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  12. Autoexamen

Santidad Biblica es el estudio del concepto wesleyano de la perfección cristiana o santidad práctica.  Considera el espíritu de la santidad, la santidad en la vida diaria y lo que enfrenta el creyente ahora que es santificado.  Contempla cómo integrar la "crisis de santidad" con llevar una vida santa a diaria delante de Dios. 

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AUTOEXAMEN CON EL

PODER DEL ESPÍRITU

Gálatas 5:25—6:5

 

INTRODUCCIÓN

Imaginemos que llegó la hora del examen. Usted puede asumir el papel del examinador y también el del examinando. No se trata de algo sencillo como el examen final de Introducción a la Literatura Bíblica. Es un curso avanzado de Vida Cristiana.

Aquellos que no profesan ser cristianos no tienen que preocuparse por esta prueba. Uno debe inscribirse en el curso antes de presentarse al examen final. Este es para los que declaran ser cristianos; en particular, para los cristianos llenos del Espíritu. ¿Está listo? Veamos cómo le va.

Algo más. Como sabe, antes de empezar a responder, siempre es sabio leer otra vez el texto. Es Gálatas 5:25—6:5.

Puesto que el Espíritu es la Fuente de nuestra vida, llevemos el paso del Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritando así a algunas personas y despertando la envidia de otras.

Amigos, si sorprenden a un cristiano en algún pecado, ustedes que son verdaderamente espirituales, deben restaurar a esa persona con espíritu de mansedumbre. Cuídate, o podrías ser tentado a caer en el orgullo espiritual. Pero, si llevan las cargas los unos de los otros, cumplirán la ley de Cristo. Porque, si pensamos que somos algo, cuando en realidad no somos nada, nos engañamos a nosotros mismos. Así que, todos debemos autoexaminarnos. Entonces podremos gloriamos legítimamente, basados en nuestros logros, y no comparándonos con otros. Porque, cada uno debe llevar su propia carga (traducción del autor).

En este pasaje, el objetivo de Pablo es que nos “autoexaminemos y autocritiquemos, para mantener un alto nivel de conciencia ética”. Sin embargo, la autorreflexión sola no es suficiente. “Debemos ser capacitados por el Espíritu [Santo] para ‘hacer el bien”. Según Gálatas 5:25, el requisito esencial para la vida cristiana es el autoexamen con el poder del Espíritu Santo.

El principio sobre el que se basa la vida llena del Espíritu es sencillo: Lleve el paso del Espíritu; viva en perfecta obediencia a Dios. Esto es posible gracias a la obra del Espíritu en nuestra vida; por lo tanto, debemos hacerlo. Pero, el problema es que los cristianos a veces pecan. ¿Qué deben hacer entonces? Pablo recomienda una prescripción, pero advierte que ésta podría ser más peligrosa que el problema. Este es el punto central del pasaje: Pablo quiere que sus lectores dejen de mirar los fracasos de otros y que se examinen ellos mismos. El propósito de este pasaje es explicar las implicaciones prácticas y personales de la vida llena del Espíritu.

EL PRINCIPIO: LAS POSIBILIDADES PRÁCTICAS

El Espíritu Santo es la Fuente de vida del cristiano. Sin la obra del Espíritu en nuestra vida, somos pecadores incapaces y sin esperanza. Vivimos solos, dependiendo de nuestros recursos lastimosamente inadecuados. Y, vivimos con propósitos insignificantes y fútiles. Nuestra existencia —pues realmente no puede llamarse vida— se caracteriza por las obras de la carne. En Gálatas 5:19-21, Pablo describe esta existencia destinada a la condenación. Las “obras de la carne” son vergonzosamente “obvias”, y a veces aun dentro de la comunidad cristiana. Se ven “enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias”. Debemos recordar la advertencia de Pablo: “Los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”, aunque digan que son cristianos.

Tales cosas no deben suceder. Pues, cuando el Espíritu gobierna nuestra vida y nuestras relaciones, los resultados son “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (vv. 22-23). Nuestro texto enseña claramente que aun aquellos que han experimentado la obra de justificación y santificación por medio del Espíritu, no deben pensar que no tienen de qué preocuparse. La actividad de Dios en nuestra vida no es ni mágica ni automática. Es personal y relacional.

Obviamente, “el fruto del Espíritu” no puede manifestarse en aquellos que rehúsan vivir bajo la soberanía de Dios y dependen sólo de sus recursos humanos; es decir, están bajo la tirana soberanía de la carne. Sin embargo, el fruto del Espíritu tampoco crece ni florece en los “jardines” de los cristianos que han sido llenos del Espíritu, pero no los cultivan. Esto explica la exhortación de Pablo en Gálatas 5:25: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”.

La expresión “andemos”, o “llevemos el paso”, no es un recordatorio vago respecto a la autodisciplina que se requiere para vivir llenos del Espíritu. El Espíritu nos dirigirá si lo escuchamos. El nos guiará sólo a medida que le sigamos. Aunque la templanza o dominio propio es un fruto del Espíritu, está disponible sólo para aquellos que lo practican.

Es un hecho: El Espíritu es la Fuente de la existencia del cristiano. Pero, esto implica que debemos tomar la decisión de vivir como El pide. La primera parte de Gálatas 5 resume la salvación. Luego, el texto trata de las implicaciones que surgen de tal salvación. Puesto que Dios nos ha dado vida, esto es lo que debemos hacer con ella.

Leamos nuevamente la primera parte de Gálatas 5:

Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud…a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros, porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os destruyáis unos a otros. Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne...Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la Ley...Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos (vv. 1, 13-16, 18, 22-24).

EL PROBLEMA: PROFESIÓN Y PRESUNCIÓN

En Gálatas 5:26 Pablo nos recuerda que “no ‘andar en el Espíritu’ resulta en vana presunción” —una vanagloria infundada. Profesamos estar llenos del Espíritu y ser guiados por El, pero no caminamos al paso del Espíritu. Olvidamos que todo lo que somos y poseemos es regalo de Dios. No somos grandiosos, sino grandemente bendecidos. Cuando lo llamamos Señor a Dios, pero aún somos los jefes de nuestra vida, somos fraudulentos, jactanciosos, hipócritas e impostores. Y, con nuestra presunción, provocamos a otros. Las hostilidades interpersonales son inevitables. Nos alejamos el uno del otro o, en el peor de los casos, peleamos el uno contra el otro. La envidia se hace presente. La vida en comunidad se torna exactamente en lo opuesto a lo que el Espíritu quiere: amor y servicio mutuos. El egoísmo, con el tiempo, conduce a la desintegración de la comunidad auténtica. Tristemente, lo he visto suceder en iglesias cristianas y aun en instituciones de educación superior de los grupos de santidad.

Por lo tanto, ¿qué debemos hacer cuando un cristiano no vive como tal? ¿Cómo tratan el problema del pecado en nuestro medio aquellos que andan en el Espíritu? Gálatas 6:1 aconseja: “Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre”.

Puesto que Pablo dice: “Si alguno es sorprendido en alguna falta”, vemos que él no considera que la trasgresión rutinaria sea la norma. Habla de un hermano o hermana en la fe “que es descubierto, tomado por sorpresa” mientras comete una falta no deliberada. Es sorprendido en flagrante delito, en el acto, por así decir. Lo que llama la atención es que “a Pablo no parece preocuparle demasiado la ofensa en sí, sino la posibilidad de que llegue a ser una fuente de maldad para aquellos que traten el caso”. El apóstol sabía que la gracia de Dios era más que suficiente para sanar al que cometió la falta. A él le preocupaban los que actuarían como “médicos”. A Jonathan Edwards, un famoso predicador estadounidense del pasado, se le recuerda especialmente por su sermón “Pecadores en las Manos de un Dios Airado”. La preocupación de Pablo es por pecadores en las manos de personas espirituales. “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre”.

LA PRESCRIPCIÓN: PROCEDIMIENTOS Y PROPÓSITOS

El procedimiento que Pablo prescribe es tratar el caso en una forma que corresponda a personas espirituales y a la condición del hermano o hermana que cayó en pecado. El pecador debe ser restaurado, no castigado; sanado, no condenado. Quien comete una falta moral necesita restauración, y no condenación ni humillación, ni siquiera conmiseración. La palabra “restaurar” es la misma que se utiliza en los evangelios para referirse al proceso de remendar redes rotas, para que sean útiles en la pesca otra vez. De la misma manera, la restauración de cristianos que cayeron en pecado consiste en capacitarlos para que tengan una vida de servicio útil a Dios y al prójimo (véase Mateo 4:21; Marcos 1:19).

Pablo pide disciplina de la persona espiritual, no del pecador. ¡Cuídese! Vigile sus propias acciones; sea compasivo con los demás. Al trasgresor debemos tratarlo con gran indulgencia y tolerancia. Los fieles debemos enfocar en nosotros mismos la facultad de crítica, no en los que cayeron. El Espíritu nos capacitará para ser bondadosos y no jactanciosos. Al cristiano caído se le debe llevar de regreso al camino correcto en una forma que refleje la gracia de Dios.

La contradicción entre lo ideal y la realidad en la iglesia trae con­sigo la tentación de confiar en los méritos propios y dejarse dominar por la arrogancia. La prescripción para el problema de trasgresión tal vez sea un peligro para la comunidad, una oportunidad para las obras de la carne. “Pablo está consciente de que la actitud de soberbia espiritual de parte de los acusadores puede causar mayor daño a la comunidad que la falta cometida por el que cayó”. No hay pecado tan insidioso como la confianza extrema en la propia espiritualidad. Y no hay orgullo tan destructivo como el orgullo espiritual.

Por lo tanto, Pablo nos exhorta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gálatas 6:2). Sobrellevar o soportar las cargas de otros no es simplemente tolerarlos, sino ayudarlos activamente y socorrer­los. Cuando compartimos las cargas e infortunios de otros, no sólo nos compadecemos de ellos; los apoyamos en sus luchas diarias. Compartimos sus problemas y los ayudamos a enfrentarlos. Cuando participamos en la vida de otros —cuando caminamos algunos kilómetros en sus zapatos, por así decir— es más difícil que los condenemos. Caer en cuenta de que “sólo por la gracia de Dios puedo estar allí”, no significa aprobar el pecado de otro. Es resistir la tentación de la soberbia espiritual.

Durante la revolución en los Estados Unidos, un hombre vestido de civil pasó cabalgando al lado de unos soldados que reparaban una barrera defensiva. El líder del escuadrón gritaba dando órdenes cerca de una enorme viga que sus hombres trataban de elevar sobre la barricada.

El hombre vestido de civil detuvo su caballo y le preguntó al líder por qué él no ayudaba a su grupo. Asombrado, el líder miró al extraño y con la pompa de un emperador contestó: “¡Cómo se le ocurre, señor! ¡Yo soy cabo!”

Al escuchar esto, el hombre le pidió disculpas, se bajó del caballo y aseguró las riendas en un poste. Luego ayudó a los soldados exhaustos a levantar la madera hasta que gotas de sudor cubrían su frente. Una vez que terminaron el trabajo, se dirigió al cabo y le dijo: “Señor cabo, la próxima vez que haya un trabajo como éste y no tenga suficientes hombres para hacerlo, mande llamar a su comandante en jefe, y yo vendré y los ayudaré otra vez”. El hombre vestido de civil era el general George Washington.

¿Cómo es posible que nosotros, cabos cristianos arrogantes, consideremos inferior a nuestra dignidad el detenemos para levantar a un compañero caído, cuando nuestro Comandante en jefe llevó los pecados del mundo a la cruz? Sobrellevar las cargas los unos de los otros es rehusar distanciarnos de las necesidades obvias que nos rodean.

Pero, más que eso, es cumplir la regla de oro de Cristo: Hacer a otros lo que quisiéramos que hicieran con nosotros (véase Mateo 7:12; Lucas 6:31). Es cumplir la segunda parte de lo que El llamó el gran mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39; Marcos 12:31`; Lucas 10:27). Este cumplimiento no es requisito para la salvación, sino resultado de ella. Según Gálatas 5:14, cumplir el mandamiento del amor es cumplir toda la ley. Y puesto que, según 2:20, es el amor de Cristo el que asegura nuestra salvación, la ley del amor puede llamarse la ley de Cristo. Al sobrellevar las cargas los unos de los otros, cumplimos la “ley de Cristo” (6:2)

Notemos que aquí Pablo no dice que los fuertes deben llevar las cargas de los débiles. Todos tenemos cargas, no importa cuán espirituales seamos. Y todos podemos ayudar a otros a sobrellevar sus cargas, no importa cuán débiles seamos. De hecho, Pablo pareciera contradecirse en el versículo 5 cuando afirma: “Cada uno debe llevar su propia carga” [NVI]. Las cargas son las luchas diarias de la vida, con sus tensiones y problemas inevitables. Pero realmente no hay contradicción, porque “compartir las cargas de la vida no elimina el hecho de que todos tenemos que aprender a aceptarnos a nosotros mismos.”

EL PUNTO PRINCIPAL: ORGULLO Y ALABANZA

Para aceptarnos, debemos primero conocernos. Esto requiere una medida extraordinaria de honestidad. Es increíble cuán capaces somos de engañarnos. Hoy los líderes cristianos nos instan a amarnos a nosotros mismos y a desarrollar una alta autoestima. El consejo de Pablo parece obsoleto: “El que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña” (v.3). Pero, ¿está él en lo correcto?

Es increíble como algunos estudiantes, que supuestamente sufren de baja autoestima, son capaces de aceptar plena responsabilidad por sus éxitos y casi ninguna responsabilidad por sus fracasos. “El examen era muy difícil”; “fue injusto”; “otros hicieron trampa”; “mis maestros no me enseñaron bien”. Dar a los alumnos calificaciones más altas que las que merecen sólo refuerza el engaño. En la mayoría de las universidades de los Estados Unidos [donde A es la más alta y F indica “reprobado”] sólo oficialmente se considera C como la calificación promedio. En la práctica, la nota promedio es B. Durante los últimos 20 años, la calificación promedio en los exámenes de ingreso a las universidades ha bajado constantemente. Sin embargo, durante ese mismo período, aumentó más del 50 por ciento el número de estudiantes que se ha presentado a esos exámenes con un promedio de A o B.17 La mitad de mis alumnos piensan que están dentro del 10 por ciento que tiene las mejores calificaciones de su clase. La mayoría de los estudiantes, a pesar de sus calificaciones en los exámenes de ingreso a la universidad, se consideran mejores que el alumno promedio.

Una década atrás, la junta de una universidad hizo una encuesta para saber cómo se autoevaluaban los estudiantes de último año de educación secundaria en comparación con sus compañeros. El 60 por ciento de ellos consideraban que eran atletas superiores al promedio; sólo 6 por ciento pensaba que eran inferiores. El 70 por ciento calificó su capacidad de liderazgo como superior al promedio; 2 por ciento, como inferior. En su habilidad para llevarse bien con otros, 25 por ciento se calificó dentro del 1 por ciento con los sobresalientes; 60 por ciento, dentro del 10 por ciento superior; y sólo 1 por ciento, inferior al promedio. Me pregunto cómo se calificaron en su habilidad para las matemáticas. “¿Cómo me amo? Permítame contar las formas en que me amo” (haciendo una parodia del poema de Elizabeth Barrett Browning).

Las buenas nuevas del evangelio no son que Cristo nos liberó para que nos amáramos a nosotros mismos, sino que nos liberó de la obsesión con nuestro yo. Tarde o temprano tenemos que aprender —por lo general de manera dura— a tragamos el orgullo, reconocer nuestra humanidad y declarar que dependemos totalmente de Dios. Experimentamos un tremendo alivio al descubrir que la seguridad y aceptación que nos esforzábamos por obtener (o aparentar), ¡nos han sido dadas gratuitamente por Aquel cuyo amor y aceptación impor­tan más que cualquier otro! Saber que no soy nada, y que Dios me ama incondicionalmente, sólo hace mayor mi admiración.

“No hay nada malo en no ser ‘nada’ o ‘nadie”. Pues, sin la gracia de Dios, eso es lo que somos. Es erróneo engañamos pensando que somos “alguien”. “Los seres humanos debemos aprender a aceptar que en realidad no somos ‘nada”. Para los primeros lectores de Pablo, quizá esta fue una advertencia de que si se consideraban “espirituales” cuando no lo eran, estaban “atrapados en una mentira peligrosa y absurda”. Dejo a su imaginación lo que el apóstol diría a aquellos del movimiento de santidad que profesan ser enteramente santificados, pero cuyas vidas y relaciones no revelan nada del carácter de Cristo. Yo no estoy calificado para ser su juez.

“Así que, cada uno someta a prueba su propia obra y entonces tendrá, solo en sí mismo y no en otro, motivo de gloriarse” (Gálatas 6:4). Así como el autoexamen cristiano no nos permite condenar a otros, nos niega el derecho a damos una calificación más alta que la que merecemos. “Los engaños más comunes ocurren cuando [nos] comparamos con otros. Al participar en este juego, podemos manipular las cosas a nuestra voluntad para que la comparación siempre esté a [nuestro] favor…y en detrimento de la persona con quien” nos comparamos ¿Por qué parece causarnos especial satisfacción ver humilladas a personas que han logrado éxito? ¿Acaso pensamos que crecemos cuando hacemos que otro caiga de rodillas?

No hay nada malo en tener logros. Pero “un verdadero logro” lo es aquel que sólo…se refiere a [nosotros mismos]…No resulta al comparar[nos] con otros.” Pablo rehusó defenderse cuando lo compararon en forma desfavorable con los que supuestamente eran “grandes apóstoles”. El escribió: No nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos manifiestan su falta de juicio al medirse con su propia medida y al compararse consigo mismos” (2 Corintios 10:12). “En nada he sido menos que aquellos ‘grandes apóstoles’, aunque nada soy” (12:11). “Yo soy el más pequeño de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Corintios 15:9-10).

No hay nada malo en sentir orgullo por nuestros logros. Pero, sí entendemos nuestros logros correctamente, cuando el cristiano se jacta de algo, llega a ser una forma de adoración. Como Pablo dijo en Gálatas 6:14: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo”. La verdadera exaltación alaba a Dios por los logros que El ha tenido en mí, por medio de mí y a pesar de mí.

Y, no hay nada malo con la “autosuficiencia”. Después de todo, “cada uno cargará con su propia responsabilidad” (v. 5). En la última década de mi vida, he tratado de vivir lo que aprendí del apóstol Pablo sobre el “secreto del contentamiento”. El concluye Filipenses con estas palabras: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (4:11-13).

Hay un gran gozo al aceptar la vida como es y al aprovecharla al máximo. Estoy aprendiendo a no desperdiciar energía emocional preocupándome por lo que no puedo cambiar. Existen situaciones y personas que nunca cambiaré, así que he dejado de intentarlo. La única persona a la que siempre tengo la esperanza de cambiar está parada en mis zapatos. Nadie puede robarme el gozo; pero puedo escoger desperdiciarlo, o puedo negarme a hacerlo.

CONCLUSIÓN

¿Me permite recomendarle el camino a la paz y al gozo que se experimentan al andar en el Espíritu?

El primer paso es abdicar al trono del universo. Tal vez le sorpren­da saber que Dios ya ocupa ese lugar, y El no dejará que una persona insignificante como usted o yo tome su lugar. Dios no necesita mi ayuda para gobernar el mundo. Y El puede ayudarme sólo cuando reconozco que tiene derecho a reinar en mí.

El segundo paso es aceptar su incapacidad para ser juez del mundo. Dios ocupa también ese cargo. Nuestra tarea es ayudar, apoyar y amar cuando otros caen. No es condenar. No es exaltarnos a expensas de ellos. Estoy llamado a examinar sólo a una persona: a mí mismo. Yo no soy mejor cuando otro fracasa ni soy peor cuando otro tiene éxito. Yo no le doy cuenta a usted de mis actos, y usted no tiene que darme cuenta de sus actos. Sólo Dios es nuestro Juez, y El establece los términos por los cuales cada uno debe examinarse a sí mismo. La medida de Dios es la única que importa. La situación de cada uno es diferente.

El tercer paso es admitir que, sin importar el estado de gracia que profese, usted no es nada sin la gracia de Dios en su vida. Nuestro mayor gozo es tener una vida que lo alabe a El. Lo único que importa es que Dios lo note. No busco que usted me alabe ni temo sus críticas. Espero las palabras de El: “Bien, buen siervo y fiel...Entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21, 23). Los resultados de este examen son los únicos que realmente importan.

Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No busquemos la vanagloria, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espí­ritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. El que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra y entonces tendrá, solo en sí mismo y no en otro, motivo de gloriarse, porque cada uno cargará con su pro­pia responsabilidad...A todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios (Gálatas 5:25—6:5, 16).

Lyons, Jorge, Santidad en la vida diaria, Casa Nazarena de Publicaciones, wesley.nnu.edu, Usado con permiso.

 
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