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  16. Cuando la Oración se Vuelve Personal

Vida Espiritual ilumina la manera práctica de incorporar la espiritualidad a la vida personal y el ministerio.  Se estudia el poder de la oración ilustrada a través de las Escrituras como base de una vida verdaderamente victoriosa en comunión con la voluntad de Dios. 

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 CUANDO LA ORACION SE VUELVE PERSONAL

por Ray C. Stedman

Sobre el tema de la oración, las palabras del propio Jesús son de primordial y supremo interés para nosotros. Estas meditaciones sobre sus palabras no son, estrictamente hablando, una serie de conferencias acerca de la oración, pero tampoco creo que andemos descaminados si repasamos lo que hemos aprendido acerca de este importante tema.

Empezamos con el capítulo 18 de Lucas, con la parábola de la Viuda Importuna, esa persistente mujer que encontró la manera de tratar con un juez que no estaba demasiado deseoso de ayudarla, que halló la clave para desencadenar el poder que ella necesitaba. Lucas resume todo el tema de la parábola en una afirmación introductoria, al decir que Jesús nos dio esto a fin de que los hombres pudiesen aprender que o bien tienen que orar o desfallecer. La oración es un imperativo en la experiencia cristiana porque es el único canal que tiene el hombre para llegar al poder de Dios. Santiago lo refleja al decir de un modo bastante contundente: "No tenéis porque no pedís. (Santiago 4:2b). Si no pedimos nunca recibiremos, de modo que la primera y más importante lección es que la oración es esencial y es además una necesidad.

Desde ahí pasamos a la parábola del fariseo y el publicano, la oración de los dos oradores. "Dos hombres fueron al templo a orar. Gracias a esta parábola aprendimos algo acerca de la naturaleza de la oración. La oración no es un desfile de nuestros logros ante Dios, para mostrarle lo que somos, ni es un esfuerzo por presionarle para obligarle a moverse a fin de cumplir con su deuda para con nosotros por lo que nosotros hemos hecho por él pero, como vimos en la oración del publicano, la oración es siempre y solo el grito de un niño indefenso, que tiene necesidad de un padre que es totalmente idóneo, dispuesto y ansioso por ayudarle. La oración es la conciencia de que existe una necesidad en nuestra propia vida o en la vida de alguna otra persona por la que estamos orando.

A continuación examinamos en Lucas 11 la costumbre que tenía el propio Señor, en lo que se refiere a la oración y la actitud de continua expectación que marcaba su perpetua oración además de, como es natural, sus extendidos y deliberados periodos de oración. Esto era tan impresionante que sus discípulos, contemplándole orar, se dieron cuenta de que en la oración se hallaba su asombroso poder y sabiduría. Al final de la oración, uno de ellos le dijo: "Señor, enséñanos a orar.

Luego escuchamos las palabras de nuestro Señor acerca de cómo orar, comenzando por la Oración Modelo. Consideramos las tres primeras peticiones de esta oración, indicando que la oración empieza con el concepto de Dios, su paternidad, su voluntad, su nombre que no ha sido mancillado, su derecho a la realeza sobre todos los aspectos de nuestras vidas y sobre todo corazón humano. La oración comienza con un gran anhelo por satisfacer el corazón de Dios y haciendo realidad sus propósitos para la vida humana.

Ahora llegamos a la parte de la oración que nos concierne directamente, esta última sección de la oración modelo de nuestro Señor, que abarca toda la experiencia de la vida:

"El pan nuestro de cada día dánoslo hoy; y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. (Lucas 11:3-4).

El lector se dará cuenta de que esta es una oración que abarca todos los aspectos del hombre: su cuerpo, su alma y su espíritu. Con una exactitud realmente magnífica da exactamente en el clavo, justo en el aspecto de más vital importancia en cada una de estas áreas, de manera que si entendemos bien esta oración y la hacemos como debiéramos, no queda realmente nada más que decir. Esta magnífica oración cubre cada uno de los aspectos de la vida.

Esa es una de las cosas asombrosas de la Biblia, como los escritores de la Palabra fueron capaces de reducir a los mas sencillos términos algunos de estos poderosos temas de la vida, exponiéndolos con una palabra o dos, para que podamos captar lo que significan. Sin embargo y como veremos, no se pretende que esta oración se repita una y otra vez como una fórmula mecánica y repetitiva, como si fuese una rueda de la fortuna cristianizada aunque, por desgracia, en algunos círculos se ha convertido precisamente en eso. Se supone que esta oración sirva de guía para la oración. Cada uno de estos aspectos puede ampliarse hasta lo infinito y explicarse con todo detalle, pero en principio, esta es una oración perfectamente adecuada. No necesitamos decir nada mas si hemos realmente orado como nos lo ha indicado nuestro Señor y, en esencia, no se ha descuidado ningún aspecto de la vida. El interés y el amor que siente Dios por el hombre toca cada uno de los aspectos de nuestra vida. Es por eso por lo que Pablo dice: "Dad gracias en todo y añade "y no olvidéis darle gracias por las respuestas (1ª Tes. 5:18).

Jesús comienza esta sección de la oración con las necesidades del cuerpo. ¡Eso me agrada! Me he encontrado con que tenemos unos conceptos tan distorsionados acerca de la oración que con frecuencia sentimos que está mal orar acerca de nuestras necesidades físicas y me temo que esto es un reflejo de un concepto pagano de la vida. Los griegos consideraban el cuerpo como algo grosero e indigno de redención y, por lo tanto, lo trataban mal. Se golpeaban el cuerpo, los torturaban y atormentaban. Esta clase de filosofía se encuentra actualmente muy extendida en Oriente, con la idea de que el cuerpo debe ser sometido mediante el tormento físico o el sufrimiento, pero esto es algo que no hallamos jamás en el Nuevo Testamento ni en la verdadera fe cristiana. Ya sé que hay un versículo que, en la Versión del Rey Jaime, en inglés, habla acerca de "la venida del Señor Jesús, que transformará nuestro vil cuerpo (Fil. 3:21), ¡pero todo cuanto podemos decir acerca de esto es que es una malísima traducción! La palabra no significa vil ni mucho menos, quiere decir "un cuerpo de condición humilde que aún no ha sido glorificado. No ha llegado todavía a su estado final para el cual Dios lo diseñó, pero Pablo no está diciendo que el cuerpo tenga nada de malo.

Es importante que nos demos cuenta de que la oración debe, de manera muy adecuada, comenzar a ese nivel. A Dios le agradan los cuerpos. Puede que eso le sorprenda a usted, pero es verdad. Dios los creó y los diseñó y le agradan, por lo tanto, resulta perfectamente adecuado que oremos acerca de la necesidad del cuerpo. El pan en este caso es un símbolo de todas las necesidades de la vida física e incluye más que el pan, representa todo lo que exige nuestra vida física, el refugio, la bebida, la ropa, todo cuanto pueda precisar el cuerpo. La preocupación primordial en este aspecto es que estén a nuestra disposición unas provisiones inmediatas e ininterrumpidas. De modo que esta oración va directamente al grano al decir nuestro pan cotidiano, dánoslo hoy. El único límite a esta oración es que no pidamos nunca un almacén entero de suministros, con un año de adelanto. No existen gigantescos paquetes económicos a nuestra disposición en este aspecto de la vida, por lo que debemos de orar pidiendo lo que necesitamos para un día.

Quisiera ahora hablarle con sencillez a su corazón, como le he preguntado al mío propio en esta semana. ¿Ora usted a diario por sus necesidades físicas? Me pregunto si hay alguien que lo haga. ¿Pedimos para que no nos falte el alimento, la ropa, un lugar donde vivir y todas las necesidades indispensables de la vida? ¿Dedicamos un tiempo a pedírselas a Dios o al menos a darle gracias por ellas? Tal vez esta se ha convertido en una petición con la que estamos tan familiarizados, al repetir la Oración del Padre nuestro, que ha perdido todo sentido para nosotros y no nos la tomamos en serio, por lo que es posible que este sea el aspecto más flagrante y frecuente de desobediencia cristiana. Porque, después de todo, nuestro Señor lo dijo muy en serio cuando nos dijo que debíamos orar diciendo: "nuestro pan cotidiano, dánoslo hoy.

"Bueno dirá usted, "yo siempre doy gracias antes de las comidas. Sí, yo también lo hago, pero lamentablemente me encuentro que con frecuencia es algo tan superficial y mecánico que suena como si fuera una manera santurrona de decir "venga, comamos ya. Cuando yo estaba en el Instituto en Montana teníamos un vecino que era un ateo declarado, un hombre impío, pero con una atractiva personalidad. Los otros niños y yo íbamos con frecuencia hasta su casa porque era un hombre muy generoso y nos dejaba hacer muchas cosas interesantes en su rancho, pero no quería saber nada del evangelio o de las cosas cristianas. A la hora de las comidas realizaba una especie de imitación burlona de la oración y creo que lo hacía para escandalizarnos, pero se sentaba a la mesa y antes de que nadie pudiera empezar a comer decía: "ahora vamos a dar gracias y juntaba sus manos y decía:

"Pásame el pan y pásame la carne disfrutad y comed ya, so bobos

Como es lógico lo hacía para burlarse, pero me pregunto si cuando nosotros damos gracias, repitiendo de manera superficial y mecánica, no estamos siendo igualmente blasfemos. No quiero ser negativo en cuanto a este punto en concreto, pero estoy seguro de que debió haber alguna buena razón por la que nuestro Señor nos dijo que orásemos de este modo.

Soy consciente de que hay muchas personas que estarán dispuestas a argumentar que Jesús dijo en otro lugar: "vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes de que vosotros le pidáis (Mat. 6:8) por lo tanto, no es para informarle a Dios de nuestras necesidades y hay otros que alegan que no hace realmente ninguna diferencia, si oramos o no por las cosas físicas, pues van a quedar cubiertas de todos modos. Es más, algunos dicen que son muchísimas las personas que no se molestan en orar para nada y están comiendo filetes y helado mientras que los cristianos nos las estamos arreglando con hamburguesas y gelatina. Entonces ¿para qué orar?

La respuesta a esa pregunta tiene que ver realmente con el valor principal de la oración. Evidentemente, la oración no es algo mediante lo cual informamos a Dios de nuestras necesidades ni tiene el propósito de influenciarle, sino que su fin es que la oración ejerza una influencia sobre nosotros, puesto que somos nosotros los que necesitamos esta clase de oración y no Dios. Como es lógico, él sabe de qué cosas tenemos necesidad, porque él lo sabe todo acerca de nosotros, pero la oración es algo que necesitamos. Dios no necesita que le digan las cosas, pero nosotros sí necesitamos decírselas, esa es la cuestión.

Si quiere usted darse cuenta de por qué, hágase la siguiente pregunta: "¿qué es lo que me sucede cuando descuido este aspecto de la oración? Si es usted sincero y examina su vida a lo largo de un periodo bastante largo, se dará cuenta, inevitablemente, de que se produce un cambio lento y sutil en el corazón del creyente que no ora por las cosas materiales, que no dedica un tiempo a darle gracias a Dios por que él suple a diario su alimento, el lugar en el que vive, su ropa, las necesidades básicas e incluso los lujos de la vida.

Lo que sucede es que damos las cosas por hechas y poco a poco sucumbimos al engaño insensato de que nosotros mismos podemos, en realidad, suplir todas estas necesidades y nos dejamos arrastrar por una increíble vanidad, creyendo que es nuestra sabiduría y nuestras habilidades las que lo hacen posible, que podamos suplir estas cosas sin contar con Dios para nada. Y cuando empezamos a pensar de ese modo, nos encontramos con que el orgullo se apodera de nosotros y es como si estuviésemos cegados, con una ceguera que oscurece nuestro discernimiento espiritual y nos volvemos taciturnos, estamos inquietos y deprimidos.

El libro de Daniel describe gráficamente esta manera de pensar en el relato de Nabucodonosor, ese orgulloso monarca de Babilonia, el rey más grande de la nación más impresionante de su época. Salió a pasear al atardecer por los almenares de su palacio en la ciudad de Babilonia, contempló la ciudad y dijo: "¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué como residencia real, con la fuerza de mi poder y para la gloria de mi majestad? (Daniel 4:30) Se deleitó en lo que consideraba sus poderes, inherentes en sí mismo, mediante los cuales había logrado todo aquello. Como resultado de dar por sentado, de manera desafiante, los poderes básicos que hacían posible que supliese todo esto en su vida, Dios hizo caer sobre él el juicio de la bestialidad y se convirtió en una bestia, que tenía que alimentarse de la hierba del campo, comiendo como un animal, que es sencillamente la manera dramática de la que se vale Dios para decirnos que la falta de gratitud hace que los hombres se porten como animales, que se conviertan en bestias, con toda la ferocidad característica del egocentrismo de una bestia salvaje que gruñe ante su alimento.

Recuerdo que el Dr. Ironside contaba en una ocasión, que cuando era joven, fue a comer a una cafetería. Cuando cogió su bandeja buscó con la vista un lugar donde sentarse, pero se encontró con que todos estaban ocupados a excepción de una silla frente a un hombre que estaba ya sentado a la mesa. Ironside se acercó y le preguntó si se podía sentar, el hombre levantó la vista y le gruñó algo. De modo que Ironside se sentó y, como tenía por costumbre, inclinó la cabeza y oró en silencio por los alimentos que se disponía a comer. Cuando volvió a levantar la vista se encontró con que aquel hombre le estaba mirando, casi con mirada colérica y le dijo: "¿Qué sucede, es que le pasa algo a tu comida? Ironside le contestó: "No, no lo creo. A mi me parece que está bien. "En ese caso continuó diciéndole aquel hombre, "¿es que te duele la cabeza o te pasa algo? Ironside le contestó: "No, no me duele, ¿por qué lo pregunta? "Bueno, me he dado cuenta de que has inclinado la cabeza y te has colocado la mano sobre la frente, cerrando los ojos. Creí que le pasaba algo a tu cabeza le replicó. El tono de voz con que lo dijo daba a entender que quería discutir al respecto, pero Ironside le contestó: "No, estaba sencillamente dándoles las gracias a Dios por mi comida. El hombre se río y le dijo: "Ah, pero ¿tú crees en esas tonterías? A lo que Ironside le replicó: "¿acaso no da usted nunca gracias? El hombre le contestó: "No, claro que no. No creo en dar las gracias por nada. Yo me pongo a comer en seguida. Entonces Ironside le dijo: "Pues es usted como mi perro, que tampoco da nunca las gracias y se pone a comer de inmediato.

Después de todo, somos nosotros los que necesitamos dar gracias a Dios y los que debemos de estar siempre recordándonos a nosotros mismos que todo cuanto tenemos procede de su mano y que, en cualquier momento, él puede poner fin a esa provisión por cualquier motivo que él desee, que es solo su gracia y su bondad lo que permiten que nos llegue sin impedimento alguno. Por lo tanto, la única manera que podemos evitar este terrible pecado de ingratitud, que el libro de Proverbios llama "el pecado que es mas afilado que los dientes de una serpiente es orar a diario. Recuerde que,

Tras el pan se encuentra la blanca harina, Y de la harina está el molino, y del molino el campo de trigo, la lluvia y la voluntad del Padre.

La segunda petición relacionada con esta oración tiene que ver con el aspecto de las relaciones humanas, nuestra vida consciente, nuestras emociones, intelecto y voluntad; en otras palabras, el alma del hombre. Nuestro Señor expone de inmediato el aspecto vital en esta vida: el perdón.

"Y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. (Lucas 11:4a).

Aquí tenemos la necesidad de una conciencia limpia, de una sensación de paz, de descanso con Dios y con el hombre. Eso es lo mas vital en este aspecto de la vida. Este es el terreno en el que la confusión emocional de nuestra vida se cobra un precio que resulta fatídico. ¿Quién de nosotros no ha experimentado algunos de los dolorosos resultados de una enfermedad imaginada? No que sea realmente imaginaria, porque existen síntomas físicos que acompañan a los trastornos de nuestra vida emocional. Están las palpitaciones cardiacas, la agitación, el quedarse sin aliento, las erupciones cutáneas, los terribles dolores de cabeza producidos por la migraña que parece que nos va a estallar el cráneo, los tartamudeos, las compulsiones nerviosas, así como toda una serie de reacciones confusas e indefinidas a las que definimos con términos que nos inventamos, diciendo por ejemplo: "estoy hecho polvo o "no puedo con mi alma y "tengo la cabeza como un bombo. Ni siquiera he mencionado todavía los síntomas mentales, que resultan verdaderamente penosos, las depresiones mórbidas, los temores irrazonables y la inseguridad, los lapsos, el shock psíquico que puede dominarnos. ¿De dónde salen estos demonios burlones? Tanto las Escrituras como la psicología moderna, en su lucha por descubrir la verdad, concuerdan en que tras esos síntomas se ocultan dos terribles monstruos: el temor y la culpabilidad. Si podemos encontrar la manera de destruir a esos dragones de fuego, todo el ambiente emocional de nuestra vida se convertirá en paz y con esta sencilla oración Jesús nos hace entrega de una poderosa espada.

Cuando decimos "perdónanos nuestros pecados estamos pidiendo la realidad que Dios promete a cada persona que cree en Jesús el Mesías: "no hay pues ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús (Rom. 8:1). Yo no sé de ninguna otra cosa que más trastorna a un creyente que el sentido de culpa. La culpabilidad es el problema más frecuente que se oculta tras los trastornos más evidentes en la experiencia de muchos creyentes. Pero en esta sencilla oración, hallamos una respuesta que resulta totalmente satisfactoria, porque si nos hemos apropiado del perdón de Dios, sabemos que no hay nada que entorpezca la relación entre nosotros y el Señor y nuestros corazones son totalmente libres ante él y el resultado es una absoluta sensación de paz y una maravillosa sensación de descanso domina toda nuestra vida.

Pero fíjese el lector ahora en que Jesús añade de inmediato una limitación a esto. En el ámbito de lo físico, solo podríamos orar por las necesidades del día, así que en este caso no podemos decirle a Dios "perdónanos nuestros pecados a menos que estemos dispuestos y le hayamos dicho a otros que les perdonamos por los pecados que hayan cometido contra nosotros. No creo que tenga que haber ninguna confusión sobre este punto, puesto que en este caso Jesús no se está refiriendo al perdón divino que acompaña a la conversión. La oración del Padre nuestro se supone que es para que la pronuncien los creyentes, porque solo los creyentes pueden hacer esta oración de manera inteligente. El que no es creyente recibe el perdón de Dios sobre la base de haber perdonado a todos los demás. Resulta sencillamente imposible para él perdonar hasta que esa persona no haya primero recibido el perdón de Dios y ese perdón se ofrece sobre la base de la muerte de Jesús. Pablo dice: "En él redención por medio de su sangre, el perdón de nuestras transgresiones, según las riquezas de su gracia. (Efesios 1:7) Solo por gracia, eso es todo. Venimos dándole gracias por lo que su muerte en la cruz ha logrado ya, eliminando la terrible carga de nuestro pecado.

Pero si hemos recibido ese perdón, no recibiremos jamás el perdón por las profanaciones de nuestro caminar como creyentes, a menos que estemos dispuesto a conceder ese mismo perdón a los que nos han ofendido, eso es lo que dice aquí. Este perdón permite que continuemos disfrutando una relación ininterrumpida con el Padre y con el Hijo que, como es natural, es el secreto de la calma y el descanso emocional. Jesús está sencillamente diciendo que, si somos creyentes, no hay por qué estar siempre pidiendo en oración "Padre, perdóname mis pecados si guardamos rencor a alguna persona o si nos sentidos irritados por causa del resentimiento, o dominados por la amargura, que nos corroe el corazón por alguna ofensa real o imaginaria que nos hayan hecho. Lo que él nos dice es que lo primero que tenemos que hacer es enfrentarnos con el "ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y ofrece tu ofrenda en el altar (Mateo 5:24b). Perdónale y entonces el perdón sanador de Dios llenará tu propio corazón y te encontrarás con que entonces no habrá nada que pueda destruir esa paz que te ha dado Dios y que llena todo tu ser. Si nos negamos a perdonar a otra persona, lo que realmente estamos haciendo es impidiendo que llegue a ella esa gracia que ya nos ha sido concedida a nosotros. Es debido a que a nosotros se nos ha perdonado la enorme y aplastante deuda de nuestros propios pecados por lo que podemos tener la gracia necesaria como para perdonar las ofensas relativamente insignificantes que otras personas han acumulado sobre nuestras espaldas.

En una ocasión un hombre me dijo: "Sé que soy creyente, pero tal y tal persona me hizo algo y no puedo olvidarlo ni perdonarle. Yo le dije: "¿Está usted seguro de que no puede perdonarle? a lo que me contestó: "no, no puedo. He intentado perdonar a ese hombre, pero no hago más que recordarlo y sencillamente no puedo perdonarle. Yo le dije: "¿sabe una cosa? He descubierto que con frecuencia usamos las palabras "no puedo cuando lo que realmente queremos decir es "no quiero. ¿No es posible que lo que está usted realmente diciendo no es no puedo perdonarle, sino no quiero perdonarle, porque, si fuese realmente verdad que no pudiese usted perdonar a ese hombre, eso significaría que usted no ha sido nunca perdonado tampoco, que se está usted engañando a sí mismo diciéndose que es usted creyente. Eso le dejó de piedra. Se lo estuvo pensando y a continuación, con una sonrisa un tanto tímida, me dijo: "bueno, supongo que tiene usted razón. Creo que en realidad no siento deseos de hacerlo. No pasó demasiado tiempo antes de que estuviese dispuesto a perdonar a aquel hombre que le había perjudicado. Si nos tomamos estas palabras en serio, ¡qué gran revolución se producirá en nuestras vidas, en nuestros hogares y en nuestras iglesias!, porque no descubriremos jamás lo que Dios quiso decir en términos de la dulzura de la gracia del perdón manifestándose en nuestra propia vida y en nuestro corazón si no estamos dispuestos a derretir el hielo nefasto que se ha acumulado durante años enteros, entorpeciendo otras relaciones en nuestra vida. Cuando estamos dispuestos a perdonar a otros, entonces El nos dice que su gracia también es para nosotros.

El tercer aspecto de la oración tiene que ver con el ámbito del espíritu: "y no nos metas en tentación poniendo de nuevo de manifiesto algo de vital importancia. Es la guerra invisible del espíritu, siendo las mayores necesidades en nuestra vida la liberación y la protección, pero aparece inmediatamente un problema, porque las Escrituras revelan que la tentación es necesaria para nosotros y nadie puede escapar de ella en la vida cristiana. Es más, aunque el propio Dios nunca nos tienta a pecar, lo que sí hace es ponernos a prueba mediante circunstancias difíciles, que nos desaniman, y estas situaciones se convierten en los instrumentos de los que se vale Dios para fortalecernos, para edificarnos y, de ese modo, darnos la victoria. Cuando leemos esta oración, nos enfrentamos con la siguiente cuestión: "¿Se espera realmente que oremos a Dios pidiéndole que no haga lo que tiene que hacer para llevar a cabo su obra en nuestro interior? Después de todo, se nos dice que hasta Jesús, fue guiado del Espíritu al desierto para ser tentado por el demonio. ¿Qué quiere decir con "y no nos metas en tentación?

Confieso que me he sentido perplejo, he orado y he leído acerca de esto y estoy convencido de que lo que quiere decir aquí es que esta es una oración que significa que nos proteja de las tentaciones que no conocemos. Cuando reconocemos a la tentación como tal, podemos resistirla y, cuando lo hacemos, es siempre una fuente de fortaleza y crecimiento en nuestra vida. Si estoy rellenando el impreso del pago de los impuestos me encuentro con que una parte de mis ingresos han llegado a mi por otros, que no son los canales habituales y que no hay nadie que lo pueda comprobar, por lo que me enfrento con la tentación de omitir esos ingresos, pero sé que si lo hago está mal. Nadie me lo tiene que decir, yo sé que está mal. Cuando me resisto a hacerlo, me encuentro con que puedo ser más fuerte la próxima vez que se trate de una cantidad superior. Cuando reconocemos la lascivia como tal, el odio como odio, la cobardía como la tentación a ser cobardes, es una cosa. El resistirse a un mal evidente resulta bastante sencillo, si realmente deseamos caminar con Dios, pero la tentación no es siempre así de sencilla. Hay ocasiones en las que creo que tengo razón, y con la máxima sinceridad e integridad de corazón hago lo que creo que está bien y, más adelante, cuando pienso en lo que he hecho me doy cuenta de que estaba trágica y horriblemente equivocado, de eso precisamente es de lo que está hablando aquí.

Pedro es un ejemplo de esto. En el Aposento Alto, Pedro le dijo al Señor con impetuosidad, confianza y una absoluta candidez,: "Aunque todos se escandalicen (o te abandonen) de ti, yo nunca me escandalizaré (o te abandonaré) (Mat. 26:33). Se fueron del Aposento Alto con las palabras de nuestro Señor sonándoles aún en los oídos: "Pedro, de cierto te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, tú me negarás tres veces (Mat. 26:34). Sintiéndose aún lleno de confianza, Pedro se dirigió hacia el huerto de Getsemaní, y cuando se acercaron los soldados tenía una espada preparada y le arrancó con ella la oreja al siervo el Sumo Sacerdote en su anhelo por demostrar su fidelidad al Señor. Jesús le había dicho allí en el huerto: "Pedro, velad y orad, para que no entréis en tentación (Mat. 25:41), pero Pedro no hizo caso a esa advertencia, sino que se echó a dormir, de modo que nuestro Señor se acercó a él, le despertó y le pidió de nuevo que orase, no por el Señor, sino por sí mismo, por Pedro, pero él no lo hizo, y cuando se halló en el patio del Sumo Sacerdote, ante la hoguera, Satanás se apoderó de él y le arrancó su valor, dejándole como un pelele, haciendo que hiciese el ridículo en presencia de una joven. Allí, maldiciendo y blasfemando, se encontró atrapado y negó a su Señor, y poco después, plenamente consciente de lo que había hecho, salió en medio de la oscura noche y lloró amargamente.

A esto es a lo que se refiere nuestro Señor en esta frase. Esta oración es el reconocimiento de nuestra insensata debilidad y nuestra tendencia a tropezar y dejarnos arrastrar por esta ciega locura. Es lo que necesitamos con desesperación pedir en oración. Este mes, en el ejemplar actual de la revista "World Vision, aparece el relato de la vida de Hudson Taylor, ese intrépido misionero que fue al interior de la China. Cuando no era más que un hombre joven, ansioso por intentar hacer la voluntad de Dios en China, viajó desde Swatow, en el sur de China, hasta la gran ciudad de Shanghai, con la intención de obtener sus instrumentos médicos y sus medicinas, para abordar a continuación el barco de vuelta a la ciudad de Swatow, donde esperaba trabajar con un misionero escocés, que con anterioridad había sido su compañero allí. Pero cuando llegó a Shanghai descubrió, ante su enorme decepción y disgusto, que el edificio en el que había dejado todos sus suministros médicos y sus instrumentos se había incendiado totalmente y todo había quedado destruido, por lo que se sintió muy enfadado y confuso, de modo que se sentó a pensar lo que podía hacer.

Apenas le quedaba dinero, de modo que decidió seguir el camino por la red de canales hasta la ciudad de Ningpo, donde podría comprar algunos suministros a otro misionero y a continuación coger el barco de vuelta a Swatow. Era un verano terriblemente caluroso y sintiendo el espantoso calor de aquellos días llegó hasta el canal, predicando por el camino, teniendo con frecuencia que recorrer muchas y largas millas llevando puestos sus pequeños y estrechos zapatos chinos. Cuando llegó hasta el final de los canales tuvo que contratar los servicios de los portadores chinos para que le llevasen el equipaje y todo le salió mal. Contrató a un grupo de porteadores y partió antes que ellos, teniendo que esperarles durante una larga y calurosa tarde a que le diesen alcance y cuando llegaron por fin se encontró con que todos ellos eran fumadores de opio y realmente incapaces de llevar la carga. De modo que les despidió y dejando al principal porteador a que contratase a otro grupo, se puso de nuevo en camino y en esa ocasión no volvió a ver de nuevo ni a los porteadores ni su equipaje. Todo cuanto oyó fueron algunos rumores de que se había llevado su equipaje y se habían dirigido hacia las colinas por lo que se sintió profundamente desanimado, sin saber apenas qué hacer. Se fue a una posada para poder dormir un poco, encontrándose que estaba plagado de ratas y de chinches y pasó una noche espantosa.

A la mañana siguiente decidió seguir adelante hasta la costa y después de una larga marcha, que le dejó terriblemente desanimado, soportando el sol, llegó a la ciudad a fin de encontrar un lugar en el que dormir. Le echaron de varias posadas por ser un extranjero, luego la policía comenzó a seguirle y no sabía a dónde volverse. Finalmente, un joven le ofreció su ayuda. Le guió alrededor de la ciudad hasta la una de la madrugada y luego le abandonó, por lo que tuvo que pasar el resto de la noche en las escaleras de un templo, con tres ladrones rondándole en las sombras, esperando que se quedase dormido para asesinarle y quedase con sus efectos personales, pero se mantuvo despierto toda la noche, cantando canciones y repitiendo versículos de la Biblia para sí mismo, hasta que por fin se dieron por vencidos disgustados y se marcharon, pudiendo dormir un rato. Por la mañana, el joven que le había llevado por las calles de la ciudad regresó y exigió que le pagase una gran cantidad por su "servicio como guía y aquello fue demasiado para él por lo que Hudson Taylor perdió la paciencia, agarró a aquel tipo por el brazo y le pegó un meneo, diciéndole que se callase y que se fuese. Cansado, decaído y desanimado, comenzó el largo y doloroso viaje de regreso a Shanghai con los pies llenos de ampollas y agotado, y durante ocho largas millas se arrastró a sí mismo sintiendo la rebeldía espiritual, preguntándose por qué Dios le había abandonado de ese modo.

Pero de repente se dio cuenta de que lo que realmente le había sucedido era que, de hecho, había negado a su Señor. Toda su ira y dolor se desvanecieron en lágrimas de arrepentimiento cuando la verdad le resultó evidente y se dio cuenta de que nunca había pedido la dirección y la protección de Dios a lo largo del camino. Había estado tan sumido en su propio problema, que se le había olvidado encomendar el asunto al Señor. En su diario relató que, al seguir adelante, lo confesó todo y le pidió al Señor que le perdonase, y sintió en lo más hondo de su corazón un glorioso sentido de la presencia y el perdón del Mesías. La iniciativa y el control pasaron de nuevo de Hudson Taylor al Señor, que era donde debía estar y precisamente era eso lo que Dios pretendía. Cuando llegó a Shanghai encontró que le estaba esperando una carta en la que había un cheque por la cantidad exacta que necesitaba para cubrir su pérdida y no tardó en admitir que si hubiese proseguido a Swatow habría llegado justo a tiempo para que le encarcelasen y le ejecutasen. Toda la angustia y el temor que le dominaba, la desesperación y la perplejidad que sintió resultaron totalmente innecesarios. Los acontecimientos posiblemente hubieran sido los mismos, tanto si hubiese orado como si no lo hubiese hecho, pero las emociones que sintió hubieran sido diferentes si hubiera orado diciendo: "Señor, no nos metas en tentación.

Cada una de estas tres peticiones reflejan la gran verdad de que Jesús obra con el fin de hacer que seamos conscientes de que siempre estamos necesitados, tanto en cuerpo, en alma como en espíritu. Solamente si caminamos, paso tras paso, con un sentido continuo de dependencia en un Dios viviente, puede ser ninguna de estas necesidades apropiadamente cubiertas. Si no oramos, haciendo esta oración sencilla como la de un niño, de todo nuestro corazón, expresando mediante esta oración, con las palabras que hayamos escogido, nos estamos sencillamente exponiendo a un trastorno innecesario, a los disgustos y al fracaso.

Oración

Padre nuestro, esta mañana no podemos hacer otra cosa que hacernos eco de estas palabras que nos enseñó nuestro Señor Jesús. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestros pecados, no nos dejes caer en tentación, en el nombre de Cristo, amen.

Título: Cuando la Oración se vuelve Personal
Serie: Estudios de la Oración en el Nuevo Testamento
Pasaje de las Escrituras: Lucas 11:3-4
Mensaje Nº: 5 Nº de Catálogo: 60
Fecha: 15 de Marzo, 1964

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