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  12. ¿Por Qué Orar?

Vida Espiritual ilumina la manera práctica de incorporar la espiritualidad a la vida personal y el ministerio.  Se estudia el poder de la oración ilustrada a través de las Escrituras como base de una vida verdaderamente victoriosa en comunión con la voluntad de Dios. 

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¿POR QUE ORAR?

por Ray C. Stedman

Les refirió también una parábola acerca de la necesidad de orar siempre y no desmayar. Les dijo: "En cierta ciudad había un juez que ni temía a Dios ni respetaba al hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él diciendo: Hazme justicia contra mi adversario., El no quiso por algún tiempo, pero después se dijo a sí mismo: Aunque ni temo a Dios ni respeto al hombre, le haré justicia a esta viuda, porque no me deja de molestar; para que no venga continuamente a cansarme., Entonces dijo el Señor: "Oíd lo que dice el juez injusto. ¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él de día y de noche? ¿Les hará esperar? Os digo que los defenderá pronto. Sin embargo, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18:1-8)

Resulta significativo que esta palabra acerca de la oración, de boca de Jesús mismo, sigue al relato de Lucas sobre la segunda venida, que es un pasaje paralelo al discurso del Monte de los Olivos, del Evangelio de Mateo. Nuestro Señor pasa de inmediato de su palabra, acerca de su venida, a la palabra sobre la oración, indicando la relación directa que existe entre el mantenerse vigilantes y la oración.

Esta enseñanza acerca de la oración se vale de la metáfora como contraste. Todos nosotros estamos familiarizados con lo gráfico de la metáfora para conseguir que la verdad se destaque ante nuestros ojos. La forma que con más frecuencia se usa es la comparación, que es algo que estamos constantemente usando, comparando una cosa con otra. A veces la comparación puede resultar de lo más gráfica como vemos, por ejemplo, en algunos de nuestros símiles modernos. Decimos: "está más nervioso que un flan o "está más desamparado que un huérfano. Pero el contraste es una manera igualmente excelente de enfatizar la verdad y hacer que resulte más gráfica y esta es la forma que emplea el Señor para enseñar acerca de la oración.

Cuando yo estudiaba en la facultad tenía un compañero de habitación que media más de dos metros y pico y pesaba más de 130 kilos, pero su apodo era "pequeñajo. Esta es una forma frecuente de contraste, que llama constantemente la atención de una característica destacada. ¿A qué hombre con una brillante calva, sin un pelo por ninguna parte, no le han llamado alguna vez que otra "rizos.

El tema de la oración es uno que nuestro Señor presenta con su nítido punto central valiéndose de tres contrastes muy a propósito:

Para empezar, existe el contraste de principios. Lucas se asegura de dejar muy claro el punto que Jesús quiere enfatizar. Dice: "Les refirió también una parábola acerca de la necesidad de orar siempre y no desmayar. En este caso Jesús hace osadamente que nos enfrentemos con una opción de la que no podemos escapar: tenemos o bien que orar o desmayar, una de dos. O bien aprendemos a clamar a un Padre invisible, que está siempre presente y con nosotros o nos desanimamos y desmayamos. Por lo tanto, no nos queda más remedio que armarnos de valor y seguir adelante en la vida sin pasión o sin esperanza. Tenemos que hacer una de dos, no hay más alternativa.

Puede que algunos se atrevan a desafiar esta postura y digan: "¿Y qué me dices de esas personas que parecen tener mucho "gozo de vivir sin ser cristianas? ¿No han descubierto acaso una manera, gracias a la cual la vida puede resultar significativa y emocionante sin tener que recurrir a la oración ni a la fe religiosa? Tal vez merezca la pena, al menos, examinar semejante afirmación. ¿Quién no se ha encontrado con esta clase de personas y se ha preguntado si quizás han hallado otra alternativa, otra respuesta? Pero si observamos detenidamente, aquellos que parecen haber descubierto los secretos de la vida, los que dan la impresión de vivir en un mundo emocionante de aventura, romance e intereses externos, ¿no nos vemos frecuentemente sorprendidos por evidencias aparentemente repentinas, totalmente inesperadas para el público en general, que apunta a períodos en los que estas personas están tremendamente desanimadas y son víctimas de repentinas manifestaciones de desfallecimiento. Piense el lector, por ejemplo, en hombres como Ernesto Hemingway, Jack London y otros ídolos literarios que durante años dieron la impresión de haber sabido captar los secretos de una vida intensa, pero que a la postre demostraron que durante todo ese tiempo se sintieron interiormente desfallecidos, dominados por una sensación de desanimo. ¿Hay algo más patético hoy que el hecho de que millones de personas vivan torturadas, andando a tientas y frenéticamente intentando hallar el significado de la vida? Y no me refiero sencillamente a las personas ancianas, a aquellas que se lo han pasado de miedo en la vida y no les queda nada, sino a ese estado que se manifiesta con frecuencia entre la juventud, que tiene aparentemente toda una vida por delante, para disfrutarla.

Algunos de nosotros nos sentimos aún tremenda y profundamente impresionados por el testimonio que dieron la otra noche de tres jóvenes que fueron arrancados del fuego como tizones, del mundo del crimen y la homosexualidad, que tan extendidos están en la actualidad, y que nos ofrecieron una revelación rigurosamente realista de lo que representa la vida en dicho mundo.

Esta semana pasada he tenido en mi despacho a tres jóvenes, todos ellos menores de veinte años, y cada uno de ellos me ha expresado, a su manera, su visión de la vida. Cada uno de ellos me contó, a veces con palabras titubeantes, otras elocuentes, que había encontrado la vida aburrida y sin desafío alguno. Los tres estaban buscando una luz que seguir, una causa por la que vivir. Sin haber ni siquiera alcanzado los veinte años de edad, la vida que tenían por delante les parecía deprimente, triste, carente de todo interés y sin atractivo.

¿A qué se debe esto? ¿No es acaso el resultado de una filosofía muy extendida en nuestros días, de la idea de que vivimos en un universo impersonal, que no es otra cosa que una gran máquina, sin remordimiento, que nos obliga irremisiblemente a obedecer leyes en comparación con las que nosotros, las diminutas criaturas humanas, no somos otra cosa que pigmeos pasajeros? ¿De dónde surgió semejante idea? ¿No tiene su origen en que hayamos entronizado con entusiasmo a la ciencia agnóstica como si de un dios se tratase? No cabe duda de que todos le debemos mucho a la verdadera ciencia. Las comodidades y lujos de los que presumimos, incluso nuestras necesidades, están a nuestro alcance gracias a ella, pero la ciencia se halla en grave peligro de ser exaltada a los ojos de muchos como si se tratase de un dios. Le hemos erigido un altar a la ciencia y hemos quemado incienso ante él, pero el problema de este dios es que es un dios hueco, que no tiene corazón, ni entrañas ni compasión. La ciencia no puede sentir, ni reír ni mostrar compasión, solamente puede analizar, medir, diseccionar, especular y pesar. Y el universo que contemplamos a través de los ojos de ese dios resulta igualmente impersonal, frío, implacable y distante.

El resultado es que tenemos en la actualidad, más que en ninguna otra época de la historia humana, una generación que se ha criado sin un Padre Celestial. La agonía que escuchamos no es otra cosa que el grito de una pérdida huérfana. Es por esto que los grandes pensadores que escriben desde este punto de vista acaban, inevitablemente, como pesimistas. Dan expresión a lo que tan elocuentemente se ha denominado "el sentido trágico de la vida. Puede usted leerlo en Bertrand Russell y otros dirigentes del pensamiento moderno. ¿Y no es nuestra desenfrenada y continúa búsqueda de juerga, diversión y placer más que una especie de anestesia, que lo que pretende es aliviar el dolor de un corazón vacío? Jesús tiene razón al decir que no existen más que dos alternativas: o bien orar o desmayar, una de las dos.

Más allá de las cosas que la ciencia puede medir, pesar y analizar, por encima de este universo frío e impersonal, que tenemos ante nosotros, Jesús dice que está el corazón de un Padre. Tenemos a nuestro alrededor los brazos de un Padre y es a él a quien debemos clamar, porque en el Mesías su voz nos ha llamado ya a nosotros. Debemos responderle como un niño que llama a su padre porque, como les sucede a los pequeños, nosotros tampoco sabemos siempre lo que nos sucede. Helmut Thielicke sugiere que a veces los niños no pueden hacer otra cosa que mirar a su madre con esos grandes ojos suplicantes, sin saber expresar lo que les pasa, pero normalmente la madre lo sabe y ella responde en el momento oportuno. "Como el padre se compadece de los hijos nos dicen las Escrituras "así se compadece Dios de los que le temen (Salmos 103:13) pudiendo clamar a él cuando se hallan en problemas, aunque es posible que clamen por algo equivocado pero, sin embargo, cuando clamamos, hay un Padre que escucha y la fortaleza de un Padre actúa a nuestro favor.

Ese es, precisamente, el objetivo de la historia que cuenta Jesús y es evidente que lo que pretendía era establecer un contraste entre las diferentes personas:

Para empezar, tenemos a la viuda y el juez. ¿Qué resulta más proverbialmente débil e indefensa que una viuda? Cualquier escritor que desee presentar a un personaje que sea un bellaco astuto, que lo que pretenda sea privar a alguien de su medio de vida, normalmente presentará a su víctima como una viuda. En contraste con la viuda está el juez. ¿Quién puede ser mas inflexible e implacable que un juez, y especialmente si se trata de un juez pecador? Aquí tenemos a un juez duro, tenaz, egocéntrico, a un viejo tacaño, con un corazón más frío que el hielo. Y la viuda tiene a una persona que la persigue, a alguien que la acosa, que la importuna y que hace difícil su vida. Ella fue a pedirle que la ayudase y le hiciese justicia, pero a él le trajo sin cuidado. No se sintió conmovido para nada por las súplicas de aquella mujer, desde el punto de vista moral, por lo que no consiguió apelar a sus sentimientos suplicándole de ese modo. Era un hombre que no respetaba a nadie, de modo que era imposible ejercer ninguna presión política sobre él para influenciarle. En vista de la dureza de corazón del juez, el caso de la viuda resultaba de todo punto desesperado y nada de lo que ella pudiera hacer conseguiría que aquel juez intercediese en su caso.

Pero con todo y con eso, Jesús dijo que ella encontró la manera de conseguirlo. Como acostumbra a hacer una mujer, se propuso hacerle la vida imposible, sin dejarle en paz ni de noche ni de día. Estaba siempre ante su tribunal, acosándole, dándole la lata, importunándole hasta que, por fin el juez se vio obligado a actuar. ¡Concedió la petición de la mujer y ella obtuvo lo que necesitaba! ¡He aquí el objetivo primordial de la historia! ¿Qué es lo que pretende enseñar Jesús? ¡Está sencillamente dando a entender que esta viuda dio con el secreto de cómo manejar a un juez reacio a ayudarla! En otras palabras, descubrió la clave del poder. Encontró el principio sobre el cual hasta un juez mal dispuesto estaría dispuesto a actuar, a pesar de sus formidables defensas. Ahora bien, dice Jesús, la oración es el principio de réplica, es la clave del corazón paternal de Dios. El ejercer una continua presión era la clave para llegar a este juez despiadado y la oración perpetua es la clave de la actividad de Dios.

Cuando, al igual que sucedió en el caso de la viuda, la vida nos parece carente de toda esperanza e inservible, cuando somos víctima de fuerzas más poderosas de lo que nos imaginábamos (¿y quién de nosotros no ha sentido que la vida es así?) cuando parece que no somos capaces de derrumbar la muralla de presiones que nos rodea, cuando no hay respuesta posible a los ineludibles problemas que tenemos ante nosotros y el fin no está a la vista y nos tenemos que enfrentarnos con el fracaso y una pérdida segura, Jesús dice que hay salida. Hay un camino que nos conduce al lugar del poder, hay una manera de hallar la solución segura a nuestros problemas, existe una respuesta a la insoportable presión y dicha respuesta es la oración, el sencillamente clamar a Dios, ya que no hay otro en quien podamos descansar. El es un Padre que tiene el corazón y la tierna compasión de un padre, así como el deseo de actuar. La oración, nos dice, conmueve siempre el corazón de Dios y siempre le mueve a actuar.

Es evidente que aquí se pretende otro contraste, porque Jesús dice concretamente que Dios no es como el juez impío, que no demorará su respuesta a nuestras oraciones, que no requiere el que estemos continuamente machacando para conseguir que El se mueva.

"Oíd lo que dice el juez injusto. ¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él de día y de noche? ¿Les hará esperar? Os digo que les defenderá pronto. (Lucas 18:6b-8a)

En ocasiones se enseña que, en este caso, Jesús está animándonos a poner en práctica lo que se conoce como "la oración que prevalece que es, con frecuencia, otra manera de describir un esfuerzo por argumentar con Dios, no dejándole en paz, como si hiciésemos huelga ante el trono celestial hasta obtener lo que queremos, un argumento que resulta totalmente contrario a lo que dice la Biblia y una actitud de oración anticristiana.

Hace algunos años apareció en un periódico un artículo acerca de un hombre que anunció que estaba tan preocupado por las condiciones del mundo, especialmente por el estado moral de esta nación, que se propuso ayunar y orar hasta que Dios enviase un gran despertar, un avivamiento que corrigiese la degeneración moral de aquellos días. Anunció que seguiría adelante, si fuese necesario hasta la muerte, esperando que Dios actuase. El periódico se hizo eco de la historia, siguiéndola día tras día. Comenzaron a fallarle las fuerzas y cada vez estaba más débil y acabó por no poder moverse de la cama. Cada día se emitían comunicados acerca de su estado de salud. No cabe duda de que era un hombre con una gran determinación, porque la mayoría de nosotros nos hubiésemos dado por vencidos al tercer día y hubiéramos optado por comernos un buen filete, pero aquel hombre no lo hizo, sino que continuó con su ayuno hasta que se murió de verdad. El entierro tuvo amplia cobertura y fueron muchos los que alabaron su extraordinaria persistencia.

¿Se puede decir que eso era realmente oración? ¡Claro que no! ¡Era un esfuerzo por hacerle chantaje a Dios, pues aquel hombre estaba haciendo que su vida fuese como una pistola colocada junto a la sien de Dios, exigiéndole todo su dinero! Aquel hombre estaba insistiendo en que Dios actuase según sus condiciones y sus propios planes y la oración no es eso.

Jesús dice que Dios no es un Dios injusto que exija que estemos halagándole, luchando y persuadiéndole para que actúe. Dios no anda escatimando. No, la oración es el clamor eterno de un hijo amado a su padre y, con frecuencia, es el clamor de un hijo perdido, que no sabe a dónde va, que está perdido en medio de un oscuro bosque, oyendo toda clase de ruidos extraños en medio de la maleza, ruidos que le asustan. Puede que ese hijo clame a gritos que le conduzcan hasta una carretera o que esté deseando hallarse a salvo en su propia cama o por lo menos pida ver la luz en la distancia, de modo que pueda encontrar el camino y esa oración, en concreto, no siempre obtiene una respuesta de ese modo, porque Dios es un Padre y, como dijo Jesús en otro lugar, él ya sabe de qué cosas tenemos necesidad antes de que se las pidamos en oración. Pablo nos recuerda que no sabemos lo que necesitamos, no sabemos qué pedir como conviene en oración. Ese es nuestro problema, pero Dios sí lo sabe. El Padre lo sabe y, debido precisamente a que es un padre, sabe que no ha llegado aún el momento de contestar de una manera determinada o que es incluso lo mejor que puede hacer o en ocasiones es lo que se puede hacer en esas circunstancias. No, es cierto, es posible que la respuesta se demore durante mucho tiempo, pero lo cierto es que no existe demora en cuanto a responder a nuestra oración. Es lo que está diciendo Jesús, que cuando clamamos hay una respuesta inmediata, sin demora y Dios responde y acude de inmediato a ayudarnos, a socorrer a su hijo. La respuesta es el apretón de manos de un Padre, es el consuelo sosegado de la voz del Padre, la seguridad que nos hace sentir la presencia de ese Padre, a pesar de que los bosques sigan estando oscuros y los ruidos sean cada vez más fuertes. Hay una inmediata respuesta que nos hace sentir la confianza de que Dios está con nosotros y que cuando llegue el momento oportuno y a su manera, nos llevará a casa y podremos acostarnos seguros o nos sacará de nuevo a la luz.

"¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él de día y de noche? ¿Les hará esperar? Os digo que los defenderá pronto. (Lucas 18:7-8a)

Jesús concluye su relato con una inesperada palabra que viene a ser un tercer contraste, el contraste de la práctica.

"Sin embargo, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18:8b)

Fíjese bien el lector en que Jesús no dice: "Cuando venga el Hijo del Hombre no hallará fe en la tierra ni dice tampoco "cuando venga el Hijo del Hombre encontrará fe en la tierra. Es como una pregunta que queda ahí colgada en el aire, indefinida, sin respuesta, pero no hay duda alguna de una cosa en concreto en este relato y es la fidelidad del Hijo del hombre. Toda la duda se expresa en la última parte de la frase. El no dice: "Si viene el Hijo del hombre sino "cuando venga porque eso es algo totalmente seguro, no depende del hombre, de su fidelidad o falta de ella, sino que depende de la opción soberana de Dios y todos los procesos de la historia están haciendo que esto se cumpla. No cabe la menor duda de que Dios está dispuesto a hacer exactamente lo que dice que hará en cualquier circunstancia, en cualquier momento. En él no hay sombra de duda, él no hace acepción de personas. En lo que a él respecta no existen divisiones ni discriminaciones entre los hombres, ni mucho menos. porque Dios es totalmente fiel y es el hombre quien suscita las dudas.

Después de todo, ¿qué es lo que se oculta tras ese clamor frenético que hallamos en nuestros días, ese deseo de obtener los dones del Espíritu Santo, esas reuniones que se celebran para orar a fin de que sea derramado el poder o pidiendo el don de lenguas o para que se produzca un avivamiento o por algún otro motivo? ¿No es eso acaso un sutil esfuerzo por hacerle chantaje a Dios, o al menos por echarle la culpa de nuestras debilidades? ¿No estamos diciendo: "Señor, el problema consiste en que no nos has dado todo lo que necesitamos. No lo has puesto todo a nuestra disposición. Hay cosas que estás reteniendo, eres reacio a concedérnoslas, nos das, pero lo haces a regañadientes y con frecuencia no nos das lo que nos falta. Si tan solo pudiésemos tener eso podríamos realizar tu obra. Pero Jesús está diciendo: no, no, eso no es verdad. No es justo hacerle responsable a él, porque Dios es totalmente fiel. No falta nada, en lo que a él se refiere, nunca ha faltado, pero él nos dice: deja que te haga una pregunta ¿es posible, es remotamente posible que los hombres prefieran la debilidad al poder, la ansiedad a la paz, el desasosiego al descanso, la duda a la confianza, el temor a la fe, la malicia al amor? ¿Es posible que cuando venga el Hijo del hombre no halle fe en la tierra?

¿Se da usted cuenta de cómo lo expresa? No dice: "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará a hombres que estén orando? No, lo que dice es: "cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe? porque la oración es una expresión de la fe. La verdadera oración no consiste en suplicar o en engatusar a un Dios un tanto reacio, ¡de ninguna manera! ¡Eso no es nunca oración! Orar es creer, orar es fe, es dar las gracias en lugar de quejarse, confiar en lugar de esforzarse, regocijarse, aceptar, apropiarse y recibir, en eso consiste la oración.

"Bueno puede que diga alguien, "en vista de eso, si de verdad hay un Padre ahí fuera, que está ansioso por dar y sabe lo que necesitamos y, especialmente teniendo en cuenta que tenemos tanta tendencia a pedir mal de todos modos, ¿por qué molestarnos en orar? ¿Por qué no se limita sencillamente a darnos las cosas sin que se las tengamos que pedir en oración? Esta es una objeción que se ha hecho con frecuencia y la respuesta es que el propósito de la oración es hacer que entendamos el programa y el propósito que tiene el Padre. Todos nosotros conocemos a matrimonios que han dejado de hablarse. Un matrimonio así es una unión que se desintegra y que es la lamentable ruina de un amor que hubo un tiempo que existió, pero que ha desaparecido. Una relación viva requiere la existencia de la comunicación, de la expresión, de un intercambio, de un fluir de palabras para que la relación permanezca viva, real y vital.

Por lo que la relación es una necesidad absoluta y vital en el intercambio, que es una expresión del corazón del hijo en su relación con el Padre y, precisamente por eso es por lo que Jesús hizo la pregunta. Cuando venga, ¿encontrará a hombres que estén poniendo en práctica ese bendito privilegio? ¿Los hallará expresándose, confesándole todo al Padre sin la menor duda o impedimento? ¿Dando expresión a los resentimientos así como a las alegrías, las quejas, los sentimientos del corazón en sus más profundos estados de ánimo, todo, absolutamente todo, se lo expresarán a él; podrá hallar a hombres así? Esa es la verdadera expresión de fe y el fallar en esto es inevitablemente dejar de hablar con Dios y empezar a hablar acerca de él.

Cuando los hombres hablan acerca de Dios, en lugar de hablar con él, están manifestando una fe que ha sufrido un deterioro, porque el propósito de toda fe es hacer que nos mantengamos en un contacto directo, personal y vital con Dios. El distintivo de una religión decadente es invariablemente el hecho de que los hombres se hallen profundamente sumidos en una discusión acerca de Dios, con frecuencia en un lenguaje culto, valiéndose de frases esotéricas y dedicando horas enteras a un debate prolongado y teológico acerca de la naturaleza y el carácter de Dios, pero como dijo muy apropiadamente Lucifer: "Vosotros que manifestáis una honda preocupación por la religión, ¿por qué no oráis?

Oración

Padre nuestro, estas palabras de nuestro Señor Jesús nos han hecho conscientes de la falta de fe que hay en nuestras vidas. Clamamos a ti en estos momentos, en nuestra debilidad y nuestra incapacidad para poner en práctica la fe y para poder decir: Oh Padre, enséñanos a orar. Enséñanos a ser hombres y mujeres que dependen continuamente de ti, que estamos manifestando cada uno de los aspectos de nuestra vida, sin el menor impedimento, sin reserva alguna, declarándote todas las cosas y escuchándote en todas las cosas. En el nombre de Jesús, amen.

Título: ¿Por qué orar?
Serie: Estudios acerca de la Oración en el Nuevo Testamento
Pasaje bíblicos: Lucas 18:1-8
Mensaje Nº: 1 Nº Catálogo: 56
Fecha: 2 de Febrero, 1964

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