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Santidad Biblica es el estudio del concepto wesleyano de la perfección cristiana o santidad práctica.  Considera el espíritu de la santidad, la santidad en la vida diaria y lo que enfrenta el creyente ahora que es santificado.  Contempla cómo integrar la "crisis de santidad" con llevar una vida santa a diaria delante de Dios. 

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¿CÓMO ESTÁ EL AMOR

EN SU VIDA?

Filipenses 1:9-11

En los primeros versículos de Filipenses, Pablo expresa su confianza en que el Dios que “comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (1:6). A diferencia de las otras iglesias de Pablo, los filipenses no constituyen un problema para él; ellos son sus colaboradores (1:5; 4:15). No son su campo de acción, sino su fuerza. No son pecadores sin esperanza, sino santos maduros (1:1; 3:15); ellos pertenecen completamente a Dios. De hecho, si estos cristianos macedonios tenían algún problema, quizá haya sido la tendencia de algunos a pensar que, debido a su capacidad espiritual, habían llegado ya al nivel más alto. Pablo, al menos, cree importante recalcar su propia necesidad de progresar: “Quiero conocer a Cristo plenamente y llegar a ser completamente como él...Aún no lo he logrado, ni he alcanzado la meta; pero prosigo para que sea mía, porque Cristo me hizo suyo” (3:10, 12, paráfrasis del autor). El apóstol escribe acerca de su decisión de poner de lado sus éxitos personales, para dedicarse sólo a alcanzar una meta: “El supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (3:4b-14), y pide a los filipenses que hagan lo mismo (v. 15).

La oración de Pablo en 1:9-11 no es por inconversos; no es por aquellos que caen en la vida cristiana; no es por creyentes que se ale­jan de Dios, sino por cristianos maduros, ejemplares, a quienes es necesario recordarles que, no importa cuánto hayan progresado en su caminar cristiano, aún no han llegado a la meta. Ya experimentaron la salvación y la santificación, pero la resurrección aún está por delante, y su salvación final depende de la continua fidelidad a Cristo hasta el fin (véase 3:11).

Por lo tanto, Pablo ora por los filipenses: “Que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento y en toda comprensión, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprochables para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (1:9-11).

Si usted profesa ser cristiano —si Dios por su Espíritu le ha hecho una nueva criatura en Cristo Jesús— y si goza de la experiencia de la entera santificación, entonces la oración de Pablo es por usted. Si es así, me gustaría hacerle una pregunta muy personal: “¿Cómo está el amor en su vida?”

No, no hablo de lo que algunos están pensando. Esa no es la clase de amor por la que oró Pablo. Pero, ya que capté su atención, quisiera que por unos minutos considere conmigo la oración de Pablo respecto al amor de los filipenses: El ora para que el amor de ellos (1) se de­sarrolle, (2) discierna y (3) se demuestre.

UN AMOR QUE SE DESARROLLE

Pablo no cree necesario definir aquí lo que quiere decir con la palabra “amor”. El significado se mostrará en breve. En el capítulo 2, él exhorta a los filipenses para que adopten el ejemplo de amor que demostró Cristo, quien, aunque tenía la forma de Dios, se despojó a sí mismo, asumió forma humana y fue obediente, aun al punto de morir en la cruz. Sin embargo, los filipenses habían escuchado predicar a Pablo, y aun antes de esta descripción, seguramente sabían lo central que era el amor en su evangelio.

De hecho, es sorprendente cuán poca enseñanza moral nueva se encuentra en las cartas de Pablo. Hay paralelos claros entre lo que él dice y la enseñanza de los rabinos judíos y de los filósofos estoicos contemporáneos, excepto el énfasis que hace Pablo en el amor. El lugar central del amor en el pensamiento de Pablo es obvio en todas sus cartas.

En Gálatas, por ejemplo, afirma que la fe cristiana se expresa por medio del amor (5:6); que toda la ley se cumple en una palabra: amor (v. 14); que el fruto del Espíritu es, ante todo, el amor (v. 22).

O, considere la oración de Pablo por su otra iglesia macedonia, los tesalonicenses. Esta oración se asemeja en muchas maneras a la oración por los filipenses. En 1 Tesalonicenses Pablo ora: “Que el Señor los haga crecer y abundar en amor el uno para con el otro y para con todos...para que él fortalezca vuestros corazones en santidad y así sean irreprochables delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos” (3:12-13, paráfrasis del autor). Después, Pablo añade: “Nadie tiene que escribirles acerca del amor; porque Dios mismo les ha enseñado a amarse unos a otros; y verdaderamente ustedes aman a todos sus hermanos creyentes en toda Macedonia. Pero les rogamos, hermanos, que lo hagan más y más” (4:9-10, paráfrasis del autor).

En Colosenses, dirigiéndose a cristianos que nunca había conoci­do personalmente (véase 1:3-9), Pablo les escribe: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Soportaos unos a otros y perdonaos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Sobre todo, vestíos de amor, que es el vínculo per­fecto” (3:12-14).

Si el tiempo lo permitiera, podríamos considerar extensamente el himno de alabanza al amor cristiano que Pablo escribió en 1 Corintios 13. En él, la prosa de Pablo se eleva con las águilas al escribir a una iglesia en la que la mayoría parecía incapaz de elevarse a alturas espirituales. En respuesta a la arrogancia de los corintios, Pablo declara: Sin amor, ningún don espiritual, ningún acto heroico, ni ninguna otra cosa tiene importancia. Sólo el amor perdurable hace la vida soportable. En vez de aceptar por fe, algún día veremos todo claramente. Entonces nuestra esperanza será realidad. Pero el amor durará para siempre. Por lo tanto: “Seguid el amor” (14:1).

Volvamos ahora a la oración de Pablo por los filipenses. El pide, en primer lugar, que su amor se desarrolle. Sus palabras no dan a entender que el amor de los filipenses fuera deficiente. Claramente indica que ellos ya aman. No ora para que empiecen a amar, sino para que su amor continúe creciendo aún más y más, hasta que sobrepase toda medida. Pablo no dice todavía a quién o qué tienen que amar. No especifica que deben amarlo más a él, o amarse más los unos a los otros, o amar más a Dios. Simplemente ora para que el amor de ellos se desarrolle.

UN AMOR QUE DISCIERNA

Debemos notar que al orar por un amor que se desarrolle, Pablo no pide que el amor de los filipenses aumente en cantidad, sino que mejore en calidad. “Y esto pido en oración: que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento y en toda comprensión, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprochables para el día de Cristo” (1:9-10). Lo que Pablo espera no es mayor intensidad en su amor; no ora para que tengan más fervor emocional o religioso al amar. Lo que él desea no es un amor más intenso, sino más inteligente. Ora para que su amor se desarrolle de tal modo que se caracterice por un discernimiento cristiano y una discriminación saludable.

En nuestra preocupación por ser políticamente correctos, necesitamos recordar que no toda discriminación es mala. Una cosa es “dar trato de inferioridad a una persona o colectividad” basados en prejuicios,  no en las personas. Pablo declara que la venida de Cristo invalidó las distinciones basadas en diferencias étnicas, de sexo, o de clase social. Discriminar en este sentido negativo es enteramente ajeno al amor cristiano. Sin embargo, es esencial que el cristiano aprenda a discriminar en el sentido positivo, reconociendo las diferencias que son importantes: entre la verdad y el error, entre la justicia y la injusticia, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo bueno y lo malo, y entre lo mejor y lo excelente.

La preocupación de Pablo no es simplemente que los filipenses amen, sino cómo y qué deben amar. Pablo utiliza la misma palabra para “amor” cuando exhorta: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Romanos 13:9; Gálatas 5:14), y cuando expresa con tristeza: “Demas me ha desamparado, amando este mundo” (2 Timoteo 4:10). El amor equivocado, no importa cuán intenso sea, no es una virtud.

El amor cristiano maduro es sensible respecto a lo ético y discierne espiritualmente.

Es Sensible Respecto a lo Ético

En la preocupación de Pablo por el amor que discierne, él ora pri­mero para que el amor de los filipenses crezca en “conocimiento”. Pablo constantemente utiliza esta palabra para referirse, no al conocimiento intelectual, sino a la sensibilidad ética. Al hablar de este conocimiento, él quiere decir que ellos cada vez deben estar más familiarizados con la voluntad de Dios: deben saber qué quiere El de ellos y por qué, y deben comprender que la voluntad de Dios para ellos es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). No habla de la obediencia irracional a una lista de reglas impuestas externamente y que no tienen ningún sentido. Dios quiere que lleguemos a ser cristianos maduros, motivados internamente a hacer lo que es correcto, sin importar las consecuencias, sin importar quién esté mirando. Esta es la prueba de nuestro carácter cristiano.

Sin importar las consecuencias. Pablo les recuerda a los filipenses que Dios les ha dado, “a causa de Cristo, no solo que creáis en él, sino también que padezcáis por él” (1:29). ¿Son los filipenses los únicos cristianos que necesitan aprender que practicar el amor de Dios puede involucrar una cruz? Hoy, como en los días de Pablo, hay quienes profesan ser cristianos, pero cuya ansia de comodidad y seguridad los hace conducirse como “enemigos de la cruz de Cristo” (3:18). Como Pablo les recuerda a los filipenses: “El fin de ellos será la perdición. Su dios es el vientre, su gloria es aquello que debería avergonzarlos, y solo piensan en lo terrenal” (v. 19).

Sin importar quién esté mirando. ¿Son los filipenses los únicos cristianos que necesitan aprender que la obediencia no se limita a los momentos cuando los apóstoles están presentes (2:12)? Es durante la ausencia de Pablo que él los exhorta a permitir que su salvación se exprese en forma visible y reverente. Esto no es autosalvación, pues “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (2:12-13).

Carácter cristiano. La sensibilidad ética comienza sólo cuando Dios transforma y renueva nuestras mentes al rendimos completamente en sacrificio a El (Romanos 12:1-2). “Las inclinaciones indispensables que motivan toda acción humana” son la integración de la razón y la emoción que forma lo que llamamos “carácter” —respuestas en la vida que reflejan “disposiciones habituales”.2

El carácter cristiano surge de la convicción de que Dios nos ama sin reserva e incondicionalmente. Juan Wesley escribió: “Del verdadero amor a Dios y [la humanidad] fluye directamente toda gracia cristiana, toda [actitud] santa y feliz; y de estas brota una santidad uniforme” en todas nuestras relaciones humanas. Las acciones santas fluyen de actitudes santas cultivadas “con disciplina práctica”. El amor inteligente no es más mágico ni automático que la habilidad para tocar un concierto de Bach. La entera santificación nos da la “capacidad para expresar (o negarnos a expresar) nuestros deseos e inclinaciones.” Tal vez sepamos qué debemos amar, pero eso no nos ayuda si no escogemos hacerlo.

El amor cristiano inteligente es asunto de la cabeza antes que pueda ser asunto del corazón. No es un sentimiento cálido e inexplicable, sino el deseo de hacer la voluntad de Dios sobre cualquier otra cosa. Es la decisión intelectual de seguir el bien y rechazar el mal que afecta a otro. En Romanos, Pablo escribe: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo y seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (12;9-10).

Discierne Espiritualmente

El amor que discierne —por el que Pablo ora— se caracteriza, primero, por el “conocimiento” en el sentido de sensibilidad ética. Segundo, se caracteriza por tener “toda comprensión” (1:9; profundidad de percepción”, NVI), o “toda clase de comprensión espiritual” (paráfrasis del autor). Pablo ora para que los filipenses sepan no sólo qué deben amar, sino cómo poner en acción ese “conocimiento” en las situaciones de la vida real. No ora simplemente para que lleguen a ser expertos en la teoría de la ética: conocer que “esto es bueno” y “aquello es malo”. El discernimiento requiere la experiencia moral que pone en práctica la teoría. No basta que deseemos hacer lo correcto, o que sepamos qué es correcto y qué es incorrecto.

Necesitamos desarrollar el “sentido espiritual”, para saber cómo apli­car juicios morales al hacer decisiones verdaderamente cristianas.5 Esto es lo difícil: saber cómo expresar mejor el amor cristiano.

Por lo tanto, Pablo ora para que el amor de los filipenses discier­na cada vez más, de modo que ellos aprueben “lo mejor” (v. 10), o, como lo expresa otra traducción, para que aprueben “las cosas que realmente son importantes”, lo que posee valor inherente. El ora para que las decisiones éticas de ellos no broten de una obediencia ciega, sino que surjan naturalmente de su carácter cristiano transformado y de su lealtad a los valores éticos cristianos. No se necesita un curso de lógica para saber que, si hay cosas que son importantes, hay otras que no lo son. Para esto no hay que pensar mucho. El problema es discernir cuál es cuál.

Pablo sabe bien que los valores cristianos a menudo son diametralmente opuestos a los valores del mundo. El escribe en 2:15 que los filipenses viven en medio de “una generación maligna y perversa”. Nosotros también. Aun los no cristianos reconocen el pecado flagrante cuando lo ven. Como Pablo le dice a los gálatas: “Las obras de la naturaleza pecaminosa son evidentes” (5:19, NVI).

Sin embargo, a veces la iglesia y el mundo comparten valores comunes. Pablo les pide a los filipenses: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (4:8). Pero esta no es una lista de valores exclusivamente cristianos. De hecho, parece representar las mejores virtudes que propugnaban los filósofos morales paganos del tiempo de Pablo. El apóstol parece indicar que había “mucho en los puntos de vista paganos que los cristianos podían y debían valorar y retener”. La ética cristiana no puede definirse de manera simple como la antítesis de los valores mundanos.

Los cristianos debemos resistir la tentación del extremismo. Es muy fácil mezclarnos con nuestra cultura como camaleones, o mantenernos alejados, sintiéndonos ofendidos por todo. La esperanza de Pablo para los filipenses era que no adoptaran ninguno de esos extremos.

De la misma manera debemos resistir la tentación del negativismo. En nuestra preocupación de ser rectos y hacer lo correcto, tal vez caigamos en murmuraciones y discusiones (Filipenses 2:14). Por el contrario, Pablo insta a los filipenses a vivir “irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como lumbreras en el mundo, asidos de la palabra de vida” (vv. 15-16).

Al escoger siempre lo que realmente es importante en un mundo con valores distorsionados, es inevitable que enfrentemos conflicto y sufrimiento, ya sea físico o sicológico. Los cristianos no tenemos que buscar el sufrimiento como los masoquistas. Pablo no nos llama a actuar en forma tan extraña que lleguemos a merecer la persecución. Por el contrario, nos insta a vivir de tal manera que ganemos “el respeto de los de afuera” (1 Tesalonicenses 4:12, NVI). No obstante, al procurar tal respeto, a veces nos preocupa más lo que piensan las personas que lo que piensa Dios. ¿Quién dijo que sería fácil vivir como cristianos?

UN AMOR QUE SE DEMUESTRE

Pablo ora para que los filipenses aprueben lo que realmente importa. La palabra “aprobar” tiene un sentido doble. Significa aprobar y probar: descubrir lo que realmente es importante y “simplemente hacerlo”. Por lo tanto, Pablo pide que el amor de los filipenses no sólo se desarrolle y discierna, sino que se demuestre. Nuestro carácter interno se prueba por medio de la conducta externa. El amor no puede permanecer simplemente como un elevado ideal. De la cabeza debe moverse al corazón y luego a las manos. “Y esto pido en oración: que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento y en toda comprensión, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprochables para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (1:9-11).

La oración de Pablo se concentra en dos clases específicas de fruto que Cristo produciría en las vidas de los filipenses: para que fueran “sinceros” e “irreprochables”. Ser “sinceros” indica que sus vidas debían caracterizarse por honestidad, franqueza, veracidad, pureza e integridad. De hecho, la palabra “sinceros” aquí proviene de una palabra compuesta que significa “probado al sol”. Los ideales sublimes deben salir de los confines amistosos de los santuarios y los claustros del mundo académico, y exponerse al escrutinio de la vida pública. Ser “irreprochables” indica que los filipenses no debían caer en su andar cristiano, ni debían causar tropiezo a otro con su conducta. Pablo ora para que, lo que amamos y cómo amamos, nos haga santos e incapaces de hacer daño a otros.

Como dice en otro lugar en la Escritura, “el fruto de justicia” es “una conducta agradable a Dios”. Mostrar amor cristiano viviendo éticamente significa confirmar, visible y corporalmente, que pertenecemos a Dios. Esta demostración no es simplemente una actuación. Es una expresión auténtica de lo que somos como cristianos. Pablo ora para que la vida de los filipenses pueda producir una cosecha de “justicia”. Restaurar nuestra relación con Dios —justicia— no es el destino de la vida cristiana. Es sólo la entrada. La justicia debe tener frutos, consecuencias. Es posible perder nuestra salvación al no per­mitir que Cristo produzca el fruto de justicia en nuestra vida. Su fruto no es una obra que podamos ofrecer para merecer nuestra salvación. La justicia comienza y termina como un don de Jesucristo. Es completamente obra de El. Sin embargo, debemos darle permiso para que produzca su fruto en nuestra vida y cultive la cosecha que El produce.

La justicia comienza con una relación correcta con Dios. Al crecer en esta nueva relación, recibimos poder para vivir en relación correcta con nuestro prójimo. La justificación se demuestra haciendo justicia. La justicia no sólo implica piedad personal, sino también responsabilidad social. No es suficiente no hacer daño o no hacer el mal. Los cristianos hacen el bien.

La demostración de amor por la que Pablo ora no se asemeja en nada al mensaje de la supuesta calcomanía cristiana que dice: “Si ama a Jesús, toque la bocina”. Si usted ama a Jesús, haga justicia, ame la misericordia, camine humildemente con Dios (Miqueas 6:8). ¡Cualquiera puede tocar la bocina! ¡Lo importante es que demuestre que ama a Dios!

Finalmente, Pablo dice que esta demostración de amor tiene como objeto dar gloria y alabanza a Dios. Jesús dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). El bien que el cristiano hace no es publicidad personal sino, en el verdadero sentido de la palabra, adoración: señala el valor supremo de Dios.

Cuando nos reunimos para cantar alabanzas a Dios, para orar jun­tos, para compartir nuestra fe en Cristo, para escuchar la predicación de la Palabra de Dios —esto no es todo lo que constituye la adoración; es sólo la preparación para la verdadera adoración. La verdadera adoración se manifiesta en la vida diaria. O toda la vida cristiana es adoración, y nuestras reuniones de adoración pública formal nos equipan e instruyen para esto, o estas reuniones son absurdas, vacías y un insulto a Dios (véase Amós 5:21-24). La verdadera adoración cristiana consiste en ofrecer nuestra existencia corporal en la esfera del mundo, como sacrificios vivos a Dios, y en servicio a los valores que realmente importan.

Esta es mi oración por usted:

Que su amor crezca más y más. Que su amor reciba sensibilidad ética y discernimiento espiritual. Que pueda conocer la diferencia entre el bien y el mal, y que siempre escoja lo mejor. Que sea puro y que su conducta no cause que otros hagan mal. Que se encuentre siempre listo para el regreso de Cristo. Que haga todo el bien que pueda, a todos los que pueda, por todo el tiempo que pueda, porque, por la gracia de Dios, usted puede hacerlo. Viva de tal manera que glorifique y alabe a Dios (Filipenses 1:9-11, paráfrasis del autor).

Al principio le hice una pregunta personal acerca del amor en su vida. Permítame hacerle ahora una pregunta aún más personal: Si la oración de Pablo fuera contestada en usted, ¿en qué sería diferente su vida?

Lyons, Jorge, Santidad en la vida diaria, Casa Nazarena de Publicaciones, wesley.nnu.edu, Usado con permiso.

 
1. Elemento Tiempo
2. Santificación del Yo
3. Vida Controlada
4. Guía del Espíritu
5. Orando en Espíritu
6. Unidad del Espíritu
7. Definición del Amor
8. Ante todo, ¿Qué es?
9. 1 Tesalonicenses
10. Amor de Dios
11. Santidad Contagiosa
12. Autoexamen
13. Amor En Su Vida
14. Entera Santificación
15. Cosas No Cambiadas
16. Más No Cambiadas
17. Lo Que Sucedió
18. Mantenimiento
 

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