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21. Las Posibilidades
de la Oración Vida Espiritual ilumina la manera práctica de incorporar la espiritualidad a la vida personal y el ministerio. Se estudia el poder de la oración ilustrada a través de las Escrituras como base de una vida verdaderamente victoriosa en comunión con la voluntad de Dios. LAS POSIBILIDADES DE LA ORACION por Ray C.
Stedman
Imaginemos que usted supiese que mañana o
pasado, se le acabaría la vida y estuviese usted intentando
resumirle a otra persona lo que ha significado su vida para usted,
lo que ha considerado como los valores perdurables de su existencia.
¿Qué les diría usted? Esta es la circunstancia en la que
encontramos a Jesús en el capítulo 17 de Juan. En el 13, en el que
introduce el Discurso del Aposento Alto Juan nos dice: "Y sabiendo Jesús que el Padre había
puesto todas las cosas en sus manos y que él había salido de Dios,
y a Dios iba, se levantó de la cena; se quitó el manto, y tomando
una toalla, se ciñó con ella. Luego echó agua en una vasija y
comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la
toalla con que estaba ceñido. (Juan 13:3-5). Después de esto, Jesús pronunció las
asombrosas y extraordinarias palabras que llamamos el Discurso del
Aposento Alto. Cuando pasa a la oración al finalizar este discurso,
nuestro Señor hace un repaso de su vida para el Padre, un repaso de
treinta y tres años de ministerio en la tierra: aquellos años de
silencio en Nazaret y aquellos otros años, llenos de actividad,
correspondientes a su ministerio público, cuando subió y bajó las
colinas de Judea y Galilea, predicando, sanando y atendiendo a las
necesidades de todas las multitudes que le seguían. Al leer estas
palabras, especialmente los versículos 4 a 8, tenemos el privilegio
de escucharlas al hacer Jesús un repaso de su propia vida y sus
palabras resumen esos treinta y tres años con tres afirmaciones
impresionantes, que constituyen su propia evaluación de la vida más
importante que jamás haya vivido: Lo primero que destaca en relación con el
Padre es el hecho de que realiza una obra que le glorifica. "Yo te he glorificado en la tierra,
habiendo acabado la obra que me has dado que hiciera. Ahora pues,
Padre, glorifícame tú en tu misma presencia, con la gloria que yo
tenía en tu presencia antes que existiera el mundo. (Juan 17:4-5). Esta es una oración que pronunció antes
de ir a la cruz, pero, en su alcance, llega mucho más allá,
incluyendo además la cruz. Nuestro Señor sabía dónde iba, sabía
lo que iba a hacer durante las próximas horas y lo que se realizaría,
y en visto de ello dice: "he acabado la obra que me has dado
que hiciera. Esta obra, por supuesto, incluye algo más que la cruz,
pues abarca el ministerio de sanidad y misericordia y, como he
sugerido, incluso aquellos treinta años de silencio en Nazaret,
acerca de los cuales sabemos tan poco. Todos ellos formaron parte de
su vida, de su obra, que el Padre le había encomendado para que la
llevase a cabo. La clave al significado de ello se encuentra en el
versículo 5: "Ahora pues, Padre, glorifícame tú en tu misma
presencia, con la gloria que yo tenía en tu presencia antes que
existiera el mundo. Ningunos otros labios podían pronunciar
semejantes palabras, ninguno de nosotros podemos mirar atrás a un
tiempo en el que estuvimos con el Padre, antes de que el mundo fuese
creado, pero aquí tenemos a Uno que sí podía y al decir esto, está
pidiendo ser restaurado a la gloria que le pertenece por derecho
propio. Si hay algún versículo en la Biblia que por sí solo, sin
apoyo de ningún otro, refleje de manera inconfundible la deidad de
Jesús el Mesías, es precisamente este versículo. Porque aquí está
reclamando la gloria que era también la gloria del Padre. Isaías
nos recuerda que Dios no comparte su gloria con ninguna otra persona
aparte de sí mismo. Dice: "No daré a otro mi gloria (Isa.
48:11), pero había Uno que sí compartía la gloria del Padre antes
de que el mundo fuese creado y que reconocía que le pertenecía por
derecho propio. Resultaría interesante meditar acerca de la gloria
pensando en cómo sería y de qué modo podría él reclamar esa
gloria como hombre que caminaba aquí sobre la faz de la tierra,
pero ese no es el punto que nuestro Señor está intentando destacar.
Esto es algo que menciona a fin de mostrarnos su carácter y el
hecho de que estaba continuamente y, por así decirlo, vaciándose o
renunciando a sí mismo, dejando la gloria de lado. Ahora que ha
llegado al final, está dispuesto a recuperar esa gloria que le
pertenece por derecho propio, pero se está acordando y repasando
sus treinta y tres años de vida y reconociendo que a lo largo de
todo ese tiempo ha renunciado voluntariamente a su derecho a ser
adorado, a su derecho a la gloria que le pertenece a Dios. Esto nos recuerda las palabras de Pablo en
Filipenses 2: "Existiendo en forma de Dios nos dice, "él
no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino
que se despojó a sí mismo [es decir, renunció a su reputación,
como dice la versión inglesa de la Biblia King James] tomando forma
de siervo, haciéndose semejante a los hombres. (Fil. 2:6-7). Jesús
está dejando perfectamente claro que la obra que glorificaba al
Padre era esencialmente aquella mediante la cual él se despojaba a
sí mismo. ¡Eso era lo que glorificaba a Dios! Pero esto nos deja tremendamente confusos,
porque creemos que Dios está interesado en lo que hacemos, creemos
que existen ciertas actividades religiosas que podemos llevar a cabo
con las que Dios se sentirá, sin duda alguna, complacido, sea cual
fuere nuestro estado mental. Por eso es por lo que en ocasiones nos
obligamos a nosotros mismos a asistir a la iglesia, semana tras
semana, cuando de hecho tenemos muy poco interés en hacerlo,
precisamente por estar convencidos de que el asistir a la iglesia es
lo que Dios quiere que hagamos o damos dinero a alguna causa
misionera porque pensamos que eso es lo que Dios pretende que
hagamos. Pero ¡qué poco entendemos a Dios! Lo que él espera no es la actividad, lo
que glorificaba al Padre no era sencillamente lo que hacía Jesús.
No era ni su misericordioso ministerio ni sus buenas obras porque
otros han hecho cosas por el estilo, sino el hecho de que a lo largo
de su vida tuvo un corazón dispuesto a obedecer, un oído presto a
escuchar, una voluntad dispuesta a someterse al Padre. Era su deseo
de estar siempre disponible, estar continuamente dando de sí mismo,
lo que glorificaba a Dios. Hubo aquel incidente, durante el bautismo
de Juan, cuando se abrieron los cielos y se escuchó la voz, como de
trueno, del Padre diciendo: "Este es mi Hijo amado, en quien
tengo complacencia. (Mat. 3:17). El no había hecho nada todavía
porque aún era el principio de su ministerio y, sin embargo,
durante treinta años, como en todo su ministerio, dio evidencias de
tener un corazón dispuesto a obedecer y precisamente eso fue lo que
glorificó a Dios. Se han escrito muchos libros acerca de lo
que se ha denominado "el precio del discipulado. En ellos se
dice, de un modo u otro, que a fin de poder tener la autoridad de
Dios es preciso que paguemos un elevado precio. Afirman, de
diferentes maneras, que a fin de convertirse en un creyente
victorioso y efectivo, existe una disciplina difícil y exigente. Si
he de ser sincero, y espero que entiendan lo que estoy diciendo al
respecto, debo decir que no me siento impresionado por esta clase de
literatura ni mucho menos y creo que este es un enfoque totalmente
negativo. Hemos colocado el carro delante del caballo. Permítanme
explicar lo que quiero decir. No quiero decir que este enfoque sea
mentira, pero el hecho es que la obediencia a Dios no significa
decir que "no a muchas otras cosas. No puede usted decir que
"sí al Espíritu de Dios sin, al mismo tiempo, decir "no
a muchas otras cosas, eso es algo que forma sencillamente parte del
proceso inherente de la decisión. Por lo tanto, no quiero decir que
el poder de Dios y el vivir para su gloria no representen, realmente,
pagar un precio en cuanto a renunciar a ciertos placeres escogidos y
relaciones a las que es posible que deseemos aferrarnos, pero el
coste del discipulado no es el coste que debiera realmente
preocuparnos. ¡Lo realmente costoso es el precio de la obediencia!
Eso es precisamente lo que deberíamos enfatizar y a mí me encantaría
encontrar un libro acerca del coste de la rebeldía en la vida del
creyente. ¡Qué bien conocemos ese precio! ¡Qué
tremendo estrago representa para nuestro espíritu de rebeldía,
nuestra desobediencia, el que no estemos dispuestos a dar de
nosotros mismos, frente a nuestro espíritu desasosegado y hay que
ver lo que representa en términos de hechos frustrantes,
vergonzosos y degradantes, que esperamos que nadie descubra, los
esqueletos que durante años se han ocultado en nuestros armarios,
la disposición irritada y angustiada, que hace que estemos todo el
día con los nervios de punta, nuestra debilidad, nuestro empeño,
falto de personalidad, por seguir el camino de las multitudes, del
que con frecuencia hacemos gala, nuestra actitud santurrona,
presuntuosa, esa religiosidad a la que llamamos Cristianismo, que no
es otra cosa que un gesto de desprecio frente al mundo y una ofensa
a Dios y a los hombres. ¿De dónde proceden estas cosas? ¿No son
acaso el terrible precio que tenemos que pagar por tener un espíritu
rebelde, por no estar dispuestos a ser sumisos al señorío del Mesías?
No nos pertenecemos a nosotros mismos, a pesar de lo cual aún nos
aferramos al derecho a vivir como nos da la gana y a tomar nuestras
propias decisiones, a escoger nuestros placeres y a ir donde
queramos y a hacer lo que nos apetezca, ¡algo que cubrimos con un
velo de piadosa religiosidad! Decimos que deseamos hacer la voluntad
de Dios, siempre y cuando represente hacer lo que nosotros queremos.
En el centro de nuestra vida se encuentra nuestro Yo, como un rey, y
ese es precisamente el problema y hemos dejado entrever nuestra
propia gloria. Seguimos queriendo lo que seguimos queriendo y no
estamos tan dispuestos como lo estaba Jesús a caminar con gozo en
obediencia, cuando en realidad es precisamente esto lo que glorifica
al Padre. No hablemos de vivir para la gloria de Dios
mientras nuestras vidas están dominadas por tanto egoísmo y no
dejamos de pensar tanto en nosotros mismos. ¿Se da usted cuenta de
que cada uno de los que han sido verdaderos creyentes en esta vida
se ha encontrado con que la gloria de una vida obediente, una vida
que está dispuesta a dejarse llevar por la causa del Mesías,
sobrepasa con mucho el ridículo coste de renunciar a unos pocos
deseos egoístas por Su causa? No hable usted acerca del precio del
discipulado, es el precio de la rebeldía lo que debería realmente
preocuparnos. C.T. Studd, que regaló su fortuna y se fue al corazón
de África dijo: "Si Jesús, el Mesías, es Dios y ha muerto
por mí, no hay sacrificio demasiado grande que yo pueda hacer por
él. David Livingston dijo: "He decidido no conceder valor
alguno a nada de lo que me pertenece, salvo en lo que pueda estar
relacionado con el promover el Reino de Dios. ¿Fue ese un
sacrificio? Así es como lo llamarían. Aquellos que han visto la
gloria de Dios, por tener un corazón obediente, no hablan nunca
acerca de sacrificios ni sobre aquello a lo que han renunciado,
porque lo que han obtenido es de un valor superior e inconmensurable.
Pablo podía decir: "pero las cosas que para mí eran ganancia
las he considerado pérdida a causa de Cristo. (Fil. 3:7) porque
nada puede compararse con lo que el Mesías podía darle. Esta última semana enterraron a un hombre
en una ladera de una colina en Corea, un hombre que fue durante
muchos años un sencillo granjero en Oregón. En un viaje a Oriente
vio las necesidades de los huérfanos solitarios e indigentes de
Corea, esos miles de niños engendrado por los soldados americanos
enviados a aquel país. Este hombre los vio, de la misma manera que
los ha visto cualquier otro turista que ha ido a Corea, por las
calles, sin dinero, pidiendo limosna, sin nadie que se ocupe de
ellos, pero, al contrario que los otros turistas, no se marchó a
algún otro país y se olvidó de lo que había visto. Regresó a
los Estados Unidos con un peso en su corazón y comenzó un
ministerio, buscando hogares en América para los huérfanos
coreanos. Había sufrido ya un ataque cardiaco y su médico le había
advertido que no se cansase demasiado, pero se olvidó de ello, se
olvidó de sí mismo y se entregó a la labor con generosidad. Esta
semana tuvo otro ataque cardiaco y le enterraron en Corea, pero la
historia de su labor apareció en cada uno de los periódicos de
habla inglesa del mundo, porque era un hombre que había renunciado
a sí mismo con el propósito de glorificar a Dios. Se llamaba Harry
Holt. Al hablar Jesús con el Padre, da justo en el blanco sobre lo
que significa glorificar a Dios, es decir, una vida de entrega y de
amor abnegado. ¿A qué se está usted entregando? Esa es
la pregunta que me he estado haciendo en mi corazón esta semana. ¿A
quién estoy ayudando? A continuación Jesús revela la segunda
cosa que caracterizaba su vida: "He manifestado tu nombre a los
hombres que del mundo me diste; y han guardado tu palabra. (Juan
17:6). "Han guardado tu palabra ¡qué
declaración tan asombrosa! El dice: "he puesto de manifiesto
un nombre que concede poder a los hombres que guardan la palabra de
Dios y entre estos dos conceptos existe una relación. ¿Cuál fue
el resultado en las vidas de los discípulos cuando se hizo
manifiesto el nombre de Dios? "Han guardado tu palabra. ¿Acaso
no nos damos cuenta de que la ignorancia acerca del derecho rara vez
es el problema? No es que no sepamos lo que Dios quiere que hagamos.
¿No es cierto que el problema consista en que no queremos hacerlo?
Sabemos lo que es, pero no queremos hacerlo. De hecho, de alguna
manera que nos resulta extraña, no podemos hacerlo, es como si
nuestra voluntad estuviese paralizada, queremos, pero no podemos. No olvidaré nunca, hace años, a un joven
que con la agonía dibujada en sus ojos, me cogió por el brazo y me
dijo: "¿qué se puede hacer cuando sabes que algo está mal,
pero no lo quieres hacer y mientras estás prometiendo que no lo vas
a hacer, sabes que lo volverás a hacer? ¿Qué se hace entonces? La
única respuesta que he hallado a esa pregunta es entender y actuar
basándonos en lo que Dios está dispuesto a ser para nosotros. En
otras palabras, el entender el carácter de Dios, el apropiarnos de
su nombre, es el poder de la vida humana y la única autoridad que
funciona. Un nombre representa la personalidad total
y los recursos de una persona. Mi nombre es todo lo que yo soy, su
nombre es todo lo que es usted. Sea lo que fuere lo que es usted,
eso es lo que representa su nombre para los demás. Cuando mi esposa
adoptó mi apellido al casarse conmigo, me tomó literalmente a mi
por todo cuanto yo tenía. (¡Que no era mucho! De hecho, tuvimos
que vender sus obligaciones para conseguir un hogar en el que pasar
nuestra luna de miel.) Pero siempre que yo firmo mi nombre "Ray
C. Stedman toda la fortuna Stedman, el total de los treinta y cinco
dólares, está en juego. Ahora bien, toda la obra de Jesús el Mesías,
durante esos treinta y cinco años de su vida, fue desvelar ante
nosotros el total de los recursos del Padre, para manifestar su
nombre, de modo que nosotros descubramos los recursos tan fantásticos
e interminables que tenemos en Dios, de modo que no podemos llegar
nunca al fondo. El que no estemos enterado de este hecho es
exactamente el origen de nuestro problema de debilidad. Veo a creyentes luchando, intentando
aparentemente actuar por fe, pero durante todo el tiempo están
saboteando sus esfuerzos, al negarse en redondo a creer que Dios es
lo que dice ser. A mi me sorprende la facilidad con que nos creemos
las mentiras de Satanás acerca de Dios. No creemos que él es lo
que dice ser, sino que creemos, esencialmente, que Dios es
totalmente desleal, que no va a hacer lo que ha dicho que hará.
Cuando hablo con la gente y me cuentan sus problemas, intento
aconsejarles. Normalmente me dicen que ya lo han intentado, de modo
que les sugiero otra cosa y también lo han intentado, así que
finalmente, aunque esto no lo dicen nunca, la única conclusión que
queda es llegar a la conclusión de que Dios es un fracaso, y que no
cumple lo dicho. Ellos han hecho todo cuanto se les exigía, pero
Dios no ha actuado. El es caprichoso y hace acepción de personas,
parece estar dispuesto a hacer cosas por los demás, pero no por
ellos. Cuando nos creemos esa clase de mentira estamos saboteando
cada uno de los esfuerzos que está realizando Dios por hacer que
obtengamos la victoria. Dios es fiel. ¿Cuántas veces nos lo dice
la Escritura? "Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis
llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. (1ª
Cor. 1:9). Toda la obra de Jesús, el Mesías, tiene como propósito
mostrarnos la fidelidad de Dios. El no estaba ansioso, ni estaba
preocupado, ni molesto por las nubes de opresión y persecución que
se posaron pesadamente sobre él, cuando la resistencia a su mensaje
se hizo patente por doquier, y cuando empezaron a aparecer las
amenazas de muerte. No le preocupaba porque descansaba en el nombre
fiel de Dios. El salmista dice: "Torre fortificada es el nombre de
JaShem; el justo correrá a ella y estará a salvo. (Sal. 18:10). ¿Ha descubierto usted eso ya? Queda todavía una tercera cosa que Jesús
dice que caracterizaba su vida. "porque les he dado las palabras que
me diste, y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que
provengo de ti, y creyeron que tú me enviaste. (Juan 17:8) ¿Qué hizo que estos discípulos judíos,
que tenían un miedo cerval a la idolatría, creyesen que este
hombre con el que habían vivido, comido, dormido, con el cual habían
caminado por los caminos de Galilea y Judea, lo había visto todo en
la debilidad de su vida humana, había seguido durante tres años y
medio, qué les hizo creer que este hombre, en toda su humanidad,
era además Dios encarnado, enviado por el Padre? Juan pudo escribir: "En el principio era el Verbo y el
Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. (Juan 1:1). ¿Cómo aprendió eso? ¿Fueron los milagros de Jesús lo que le
convencieron? No, sus milagros nunca convencieron a nadie acerca de
su deidad, pero sí les convencieron de su mesianidad, y ese era su
propósito. ¿Fue acaso el poder que ejercitaba sobre
los hombres? No, porque ha habido hombres malvados que han
ejercitado un tremendo poder sobre las mentes y los corazones de los
hombres, así que no era eso. ¿Qué fue? ¡Sus palabras! Las palabras de Jesús examinaban los
corazones de ellos y les abrió los ojos, disipando sus dudas,
haciendo que sus vidas fuesen como un gran fuego consumidor. Ellos
sabían que cuando se tomaban estas palabras en serio, les sucedían
cosas que solo Dios podía hacer. A lo largo del curso de tres años
y medio, al escuchar aquellas palabras apremiantes y magnéticas,
brotó gradualmente en los corazones de aquellos hombres la fe de
que había Uno que procedía de Dios. "Ellos las recibieron, y
conocieron verdaderamente que provengo de ti, y creyeron que tú me
enviaste. Estas palabras siguen teniendo la misma
autoridad en la actualidad. ¿Está usted atormentado por las dudas de
su fe como creyente? No sería de sorprender que muchos de ustedes
se sintiesen preocupados por las dudas en estos tiempos, cuando no
existe mayor ataque en contra del fundamento de la fe. Si se siente
usted atormentado por las dudas, ¿me permite sugerirle algo?
Empiece a leer las palabras de Jesús y a tomárselas en serio. No
se limite sencillamente a leerlas, acéptelas como una revelación
de su verdad básica y real y tómeselas en serio. No tendrá que
leer mucho antes de haber descubierto y visto con toda claridad la
vida y la experiencia, de modo que no podrá usted evitar creer que
estas palabras son, verdaderamente, palabras de Dios. ¡Qué lamentable que exista hoy entre los
creyentes esa actitud de inseguridad! Me preocupa el que los jóvenes
teólogos, los que acaban de graduarse en los seminarios, admitan
abiertamente que están más familiarizados con los escritos de
Tillich, Barth y Bultmann de lo que lo están con los escritos de
Moisés y de Pablo. No es de sorprender, por ello, que tengan una
base muy débil respecto a su fe porque nada convence más que la
incomparable Palabra de Dios. He aquí tres cosas que Jesús vino a hacer.
El dijo: "He venido con el fin de dedicarme a un ministerio que
precisa que me despoje a mi mismo; he venido a manifestar ese Nombre
todopoderoso, mediante el cual todo cuanto sea preciso hacer se hará
y he venido a pronunciar palabras urgentes, que despierten la fe en
los corazones de los hombres y que hagan que crean. Juan dijo al
principio del discurso que Jesús sabía que el Padre había puesto
todas las cosas en sus manos. Sabía que procedía de Dios y que iba
a regresar junto a él y entre esas dos declaraciones se encuentran
esos treinta y tres años, de los que el mundo no puede jamás
escapar, cuyo impacto resume en estas tres breves frases: Una obra realizada, Un nombre manifestado y
palabras que era preciso pronunciar. El procedía de Dios y regresó junto a él,
en eso consiste la vida del creyente. Dígame usted ahora ¿de dónde se ha
sacado usted su vida como creyente? ¿La tenía usted ya cuando vino
a este mundo? ¡Claro que no! La tuvo usted al creer en Jesús el
Mesías, así que procede de Dios. Estaba con el Padre antes de que
usted la recibiese porque estaba en Jesús el Mesías. La vida está
en su Hijo. "El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. (1ª Juan 5:12). Procedía de Dios. ¿Dónde irá cuando
acabe usted aquí en la tierra? ¿A dónde irá a parar esa vida?
Todo creyente está convencido de que va al Padre. "estar con
Cristo es muchísimo mejor. (Fil. 1:23) De modo que estas palabras
son verdad y también se aplican a usted, pues procede de Dios y
vuelve junto a él. ¿Qué hay entre medias? ¿Una vida que
glorifica al Padre? ¿Manifestar ante el mundo un nombre que concede
autoridad a los hombres? ¿Pronunciar palabras que les llegue al
alma y hagan que se den cuenta de su propia necesidad y al
entendimiento de la verdad y la realidad? Como ve, Jesús está
haciendo una oración que nos incluye a todos nosotros, y lo
sorprendente es que no hay una sola palabra en esta oración que
usted y yo no podamos hacer también. ¡Ojalá que Dios nos impida, como
creyentes, fijarnos en las cosas superficiales de la vida, a la
sombra de la misma, durante mas tiempo y nos induzca a apropiarnos
de la vida poderosa, transformadora y dinámica, que el propio Jesús
vivió. Oración ¡Oh, Padre! Estas palabras del Señor Jesús
escudriñan nuestra vida y nos revelan cosas que nunca habíamos
sabido con anterioridad, hechos poderosos, tan imponentes que apenas
podemos creerlos, pero Señor, ayúdanos a recordar de dónde
proceden y, de ese modo, que son ciertos y que nos apoyemos con
ellos con valor y confianza. Impide que seamos creyentes no
efectivos, sino corrientes, que participan en esa especie de
cristianismo insulso, amantes de los lujos, que aman lo fácil, tan
frecuente en la actualidad. Señor, desafíanos de manera
individual, uno por uno, al reunirnos alrededor de la Mesa del Señor,
para que formemos parte de aquellos que están dispuestos a entregar
sus vidas por Jesús el Mesías, que nos traiga sin cuidado lo que
nos pueda pasar a nosotros a fin de que Dios pueda ser glorificado. Lo
pedimos en su nombre, amen.
Título: Las Posibilidades de la Oración Copyright © 1995 Discovery Publishing un
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