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25. La Fe![]() Evangelismo es el estudio de cómo testificar eficazmente y compartir el evangelio con audacia. Considera los elementos básicos del plan de salvación y su presentación con claridad. Enseña como superar la resistencia de diferentes tipos de mentalidades. Explica cómo hacer el seguimiento y presenta las verdades fundamentales que el obrero cristiano tiene que enseñarle al recién convertido. Doce Diálogos Bíblicos
Una Reseña de Doce Doctrinas Bíblicas
Básicas
Harold
P. Barker, con O. Lambert, C. A. Miller, P. Brown,
Los “Diálogos Bíblicos” que aparecen en este pequeño volumen
tuvieron lugar en el curso de unas reuniones especiales en una gran
carpa levantada en la ciudad de Kingston, en Jamaica. Cientos de
personas asistieron, y hubo muchos testimonios de la ayuda y bendición
que comportaron. Estos Diálogos se proponen presentar, de la forma más sencilla posible,
para ayuda de convertidos y de jóvenes cristianos, algunas de las
verdades fundamentales de nuestra santa fe. Se presentan con la
esperanza regada con oración de que Dios quiera en Su gracia
usarlos para la confirmación y la consolidación de los corderos
del rebaño de Cristo. 1.
La Fe Preguntas
por O. Lambert; Respuestas por H. P. Barker El tema que hemos escogido para nuestro
primer diálogo es de importancia primordial, porque la fe es el
gran principio sobre el que Dios otorga Su bendición. Cuando brotó la angustiada pregunta «¿qué
debo hacer para ser salvo?» de los labios del carcelero en Filipos,
la respuesta inspirada no le invitó a orar, a esforzarse o a hacer
votos, ni nada parecido. Se le dijo que creyera en el Señor
Jesucristo, y sería salvo. Nada que el pudiera hacer le serviría
para ganar la salvación de Dios. El hacer lo había cumplido
todo Cristo. Todo lo que queda al pecador es apropiarse de los
resultados de Su poderosa obra por la simple fe. ¿Qué es la fe? La fe es algo que las personas ejercitan en
cientos de maneras cada día de sus vidas. Cuando aquella señora
entró ahora en la carpa y se sentó en aquella silla, fue un acto
de fe. Ella confió en la silla y reposó sobre ella. Cuando
yo mismo me quité el sombrero y lo colgué de aquella percha, fue
otro acto de fe. Yo confié en la percha, y me fié de que me
sostendría el sombrero. La fe a la que se refiere la Biblia es tan
simple como esto. Cristo es su objeto, y tener fe en Él es confiar
en Él o contar con Él para aquello que necesitan nuestras
almas. Esto mismo se expresa de otras formas en la Escritura: «Mirad»,
«Venid», «Tomad», «Recibid»—todas estas cosas tienen un
sentido muy semejante al de «Confiad» o «Creed». Si podéis decir, de corazón Ningún
otro refugio tengo yo, entonces tú eres uno de los que tiene fe en Él. ¿Puede alguien creer por su propia
cuenta? Cuando el Señor Jesús mandó al hombre
con la mano seca que la extendiera, aquel hombre no dijo: «¿Cómo
voy a poder hacerlo?» Pudiera haber dicho: «Señor, no he podido
mover este brazo durante años. Está paralizado e inerte. No puedes
esperar que lo levante». Sin embargo, hizo sencillamente como se le
había mandado. De esto aprendemos que cuando Dios manda, Él da
poder para obedecer. Ahora es Su mandamiento que creamos
en el nombre de Su Hijo Jesucristo (véase 1 Juan 3:23). Si fuésemos
dejados a nosotros mismos, no es probable que deseásemos confiar en
Él. Nuestros corazones son de natural tan corrompidos y duros que
en ellos no hay lugar para Cristo. Pero Dios tiene Sus maneras de
producir lo que desea, y no nos toca a nosotros razonar acerca de
nuestra capacidad o incapacidad para creer, sino recordar que se nos
manda que lo hagamos. Lo mejor es ser sencillos acerca de
esto. Podemos confiar unos en otros sin dudarlo. No debiera ser más
difícil confiar en el Salvador. ¿Por qué se dice que la fe es «don
de Dios»? Significa, me parece, que no se trata solo
de que la bendición nos viene gratuitamente de Dios, sino que también
nos da el medio de apropiarnos de esta bendición. Supongamos que un amigo acude a ti y te
dice: «He puesto una gran cantidad de dinero a tu nombre en el
Banco Central. Aquí tienes un talonario de cheques. Cuando quieras
dinero, escribe un cheque y preséntalo, y te darán la cantidad que
pidas». Así, tu amigo te ha dado una doble provisión.
Primero, ha hecho provisión de una cantidad de dinero para que
puedas recurrir a ella. En segundo lugar, te proporciona el medio
para acceder a estos fondos. Pero de nada te serviría decir: «Muy
bien, todo lo que tengo que hacer es cruzarme de brazos y esperar
hasta que me venga el dinero». Si actuases de esta forma, nunca
recibirías nada de este dinero. Deberías emplear diligencia para
aprovechar los medios provistos. Tendrías que rellenar y firmar los
cheques y presentarlos al banco para que te los pagasen. Ahora bien, la fe es como el talonario de
cheques. Es don de Dios, y es el medio por el que puedes apropiarte
libremente de toda la bendición que Cristo ha conseguido para los
pecadores mediante Su obra en la cruz. El efecto de todo esto debería
ser el de ejercitarte, y hacerte diligente en actuar para recibir la
bendición que se te ofrece. ¿Me salvará creer que soy salvo? ¡No más que podría un mendigo volverse
millonario por creer que lo es! A veces oímos decir: «Todo lo que
has de hacer es creer que eres salvo, y eres salvado». Sería
lo mismo que ir al lado de la cama de un enfermo de tifus y decirle:
«Todo lo que has de hacer es creer que estás bien del todo, y estarás
bien del todo». Es peor que inútil que alguien crea que está
salvado, hasta que realmente es salvo por la fe en Cristo. ¿Qué se tiene que creer para ser
salvo? Yo más bien diría, ¿A quién se
tiene que creer?, porque no es un hecho, sino una Persona, la que
nos es presentada como objeto de la fe. En 2 Timoteo 1:12 el apóstol
dice: «Yo sé a quién he creído». Para ser salvo, no se nos dice que creamos acerca
del Señor Jesucristo, sino que creamos en Él, esto es, que
confiemos en Él. Una señora acudió una vez a ver a un
amigo mío después de una ferviente predicación del evangelio, y
le dijo: «¿Me podrá señalar algún texto de la Biblia que tenga
que creer para ser salva?» El predicador le dijo: «Señora, usted
puede creer cualquier texto de la Biblia o todos ellos, y sin
embargo no ser salva. Creer la Biblia nunca ha salvado un alma.» «Bueno», dijo la señora, «si creo que
Cristo murió por los pecadores, ¿esto me salvará?» «No, señora», le respondió, «porque
esto sería solo la creencia de un hecho. Un hecho muy
bendito, desde luego, pero solo un hecho, y creer en un hecho,
por cierto que sea, nunca ha salvado un alma.» «Supongo,» dijo la señora, «que lo que
usted quiere decirme es que debo hacerlo una cuestión más
personal, y creer que Jesús murió por mí.» «Señora,» contestó mi amigo, «es un
hecho indescriptiblemente precioso que Jesús murió por usted. Él
murió por los impíos, y por ello mismo por usted. Pero esto es
solo un hecho, y permítame que le repita que creer un hecho
nunca ha salvado un alma. «Cristo es un Salvador viviente, poderoso,
mediante la obra que Él ha cumplido, para obrar la salvación. Confíe
en Él para su salvación. Él está dispuesto; É les capaz;
descanse en Él.» Yo no podría explicar esto de manera más
simple que lo hizo mi amigo en su conversación con aquella señora.
Es un Salvador viviente y amante en la gloria al que somos llamados
a confiarnos. ¿Es la fe la única condición de
salvación? No me parece muy adecuado referirme
siquiera a la fe como «condición de salvación». Cuando la reina
Elisabet I de Inglaterra estaba a punto de perdonar a uno de sus
nobles que había infringido las leyes del reino, quiso imponer
ciertas condiciones. «Majestad», dijo el cortesano acusado, «la
gracia que pone condiciones no es gracia.» La reina se dio cuenta de la verdad que había
en sus palabras, retiró las condiciones, y dejó al noble en plena
libertad. Para hablar a la reina como lo hizo, tiene
que haber confiado en ella. Tenía fe en su clemencia y
gracia, pero esto no era una condición de su perdón. Ahora bien, la gracia de Dios es tan libre
e incondicional como lo fue la de la reina Elisabet. No tiene
condiciones. Si la fe es el principio sobre el que Dios bendice, es
«para que sea por gracia» (Ro. 4:16). Esto es importante, estoy seguro, porque
muchos contemplan la fe como algo que tienen que llevar a Dios como
el precio de su salvación, lo mismo que llevarían unos honorarios
a su médico. La fe es la simple apropiación de lo que Dios ofrece
gratuitamente. Pero es probable que mi amigo, al hacer
esta pregunta, tenga en mente algo que siempre va de la mano de la
fe verdadera, y esto es el arrepentimiento. Son dos hermanas
gemelas. Cuando uno realmente se vuelve al Señor con fe, uno
siempre se aparta del yo con repulsión, y esto es lo que yo
comprendo por arrepentimiento. Me siento más bien escéptico de la
llamada «fe» de aquellas personas que nunca han estado ante Dios
en juicio propio acerca de sus pecados. ¿Cómo puedo saber si mi fe es de la
clase correcta o no? La gran cuestión es, ¿descansa sobre el
objeto correcto? Si es así, aunque sea débil y pequeña, es sin
embargo fe de la clase correcta. Supongamos, por ejemplo, que estoy
enfermo. Puedo tener una gran fe en una cierta medicina para curarme.
Pero las dosis, muy repetidas, no producen el efecto apetecido, y
llego a la conclusión de que aunque mi confianza era muy grande, no
estaba bien dirigida, porque la medicina en la que yo confiaba no
tenía eficacia. En cambio, me recomiendan un remedio de valor
demostrado. Yo no tengo mucha fe en el mismo, y a duras penas me
persuaden a probarlo. Pero cuando comienzo a tomarlo, me encuentro
muy mejorado. Mi fe en este remedio era pequeña, pero era la clase
correcta de fe, porque la medicina que acepté tomar era eficaz. De la misma manera, uno puede tener una fe
intensa en la oración, o en experiencias felices, o en sueños,
pero esta clase de fe es fe de la clase falsa. La fe que uno
tenga en Cristo puede ser muy débil, pero es fe solamente en Él,
es fe de la clase correcta. ¿Cómo se puede conseguir una fe
fuerte? Si alguien es indigno de confianza, cuanto
mejor se le conoce, menos se confía en él; pero si alguien es
digno de confianza, la confianza en esta persona aumenta según se
la conoce mejor. Cuanto más aprendemos del Señor Jesús, tanto más
se ahonda nuestro conocimiento personal de Él; cuanto más
exploramos de las alturas y profundidades de la gracia de Dios,
tanto más se fortalece nuestra fe en Él. Cada nueva lección que
se aprende de Él fortalece nuestra fe. Suponiendo que la fe de alguien sea
siempre débil, ¿será sin embargo salvo? Está de más decir que es bueno ser como
Abraham, que «se fortaleció en fe, dando gloria a Dios».
Se ha dicho con verdad, sin embargo, que en tanto que una fe fuerte nos
trae el cielo a nosotros, la fe débil (siempre que sea fe en
Cristo solo) nos llevará al cielo. Una vez estaba yo viajando en tren en
Inglaterra, a la ciudad de Birmingham. Había dos señoras en el
mismo compartimiento. Una de ellas estaba evidentemente acostumbrada
a viajar, y, después de asegurarse de que estaba en el tren
correcto, se sentó tranquila en su rincón, leyendo un libro hasta
que llegó a Birmingham. La otra señora era una anciana que parecía
estar muy preocupada por si acaso, después de todo, no llegaba a su
destino. Casi en cada estación en la que paraba el tren se asomaba
por la ventana, y preguntaba a algún empleado del ferrocarril si
estaba en el tren correcto. Todas sus afirmaciones parecían
impotentes para tranquilizarla. Haré yo una pregunta ahora. ¿Cuál de
estas dos señoras crees tú que llegó primero a Birmingham? Está
claro, las dos llegaron a la vez. La llegada de ambas no dependía
de la cantidad de su fe, pues en tal caso la señora con sus dudas y
temores hubiera quedado muy atrás. La llegada de las dos dependía
del hecho de que las dos estaban en el tren que se dirigía a
Birmingham. Del mismo modo, dos personas pueden haberse
confiado a Cristo, y haberse acogido a Su sangre como la única
esperanza de sus almas. Una de ellas está llena de santa confianza
y de serena tranquilidad, y la otra es víctima de dudas que la
torturan. ¡Pero la primera no tiene mayor seguridad de llegar al
cielo que la segunda! Las dos llegarán con toda seguridad
allá, porque Aquel en quien han confiado ha dado Su palabra de que
nunca dejará que ninguna de sus ovejas se pierda. Supongamos que alguien trata de creer,
¿qué más puede hacer? Que alguien hable acerca de «tratar
de creer» muestra que está totalmente equivocado acerca de la
naturaleza de la fe. Si usted viene y me dice, «vivo en la calle
tal-y-cual, número 10», y yo le respondo, «Bueno, trataré
de creerle», ¿qué pensaría? Se erguiría y, con tono indignado,
respondería, «¿Qué? ¿Tratar de creerme? ¿Acaso cree que
le voy a contar una mentira?» Su indignación sería natural. ¡Sin
embargo, hay personas que hablan de «tratar» de creer en Cristo!
¿Acaso es Él tan indigno de confianza? ¿No es acaso la Persona
del universo en la cual deberíamos encontrar más fácil confiar? No nos centremos en nuestra fe. Como sucede
con todo lo que nos atañe, es decepcionante, y ningún esfuerzo en
«tratar» la mejorará. Apartemos la mirada del yo y dirijámosla
a Cristo. No podemos confiar en nosotros mismos, pero, gracias a
Dios, podemos confiar totalmente en Él. ¿No existe aquello de «creer en
vano»? Desde luego, y el apóstol Pablo habla de
esto en su primera epístola a los Corintios, capítulo 15. Pero
esto es solo otra manera de expresar lo que ya hemos dicho, es decir,
una fe en un objeto indigno de confianza. El apóstol estaba
exponiendo a los Corintios que la resurrección de Cristo ha
demostrado que Él es el Objeto digno de toda nuestra confianza. Si
Él no hubiera resucitado, esto hubiera demostrado que la carga de
nuestros pecados era demasiado grande para que Él pudiera llevarla.
En tal caso, la fe en Él hubiera sido en vano. Pero Él ha
resucitado de los muertos, lo que demuestra que Su obra de expiación
es completa. Él está sentado en el cielo como poderoso Salvador.
Nadie que confíe en Él confiará en vano. ¿No debe la fe ir de la mano con las
obras? La fe sin obras está muerta, pero es la fe
la que salva, no la fe y las obras. Las obras vienen como la
evidencia de la realidad de la fe, y tienen mucha importancia.
Desconfío de quien me dice que cree en Cristo y que sin embargo no
es «celoso de buenas obras». Cuando se ve humo saliendo de la chimenea,
se sabe que hay un fuego dentro. No se puede ver el fuego, pero el
humo es evidencia de su existencia. Sin embargo, es el fuego,
no el fuego y el humo, lo que da calor. La fe es como el
fuego; las obras son como el humo. Van de la mano, pero no para
conseguir la salvación. Ninguna obra que podamos hacer podrá añadir
valor a la obra realizada por Cristo en nuestro favor. La fe reposa
en Su obra, y se hace patente en obras que hacen los salvos
por gratitud a Él. «Por gracia sois salvos por medio de la fe,»
leemos. «No por obras, para que nadie se gloríe.» Pero en
el siguiente versículo se nos dice que hemos sido «creados en
Cristo Jesús para buenas obras» (Ef. 2:8-10). Así, cuando creemos en Cristo, ¿ejercitamos
la fe una vez por todas, o es algo continuado? Al confiar en el Señor Jesucristo para
perdón y salvación, confiamos en Aquel que nos dará lo que
buscamos una vez por todas. Del juicio que merecen nuestros
pecados, del infierno hacia el que nos estábamos precipitando, de
la ira que pendía sobre nuestras cabezas, nos confiamos a Él para
que nos libre una vez por todas. Al confiar en Él
encontramos que la cuestión de nuestro futuro eterno queda resuelta,
una vez por todas. Pero al decir esto no quiero decir que vaya
a haber un tiempo, a lo largo de todo el período de nuestra vida
terrenal, en la que la fe no deba estar en ejercicio vivo. Desde
luego que creemos en el Señor Jesucristo una vez por todas, pero
nunca dejamos de confiar en Él. Además, hay otras cosas que la salvación
del alma que demandan el constante ejercicio de la fe. La salvación
misma es contemplada en más que un aspecto. Además de ser la porción
presente del creyente, es contemplada como algo que, en su plenitud,
todavía esperamos, y que ha de «ser manifestada en el tiempo
postrero». Y es para esto que, según 1 Pedro 1:5, somos
guardados por el poder de Dios, no como meras máquinas, sino mediante
la fe. Luego hay cientos de cosas, grandes y pequeñas,
relacionadas con nuestro andar aquí abajo, cada una de las cuales
demanda el ejercicio de la fe. Para las bendiciones temporales más
pequeñas dependemos de la bondad de Dios, y en relación con ellas,
así como con referencia a las cosas más sublimes que hemos sido
llamados a gozar, necesitamos ejercitar cada día la fe en Dios. Aquí termina nuestro primer diálogo. Que
cada uno y todos puedan saber qué es asirse de Cristo por la fe
para salvación, y para todas las bendiciones que la gracia de Dios
ha atesorado en Él para nosotros. Doce Diálogos Bíblicos - Harold P. Barker y otros. Traducción del inglés: Santiago
Escuain © Copyright 2005, SEDIN - todos los derechos reservados.
SEDIN-Servicio Evangélico Apartado 126 17244 Cassà de la Selva (Girona)
ESPAÑA Se puede reproducir en todo o en parte para usos no
comerciales, a condición de que se cite la procedencia
reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota. http://www.sedin.org/dialogues/d00cast.html |
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