la definición de enfermedad mental. Si acepta y actúa sobre la evaluación de otros, tal vez esté prestando su influencia que facilite el futuro tratamiento de una persona, sea que lo necesite o no. Esto no quiere decir que el pastor deba ignorar las manifestaciones de la enfermedad mental; por el contrario, en vista de que con frecuencia no se le permite ver completamente la conducta de un paciente dado, quizá, lamentablemente, haga su decisión de recomendación basado en lo que se le ha informado en vez de basarse en cómo la persona se está conduciendo de hecho.

Tal recomendación quizá facilite a los familiares el deshacerse de una persona que no quieren y quien de hecho no esté enferma mentalmente. Hemos de suponer que el ministro, siempre concede valor a la dignidad de la personalidad humana. Siendo esto así, no puede concien­zudamente contribuir a un proceso que milite contra la dignidad y derechos de un individuo. Sin embargo, si basa su decisión de recomendación primordial, si no exclusiva­mente, en la evaluación de otros, quizá esté actuando en contra de los mejores intereses de dicho individuo.

El ministro no debe nunca dar por sentado, o concluir que su evaluación o la de otros, sobre enfermedad mental, no son decisivas. Mechanic dice:

El laico generalmente considera que su concepto de enfer­medad mental no es una definición importante porque el psiquiatra es el experto y se entiende que él hace la decisión final. Pero al contrario, personas de la comunidad son traídas al hospital sobre la base de definiciones de los laicos, y una vez que llegan, su sola apariencia es considerada como evidencia suficiente de la enfermedad.

Tal recomendación puede poner en movimiento un proceso que es innecesario e indeseable. Mechanic agrega también que la decisión básica acerca de la enfermedad mental casi siempre se hace por los miembros de la comunidad y no por personas profesionales, y que el psiquiatra que practica en centros grandes de tratamiento debe con frecuencia también dar por hecho la enfermedad del paciente. Dice que aunque las personas que indudablemente están enfermas generalmente se hallan en hospitales men­tales, hay algunas personas que están tan enfermas como ellas y no son atendidas mientras las que reciben trata­miento sólo están moderadamente enfermas. “Esta selección”, dice, “claramente se basa en un criterio social, y no en una opinión del psiquiatra”.23 Si Mechanic está correc­to en su análisis, resulta patente que un ministro, sin querer, se convierta en cómplice inocente en la iniciación de tratamiento para personas que quizá no lo necesiten.

2.            La recomendación es casi equivalente a una hospitalización ya sea que la persona esté enferma mentalmente o no. Mechanic estudió dos hospitales de enferme­dades mentales por un período de tres meses e informó que nunca observó un caso en que el psiquiatra le dijera al paciente que no necesitaba tratamiento. Por el contrario, todos los que llegaban al hospital se consideraban ya como pacientes. No se puede dar por hecho que lo que Mechanic encontró es lo que sucede universalmente, pero la evi­dencia es muy importante y de peso como para pensar que esto no suceda con frecuencia. El ministro debe darse cuenta, entonces, de que con recomendar, de hecho está recetando hospitalización, cuando en realidad sólo intenta ayudar a la persona a obtener una diagnosis profesional. Así que su opinión de “laico” se convierte en efecto, en una diagnosis profesional.

Wiesbauer, caracterizando la actitud adecuada del pastor acerca de la hospitalización de una persona con en­fermedad mental, dice: “Su función es muy difícil pues consiste en ser compasivamente neutral”. Uno se pregunta cuál es en realidad la extensión de esta neutralidad.

3.            Recomendar puede resultar en paralizar al indi­viduo en su capacidad de trabajo después de que ha “sana­do” de su enfermedad mental. Regresar a su empleo con frecuencia se vuelve muy difícil si el patrón se da cuenta que el solicitante ha tenido problemas mentales. Olshansky, Grob, y Malamud encontraron que las empresas pre­fieren no dar empleo a una persona cuando se enteran de que ha tenido alguna enfermedad mental. Dice: “Una evi­dencia más de esta preferencia es que solamente cinco supervisores entrevistados expresaron que estaban dis­puestos a considerar darle empleo a algún expaciente mental, por capacitado que estuviera, en un futuro inmediato”  Estos patrones objetaron especialmente por las razones siguientes: (1) miedo de violencia, (2) miedo de que el empleado sea “incompatible”, y (3) miedo de una conducta extraña.

Además se encontró que los patrones tenían la tenden­cia a creer que los ex-pacientes mentales sólo podrían hacer cierta clase de trabajo, sin mucha técnica y que no les pusiera en “tensión”, o trabajos de “responsabilidad”, o trabajos “peligrosos” o muy “difíciles”. Es muy claro que el ex-paciente mental es considerado un riesgo por los patrones. El ministro que está buscando un psiquiatra para recomendar a alguien debe pensar en esto. Si su recomendación no es justificada, bien puede contribuir a un proceso que haga muy difícil que el paciente encuentre trabajo, o, en algunos casos, forzar al paciente a hacer un trabajo más bajo que lo que su preparación debe darle. Esto va de acuerdo con la proposición de Scheff de que “Los que llevan la etiqueta de desviados son castigados cuando inten­tan regresar a su papel convencional”. El doctor Robert C. Hunt, del Hospital “Hudson River” en Pughkeepsie, Nueva York, dice:

El hombre que logra recuperarse de un ataque de enfermedad mental con todo su talento vocacional o profesión intactos, y al que después le niegan empleo, está tan incapacitado en su vocación, como si su capacidad intrínseca de traba­jo hubiera sido totalmente destruida.

Linn y Schwarz advierten contra lo que ellos llaman una “recomendación prematura”. Al informar sobre un estudio por el Departamento de Salud de la Universidad de Yale dijeron que había una ola grande de temor de los psiquiatras entre el cuerpo estudiantil. Creían que esto se debía en parte al proceso de ponerle etiquetas a las personas, etiquetas que después los descalificaría de ciertos puestos, sin consideración de sus habilidades. Concluyeron que muchos estudiantes que necesitaban y aún querían, ayuda del psiquiatra, la evadían.29

4.            La recomendación quizá resulte una desorganización del proceso mental de la vida diaria de una persona por el hecho de su hospitalización. No es extraño que la hospitalización de un enfermo mental se extienda por un período de muchos años. Estamos de acuerdo en que algunos, quizá muchos, necesitan ser hospitalizados por largos períodos de tiempo, pero es de dudar que esto sea necesario para todos los que están en estos hospitales mentales. Se han hecho investigaciones cuyos resultados demuestran que hay una relación entre el nivel económico y el tiempo de estancia en el hospital. White, citando al bien conocido estudio de Hollingshead y Redlich dice,

… El 93% de los pacientes de la clase pobre en los hospi­tales del estado, estaban hospitalizados todavía 10 años des­pués de su admisión. Los psiquiatras se preguntan por qué los pobres resisten la psicoterapia, y atribuyen su resistencia a la ignorancia o la predisposición. La verdadera razón es que los pobres ven que la enfermedad mental les lleva a hospitales de enfermedades mentales, lo cual consideran como una de las peores catástrofes que pueda caer sobre cualquier persona.

Hollingshead y Redlich notan una asombrosa diferencia de clase en el diagnóstico psiquiátrico y el tratamiento. Descubrieron que lo que se llama neurosis si la persona tiene dinero, se le llama psicosis si no lo tiene, y el que tie­ne dinero es tratado con psicoterapia individual o de grupo, mientras que el pobre es hospitalizado.

5.            La recomendación quizá resulte en un costoso tratamiento psiquiátrico que está más allá de los recur­sos económicos de muchas personas. Si hubiera amplia evidencia para creer que tal costo resultara en alivio para el enfermo mental, el costo estaría fácilmente justificado. Sin embargo, es bien sabido que el tratamiento psiquiatra puede ser lento y costoso y que con frecuencia produce muy poco beneficio. Mucho de lo que se promete como “éxito” del tratamiento psiquiatra se basa en la necesidad de una relación de largo tiempo. Las personas con pocos o limi­tados medios, con frecuencia abandonan el tratamiento porque no ven resultados rápidos, así que terminan su tratamiento prematuramente. Esto tiende a prejuiciarlos contra la psiquiatría y los excluye de recibir los beneficios que pudieran haber resultado de un tratamiento de larga duración.

6.            La recomendación quizá resulte en iniciar un pro­grama de tratamiento del que derive muy poco beneficio. Y como Mowrer ha observado, los resultados del tratamiento psiquiátrico están lejos de elogiar a la psiquiatría. Sugiere que los que “sanan” no son solamente limitados en número sino que aun algunos psiquiatras admiten libremente su falta de éxito.

7.            La recomendación quizá resulte en que la persona sea “marcada” por causa de un tratamiento psiquiátrico. Hay una aguda diferencia entre lo que los libros dicen de lo que debe ser la actitud de la sociedad hacia la enfermedad mental y lo que en realidad la sociedad piensa del enfermo mental. Aunque la sociedad no debe considerar la enfermedad mental como una desgracia para el individuo o para su familia, el hecho es que esto es exactamente lo que la sociedad hace. Tal como Biddle dice, “Los que han sufrido enfermedad mental no han cometido un crimen, pero ¡cuán frecuentemente la sociedad los rechaza cuando regresan a la vida de la comunidad!” Goffman, en su li­bro intitulado Stigma: Notes on the Management of Spoi­led Identity, trata ampliamente con el asunto del estig­ma que acompaña al enfermo mental. Lo caracteriza como “la situación del individuo que está descalificado para ser aceptado por la sociedad”. Así pues, toda persona marcada como enfermo mental, corre el riesgo de ser estigmatizado por sus amigos. Esto complica su problema en que lo último que esta persona necesita es sentir que nadie lo acepta. El ministro tiene que tener mucho cuidado de no hacer una recomendación innecesaria que pueda dar por resultado que el feligrés se enfrente con los efectos debili­tantes del estigma social.

8.            La recomendación al psiquiatra quizá dé por resul­tado que el paciente sea dislocado de su orientación reli­giosa. Algunos psiquiatras, particularmente los de la escuela freudiana, no son solamente anti-religiosos sino que identifican la religión como parte del problema del paciente. Si un psiquiatra cree seriamente que esto es la verdad, considerará su “deber” despojar a su paciente de su “religión neurótica” a fin de efectuar una sanidad de la perso­nalidad. Fairbanks dice que un psiquiatra raramente “re­gresa” a un paciente-feligrés al ministro que lo recomendó. De hecho es un interesante fenómeno que muchos hospitales y muchos médicos procuran proteger a sus pacientes del ministro y de la religión. A una persona con orien­tación religiosa, esta negación de la validez de la religión puede serle devastadora.

CUANDO DEBEN HACERSE LAS RECOMENDACIONES

Las recomendaciones a otras personas profesionales o agencias deben hacerse bajo las siguientes circunstancias:

1.            Cuando es bien claro y evidente que el problema del feligrés está más allá del alcance de la capacidad del pastor para ayudar.

2.            Cuando hay personas competentes en la comuni­dad o en el área que están capacitadas para ayudar.

3.            Cuando el pastor pueda hacer tal recomendación con la conciencia clara de que la fe de su feligrés no será destruida o sus futuras relaciones sociales puestas en en­tredicho.

4.            Cuando él puede desligarse del problema pero se­guir sosteniendo al feligrés en una relación de apoyo.

DIRECCIONES PARA HACER RECOMENDACIONES

1.            Conozca a la persona profesional o agencia más capacitada para ayudar al feligrés con su problema.

2.            Tenga confianza en la competencia e integridad de la fuente recomendada.

3.            Apoye a la persona profesional o agencia en el curso que se está persiguiendo hacia la solución del problema del feligrés a menos de que haya una evidencia clara de que no lo beneficia.

4.            Continúe una relación de apoyo al feligrés durante la recomendación y después de ella.

Hamilton, James D., El ministerio del pastor consejero, Casa Nazarena de Publicaciones, 1979, wesley.nuu.edu

 
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