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31. La Santificación![]() Evangelismo es el estudio de cómo testificar eficazmente y compartir el evangelio con audacia. Considera los elementos básicos del plan de salvación y su presentación con claridad. Enseña como superar la resistencia de diferentes tipos de mentalidades. Explica cómo hacer el seguimiento y presenta las verdades fundamentales que el obrero cristiano tiene que enseñarle al recién convertido. 7. La Santificación Preguntas por E. C. Mais;
Respuestas por H. P. Barker
LA
importancia del tema que vamos ahora a considerar se puede deducir
del hecho de que se habla tanto del mismo en la Biblia. A veces los hombres dividen las verdades de
la revelación divina en «esenciales» y «no esenciales». Por
estos términos designan aquellas verdades que son esenciales para
la salvación y las que no lo son. Pero esta es una manera muy egoísta
de considerar las cosas. Desde luego, el hecho de que Dios nos haya
dado una comunicación acerca de cualquier asunto demuestra que Él
considera la cuestión como esencial para Su propia gloria y para
nuestra bendición. Desde luego, no podemos permitirnos ser
indiferentes a ninguna verdad divina, tanto si nos damos cuenta
inmediatamente de la importancia que tiene para nosotros como si no.
Y desde luego la santificación es una cuestión que no podemos
descuidar sin llegar a ser grandes perdedores. ¿Qué significa ser santificado? El significado de la palabra es ser
separado o puesto aparte para un propósito. Hay un versículo en el
Salmo 4 que comunica este pensamiento: «Jehová ha hecho apartar
al piadoso para sí» (v. 3, V.M.). Es importante que tengamos esto presente,
porque muchos contemplan la santificación como un proceso de mejora
por el que las personas son gradualmente hechas más santas, y
hechas aptas para habitar en el cielo. Un examen de los pasajes de la Escritura
que hablan de esta cuestión demostrará la falsedad de esta idea.
Por ejemplo, en Deuteronomio 15:19 encontramos que se santificaban
becerros y ovejas. Desde luego, esto no puede significar que fuesen
mejorados y hechos más santos; significa sencillamente que eran
apartados para un propósito. En Isaías 66:17 se dice de los malvados
que se han santificado para hacer el mal. Es decir, se han puesto
aparte para cumplir sus malvados propósitos. En Juan 17:19 el Señor Jesús dice: «por
ellos yo me santifico a mí mismo». No es posible que Él
tuviera que ser mejorado y hecho santo, porque Él fue siempre
perfecto e intachablemente santo. Pero por causa de los «Suyos» Él
estaba a punto de apartarse de la tierra, y de las cosas en
medio de las que había venido, e iba a regresar al cielo. Él iba
así a ponerse aparte a Sí mismo, para servir a Su pueblo
como su Abogado e Intercesor. Estos pasajes exponen claramente el
verdadero significado de la santificación. ¿Quiénes son los santificados? Queda claro en el Nuevo Testamento que
todos los verdaderos creyentes en Cristo son santificados. Junto con
el perdón de los pecados va la «herencia entre los santificados»
(Hechos 26:18). Escribiendo a los creyentes en Corinto, el
apóstol dice: «Habéis sido lavados … habéis sido
santificados» (1 Corintios 6:11). La palabra «santo» significa simplemente
una persona santificada; y este era el nombre usual por el que todo
se conocía al pueblo de Dios en aquellos primeros tiempos. Eran
llamados «discípulos», «hermanos», «cristianos», «amigos»,
«creyentes», pero el nombre más comúnmente usado era el de «santos».
Y este nombre no se aplicaba meramente a ciertos hombres santos y
devotos, sino a todos los verdaderos cristianos. En la actualidad la palabra casi ha caído
en desuso, y si sucede que decimos que hemos ido a visitar a algunos
de los «santos», ¡nos miran como si hubiéramos estado comunicándonos
con los espíritus de los muertos! La verdad es que la pobre
Elisabet, que yace enferma en su casa en la siguiente calle, es tan
santa como el mismo San Pedro; y que el viejo Tomás, que trabaja de
picapedrero, tiene tanto derecho a este título como el apóstol San
Pablo. Pedro y Pablo no eran santos debido a su
celo, santidad y devoción. Eran santos porque habían sido
purificados de sus pecados por la preciosa sangre de Cristo, y esto
es lo que ha constituido a cada verdadero creyente en santo, o «persona
santificada». ¿Deben incluso los creyentes llenos
de imperfecciones considerarse como santificados? Si solo los que se han librado de sus
imperfecciones fuesen santificados, tendríamos que andar buscando
largo tiempo antes que los encontrásemos. Incluso los mejores entre
nosotros están llenos de imperfección, y los que viven en una
comunión más estrecha con Dios sienten sus imperfecciones con
mayor intensidad. Pero la santificación no depende de lo que
seamos en nosotros mismos. Cada cristiano tiene en sí lo que la
Escritura designa como «la carne»; y «la carne», sea en un santo
o en un pecador no convertido, es desesperada e irremediablemente
mala. Es evidente, entonces, que lo que constituye nuestra
santificación no es ninguna mejora de «la carne». Y en 1 Corintios 1:2 vemos que es en
Cristo Jesús que somos santificados, no en nosotros mismos. Y
en el versículo 30 del mismo capítulo se nos dice que Cristo
Jesús (no un estado más santo o más perfecto) «nos ha sido
hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y
redención». Debo explicar aquí que los cristianos
deben aprender a pensar de sí mismos de dos formas totalmente
diferentes. Primero, tal como somos realmente aquí en este mundo,
con «la carne» todavía en nosotros, con tentaciones y pruebas en
torno a nosotros, y con nuestros cuerpos todavía llevando la
semejanza de Adán. Como tales, nuestra historia acabará
cuando abandonemos este mundo. Segundo, como somos en Cristo,
de pie sobre todo el valor de Su obra consumada, y puestos ante Dios
para gozar de Su favor, sin una mancha, defecto ni imperfección.
Esto último es lo que seremos realmente en el cielo, pero
Dios nos ve ya así en Cristo, y la fe cuenta las cosas como
Él las cuenta. Como hombres en «la carne», hijos de Adán,
Dios no puede agradarse de nosotros. Él ha declarado que el hombre
según este orden no podrá ser de Su agrado. Sus propósitos de
gracia y bendición han de ser asegurados mediante Otro, es decir,
Cristo, y, como nueva creación según el orden de Cristo,
Dios puede agradarse en nosotros. De ahí se desprende que nuestra
santificación (o ser puestos aparte para el beneplácito de Dios)
ha de ser en Cristo. Ningunas imperfecciones en nosotros
pueden jamás afectar nuestra posición en Él, ni tocar lo
que tenemos en Él. Puede que no sea fácil para nuestras almas
comprender esto en el acto. Pero es tan importante que le he
dedicado un buen espacio de tiempo, y pido a todos los presentes que
lo consideren cuidadosamente. ¿Cuándo es santificado un creyente? La Escritura habla de nuestra santificación
en relación con más de un período de tiempo. (1) Antes que el mundo fuese, en la mente y
en el propósito de Dios. (2) El la cruz, cuando Jesús murió, hace
diecinueve siglos. (3) Cuando el Evangelio es aplicado por el
Espíritu Santo con poder, y lo recibimos. Será bueno usar una sencilla ilustración
para exponer cómo esto puede ser así. Un lunes por la mañana una señora está
haciendo unas compras en uno de los grandes almacenes en la Calle
del Puerto. Mientras está haciendo sus compras, un sombrero muy
atractivo llama su atención. Ella piensa: «¡Qué sombrero más
encantador!», y descubre desilusionada que no tiene suficiente
dinero para comprarlo en el momento. Pero toma nota mental de aquel
sombrero, y decide adquirirlo lo más pronto posible. El martes la señora está de nuevo en la
tienda. Pide el sombrero, lo paga, y pasa a ser su propietaria.
Ahora es su sombrero, para hacer con el mismo lo que le plazca. «Apártelo,»
dice ella, «y enviaré a buscarlo mañana.» El miércoles, la señora envía a su
criada. La criada entra en la tienda, expone su encargo, menciona el
nombre de su señora, y vuelve con la bolsa que contiene el
sombrero. Ahora preguntaré, ¿cuándo fue que
aquella señora santificó, o apartó, aquel sombrero para su propio
uso? El lunes, por lo que respecta a su mente y
propósito; el martes, al asegurarlo mediante el pago del precio; el
miércoles, al enviar a su criada a buscarlo, por medio de la cual
el sombrero pasó efectivamente de la tienda a la casa de la
señora. Ahora bien, esta ilustración servirá al
menos para clarificar cuándo fuimos santificados o puestos
aparte por Dios para Sus propios propósitos. Primero, hace largo tiempo en la eternidad
pasada, Dios nos predestinó para que fuésemos Sus hijos. Por así
decirlo, Él dijo: «Serán Míos para deleite de Mi corazón y para
que los bendigan Mis manos». De modo que en Su propósito Dios nos
apartó, o santificó, antes que el mundo fuese (véase Ro. 8:29,
30; Ef. 1:4; 2 Ts. 2:13). Luego, cuando Jesús murió, quedó pagado
el precio de nuestra redención. Cada obstáculo que el pecado había
levantado para que fuésemos de Dios para toda la eternidad quedó
eliminado, y abierto el camino para el cumplimiento de Su propósito
en gracia. Fuimos así puestos aparte mediante el pago del inmenso
precio por el que Él nos compró y nos hizo Suyos (véase 1 Co.
6:29). De modo que además de ser santificados por el propósito y
la voluntad de Dios, «somos santificados mediante la ofrenda del
cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre» (He. 10:10). Finalmente, cuando, por la operación del
Espíritu Santo, nuestros corazones son abiertos para recibir el
evangelio, somos efectiva y personalmente traídos a Él. Somos
separados de nuestros pecados; ya no formamos parte de este mundo
que está precipitándose al juicio. Somos efectivamente apartados
para Dios. Este aspecto de nuestra santificación se expresa en 2 Tesalonicenses
2:13: «que Dios os haya escogido desde el principio para salvación,
mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad,
a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio». ¿No existe un proceso de santificación
que vaya en progreso de día en día en la vida del creyente? Desde luego que sí. No hemos tocado todavía este lado práctico del tema, porque quería
que todos comprendieran claramente lo que es ser santificados una
vez para siempre por el propósito de Dios, por la obra de
Cristo y por la operación del Espíritu Santo. Pero el aspecto práctico de la santificación
es también de inmensa importancia. En 1 Tesalonicenses 5:23 el
apóstol ora que el Dios de paz santifique plenamente a los
creyentes a los que él escribe. ¿Qué quiere decir con ello? Volvamos de nuevo a la ilustración de la
señora y su sombrero. Después que lo ha comprado, y que la criada
lo ha ido a buscar, ¿se acaba ahí la historia? En absoluto. Ahora
que ha llegado a ser posesión efectiva de la propiedad de la señora,
es apartado de día en día para su propio uso; es decir, lo lleva.
Nadie más lo usa. Es apartado para el uso exclusivo de su
propietaria. Ahora bien, Dios, tras haber propuesto
nuestra bendición, y habiendo muerto Cristo para conseguirla, y
habiendo el Espíritu Santo obrado eficazmente en nosotros de modo
que hemos sido llevados a Dios—¿es esto el final de todo? En
absoluto. El Espíritu Santo sigue realizando Su obra en nosotros,
separándonos más y más de las cosas de este mundo, separándonos
de los deseos de la carne, de los malos caminos en los que antes
anduvimos, y promoviendo de esta manera nuestra santificación práctica. Pero esto no se lleva a cabo, tengamos esto
en cuenta, mediante la gradual erradicación de nuestra naturaleza
pecaminosa, o la mejora de la carne, sino siendo conducidos al
bendito secreto de la libertad respecto al amargo yugo del pecado,
de la victoria sobre el poder del mal interior, y del gozo en el Espíritu
Santo. Al adherirse más y más nuestros corazones a Cristo, nos
apartamos con creciente aborrecimiento de todo lo que pertenece al
yo, y el resultado es que en nuestro andar y caminos somos «santidad
al Señor», verdaderamente separados para Él. ¿Qué es lo que Dios usa para
promover nuestra santificación práctica? Él puede obrar, e indudablemente lo hace,
por medio de muchas cosas. La aplicación de la verdad a
nuestras almas es uno de los medios más eficaces. Cuando el Señor
Jesús estaba orando por nosotros, en Juan 17, Él dijo: «Santifícalos
en tu verdad; tu palabra es verdad». Espero que todos aquellos que hace poco se
han convertido llegarán a ser diligentes estudiantes del Libro de
Dios. Si no os alimentáis de la sincera leche de la Palabra,
vuestras almas desfallecerán. Al leer, Dios lo bendecirá en
vosotros, y ello tendrá un efecto separador y santificador sobre
vosotros. Al familiarizaros más con sus maravillosas verdades, podréis
discernir mejor lo que es de Dios y lo que es del mundo, de la carne
y del diablo. Muchas cosas en las que ahora no veis ningún mal serán
puestas a descubierto por la verdad que aprenderéis, y de esta
manera seréis separados de las mismas. Aprenderéis que vuestro Señor
y Salvador no tiene lugar en la tierra, que está rechazado aquí, y
que ha sido echado del mundo. Decidme, ¿acaso el pensamiento de esto
no os separará, en corazón y alma, de la escena donde Él
fue rechazado? Otra cosa que Dios usa es la ira y
persecución de los inicuos. De esto tenemos un ejemplo en Juan
9. El ciego había sido sanado por Jesús, y había confesado
abiertamente Su nombre. Esto fue demasiado para los dirigentes judíos.
Era intolerable que nadie se manifestase a favor de Aquel a quien
ellos odiaban. De modo que, tras injuriar al hombre que le había
confesado, le expulsaron. ¿No pensáis que su acción debió tener
un poderosísimo efecto sobre aquel hombre, separando su corazón
del sistema de cosas en medio del que se había criado, y fijando
sus afectos en Cristo? Estoy seguro de que su excomunión por parte
de los dirigentes religiosos de su tiempo fue una gran ayuda para su
santificación. «Bienaventurados seréis» dijo el Señor
Jesús, «cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten
de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por
causa del Hijo del Hombre» (Lc. 6:22). ¿Por qué es necesario que seamos
santificados? Para que seamos preparados de manera práctica
para el propósito de Dios, y útiles para el uso del Señor. Veamos
lo que se dice en 2 Timoteo 2:21 acerca del vaso «útil al Señor,
y dispuesto para toda buena obra». ¿No hace esto vibrar una cuerda de deseo
en tu corazón, querido hermano en la fe? ¿No deseas ardientemente
ser un vaso útil para el Señor? Tú puedes ser uno, pero
para que puedas ser útil para el Señor, tienes que separarte de
manera práctica de todo lo que no es de Él, tu corazón destetado
del mundo, tu alma emancipada de la esclavitud del pecado y de la
carne. En una palabra, debes ser puesto aparte, mediante la obra
efectiva del Espíritu Santo en ti, para Cristo. Usted estaba hablando ahora mismo de
los medios que Dios usa para nuestra santificación práctica. ¿No
es la aflicción uno de ellos? Sí, Dios tiene que disciplinarnos y
hacernos pasar por la tribulación, pero es siempre para nuestro
bien, para que lo que es de Dios en nosotros pueda ser desarrollado,
y para que podamos ser crecientemente preparados para el agrado de
Dios. La palabra «tribulación» procede del latín
tribulum, que era una especie de triple azote que usaban los
romanos para batir el grano. El tribulum separaba el grano de
la cáscara, y esto es lo que la tribulación hace por nosotros. Hay
mucha «cáscara» de la que tenemos que ser liberados. De ahí la
disciplina que Dios aplica a Sus hijos. Él nos purifica para que
podamos dar más fru ¿No es la esperanza de la venida del
Señor otro medio de la santificación práctica? Ciertamente. Leemos que «todo aquel que
tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él
es puro» (1 Juan 3:3). Es fácil ver que así es. Si esperamos el
regreso del Señor en cualquier momento, tendremos cuidado acerca de
lo que hacemos y decimos. No querremos que Él llegue y nos
encuentre leyendo libros dudosos o en medio de malas compañías, o
sentados en lugares de diversión mundana, o diciendo algo que no
querríamos que Él oyera. El pensamiento de Su venida, si lo
mantenemos presente en nuestras mentes, y lo abrigamos como
esperanza en nuestros corazones, tendrá un marcado efecto sobre
nosotros, y nos purificará de lo que no es de Él, y nos santificará,
o separará más y más para Él. La palabra «santificar», ¿significa
«separar» en todos los casos? No digo que las dos palabras se puedan
emplear siempre de manera indistinta, pero, por lo general, sí se
puede. Desde luego, el sentido usual de la palabra tal como se
emplea en las Escrituras es «poner aparte» para algún propósito
divino. Pero
nosotros somos demasiado propensos a limitar nuestros pensamientos
acerca de esta cuestión a aquello DE lo que somos santificados. La
felicidad reside en comprender algo de aquello PARA lo que somos
santificados. Doce Diálogos Bíblicos - Harold P. Barker y otros. Traducción del inglés: Santiago Escuain © Copyright 2005, SEDIN - todos los derechos reservados. SEDIN-Servicio Evangélico Apartado 126 17244 Cassà de la Selva (Girona) ESPAÑA Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota. http://www.sedin.org/dialogues/d00cast.html |
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